lunes, 29 de diciembre de 2008

LA GRAN ESTAFA LITERARIA MUNDIAL


Por Eduardo García Aguilar
(Excélsior. México.29-Dic-2008)

Los viejos escritores latinoamericanos encorvados por las medallas y los doctorados honoris causa, deberían lealtad al autor adolescente que alguna vez fueron si tuvieron la fortuna de la precocidad, y no convertirse en presos y cómplices de la nueva industria editorial estafadora que domina en el mundo.

Antes de que la literatura se convirtiera hace medio siglo en una industria multinacional rentable y los escritores en empleadillos sin sueldo de las grandes multinacionales editoras, el ejercicio de la palabra estaba relacionado con la utopía y las ilusiones caballerescas y quienes se dedicaban a ella lo hacían empujados por una extraña pulsión de la que estaba exenta la ambición del dinero, el poder o la fama televisiva.

Dentro del imaginario del escritor adolescente de todos los tiempos estaban presentes autores muchas veces suicidas, marginales o castigados por la sociedad que como Gerard de Nerval, Arthur Rimbaud, Oscar Wilde, Franz Kafka, Porfirio Barba Jacob, Malcolm Lowry o César Vallejo mostraban a los seducidos por la poesía que el camino escogido era el más difícil posible, pues hasta la más humilde profesión es remunerada mientras la literatura en general y la poesía en particular eran seguros caminos hacia la pobreza, la indiferencia y la burla de los contemporáneos.

Salvo los escritores afortunados o los que hacían carreras políticas o diplomáticas al servicio de tiranos, la mayoría vivía una vida de privaciones que poco a poco los sumían en la desesperación, la marginalidad y la penuria, por lo que sus vidas semejaban a las de los mártires de los santorales religiosos. Muchos hemos conocido a ese tipo de escritor maldito que con modestia se dirige encorvado por las noches a su perdida vivienda a encontrarse con los libros que ama y a ser feliz viajando por el mundo y el tiempo como el más derrochador millonario. Pienso en grandes autores sabios como Paul Verlaine, Yasunari Kawabata, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti o Nagib Mafhuz. Ese hombre viaja por las civilizaciones y visita los lugares más exóticos mientras devora volúmenes con sus ojos enrojecidos de pasión y su quijotesco estómago vacío.

En estos tiempos en que son premiados con recompensas millonarias narcos, prostitutas, violentos, torturadores, delatores, criminales, arribistas, ignorantes y políticos venales, la literatura sigue siendo marginal, pero amplios sectores de la misma han emprendido el camino de la corrupción al servicio del poder y el dinero. Muchos autores exitosos, analfabetas que ni siquiera escriben sus libros, se ufanan como estrellas en las Ferias del Libro de una industria editorial corrompida, mientras son expulsados de ellas y rayados de las listas de invitados los verdaderos escritores.

Por medio de la propaganda editorial vehiculada por los medios masivos a los que pertenecen las casas editoras españolas que dominan en América Latina, se inventan genios de las letras, pensadores descerebrados, narradores que no han hecho jamás sus primeras letras, mientras grupos de modestos editores o ghost writers se encargan de escribir y armar los libros que serán los éxitos de la temporada y el centro de las ferias del libro.

Además se ha puesto de moda el escándalo y el exhibicionismo ramplones y suben a la fama los autores que más se destapan, insultan, cuentan intimidades de sus familiares, escritorzuelos que parecen escribir sermones imprecatorios llenos de insultos baratos y escatológicos e ideas de pacotilla para gusto de un consumidor nacional aferrado a sus manías y ridiculeces ancestrales de tribu. Desterrados quedan los grandes autores, los libros escritos por personas que han dedicado su vida a estudiar y pensar con rigor y a cambio nos venden siempre literatura de cuarto nivel cercana a los libros de autoayuda o a los panfletos iluminados de las sectas empresariales.

Esa es la literatura que hoy circula en ferias, escuelas y bibliotecas y se enseña en las universidades de América Latina y que las avorazadas editoriales españolas y sus empleados venden risueños mientras hacen sonar sus infectas cajas registradoras. El libro de temporada se vende como producto de supermercado y con fajillas coloridas que por lo regular mienten, quieren hacernos creer que el nuevo autor es siempre el genio sucesor del patriarca de turno y así cada temporada descubrimos a uno o dos genios nacionales que se inflan, porque lo patético del marketing es que la mentira no sólo la cree el estafado comprador, sino el supuesto autor que del semianalfabetismo premiado pasa a creerse, en un abrir y cerrar de ojos, el nuevo Homero, Conrad, Faulkner o Hemingway de turno.

El escritor y el lector adolescente es por fortuna mucho más rebelde y lúcido y sabe calibrar entre la oferta lo que sólo es engaño publicitario. La gran literatura abre caminos, viaja por senderos desconocidos y no por caminos trillados, molesta antes que ofrecer un producto que alimente las ideas fanáticas del momento. Por eso el lector adolescente es el que puede rebelarse contra la estulticia ambiente manipulada desde los centros de pilotaje de las editoriales multinacionales de hoy en el mundo y en particular las españolas que deciden entre eructos de chorizo el grado de genialidad de la literatura en sus súbditas colonias.

España, como decía el cruel pacificador gachupín Pablo Morillo al pobre sabio neogranadino Caldas antes de fusilarlo, “no necesita de sabios”. Entonces que los estafadores españoles se regresen con sus Pérez Reverte y sus genios coloniales hechos al vapor cada año y nos dejen a los latinoamericanos seguir la herencia de Rubén Darío, Huidobro, Vallejo, Neruda, Felisberto Hernández, Borges, Rulfo, Carpentier, Lezama, García Márquez, Cortázar, Onetti y Paz, entre otros muchos. No necesitamos que las editoriales españolas nos fabriquen con mañas de tenderos nuestros geniecillos dominicales en sus oficinas de Madrid o Barcelona. Que se vayan con su corrupto e infame negocio a otra parte.

lunes, 22 de diciembre de 2008

LAS AVENTURAS DE UNA DESTRONADA PAPISA LITERARIA


Por Eduardo García Aguilar

En su libro más reciente, Josyane Savigneau, la excelente biógrafa de Marguerite Yourcenar que durante tres lustros, hasta 2005, fue la papisa literaria francesa como joven y bella directora del suplemento literario de Le Monde, donde se hacían y se deshacían las trayectorias de los escritores, nos cuenta las peripecias de su defenestración burocrática y el destino que la llevó desde un modesto pueblo de provincia a los grandes y crueles salones literarios parisinos.

Nacida en 1951 en Chatelleraut, en el seno de una familia modesta, la vida de Savigneau se parece en mucho a la de los héroes inventados por los novelistas franceses del siglo XIX que, como Balzac o Maupassant, relataron con lujo de detalles los auges y las caídas de hombres y mujeres de provincia que subían a la elitista capital en busca del triunfo, el dinero, el amor y la gloria.

Al leer este libro, publicado en octubre de 2008 por la editorial Stock bajo el título Point de côté (Nada de lado), descubrimos lo poco que ha cambiado Francia a través de los siglos, fijada como está todavía en los usos y costumbres sociales de la vieja aristocracia del antiguo régimen, rodeada de relamidos cortesanos de peluca, y de la burguesía y la pequeña burguesía arribistas de tipo decimonónico que medra en ministerios, salones y sitios de moda como el Procope, el Fouquets, la Closerie de Lilas, Les deux Magots o El Café de Flore.

A Savigneau la destituyeron y metieron en un rincón del diario acusada de haber cedido el poder del suplemento a su amigo el gran don Juan y libertino Philippe Sollers, animador de la legendaria revista Tel quel, y con el que supuestamente se “acostaba”. Considerado brillante escritor y mundano de la “plaza”, Sollers era admirado por la periodista desde su adolescencia provinciana. También se le reprochó injustamente de favorecer a escritoras lesbianas o libertinas como Christine Angot, Catherine Millet y Virginie Despentes y a autores maleducados como el terrible Michel Houllebecq, en detrimento de otros escritores más tradicionales y razonables.

Pero en el fondo, la “plaza” y el “medio” no soportaban que esta “advenediza” hubiera acumulado tanto “poder literario” sin pasar por los senderos usuales de la élite. Todavía existen instituciones oficiales como la Escuela Politécnica, la Escuela Nacional de Administración, la Escuela de Ciencias Políticas y la Escuela Normal Superior, localizadas todas en el mismo barrio latino, a donde sólo acceden unas cuantas familias parisinas y de notables de provincia y fuera de las cuales es casi imposible llegar a los grandes puestos de la administración, la empresa privada o el mundo editorial.

Después de caer en desgracia, Savigneau decide contar todas las peripecias de una vida marcada por su origen modesto y el combate en ese medio dominado por hombres implacables de poder. Cuenta, paso a paso, su esgrima orgullosa frente a las humillaciones y los insultos que le propinaban los envidiosos parisinos y los enemigos que le achacan provenir de un barrio equivocado de su propia ciudad Chatelleraux y haber escapado al destino de ser una humilde “cajera de supermercado” para subir al trono de El mundo de Los Libros de Le Monde y a la amistad de grandes como Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Juliette Grecco, Doris Lessing, Philippe Roth y Marguerite Yourcenar, entre otras glorias que fueron seducidas por esta joven airada e inoportuna.

Le reprochan también su bisexualidad y el hecho de que nunca quiso ser la típica esposa o amante aplicada de un político o un financiero, como suele ocurrir hoy en el endogámico mundo en que política: favores sexuales, prensa, televisión y finanzas están entrelazados indisociablemente como en los tiempos de las cortes borbónica y napoleónica, donde todas y todos pasaban por la cama del rey, el emperador y de sus cortesanos.

Savigneau huye de su modesta provincia y decide enfrentarse al reto de conquistar Nueva York y estudiar allí periodismo a falta de una gran escuela francesa. Llega a trabajar como “muchacha” en una casa de ricos americanos para pagar sus estudios, pero se rebela pronto y se lanza sola a la ciudad ejerciendo todo tipo de trabajos de mesera o lavaplatos. Supera así todos los obstáculos y desde 1977 ingresa a Le Monde por méritos propios, con la alegría de haber vivido una inmersión profunda en la cultura y la lengua inglesas.

Poco a poco escaló posiciones hasta mandar en el más prestigioso suplemento, donde ejerció una crítica implacable de las novedades literarias. Gracias a ella los lectores pudieron leer durante tres lustros como columnista a Phillippe Sollers, cuya amistad le valió ganar sus enemigos, como el temido panfletario y chismoso de talento Jean Edern Hallier, habitante ya finado de la Place de Vosgues.

El mundo político y literario francés es un mundillo cerrado, impenetrable, que se sucede casi hereditariamente desde los tiempos del Segundo Imperio y decide en un abrir y cerrar de ojos el destino de autores, académicos y políticos. La prensa y el poder están imbricados en corruptelas de las que la cama no está nunca ausente como en las novelas libertinas del siglo XVIII y en las grandes sagas burguesas del siglo XIX. Las bellas cortesanas y los gigolós salen de los burdeles y escalan a las alturas del poder y a la gloria desde tiempos inmemoriales y los más vivos y astutos ascienden a la fama literaria aunque también caen sin misericordia como ocurrió con el macarrónico millonario y best seller Paul Louis Sulitzer.

La “cajerita de supermercado” Josyane Savigneau vuelve a recordarnos todo esto y se defiende contándonos su vida y sus encuentros con editores o críticos leales o desleales como Claude Durand, Françoise Verny, Hector Bianciotti o Angelo Rinaldi, advenedizos como ella estos dos últimos que coronaron su carrera con el ingreso a la Academia Francesa por medio de intriga s de novela que deberían ser contadas.

Pero ella dice ser sólo una modesta periodista, pues periodismo y literatura nada tienen en común y nos dice que si ahora publica este libro es para dejar testimonio de su aventura en ese mundo cruel, del que escapó a una isla donde compró una casa con las regalías de su biografía sobre su amiga, la gran Marguerite Yourcenar, autora de las inolvidables Memorias de Adriano.

domingo, 7 de diciembre de 2008

LAS NOCHES PARISINAS DE TABLADA

Por Eduardo Garcia Aguilar
José Juan Tablada (1871-1945) es uno de los escritores mexicanos más fascinantes, ya que no sólo dejó una obra poética original sino que escribió miles de artículos y crónicas como solían hacerlo sus infatigables compañeros modernistas latinoamericanos en periódicos y revistas del continente.
La vida le deparó desde temprano viajes que lo ligaron a otras culturas como la de Japón, que visitó en 1900, Francia, donde estuvo entre 1911 y 1912, y Estados Unidos, donde vivió parte de su vida y murió este devorador de todas las cosas. En esos países se nutrió de ámbitos extraños que perfeccionaron su visión del mundo y dieron aliento a su poesía para sacarla de la retórica ambiente y proyectarla a una permanente juventud y experimentación.
En Nueva York fue uno de los centros magnéticos de la cultura latinoamericana, pues en esa metrópoli insomne tuvo acceso a todo tipo de sensaciones que alimentaron su desaforada dispersión intelectual. Pero venía de la capital mexicana, de la que siempre hablaba con nostalgia al escribir sus crónicas desde el extranjero, afectado por las noticias de la devastación provocada por los conflictos sociales y la Revolución, que llevaron a la caída del dictador Porfirio Díaz.
Como todos los modernsitas, Tablada tuvo su París y nada más curioso que leer ahora la edición original de las crónicas parisinas Los días y las noches de París, (Viuda de Ch. Bouret. México. 1918. 214 páginas), que adquirí en un acto tabladiano hace tres años en la Librería Madero, donde el poeta, con ojo avisado, nos relata los instantes vividos en la ciudad, considerada entonces la luminosa capital artística del mundo.
Relatada desde del otoño de 1911 a la primavera de 1912 en arbitrarias acuarelas que enviaba a la Revista de Revistas o en cartas y pedazos de diario donde contaba lo que veía, París se nos antoja allí mucho más cercano de lo que insinuaría el paso certero de un siglo.
Solemos los contemporáneos del siglo XXI creer que nuestros antepasados vivían un mundo atrasadísimo e ingenuo y pensamos que la supuesta modernidad desbocada de hoy es única y original. Pero basta revisar estas crónicas, que también fueron editadas por la Universidad Nacional Autónoma de México en 1988, para darnos cuenta que París ha cambiado muy poco y que sus descripciones no difieren mucho de las que hiciera un cronista latinoamericano de hoy.
Por supuesto que ahora hay muchas comodidades impensables para aquella época como los celulares, la TV, los jets, las computadoras e Internet, que muchas enfermedades están controladas y otras nuevas como el sida han surgido, pero la pobreza y la soledad, la miseria y el olvido reinan igual que entonces al lado del derroche de los privilegiados en los mismos barrios y bulevares.Los malevos descritos en su crónica Fantasmas de apaches por Tablada, quien presencia un crimen cinematográfico desde un tranvía, siguen tan presentes como antes, y en los mismos lugares de hace cien años los dandys de hoy van a tenis a Roland Garros y a las carreras de caballos de Auteuil, mientras viciosos, dealers, prostitutas, gigolós, drogadictos y ladrones pululan en Montmarte, Pigalle, Bastille o Montparnasse con idéntica intensidad que a comienzos del siglo XX.
Cuando describe a los jóvenes artistas bohemios latinoamericanos que se hacinaban en buhardillas de nueve metros cuadrados para fumar, beber y copular en medio de la tuberculosis y la sífilis, lejos de su tierra, parece retratar a los jóvenes extranjeros y provincianos franceses actuales que hacen su París y pasan dificultades similares que sus ancestros de hace un siglo.
En la carta crónica Los luchadores vencidos, Tablada lamenta el estado del joven pintor mexicano Juan Mora que está flaco y abatido, afectado por la tisis en una buhardilla de la rue Monge, lejos de su madre lejana, pero rodeado de dos mexicanos, un artista colombiano y una pelirroja, que se reúnen para verlo mientras beben y comen charcutería y queso sobre un periódico, por lo que exclama "¡Ah, ese París, lo que le confiamos y lo que nos devuelve!".
Con Tablada descubrimos a Diego Rivera que vive en Montparnasse con Angelina Beloff, visitamos la tumba del pintor Julio Ruelas sepultado en el cementerio de Montparnasse antes de que allí se instalara también para siempre Porfirio Díaz. Y lamenta la muerte prematura de ese artista que reposa bajo la bella escultura de una hembra de mármol. Y como hoy se hace en los salones de la FIAC o en el Salón de Otoño, visitó la obra de los pintores del mundo expuestos en el Grand Palais para destacar allí el éxito del mexicano Ángel Zárraga y observar con menos entusiasmo lo expuesto por Diego Rivera y el Doctor Atl.
Y vemos a la Bella Otero o a Mistinguette actuando en los cabarets, o a la sáfica Colette en el teatro, visitamos las mismas viejas librerías y galerías del muelle Voltaire o las callejuelas de Saint Germain, Le Marais o Palais Royal, atendidas ahora por los descendientes, así como los antros de prostitutas, cabarets, bares y comederos de siempre, algunos de los cuales como Chartier, Bollinger o Polydor siguen ahí sin mucho cambio.
Tablada dedica una emocionada crónica al gran poeta argentino modernista Leopoldo Lugones, a quien visitó en su casa de Passy y con quien tuvo la fortuna de ser amigo. Así como hace décadas los latinoamericanos saludaban al superparisino Julio Cortázar, el de Rayuela, Lugones fue el gran escritor que conmovió con su sencillez a un admirativo Tablada.
Tablada vivía en una casa de estilo japonés en Coyoacán, saqueda según la leyenda por los revolucionarios. Ausente en París, se lamenta de los colgados y los fusilados dejados por la violencia en su país y que aparecen en las noticias de la prensa francesa, así como hoy se lamentaría de los ejecutados, decapatidos y deslenguados que en el México actual.
O sea que si el poeta volviera hoy a visitar la tumba de Ruelas en Montparnasse o caminara de nuevo por Campos Elíseos, Montparnasse o Bastille, comprendería que el actual mundo de guerras, atentados y crisis financieras no es menos bárbaro ni menos genial que el descrito por él hace un siglo con su escritura ágil y desordenada de lúcido viajero.

sábado, 15 de noviembre de 2008

UN AFGANO EN LA CORTE DEL REY GONCOURT


Por Eduardo Garcia Aguilar

Los periodistas e invitados atacan con voracidad el buffet situado a la entrada del tradicional restaurante Druot, donde desde hace más de un siglo se entrega el premio literario más prestigioso de Francia, instituido por Edmond de Goncourt en 1896 y que consagra cada año una novela de autores francófonos, entre quienes sobresalen Henri Barbusse, Marcel Proust, Andre Malraux, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y Michel Tournier.

El vino corre a raudales mientras los famélicos escritores y enviados de prensa, radio y televisón devoran las deliciosas carnes y los panes que untan con una inmejorable mayonesa de la casa que hace perder la razón a los degustadores. En el pequeño espacio rectangular de la entrada, rodeado por materos de árboles pequeños, todos discuten sobre las distintas probabilidades y comentan en torno a las intrigas y rumores que siempre preceden a la decisión, considerada como un golpe financiero milagroso y salvador para la editorial ganadora.

Los muros del restaurante situado en la plaza Gaillon están adornados con las firmas de los ganadores del galardón. Al frente está situado otro famoso restaurante propiedad del adorado actor Gerard Depardieu. En esta pequeña plaza cercana a La Opera, el Louvre y la Bolsa acuden a divertirse algunos potentados y estrellas de la farándula o la mundanidad literarias. El famoso comentarista gastronómico Jean Luc Petitrenaud llega y de inmediato las cámaras se activan; después aparecen directores de programas televisivos literarios como los famosos Bernard Pivot y Franz Olivier Giesbert, entre otros. Y entre ellos mujeres muy perfumadas, con sus caras estiradas de manera despiadada por los cirujanos estéticos.

Por lo regular los premios Goncourt son criticados por su insignificancia, pues muchas veces los jurados no logran un acuerdo y se deciden por un libro de compromiso que será totalmente olvidado unos meses después. Por tal razón son más las grandes obras ignoradas por los jurados, muchas veces coludidos con las poderosas casas editoriales, que las premiadas, y mucho más la vanidad y el capricho los triunfantes. Cada año alrededor del 10 de noviembre se anuncian en el mismo lugar y el mismo sitio los premios Goncourt y su hermano menor de consolación el Renaudot, con lo que se termina antes de navidad la temporada literaria, iniciada en septiembre con la publicacion anual de unas 700 novelas.

Adentro, en el bar Yann Queffellec, que lleva el nombre de un ex Goncourt bretón vivo que está ahí tomando vino junto a todos nosotros, la prensa agolpada espera que bajen por las escaleras rodeadas de espejos del restaurante los miembros del jurado, para anunciar al fin el nuevo elegido tras deliberaciones llevadas a cabo en un estrecho salón de la parte alta. En esta ocasión actúan dos nuevos jurados recién nombrados para airear los criterios del premio, el magrebino Tahar ben Jeloum y el francés Patrick Rambaud, también ganadores del premio. Entre los jurados figura su presidenta Edmonde Charles-Roux, Jorge Semprum, Michel Tournier y el portavoz Didier Decoin, que aparece de repente y anuncia a quemarropa que el laureado este 2008 es un extranjero: el guionista afgano Atiq Rahimi, de 46 años, por su novela Syngué Sabour, piedra de paciencia.

Descontrol total. El afgano ha ganado por 7 votos contra tres al francés Michel Le Bris, un bretón barbudo y corpulento que organiza en Saint Malo cada año el Festival Impresionantes Viajeros. ¿Cuántos escritores franceses que han trabajado toda la vida para crear una vasta obra se ven así descabezados en la recta final por un apuesto cineasta afgano, hijo de gobernador, que llegó a Francia en los años 80 y luego de publicar dos novelas traducidas del farsi, decide publicar este casi guión de 150 páginas para llevarse la gloria?, pregunta un hombre agitado que ya va por su tercera copa de vino. Antes, el premio fue ganado por extranjeros como el ruso Andrei Makine y el marroquí Tahar Ben Jelloum. Alguna vez un modesto y joven vendedor de periódicos en un kiosko, Jean Rouaud, lo obtuvo, pero después se convirtió en uno de los valores mas firmes y respetados de las letras actuales francesas, recuerda otro.

La presidenta Edmonde Charles-Roux dice que la novela del afgano no es un "bazar oriental" y está escrita con una "prosa quirúrgica". Syngué Sabour es una piedra mágica a la que se le cuentan las penas. La novela publicada por la editorial POL relata la historia de una mujer que cuida a su marido agonizante y en coma por heridas de guerra en un lugar que "puede también ser Afganistán" y en ese "huis clos" ella se libera mentalmente de la horrible opresión religiosa y social islamista a la que las mujeres están condenadas allí. Muchos críticos coinciden en que es un guión cinematográfico adaptado con rapidez a novela corta. Pero ahora las editoriales deben jugar a que la novela traiga en el paquete la posibilidad de una película y por ende ganancias suplementarias. El afgano ya fue premiado en Cannes por una de sus películas y sin duda llevará al cine esta historia que brincó de inmediato a la lista de los best-sellers.
Afuera todos vuelven a caer sobre las viandas, vinos y quesos ofrecidos por la casa. Hay que esperar la llegada de la nueva estrella y mientras eso ocurre las copas van y vienen y las discusiones de los impertinentes y los colados a la recepción. Otros ya hacen la digestión recostados contra las paredes. Nadie pide nada en el bar: para qué, pues hay vino gratis afuera. Y de repente llega en taxi a la plaza Atiq Rahimi con sombrero de explorador, bufanda de cachemir, chaleco afgano, gafas rectangulares de marca, ojos verdes y una serenidad de cineasta a toda prueba frente a mil cámaras y micrófonos. Dice que "habla de todas las mujeres afganas como de todas las mujeres del mundo" y que ellas, bajo la burka, tienen deseos y pasiones como las demás. Un alto valet uniformado trata de protegerlo de los golpes de las cámaras, lámparas y micrófonos, pero él sigue impasible, orgulloso de pertenecer a un país donde estuvieron los griegos milenarios, un país que siempre fue encrucijada de culturas.
Y al fin el se abre paso y entra al restaurante como un afgano en la corte del rey Goncourt que da fama efímera en Francia y traducciones en todo el mundo. En otra sala el africano Tierno Monenembo acaba de ganar el premio Renaudot con su novela "El rey de Kahel", publicada por Seuil. Pero el guineano de 61 años está en Cuba y se ha ahorrado el bochornoso espectáculo. Al fin de cuentas, este otro premio es sólo de consolación, pero entre sus ganadores figura Louis Ferdinand Celine con su Viaje al fondo de la noche. Las críticas arrecian y oigo gritar a una señora algo ebria: "Claro, los premiaron porque ganó Obama, así son" Y agrega con altanera ironía: "¿Tendrán los papeles en regla?".

viernes, 14 de noviembre de 2008

CLAUDE LEVI STRAUSS ESTA VIVO


Por Eduardo García Aguilar

Casi centenario, Claude Levi-Strauss (1908) caminó en 2005 hasta el Instituto Catalán de Cultura de París, erguido, enfundado en un traje ajustado gris, chaleco, y con un paraguas colgando de su brazo, como una figura intemporal de otra época, incluso futura. Este hombre contemporáneo de Jean Paul Sartre había recibido un importante galardón catalán y caminaba tranquilo por las calles de Saint Germain de Prés y Odeon, no lejos de la Antigua Comedia y el restaurante Procope, donde solían ir Voltaire y sus contemporáneos los enciclopedistas dieciochescos a comer y beber antes de la Revolución.

Parecía mentira verlo en la excelente fotografía del argentino Mordzinsky caminando por esas calles, en la flor de sus 97 años, como el último gran mito viviente del pensamiento y el saber del siglo XX francés. Todos sus discípulos y amigos desaparecieron hace tiempos. Las glorias del estructuralismo, al que se le atribuye la paternidad, murieron hace décadas en diversas circuntancias, como el gran polígrafo Roland Barthes, aplastado por un camión o el filósofo post-marxista Louis Althusser, loco, después de estrangular a su esposa. Y sus más famosos maestros, los grandes etnólogos Marcel Mauss y Levy Bruhl, vestidos con anacrónicas levitas, de bigote retorcido, sombrero y lentes quevedianos, se internan en un pasado remoto, mucho más cercano al siglo XIX que a este siglo XXI, por donde deambula ahora Levi-Straus con su sonrisa irónica de sobreviviente. A esos viejos maestros él rinde homenaje con afecto pero sin complacencia en las primeras páginas de su extraordinaria obra Tristes trópicos.

Levi-Strauss sobrevivió a todos los peligros en las selvas y planicies amazónicas en los años 30 y 40, a donde viajó para anotar la vida cotidiana, los usos y costumbres de las últimas tribus casi vírgenes del planeta; se salvó de todas las acechanzas en Oriente, a donde también fue en pos de los rastros fósiles del pasado humano; sobrevivió a la persecución nazi-fascista de los judíos y pudo huir de Europa en barcos que lo llevaron al Caribe y a Estados Unidos, cargado de maletas y apuntes; venció todas las fiebres tropicales y picaduras de mosquitos, culebras y zancudos; hizo temblar la mano de los asesinos o se salvó milagrosamente de atracos y asonadas en la inmensidad de las selvas, por ríos caudalosos y pueblos perdidos que recorrió con espíritu científico para explorar las leyes del parentesco, la arqueología de los tabúes y las coloridas costumbres, lenguajes y expresiones artísticas y míticas de los aborígenes, para él tan sabios o más que los bárabaros hombres civilizados de un siglo XX bañado en la sangre de las guerras.

Levi-Strauss está vivo: cuando responde a las pre guntas de algún periodista televisivo lo hace con una sabiduría y una inteligencia admirables no carentes de ironía. Desde su venerable ancianidad, en el fondo de un abullonado sofá de cuero, junto a los viejos relojes de su viejísima morada, al hablar de religiones y creencias, de saberes y sabores, el viejo nos muestra que su enorme talento y brillantez están por encima del tiempo. Ese anciano es más moderno que todos los jóvenes juntos y pertenece a una generación de sabios y hombres que vivieron jóvenes las dos grandes guerras y en medio del holocausto escribieron obras fundamentales como Mircea Eliade, Ernest Junger, Jean Paul Sartre, Hannah Arendt, Karl Popper, Isaiah Berlin o Walter Benjamin, entre otros muchos. Fue una generación que se fraguó en medio de las más atroces guerras de la historia y entre la precariedad escribió las obras más sólidas y luminosas. Y además del saber se expresaron por medio de escrituras, de estilos admirables.

El autor de Las estructuras elementales de parentesco, Raza e historia, Tristes trópicos, El pensamiento salvaje y Mitológicas, entre otros libros, saltó a la fama mundial y popular en 1955 cuando en Tristes Trópicos relató sus experiencias de etnólogo e investigador para el gran público. Publicado en la colección Tierra humana, dirigida por el viajero Jean Malaurie, especialista en los esquimales, Tristes tropicos se volvió rápido uno de los grandes libros del siglo XX. Lo escribi ó en unos cuantos meses, del 12 de octubre de 1954 al 5 de marzo de 1955, culpabilizado por violar el rigor de los grandes académicos y dejar libre curso a su prosa encantadora, para contar paso a paso las aventuras que vivió al hacer sus investigaciones en las tribus " salvajes " de Oriente y Occidente.

El libro comienza con la ya legendaria oración "odio lo viajes y los exploradores ", con lo que indicaba el horror que sentía al lanzarse a una obra de intimidades autobiográficas donde no campea la lejanía helada del lenguaje académico. Y todavía, medio siglo después de su publicación, no entiende porqué él es más conocido en el mundo por este libro y no por las otras obras suyas, que él considera decisivas. El secreto es muy simple: la prosa que esgrime Levi-Strauss en Tristres trópicos se alza al nivel de las mejores en lengua francesa, al lado de escritores como Voltaire y Chateaubriand, como lo atestiguan esas diez páginas sobre el crepúsculo, escritas en 1935 en el barco, antes de llegar a Brasil.

Es claro que el autor escribe con soltura, armado de todas las cualidades de una formación académica excepcional y también de un amplio conocimiento de los clásicos. No sólo lo que dice es profundo, conmueve, nos hunde en la extraordinaria aventura humana, ayuda a situarnos en la inmensidad del cosmos y del globo terráqueo y al interior de la naturaleza y las especies que lo habitan, sino que además está escrito por un mago de la escritura.

Su prosa vibra, huele, suena, sangra, se mete en los más extraños recovecos, levanta polvos milenarios, a través de extensos pasajes donde nos describe las maravillas del extenso Brasil con sus interminable selvas y sus ciudades en plena formación y la India con sus arcaicas metrópolis y su sorprendente actualidad. El París de sus años estudiantiles, el éxodo por la guerra, la aventura de participar en la fundación de la universidad moderna brasileña y la exploracion de la India y otros países e islas asiáticas quedan plasmadas en medio millar de páginas magistrales.

Pero lo increíble es que Levi Straus está vivo todavía entre nosotros como el tótem viviente de la aventura del saber y la palabra, una figura donde confluyen el rigor moderno de las ciencias humanas y el talento literario que lo izará sin duda al lado de los grandes prosistas de la lengua francesa.
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* Levi Strauss cumple 100 años a fines de noviembre

domingo, 9 de noviembre de 2008

EL GARCíA MARQUEZ MEXICANO


Por Eduardo García Aguilar

(Tomado de Excélsior, México, domingo 2 nov 2008)

La leyenda lo muestra en foto fija con sus camisas frescas de coloridas flores, con impecable traje claro y botines italianos, enfundado en el amplio overol de técnico novelístico, o en guayabera y pantalones de lino a la Gran Gatsby, junto a un coche de colección, ante las murallas de Cartagena de Indias.

Pero en el patio de la casa de Luis Cadoza y Aragón, en el número 1 del Callejón de las Flores, en Coyoacán, bajo un sol azteca de mediodía, entre sillas pintadas de azul con flores michoacanas y la alegría del coctel, García Máquez se aferra a las manos de Fernando Benítez en esta ciudad donde es libre y puede llamar a su vecino Alvaro Mutis para comentarle de un nuevo hallazgo musical o deambular en busca del restaurante donde en 1961 se comió unos tacos de nenepil. Una admiradora no se atreverá a pedirle un autógrafo para su cuaderno de firmas ilustres, iniciado por su madre en Roma, y donde hay firmas de D’Annunzio, Salvador Dalí y Rómulo Gallegos, pero Carlos Monsiváis, que es el único mexicano que deambula sin miedo por la bogotana Avenida 19, pasará a saludarlo entre la algarabía del vino.

De repente el maestro habrá desaparecido como por encanto de la casa del guatemalteco. ¿Dónde está el maestro? Tal vez lea Diario del año de la peste de Daniel Defoe en su casa de la calle Fuego, cubierta de hiedra, o levite con Melquíades en búsqueda de la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, para volver por el río Magdalena hacia su infancia perdida. O tal vez se dedique a recorrer las calles de la ciudad donde fraguó su obra principal. Por ejemplo la colonia Portales, donde trabajó en cierta imprenta y filmó María de mi corazón de Jaime Humberto Hermosillo, y donde escuchó por primera vez la palabra cruda, que prefirió a la colombiana guayabo para referirse a la resaca en Crónica de una muerte anunciada. Esa misma ciudad que le dio a conocer los prodigios narrativos de Juan Rulfo y lo hizo reflexionar sobre el idioma castellano en sus diversas vertientes.

El maestro de Macondo dice en el artículo « La conduerma de las palabras » que, “para mí, el mejor idioma no es el más puro, sino el más vivo. Es decir: el más impuro. El de México me parece el más imaginativo, el más expresivo, el más flexible. Tal vez porque es la lengua de emergencia de una nación que olvidó los idiomas nacionales antiguos, y al mismo tiempo aprendió mal el que trajo Hernán Cortés. La síntesis logra a veces dimensiones mágicas. Sólo un botón de muestra: en México existe, con su significado completo, la palabra mendigo. Pero hay otra, que es la misma, pero pronunciada como esdrújula: méndigo. Suele usarse más como adjetivo, y significa, más o menos, miserable. Los mexicanos tienen para las dos una explicación deslumbrante: Mendigo es el que pide limosna, y méndigo el que no la da.”

Además del nombre de Eréndira, que descubrió en la región tarasca para el personaje de la adolescente explotada por la desalmada abuela, en México se impresionó por la existencia de los fríjoles saltarines que se mueven al parecer por la obra de una larva interior, o por el ajolote o axolotl, el extraño animal de aguas que maravilló a Cortázar, o por los nombres fulgurantes descubiertos y combinados por Rulfo en las lápidas de las tumbas, como Fulgor Sedano, Matilde Arcángel y Toribio Alzate, entre otros, o por el pie de Santa Anna y la mano de Alvaro Obregón, sin mencionar las habladas de borrachos, las mulatas destrampadas y el vivir un poco al desgarriate, o los petates del muerto.

Idioma prehispánico y novohispano en plena ebullición, el de México se tensa con el inglés vecino, para dar unas de las formas del habla más vivas en el ámbito hispanoamericano y prueba de su fuerza ha sido la presencia incesante de escritores del resto del continente en ese país, desde Rómulo Gallegos a Barba Jacob, desde Demetrio Aguilera Malta a Otto Raúl Gonzalez, desde Pablo Neruda a Manuel Puig, sin mencionar el amplio exilio español, argentino, chileno y centroamericano. En todas esas obras hay huellas del esplendor del habla mexicana y puede decirse sin temor a dudas que el latinoamericano o español que haya vivido en la que fue antes nueva España termina por flexibilizar el instrumento que da vida a su obra.

El caso de García Márquez no es la excepción: desde los guiones literarios que escribió cuando se creyó traicionado por la literatura hasta Cien años de Soledad, y desde esa obra central hasta los cuentos de La increíble y triste historia de la cándida eréndira y de ahí para adelante, excepto tal vez El otoño del patriarca, que escribió en Barcelona, México ha sido sustancia necesaria de su obra. El rastreo de esos rasgos no es difícil, pero la obra maestra que escribió en una casa de San Angel Inn entre 1965 y 1966, no hubiera sido la misma sin las incrustraciones del vivo idioma castellano hablado en México y sin el entusiasmo de vivir en un crisol central de la cultura latinoamericana.

El México donde circulan todos los libros y todas las ideas, el México de los desterrados interiores o exteriores, pero en especial el México de los muertos y los fantasmas, el México surreal de Buñuel, ese México de las calaveras que es todo ficción y termina por devorar a los creadores que lo habitan en el más fascinante delirio. El México que reclama con todo derecho a su hijo García Márquez, al mismo tiempo que lo hace la Colombia andina, el Caribe, la madre patria España y las múltiples encrucijadas del Mediterráneo, mar en torno al que nacieron la Odisea y la Eneida, la Biblia, El Corán, la alquimia y las Mil y una noches, entre otros mundos que nutren de punta a punta la obra de este García Márquez más mexicano que el mole.






EL EJEMPLO DE OBAMA PARA COLOMBIA


Por Eduardo Garcia Aguilar

El triunfo histórico de Barack Obama en Estados Unidos y el fin de la pesadilla neoliberal y bélica del cow boy George W. Bush, debería traer consecuencias a largo plazo para Colombia, país que vive desde hace siglos bajo el dominio de una férrea oligarquía bogotana aliada a los gamonales regionales y a la delincuencia narcoparamilitar o de cuello blanco que le es útil y luego desecha.

Al llegar a la presidencia norteamericana, cerrando el ciclo iniciado por los luchadores sociales negros que se enfrentaron a los esclavistas del sur y al realizar el sueño de los asesinados Martin Luther King y Malcom X, Obama logra un efecto simbólico que puede traer consecuencias salutarias en el mundo. Antes, el gran líder negro sudafricano y Premio Nobel de la Paz Nelson Mandela logró con paciencia desde la cárcel encabezar una revolución imposible contra el Apartheid de los colonizadores blancos, convirtiéndose en líder moral de las causas humanistas mundiales.

Poco a poco en América Latina, desde el margen, aparecieron líderes populares en países donde las oligarquías dominaron a lo largo del siglo. En Brasil el obrero Lula da Silva llegó al poder y fue reelegido en comicios intachables, en Venezuela el polémico mulato Hugo Chávez fue elegido democráticamente, en Bolivia el indio Evo Morales logró el poder en elecciones limpias y en Ecuador Rafael Correa se impuso con las armas del voto. Estos ejemplos se agregan a la alternacia aplicada en el resto de países latinoamericanos. México vivió una revolución a comienzos del siglo XX que dio apertura a los campesinos e indígenas, hasta entonces dominados por una feroz casta aristocrática que llegó a su clímax con los « científicos » de Porfirio Díaz.

El Partido Revolucionario Institucional logró durante medio siglo en México, con su lema « Sufragio efectivo, no reelección », airear las élites de poder y ofrecer movilidad social. Las legislaciones agrarias e indígenas contra el latifundo y por el ejido y otras formas de propiedad comunal, lograron relativa estabilidad en el campo. El lema « Sufragio efectivo, no reelección », así como la aplicación de leyes contra el latifundio y por la propiedad comunal serían útiles en Colombia para airear las élites de poder, garantizar la alternacia y traer cierta concordia en el campo. En eso llevamos siglos de atraso y tal vez la marcha indígena actual hacia Bogotá es un primer paso histórico de corte obamiano.

En Centroamérica los regímenes más duros llegaron a su fin y después de los acuerdos de paz con las guerrillas, países como Guatemala, El Salvador y Nicaragua buscan con dificultad la estabilización de sus democracias, mientras luchadores tan importantes como los premios Nobel de la Paz Rigoberta Menchú y Oscar Arias alzan la bandera de la tolerancia.

Sólo en Colombia el movimiento de la historia que en toda América llevó al cambio y a la alternacia, se ha mantenido congelado con la represión de las oposiciones por parte de una oligarquía bogotana que domina todas las esferas del poder: ejecutivo, legislativo, prensa escrita, televisón, radio, economía, diplomacia, banca, empresa, dejando al resto de colombianos sólo la tarea de ser sirvientes o forajidos. Cuando alguien se opone a los designios de la oligarquía se le califica de resentido, subversivo, lobo, mamerto, negro, indio, guerillero, terrorista y en casos extremos se le asesina, como ocurrió con Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán y miles de sindicalistas, campesinos o líderes populares que reposan, anónimos, en las fosas comunes.

Actualmente el lenguaje de la Casa de Nariño es el de la violencia y la intolerancia y la descalificacion implacable de todos los críticos y opositores nacionales y extranjeros. En vez del análisis serio de los problemas nacionales y de la coyuntura internacional, se usan dos o tres adjetivos reiterativos con los que se quiere resumir la historia y la actualidad sociopolitica del país. El gobierno actual actúa como los avestruces que esconden su cabeza en la arena para no ver la realidad circundante y enfrentarla con inteligencia y ponderación. Todavía no ha visto lo que pasó en Estados Unidos. Colombia se convirtió así en el avestruz del continente.

Y ocurre algo que nunca pensamos ocurriría en un país donde hasta los viejos oligarcas respetaban las reglas de la no reelección y no cambiaban la Constitución a su antojo como si fuera un trapo de cocina. Ahora un hombre quiere perpeturse en el poder cerrando el paso incluso a los delfines de la propia oligarquia que lo apoya y hacen ya fila con sus apellidos bogotanos para llegar al llamado solio de Bolívar. Algunos analistas dicen que hablar de oligarguia en Colombia es anacrónico: pero bastaría una somera revisión de las esferas de poder actuales para darnos cuenta que sólo algunas familias dominan todas las instancias del poder político, ejecutivo y mediático y que los nombres barajados en las élites como posibles candidatos presidenciales son casi todos nietos de expresidentes.

Desde la Zona Rosa de Bogotá esas élites no ven a la otra Colombia y si la ven es sólo para bombardearla o llevarla a las fosas comunes. El parte de victoria es el número de abatidos como ratas, pero nada más : nunca se preguntan por qué miles de siervos y peones se van a los montes y ni siquiera quieren escucharlos como en su tiempo no escuchaban a los negros en Estados Unidos y a los indios en México, Bolivia y Guatemala. Ojalá que la oligarquía nuestra aprenda la lección de Obama y que aires de verdadero cambio democrático reinen por fin en una Colombia sin Apartheid.

lunes, 27 de octubre de 2008

BARRANQUILLA Y PARÍS EN JULIO OLACIREGUI


Por Eduardo García Aguilar

Ahí estaba esa noche de invierno de 1978 junto a la sagrada fuente de Saint Michel, alto, cubierto por una amplia cazadora y la bolsa arhuaca y en su mano el grueso guante de cuero café que me trajo desde Toulouse, donde lo perdi y Jacques Gilard lo encontró. Así conocí a Julio Olaciregui Ospina, nacido en Barranquilla en 1952, novelista, poeta, dramaturgo, bailador de congo, amante de máscaras y cocodrilos, dibujante, filmador escondido, erotómano y lector apasionado de Samuel Beckett, Roland Barthes, Julio Cortázar, Wole Soyinka, Toni Morrison y André Gide, entre otros muchos.

Nos saludamos junto a esa fuente donde el ángel derrota a la serpiente alada con su lanza medieval, ante la mirada de los leones que manan agua turbulenta por su bocas aguerridas. Una placa celebra allí a los franceses y extranjeros que lucharon y murieron por la Liberación de París, entonces invadida por los nazis, a toda esa gente que recobró la esperanza leyendo los inolvidables poemas llenos de aire y amor de Paul Eluard, el autor de Capital del Dolor, un clásico de la posguerra. La primera vez que lo vi Julio estaba ahí y miraba desde las alturas de su estatura africana con mirada de águila, mientras una sílfide alemana nos seguía sigilosamente hacia la rue de Canettes a tomar un vino en el legendario Chez George.

Michel Foucault había dado su curso aquella mañana en el Colegio de Francia y Paul Leauteaud había tosido tres veces rumbo abajo por la rue du Bac, como quien se despeña por los caminos inciertos de la prosa. Todo era tan reciente entonces que de las atarjeas lluviosas caían huevos prehistóricos enormes y alargados como conciertos de jazz de Chet Baker.

Julio Cortázar seguía creciendo día a día, cada vez más joven en el bistró de la esquina de la rue Jacob, así como lo vi en Toulouse, sentado junto a la novelista colombiana Alba Lucía Angel, que vestía jeans, tocaba guitarra y cantaba canciones de protesta. Cortázar tenía la cara surcada de arrugas profundas, pero desde lejos parecía un muchacho alto y enamorado como ahora parecía su tocayo Olaciregui mientras cruzaba la place Saint Sulpice hablándome de que Santiago Mutis Durán le iba a publicar en Colcutura su primer libro, Vestido de Bestia.

¿Vestido de Bestia ? Un libro de historias parisinas donde siempre aparece el personaje africano Café Café con sus escobas en la mañana húmeda de la rue Rambuteau, junto al recién inaugurado Centro Pompidou. Así comenzaba el camino editorial de Olaciregui, quien ya desde antes había trabajado en El Heraldo de Barranquilla y de allí se trasladó a Bogotá como reportero de terreno de El Espectador al lado del infatigable Antonio Morales, husmeando en los juzgados, la morgue y en el sacrosanto Congreso colombiano. Desde ese encuentro Julio ha seguido ejerciendo la literatura como es de verdad: una forma de vivir y respirar. Porque la literatura y las artes en general son para él una forma de vida, una manera de ser amigo, padre, hijo, hermano, tio, escritor, actor, criatura viviente en el planeta tierra, que es « azul como una naranja ». Y más allá, esa literatura que vive, ejerce y medica como brujo y chamán, es para él una forma de explorar, abrir caminos distintos, rebelarse, experimentar, molestar, reir, danzar, jugar con la máscara, seducir y derretir estatuas.

De su imaginación han salido hasta ahora los libros Vestido de Bestia (1978), Los domingos de Charito (1986), Trapos al sol (1991) y la reciente obra río Dionea (2007), donde siempre están presentes las calles de Paris y de Barranquilla, sus dos ciudades Mamá Grande imbricadas en un carnaval literario. Y eso sin contar la vasta obra inédita que está saliendo poco a poco En la línea de Raymond Roussel, Antonin Artaud, Georges Bataille, Roland Topor, Samuel Beckett y Julio Cortázar, en la via de los surrealistas y los exploradores de los sentidos ocultos, Olaciregui ha escrito una de las obras más interesantes y excéntricas de la literatura latinoamericana de su generación, al lado de autores contemporáneos tan notables como el argentino César Aira, el colombiano Roberto Burgos Cantor y el chileno Roberto Bolaño, una literatura que va más allá de los estrechísimos límites de las literaturas parroquiales con bandera, himnos, narco-sicarias revertianas, pistolas y funcionarios de corbatas de funeraria.

Todo comenzó en Barranquilla, la ciudad moderna de la Costa Atlántica situada junto a la desembocadura del río Magdalena, donde nació y creció al calor del Carnaval y la explosión artística de un grupo de maestros mayores compuesto Alvaro Cepeda Samudio, Alejando Obregón, Gabriel García Márquez, Héctor Rojas Herazo, Alfonso Fuenmayor, Rafael Escalona y Germán Vargas, entre otros. La misma Barranquilla del boxeador Kid Pambelé y del cartagenero Joe Arroyo, compañero de generación y delirio, la urbe tropical de los famosos carnavales que él lleva siempre adentro con sus máscaras y su alegre deseo de tomarle el pelo al destino y « mamarle gallo » a la solemnidad y a la propia literatura que los otros convierten en estatua de cartón piedra.

Allí en Barranquilla, trabajando en el periódico y charlando con los novelistas Alberto Duque López, Ramón Illán Bacca y Ramón Molinares Sarmiento, y el filósofo Numas Armando Gil, Olaciregui realizó sus primeras batallas básicas, antes de partir al « extranjero », a Medellín, la capital de la muy católica y puritana Antioquia, a donde todos iban entonces a hacer la Universidad y en donde conoció al novelista y periodista Juan José Hoyos, otro de su cómplices de formación.

Al final París lo conquistaría y sacaría de su patria inicial hace ya tres décadas, para introducirlo a los campos magnéticos de sus calles y a los salones de clase de la Facultad de Letras de la Sorbona Nueva. A la ciudad luz es fiel como un voyerista de imágenes, ideas y sensaciones que marcan poco a poco sus libros, hermanados en el surrealismo y el infrarrealismo con Najda de André Breton y Watt de Samuel Becket, ese otro « extranjero » de París que nutre su pulsión creativa. Porque en Julio Olaciregui todo es posible y en especial la hermandad gemela entre el puerto colombiano sobre el Magdalena y el puerto francés junto al Sena.

sábado, 18 de octubre de 2008

LA POLÉMICA EXHUMACIÓN DE FEDERICO GARCÍA LORCA


Por Eduardo García Aguilar
La polémica en torno a si se debe o no exhumar el cadáver del poeta Federico García Lorca, asesinado por las fuerzas de la ultraderecha franquista en la Guerra Civil española, muestra con claridad la polarización política que afecta a España en los últimos tiempos, en medio de tensiones separatistas y regionalistas muy exacerbadas y la pervivencia de una tragedia que fue amordazada, pero cuyos fantasmas perviven y asustan todavía a comienzos del siglo XXI.
García Lorca, que fue acribillado joven por el delito de pensar distinto, es una figura crucial en la memoria de generaciones enteras de latinoamericanos y españoles del exilio, que tuvieron en sus libros una compañía permanente. Su libro Poeta en Nueva York es una de las cumbres de la poesía hispanoamericana y todavía estremece a quienes se acercan a esas palabras cargadas de energía inagotable. Al lado de libros emblemáticos como Canto General y Residencia en la Tierra del chileno Pablo Neruda o los Poemas Humanos y España, Aparta de mí este Cáliz, del peruano César Vallejo, la obra de Gracía Lorca cruza las edades con la misma ligereza de su tierna genialidad adolescente. Yerma, Bodas de sangre, Mariana Pineda, Don Perlimplín con Belisa en su jardín y otras piezas por él escritas ayudaron a nutrir la vida de lectores en todo el orbe hispánico, en medio de crisis, guerras, golpes, masacres e injusticia.
Después de que el juez Baltazar Garzón abrió una causa contra el franquismo por "crímenes contra la humanidad", entre los cuales figura la desaparición de 114.266 personas que reposan en fosas comunes, algunos dirigentes del Partido Popular y portavoces de la nostalgia falangista se han desatado, lanza en ristre, contra el abogado, acusándolo de todos los males posibles y de ser un loco empecinado en hacer disparates.
Garzón atribuye a Francisco Franco y a otros 34 jefes militares rebeldes el delito de insurrección contra el régimen legalmente constituido y de haber aplicado un plan sistemático de exterminio de los opositores políticos durante la Guerra Civil y la posguerra. Asimismo considera que las familias de los fusilados masivamente por las hordas franquistas tienen derecho todavía a saber donde están los cadáveres de sus familiares desaparecidos y que los crímenes cometidos por órdenes del tenebroso generalote español durante la rebelión y la larga dictadura no deben prescribir nunca.
Se comprende que muchos quieran borrar las heridas del pasado y no tratar de levantar los espectros de la muerte que reinó sobre la gran tierra española, pero el genocidio y la intolerancia fueron imperdonables, como lo son también el exilio de cientos de miles de familias y hombres de bien que tuvieron que irse a todos los rincones del mundo, pues no eran aceptados en su propio país por la terquedad criminal de un dictador fanático. Los exiliados españoles de la República se fueron en diáspora por toda Europa y en ultramar hacia México, Estados Unidos, Argentina, Venezuela, Colombia, Perú, Chile y Centroamérica, donde nosotros tuvimos la fortuna de recibir sus enseñanzas. Esos hombres de bien nos ayudaron a los latinoamericanos fortalecer la industria editorial, la prensa, la ciencia, las escuelas y las universidades.
Por eso a esa generación de sobrevivientes y a todos los republicanos españoles les debemos mucho, y podemos imaginar entonces a través de los salvados de la muerte a los otros valores extraordinarios españoles fusilados jóvenes por Franco y sus bárbaros, que reposan en el olvido en las fosas comunes que busca destapar Garzón para que no queden impunes.
Después de la súbita derrota de la derecha en las elecciones y su reemplazo por el gobierno socialista de Zapatero tras el horrible atentado del 11 de marzo de 2004 cometido por los fanáticos islamistas, proliferan en España muchas voces sectarias de una derecha post-franquista atrasadísima y fundamentalista que desea resucitar las ideas de Adolf Hitler, Benito Mussolini e incluso las de la Inquisición y ve tras la acción judicial de Garzón a las fuerzas del terror comunista o del diablo, así como ve en los gobiernos democráticos latinoamericanos de izquierda la fuerza del demonio, encarnado en los indígenas de Evo Morales o en los mulatos de Hugo Chávez, a quienes quisieran callar.
A veces al leer la prensa española uno no da crédito al odio y el veneno que circula actualmente entre las fuerzas políticas, ideológicas o regionalistas. En Cataluña los fanáticos catalanistas quieren prohibir el español y en las escuelas los niños que hablan esa lengua son discriminados y vejados y los que defienden el derecho humano de educar a sus hijos en el idioma de Cervantes son estigmatizados. En el País vasco la violencia de ETA sigue vigente y el diálogo es imposible entre separatistas y gobierno. Ahora los gallegos han protestado por unas declaraciones leves del gran escritor George Steiner, que discrepaba del nacionalismo creciente gallego y fue obligado a dar excusas. Pero más allá de estas tensiones folclóricas regionales que uno puede comprender como frutos precisamente de la intolerancia franquista, que oprimió a las minorías, planea sobre España un enfrentamiento autista entre derecha e izquierda, de donde está excluido el diálogo y el debate, lo que nos hace recordar los peores tiempos de la intolerancia.
Hay que apoyar la acción de Garzón para que las nuevas generaciones no olviden lo que pasó en su país. Y ojalá que la probable salida de los restos del poeta García Lorca conduzcan a leerlo de nuevo y a restablecer los lazos con la España creativa del Medioevo, el Siglo de Oro y la Ilustración decimonónica, con la España donde vivían cristianos, musulmanes y judíos conviviendo juntos en paz.
Porque del triunfo de la tolerancia depende que los descendientes de millones de migrantes latinoamericanos indios y mestizos que han llegado en la última década a ese país puedan vivir allí en paz y que nunca se despierten los fantasmas del racismo y el deseo de exterminar al otro, al extranjero, al distinto en campos de concentración, crematorios o fosas comunes.

viernes, 17 de octubre de 2008

UN PREMIO NOBEL FRANCÉS JUNTO AL PARICUTÍN


Por Eduardo García Aguilar

El nuevo Premio Nóbel J.M G. Le Clezio es un reconocimiento de la Academia sueca a los escritores que experimentan contra la corriente, se hacen preguntas, dudan en vez de vivir entre certezas y permanecen alejados de los circuitos habituales del poder, donde pululan autores oficiales inflados por intereses nacionales o corrientes ideológicas. Este se agrega a otros premios a escritores situados en la vena literaria experimental como Elfriede Jelinek, J. M. Coetze, o en el campo marginal de la poesía como Wislawa Szymborska, entre otros. Le Clezio es un nómada que escribe en francés, por lo que el galardón es también para los autores trasterrados y cosmopolitas, en cierta forma apátridas, que prefieren estar lejos y desconfían mucho de las mieles y el calor de los seguros hogares nacionales llenos de himnos y banderas y discriminación hacia del otro, el extranjero.

Algunos críticos del mundo anglosajón le reprochan cierta ingenuidad al idealizar las esferas "indígenas" frente al progreso descabellado de Occidente y dicen que él representa al típico europeo alto, blanco, rubio que huye de la "cerebralidad" escolar y se instalan en los mundos exóticos, a lo que él responde que "si hablo de los indios no me refiero nunca a una edad dorada. Entre los indios hay violaciones y crímenes". Otros consideran que Le Clezio es una versión menor del gran maestro y prosista de genio Claude Levi Strauss, autor de Tristes trópicos, una de las más grandes obras del siglo XX, quien sin duda merecía también el Nóbel de LIteratura y está vivo entre nosotros, casi centenario. Levi Strauss también dejó París y las grandes escuelas para irse a vivir entre los indios brasileños en la cuenca amazónica y como él tres décadas antes decidió vivir fuera y ser un extranjero profesional cuya obra en su totalidad está marcada por esos mundos exóticos y disimétricos.

Tengo desde hace muchos años una especial debilidad por este excéntrico y nómada autor francés, nacido en 1940 de padre británico y madre francesa, oriundos de la Isla Mauricio, junto a Madgascar, que llevaron al niño de un lado para otro en medio de los avatares de la guerra y la posguerra. Ya adulto, el autor de "El buscador de Oro" y "Viaje a Rodrígues" se instaló en lo más profundo de México, en Michoacán, y no por casualidad en Nuevo México (Estados Unidos), en tierras que fueron cercenadas en el siglo XIX por el imperio americano a su vecino del sur.

Puesto que Le Clezio vivió en la Ciudad de México y luego más de una década junto al volcán Paricutín, su presencia fantasmal en ese país la sentíamos quienes éramos habituales del Instituto Francés de América Latina (IFAL), cuya biblioteca, ya desaparecida por desgracia, era uno de los rincones más deliciosos de la metrópoli para los infectados por la literatura que pasábamos todo el día allí.Después de ser expulsado de Tailandia cuando cumplía una misión equivalente al servicio militar, por denunciar la prostitución infantil que se iniciaba en aquel paraíso turistico, Le Clezio fue mutado a México, país que se convirtió en punto central de su vida y su obra. Allí trabajó en el IFAL muy joven haciendo las fichas de la biblioteca y leyendo todos los libros en vez de cumplir con sus tareas burocráticas y en múltiples paseos en torno a la capital y las provincias mexicanas ingresó poco a poco en el mundo prehispánico con sus colores, leyendas y mitos milenarios, siguiendo la tradición de otros franceses como el padre Charles Brasseur, viajero en el mundo maya, Antonin Artaud, amante de los Tarahumaras y Jacques Soustelle, Louis Panabière y Jean Meyer, entre otros muchos.

Según el historiador franco-mexicano Jean Meyer, lejos de ser uno de esos intelectuales vanidosos que caminan pavoneándose por Saint Germain de Prés en París, Le Clezio andaba siempre de sandalias, camiseta y jeans entre los medios expatriados de México, cuando a fines de los 60 eso era todavía inadmisible para quien cumpliera alguna función profesoral por muy modesta que fuera. Precisamente, cuenta Meyer, Le Clezio fue enviado a hacer las fichas de la bibliotea del IFAL porque en clase cometió el crimen de hacer escuchar a Los Beatles a los estudiantes de francés de esa institución.

Además Le Clezio, que tiene pinta de galán nórdico de cine bergmaniano, siempre andaba elevado, cuentan quienes lo frecuentaban, embebido como estaba en las historias que escribe desde niño y lo hicieron ganar a los 23 años de edad, en 1963, el premio Renaudot. Escritor nato, su vida es como la de un arácnido que teje y desteje sus telarañas minuciosamente día a día y sin cesar, dando vía libre a la palabra tal y como ella sale del flujo de la memoria. O sea dar rienda suelta a la palabra como algo casi natural, como una emanación líquida desde el fondo de la imaginación. Tal vez por eso su obra es tan vasta e irregular y alguna vez, cuando vivía en su Niza, coincidió al hablar en una estación de autobuses con ese otro gran escritor frances llamado Michel Butor, que ambos "escribían demasiado".

México es pues punto central de su obra. En El Sueño mexicano, La fiesta cantada, Relación de Michoacán, en su libro sobre Frida y Rivera, y sus versiones de las profecías del Chilam Balam y otros textos sagrados, Le Clezio rinde homenaje a ese país adoptivo y en especial al misterioso estado de Michoacán, donde los pueblos tienen nombres como Uruapan, Tacámbaro, Puruándiro, Purépero y Pátzcuaro. También es clave su estadía con los emberas del Darién, entre Colombia y Panamá, donde, según cuenta el filósofo colombiano Edgar Bastidas Urresty, Le Clezio probó extracto de hojas de datura, guiado por un chamán en su viaje por un mundo lleno de árboles con ojos y donde su voz se transmutó en la del brujo. Debido a que la universidad francesa no quiso aceptarlo como investigador, acusándolo de ser poco científico, demasiado literario y escribir novelas, Le Clezio no tuvo más remedio que adoptar a América, desempeñándose allí como profesor en Nuevo México y en el Colegio de Michoacán, al lado del maestro Luis Gonzáles.

Su obra es inmersión y defensa en los mundos de la periferia que dieron la espalda al progreso y a la v ez es el relato de sus lejanos orígenes, las aventuras del abuelo buscador de oro, el viaje infantil en barco hacia Nigeria a conocer a su padre como Pedro Páramo, y la vida de los hombres del desierto africano, de donde proviene su esposa Jamia. Es también un homenaje a la infancia y a la adolescencia que parecen ser esferas a las que sigue fiel este Nóbel de la francofonía que en apariencia guarda todavía ese aire de inmadurez y liviandad de antes de la vida adulta, a la que siempre temió.

Desde El proceso verbal, la Fiebre y el Diluvio, pasando por La guerra, Los gigantes, Desierto, El buscador de Oro, Onitsha y Pawana, entre otros muchos de sus libros, Le Clezio ha ejercido la novela como una forma de revelación, pues afirma que el ejercicio de la literatura es "una religión en el sentido pascaliano del término", una forma de "afirmar la existencia" a través de las palabras. "Escribimos por una razón que desconocemos. Si comprendiéramos dejaríamos de escribir. Escribir es una necesidad. Está dentro de uno. Tiene necesidad de salir y sale de esa forma", dice en una vasta entrevista con Gerard de Cortanze.

Por eso este premio es un galardón a la literatura, a los escritores adolescentes, a los que viven elevados, a los escritores que no usan corbata ni traje ni andan haciendo antesala ante los poderosos y los políticos, gustan vivir junto a los volcanes y prefieren las sandalias cuando viajan a los territorios más alejados, o sea que es un Nóbel para los escritores que la academia, el periodismo y la diplomacia rechazan y que al final planean sobre la cultura como Aladino y Lámpara maravillosa.

sábado, 4 de octubre de 2008

LOS FANTASMAS DEL PALACIO POSTAL


Por Eduardo García Aguilar


Una de las primeras cosas que hice al llegar a la Ciudad de México fue alquilar un apartado postal en el Palacio de Correos, edificio que pieza por pieza, según dice la leyenda, fue traído desde Italia con sus aires renacentistas y es uno de los monumentos más insólitos y bellos de la metrópoli capitalina.

Su ágil estructura metálica es un homenaje a la nueva industria, al progreso y a la arquitectura importada por Porfirio Díaz antes de su fin inminente, superando por fin a la piedra para erguir proezas de retorcida y liviana elegancia férrea. Como joya de la ciudad, día a día sus escalinatas y pisos de mosaico eran bruñidos con minucia y amor, por lo que parecían espejos en medio del caos, el esmog, el ruido y la basura citadinas, convirtiéndolo todo allí en un extraño oasis, un ámbito de otros siglos.

Adentro las oficinas y los mostradores estaban separados por altos enrejados de hierro pintado de negro y a la vez por figuras y adornos y figuras áureas que eran minuciosamente conservadas con productos que expelían un olor peculiar de limpieza química. Adentro el aire cruzaba con libertad, por lo que en días de invierno uno veía a los trabajadores del correo postal enfundados en gruesos suéteres de lana, ponchos o chaquetas de cuero. Las oficinas eran amplias, enormes, de techos altísimos y los seres humanos se volvían allí diminutos, liliputienses entre tanta belleza añeja.

También se vivía un ambiente de graciosa y nostálgica lentitud burocrática, con bultos puestos allá y aquí, llenos de cartas y paquetes, en uno de los cuales al fin rescaté el ultimo correo enviado por mi padre antes de morir y que antes de ser devuelto los empleados buscaron y rescataron del limbo. Pero no sólo ese detalle familiar me une al Palacio: como iba cada día a abrir mi apartado, situado en el mezzanine, entre muros churriguerescos de infinitas cápsulas postales rectangulares con puertas de metal antiguo, me sentía con frecuencia en una oficina occidental del Cargo del Far West californiano en tiempos de Mark Twain y Búffalo Bill. Probablemente entré ahí miles de días, pues a ese apartado permanente que conservé hasta el último día me llegaba correo de Europa y América, revistas literarias, cartas de amigos y familiares perdidos, invitaciones, periódicos y otras minucias de un tiempo ya borrado por los emails y el Internet, el skype y el messenger.

Parece mentira pues que cuente esto como si estuviera hablando ya de un siglo antediluviano, cuando apenas comenzamos la cuesta del siglo XXI. A veces tengo el sueño recurrente de que llego allí y vuelvo a buscar las cartas y los paquetes perdidos que tal vez llegaron después de mi partida de México y los rostros difusos de esos carteros y esas funcionarias amables de otro tiempo me abordan en una danza de figuras inasibles y neutras como espectros de una época sellada en los baúles de la historia.

Pero de esa relación casi familiar con el edificio me quedan otros encuentros esos sí fantásticos, con espectros del pasado, con gente decimonónica salida de alguna novela decadente del siglo XIX. Uno de esos encuentros fue con el poeta Germán Litz Arzubide, que ya bien avanzado en sus noventa iba a ese corredor en busca de su correo, para abrir un apartado que tal vez tenía desde los años 20 del siglo pasado.

Allí me lo encontré varias veces y fui forjando con él una relación de charlas intensas, en las que me relataba anécdotas de la vida poética mexicana y los contactos que como uno de los jóvenes jefes del movimiento poético Estridentista que tuvo con poetas de vanguardia de Suramérica como los colombianos Luis Carlos López y Luis Vidales, autor este último de Suenan Timbres y tío del gran poeta colombiano actual Juan Manuel Roca Vidales.

Todavía me parece verlo impecablemente vestido de traje cruzado color café claro a rayas, corbata asida con mancuerna dorada, sombrero Stetson y paraguas o bastón de rigor. Y todavía lo admiro con envidia de que a sus casi cien años de edad anduviera por el centro de la ciudad diciéndole piropos a las muchachas. Alto, rubio, con la impronta clara de su ancestros germanos o vikingos, Germán Lizt Arzubide me fue presentado como personaje por mi amigo el Palacio de Correos. Un día supe que éramos vecinos en los condominios de Avenida Universidad 1953, donde también vivía Adolfo Castañón, y lo veía llegar solitario en las tardes desde mi ventana, erguido y elegante como un dandy de los tiempos Art Nouveau y Art Deco.

Pero me quedan todavía otras dos figuras fantasmales: la poetisa Guadalupe Amor, que llegó a ser publicada por Austral y caminaba por el centro de la ciudad ya muy anciana, vestida de manera estrafalaria como muñeca de cuento infantil o pieza de teatro nórdica, con los labios pintarrajeados de rojo, muy peinada con cintas verdes, violetas y rojas y un bastón que a veces le servía para amenazar con toda razón a los inoportunos que buscaban abordarla creyéndola una aparición milagrosa de otro siglo. Sólo se dignaba saludar y decir bellas palabras a los niños que encontraba a su paso en las inmediaciones. Cuando deambulaba por ahí, no lejos de su casa de Bucareli, Amor tal vez iba en pos de los recuerdos de la juventud, cuando era estrella de la poesía mexicana y mucho antes de que la atropellara el olvido implacable de los contemporáneos.

Y el otro fantasma centenario que tenía apartado postal junto al mío era el poeta Germán Pardo García, contemporáneo y protegido de Porfirio Barba Jacob, mexicanizado a lo largo del siglo, amigo de las costarricences Eunice Odio y Yolanda Oreamuno y quien también impecable como un conde decadente llegaba a abrir su apartado, usando un sombrero de bombín y traje bocadillo, bajo de estatura, con la mirada clara perdida en la absurda ambición poética que lo lleva a soñar en un imposible Premio Nóbel y en hacer de su poesía un delirio de científico einsteniano. ¿Dónde están sus inmensos mamotretos de más de mil páginas corroídos de tiempo y los números de su revista Nivel, una reliquia que llegaba a Colombia a mediados del siglo XX con sus poemas anacrónicos?

Sólo ahí en ese Palacio Postal perviven estos fantasmas de la ciudad de México. Ahí están los tres, Lizt Arzubide, Guadalupe Amor y Germán Pardo García para recordarnos que el tiempo pasa y todo es olvido, incluso para los más engreídos, dandys y vanidosos. Ellos viven ahí en alguno de esos diminutos apartados de correo de este Palacio de fantasmas donde se escuchan los ritos marciales del porfirismo y el sonido rayado de los discos de Carusso, el más grande tenor, cuya voz hace vibrar para siempre el hierro forjado de su estructura centenaria.

domingo, 28 de septiembre de 2008

REALISMO MÁGICO Y SUCIO EN TIEMPOS DE LA MAGA


Por Eduardo García Aguilar

De manera cíclica cada lustro los nuevos escritores latinoamericanos tratan de plantear una discusión absurda, al oponer el realismo sucio que practican al realismo mágico del buen Gabriel García Márquez y negar con acrimonia a este último toda posibilidad de vigencia presente o futura. Influidos por la literatura norteamericana que leen en pésimas traducciones españolas, los « nuevos » e ingenuos autores, algunos de ellos ya calvos y barrigones, salen a la palestra con sus pastiches de Bukowski y Mailer para decirnos que no hay más tema que la delincuencia, las bandas, los sicarios, el horror, la guerra y la sangre que reinan en calles y campos latinoamericanos, como si eso fuera especificidad única de nuestro continente y novedad humana.

Olvidan que la violencia y las atrocidades del hombre contra el hombre son algo inherente a este animal desde tiempos inmemoriales y que traficantes, pistoleros, ejércitos privados, masacres, genocidios, guerras, secuestros, pirateos y persecuciones han sido una historia repetitiva de nunca acabar desde que hay registros de las acciones del llamado homo sapiens.

Basta hacer una visita al museo del Louvre por los salones de la historia antigua para ve r en imágenes el relato claro de la sanguinolenta saga de guerras sin fin que opone a los pueblos del mundo desde siempre en una lucha sin tregua por poder, dominio territorial, riquezas y supervivencia. Edipo, Electra, Yocasta, Ulises, Penélope, Agamenón, Ajax, Medea, Helena, Ifigenia y otros personajes pueden encontrarlos esos calvos y barrigones « jóvenes autores » de McOndo, denostadores del realismo mágico, en sus propias familias y en su banal tragicomedia personal.
En las salas dedicadas a China, India, Nínive, Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, en vasos, frescos, esculturas, murales, columnas, frisos y mausoleos se cuenta la historia de los hombres y vemos cómo la historia mágica de dioses y semidioses es reflejo de sucias realidades concretas. Las grandes tragedias griegas fueron el relato de hechos sangrientos incesantes entre pueblos, tribus y familias, que desde la ley común se transformaron en mitos y leyendas, como ocurrió después en nuestro continente con Tupac Amaru, Bolívar, Zapata, Pancho Villa, Sandino, Che Guevara, Tirofijo y Pablo Escobar, que poco a poco se van convirtiendo en santos y semidioses.

No saben estos « noveles » escritores pre-senectos descubridores cada año del agua tibia, que los grandes libros sagrados indios, mediorientales, nórdicos, europeos, latinoamericanos, son el relato de la violencia, el éxodo, la persecución, la esclavitud, la destrucción bélica y que así como en aquellos tiempos se peleaban por sus dioses, hoy en los tiempos de la supuesta novedosa modernidad sucia que creen defender frente al anacrónico realismo mágico, el mundo vive una guerra atroz entre cristianos, musulmanes, hebreos, hinduistas, budistas, ortodoxos y demás sectas, lo que francamente no nos hace muy distintos a los personajes bíblicos, de las Mil y una Noches, las tragedias y comedias d e Shakespeare y Cien años de Soledad. Si Moisés, Abraham, Cristo y Herodes resucitaran y vieran lo que ocurre en Irak, Israel, Palestina, Afganistán, Colombia, México, Bolivia, Perú, en la ex Yugoslavia y en las fronteras del Cáucaso, simplemente se morirían de risa y sabrían que sus historias mágicas son pan corriente en el siglo XXI.

A todos los congresos a donde los editores llevan en manada a estos pobres « nuevos narradores» ---como ocurrió con los de McOndo y los patéticos 39 menores de 39 que llevaron con lazo cual escolares de primaria o gozques famélicos por Bogotá y Madrid, guiados juiciosamente de la mano de monjas corintelladescas---, los ingenuos despotrican en coro contra el realismo mágico y García Márquez, mientras esgrimen su haburguesa McDonalds chorreada de mayonesa y ketchup barato o la mala traducción de turno de cierto autor gringo, al que muestran como su nueva biblia.

La literatura y la imaginación en general son tan amplias que hay lugar para todo el mundo. A fines del siglo XIX convivían las proclamas y los libros realistas de Emile Zola y Jules Vallès con las historias misteriosas y abracadabrantes de Barbey D‘Aurevilly, Joris Karl Huysmans, Villiers de L’Isle Adam y los demás simbolistas. Ambose Bierce y H. P. Lovecraft compartieron época con John Reed y Marcel Proust y Stephane Mallarmé podían escribir en sus torres de marfil al mismo tiempo que decenas de escritores proletarios lo hacían en infectas buhardillas. En América Latina todo es posible : Jorge Luis Borges y Roberto Artl, Octavio Paz y Juan Rulfo, Lezama Lima y Reynaldo Arenas, Alvaro Mutis, Manuel Zapata Olivella y García Márquez.

Cada autor vive su vida y sus fantasmas. En su gabinete privado decide lo que cuenta. No por nacer en Colombia todos los escritores colombianos estamos obligados por ley a escribir de narcos, paras y sicarios y no por ser argentinos los gauchos tendrán que hablar obligatoriamente y para siempre de Carlos Gardel, Evita Perón y Maradona. La libertad es el espacio de la literatura y ni los « noveles » autores calvos y barrigones del movimiento McOndo o los 39 que van en manada atados al cabestro de sus editores, van a hacernos creer con sus rebuznos desafinados que los únicos temas posibles son los que les ordenan en las ofi cinas de sus editoriales.

La literatura latinoamericana es y ha sido lenguaje, imaginación, rebelión, delirio, poesía y la urbe más concreta es también el espacio lúdico que nos abre con sus invitaciones azarosas el personaje de La Maga, aparecida en la Rayuela de Julio Cortázar, quien como semidiosa griega descubre los laberintos del jazz y el deseo, tal y como antes el movimiento surrealista apareció de la mano de Nadja de André Breton para liberar a la literatura de cabestros y cencerros asnales. El realismo mágico sigue vivo en el mundo de Alá, Cristo, Buda y Jehová, como sigue viva la literatura vital de La Maga cortazariana perdida en las callejuelas terribles y fascinantes de la urbe moderna.

sábado, 27 de septiembre de 2008

CICERÓN Y SUS AMIGOS


Por Eduardo García Aguilar

En Cicerón y su amigos, Gaston Boissier nos ofrece una visión de la sociedad romana en tiempos de César. Con la prosa exacta y concisa de los polígrafos decimonónicos, el autor nos hace vivir los tiempos de Cicerón y describe con maestría los ámbitos donde se desarrollaron sus proezas oratorias. Tal vez todo aquello sólo pertenezca a la ficción, o sea la novela imaginaria de un contemporáneo sobre un imperio tan lejano en el tiempo, que todo acercamiento a sus glorias se vuelve quimera. Pero asistimos así a los estrados del foro romano y observamos a los senadores de cabellos hirsutos vociferando mientras afuera, por las calles de tierra, la algarabía de libertos, esclavos, soldados y extranjeros se acrecienta al llegar una legión de las Galias. Por el Aventino o al lado del Tíber, los contertulios de Atico o Clodia hacen la fiesta en lujosas mansiones. En el Coliseo varios lones devoran a un esclavo y dos gladiadores pelean a muerte ante la vista excitada de los espectadores. Como en la actualidad, los hombres luchan por el poder en medio de intrigas y traiciones. Los candidatos compran los votos y la masa recibe hoy con vítores al derrotado de ayer, a quien escupieron sin límites.
Ante la angustiosa imposibilidad de palpar las épocas remotas, toda reconstrucción histórica nos atrapa en su redes de ébano. Para conocer Bizancio recurrimos al Belisario de Graves ; para conocer Roma acudimos a las Memorias de Adriano de Yourcenar. Así tenemos la ilusión de palpar seres míticos, de asistir a sus cenas y de conocer sus pasiones. No importa que de su verdaera historia sólo nos lleguen ecos de otros ecos, sombras de otras sombras. Como un caracol interminable el tiempo destiñe sus colores auténticos y en la concavidad oscura su grito se vuelve el guiño de un poeta. El cine de la materia nos proyecta el derroche de Dolabela, la lujuria de Clodia, a la que Catulo hizo Lesbia, la derrota de Pompeyo y el triunfo de César. Por el Mediterráneo, una nave carga estatuas marmóreas hechas en Atenas y, entre la noche, un centurión incita al pillaje de una población oriental y perdida.
Qué poca diferencia hay entre aquellos tiempo s y estos, si nos atenemos a la sabia descripción que de aquel imperio hace Boissier. Tres frentes se disputan el protagonismo de una época : la masa, el populacho, que se deja llevar por las pasiones y por las vanas promesas ; los políticos ambiciosos que se apoyan en los intereses de una casta y los poetas, que fluctúan entre la tribuna y los caracoles de ébano de su fantasía.
Al referirse a las indecisiones y fracasos de Cicerón, el autor dice que « el literato goza de un talento más completo, más capaz, más amplio, que el político, y esta amplitud le estorba y le contraria cuando pone mano en los negocios. Suele preguntarse qué cualidades se debe poser para ser hombre de Estado. ¿No sería más justo averiguar cuáles son las que conviene que falten ? ¿No se revela muchas veces la capacidad política por límites y exclusiones ? Una vista de las cosas demasiado fina y penetrante puede ser un obstáculo para un hombre de acción, que debe tomar decisiones rápidas a causa del gran número de razones contrarias que le ofrece. Una imaginación demasiado viva, presentándole muchos proyectos a la vez, le impide fijarse en ninguno » .
Boissier, que publicó este libro en 1865, fue hijo de una época que todavía no se desbocaba por los abstrusos meandros de la ciencia social. El sabio decimonónico, fiel a sus clásicos, tenía mucho más tiempo para llegar a la esencia del acontecer histórico, ya que no interferían en sus investigaciones los conceptos « científicos », las diacronías y las sincronías de una mecánica del espiritu. Viejos sabios de duna y atardeceres, los polígrafos sabían que la vida era un caracol incesante y que las pasiones humanas difieren poco a medida que pasan los siglos. No requerían de vanas y eruditas estadísticas para desentrañar las ambiciones de un tirano o la ingenuidad de un demócrata. No se fiaban de ciertas periodizaciones para adivinar a posteriori las razones de un asesinato político.
Por el contrario, el pecado de Boissier y sus amigos, padres de la historiografía francesa, consistió en fiarse demasiado en el lado humano de su protagonistas. Al leerlo, la historia no se nos aparece como una máquina de procesos escalonados tendientes a un fin paradiasiaco, sino como un círculo concéntrico donde los nuevos adminículos y l as nuevas costubres no logran diluir las esencias. Como emanaciones de una roca milenaria, como viscosidades de un molusco centenario, cual corales, los hombres reproducen sus conflictos a su guisa, imprimiéndoles tonalidades inéditas. Hoy como ayer, del fondo de los barrios plebeyos, aparece de pronto la horda que venga la humillación de los suyos. Hoy como ayer, los gobiernos revolucionarios que acceden al poder cargados de ilusiones se vuelven de inmediato conservadores : « Ordinariamente, los partidos son injustos en sus quejas cuando se ven vencidos, crueles en sus represalias cuando vencedores y dispuestos a permitirse sin escrúpulos, en cuanto pierden , lo que censuran severamente a sus enemigos (…) El éxito es algunas veces más fatal a las coaliciones que los descalabros. Cuando el enemigo común, cuyo odio los reúne, está vencido, reaparecen las disensiones particulares », nos dice el autor de Cicerón y su amigos.
Boissier, Michelet, Montaigne, buceadores palpitantes del pasado. Novelistas del tiempo. Su lectura, que nos lleva a la tranquila disección de la historia, nos ayuda, muchos siglos después, a entender un presente cuyos misterios son simples como el viento y la lluvia. Agredidos por la absurda información diaria, no tenemos sosiego=2 0para entender la concéntrica circulación de lo mismo. Aplastados por la noticia, deshechos por la minucia del acontecimiento, somos mucho menos que la plebe de Roma y Bizancio. Juguetes sin voz y sin voto. Prisioneros dentro de los caracoles de ébano de la historia.

-------Gaston Boissier, Ciceron y su amigos (2 tomos). Biblioteca Joven. Fondo de Cultura Económica. SEP/CREA. México, 1986. 209 y 189 pp.

Sábado. Uno mas Uno. Octubre 11 de 1986.

sábado, 20 de septiembre de 2008

MANIZALES Y LA BECA NACIONAL DE TRADUCCION

Por Eduardo García Aguilar

Jay Miskowiec, traductor y editor estadounidense, acaba de ganar la Primera Beca Nacional de Traducción Literaria del Ministerio de Cultura 2008 para vertir al inglés mi tercera novela El viaje triunfal, publicada en Colombia por TM Editores, en México por Nueva Imagen, en España por Altera y traducida al begalí y publicada en Calcuta (India) en 2005.

El traductor estadounidense ha realizado una importante labor de difusión de la novela latinoamericana en el muy cerrado espacio de Estados Unidos, al publicar autores brasileños, argentinos y mexicanos en la editorial Aliform (
www.aliformgroup.com) y trabajar conjuntamente con el maestro Gregory Rabassa, el celebrado traductor de García Márquez, Jorge Amado y Julio Cortázar, de quien Miskowiec fue discípulo en Nueva York.

Miskowiec (1958) doctor en letras y profesor del Minneapolis College de Minessotta, debe entregar en unos meses la traducción de la novela, que será publicada en la primavera de 2009 en Estados Unidos y presentada en Nueva York, como ocurrió antes con la precedente Bulevar de los héroes, publicada en México y traducida al inglés, pero aún inédita en Colombia.

El ganador de la beca ha traducido y publicado también en inglés mi libro de relatos Urbes luminosas y el ensayo Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada, hechos que son casi desconocidos en mi país, como los de otros autores colombianos no costumbristas ni escandalosos, debido a que por medio de un golpe de estado literario el canon narco-sicarial autobiográfico en boga en el país se adueñó totalmente del imaginario literario colombiano.

El jurado, compuesto por los traductores y académicos Juan Manuel Pombo y Timothy Keppel, otorgó la beca a Miskowiec porque El viaje triunfal « es una novela bien escrita que capta una época histórica de América Latina de las generaciones del modernismo y el vanguardismo, es una traducción bien ejecutada y es interesante que se conozca ese periodo fuera del país. La experiencia del traductor es sólida, con una buena formación académica ».

Como se que algunos de mis contemporáneos, los editores de Bogotá y la crítica reinante en Colombia tratarán de ocultar a toda costa la noticia, no me queda más remedio que expresar mi opinión sobre un veredicto que para mi significa una bienvenida rebelión contra la narrativa en boga y un reconocimiento a otros autores alejados del neocostumbrismo escandaloso y autobiográfico, considerado ahora como única alternativa literaria válida en la novela nacional.

La novela galardonada hace parte de una trilogía que trabajé muchos años durante mi residencia en México y que está compuesta por Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje triunfal, obras donde trataba de exorcizar desde la diáspora los demonios de la infancia y la adolescencia literarias vividas en mi ciudad natal Manizales.

Puesto que un gran sector de la novelística de todos los tiempos aborda el tema de la fundación, como es el caso de Cien años de Soledad, y relata la infancia, los ancestros, el poder, la rebelión y el transcurso del tiempo que todo lo difumina y lo aniquila, haciendo trizas las esperanzas de las generaciones, estas tres novelas salieron desde el fondo, después de muchos intentos en la adolescencia y los años estudiantiles de París sobre el el tema de la fundación, el auge, la gloria y la caída de la ciudad de Manizales.

Para efectos literarios, Manizales es perfecta para una novelistica de sagas fundacionales humanas, pues fue creada en el siglo XIX por jóvenes colonizadores de éxodo bíblico que se fueron hacia las selvas baldías del sur a abrir un nuevo mundo de la nada. El pueblo que fundaron vivió un auge espectacular, a l convertirse en centro mundial de la producción de café, generando enormes excedentes y, bajo la tutela de la Iglesia, que todo lo domina, emprende la construcción de obras espectaculares.

Pero la catástrofe iniciática no tardaría en llegar y sufre incendios y terremotos destructores de los cuales se levanta de nuevo para crear la ciudad moderna, reconstruida por arquitectos extranjeros adictos al art-deco y a la desmesura. Y en medio de esa reconstrucción se irguió una Catedral gigantesca que busca con desmesura traducir en las alturas de los Andes el milenario esfuerzo gótico medieval europeo y la gesta de los arrieros. Un siglo después de la fundación, las fuerzas de la juventud surgidas de mayo del 68 en todo el mundo, con el rock, la salsa y la liberacion de costumbres, comienzan a minar ese mundo católico, cerrado y ultraconservador que dominó la vida desde su fundación.

Puesto que hago parte de esta tierra y mis ancestros fueron colonizadores antioqueños que venían desde Sonsón y Santa Rosa de Osos en busca de la tierra prometida a finales del siglo XIX y soy un lejano descendiente de los tiempos del rock y la revolución, escribí desde distintos ángulos esa historia maravillosa que se dio a l o largo de un siglo.

Tierra de leones cuenta la historia de Leonardo Quijano, loco lúcido que vimos por las calles imprecando el mundo que lo rodeaba, Bulevar de los héroes relata la historia de Tulio Bayer, un médico ilustrado que se rebeló y se volvió guerrillero para terminar exiliado en una torre de París y El viaje triunfal aborda la vida de Arnaldo Faria Utrillo, escritor imaginario modernista y vanguardista que le da la vuelta al mundo y regresa a morir y ser devorado en su tierra.

Estas obras desconocidas en Colombia siguen emprendiendo ahora el viaje en inglés de la mano de Jay Miskowiec, uncidas sorpresivamente en esta Primera Beca Nacional por un jurado probo, lo que muestra en definitiva que uno puede a veces ser y no ser profeta en su tierra.