martes, 18 de marzo de 2008

ROBBE GRILLET: DESLIZAMIENTOS PROGRESIVOS DEL DESEO


Por Eduardo García Aguilar
Alain Robbe-Grillet, quien murió el lunes 18 de febrero por un mal cardiaco en el Centro Hospitalario de Caen a los 85 años de edad, era tal vez el más divertido y uno de los más lúcidos escritores de la segunda mitad del siglo xx en Francia. Con melena encrespada y tupida barba negra, este alto y elegante individuo nacido en Bretaña fue gracias a su elocuencia y malicia el líder incontestable del Nouveau Roman y director editorial de Minuit, una de las pocas casas editoras que se mantuvieron en la clandestinidad durante la ocupación nazi y a la que fue fiel toda su vida.
Desde 1953, con la aparición de su novela Las gomas, fundó el movimiento al lado del editor rebelde Jerôme Lindon y de otros narradores no menos subversivos como Robert Pinget, Claude Simon, Nathalie Sarraute, Marguerite Duras y Samuel Beckett, que tuvieron relaciones estrechas con el cine y el teatro y criticaron el tradicional ejercicio de la narrativa en Francia y en el mundo al combatir la vacuidad de contar solo historias amenas para un amplio público convencional anclado en la novelística decimonónica.
Robbe-Grillet estaba del lado de “quienes buscan nuevas formas novelísticas que puedan expresar (o crear) nuevas relaciones entre el hombre y el mundo y que están decididos a inventar la novela, o sea, a inventar al hombre”. En su narrativa cuestionaba la existencia del personaje por banal, daba más importancia al estilo que al contenido, reivindicaba la autonomía de la obra frente a la utilidad de la historia y sus cargas nacionales y políticas. Pensamiento que sigue siendo pertinente en el siglo xxi ante la viscosa ofensiva anestesiadora de la narrativa actual, agenciada por las multinacionales para lectores bobos, pasivos, consumidores de los best sellers y las obras de éxito reinantes hoy en América Latina y casi todo el mundo. Dentro de esa profesión de fe literaria salieron obras como Molloy, de Beckett; Moderato Cantabile, de Marguerite Duras; El camino de Flandes, de Claude Simon; Tropismes, de Nathalie Sarraute; La mise en scène, de Claude Ollier, y El empleo del tiempo, de Michel Buttor, el único sobreviviente del movimiento.
Herederos directos del excéntrico Raymond Roussel, autor de Locus Solus, de James Joyce y de su discípulo Italo Svevo, escritor de la inolvidable y necesaria Conciencia de Zeno, entre otros, el grupo logró estar en la vanguardia de la literatura francesa y mundial de la posguerra y pese a la oposición y animadversión que provocó y provoca entre muchos escritores convencionales de obras vendibles, los del Nouveau Roman obtuvieron dos premios Nobel, el de Beckett y el de Simon. Y si Robbe-Grillet no accedió al máximo galardón sueco se debió probablemente a que su vida fue también subversiva y que en algunas de sus obras literarias o cinematográficas abordó asuntos de “lolitofilia” y sadomasoquismo hasta extremos inaceptables para su tiempo. De hecho, su última obra, Una novela sentimental, provocó escándalo en 2007 y se vendió cerrada en celofán, las hojas sin cortar y con un aviso explícito advirtiendo los peligros de su lectura, dos siglos después de El Marqués de Sade, uno después de las Once mil vergas de Apollinaire y cincuenta años después de George Bataille y su Madame Edwarda, entre otras.
Robbe-Grillet nació el 18 de agosto de 1922 en Brest, Bretaña. Tenía como profesión ingeniero agrónomo y en su casa de Normandía cultivaba cactus y árboles que fueron arrasados por los huracanes de 1999. Pero además de ese profundo amor por la naturaleza y los cactus espinosos, en su casa se celebraban ceremonias colectivas eróticas y sadomasoquistas a las que invitaba amigos y adictos. En esas tareas del deseo y el placer tuvo la fortuna de vivir toda la vida con Catherine Robbe-Grillet, escritora prohibidísima con la que organizó a lo largo de su vida esas grandes escenografías sexuales y que pasó con el tiempo de ser la lolita inicial de trenzas a la dominadora experta en el látigo. Todavía hasta hace poco se le veía en la televisión debatir ante aterrorizados varones domados o en fotos junto a su terrible tocaya Catherine Millet, autora de Vida sexual de Catherine M.
Todas esas actitudes subversivas lo convirtieron en un personaje peligroso para el establecimiento literario convencional de Francia. Pese a ello, tres años antes de su muerte fue nombrado en 2004, casi contra su voluntad, miembro de la venerable Académie Française, pero se dio el lujo de nunca entronizarse, ante su rechazo a llevar el traje oficial y darle vueltas a la posibilidad del discurso. Hasta el final fue coherente con su rebelión literaria.
De prodigiosa memoria, cocinero de talento, agrónomo, realizador de cine y excelente profesor de literatura, como lo demostró durante 25 años en la Universidad de Nueva York, Robbe-Grillet está ahora más vivo que nunca. Solo bastará volver a hojear algunas de sus obras como El Mirón (1955), La Celosía (1957), En el laberinto (1959), Romanesques (1985-1994) y La reprise (2001), que fueron traducidas a muchas lenguas y tuvieron seguidores en América Latina, Estados Unidos y Japón.
A todo eso se agregaría la visión de sus filmes La inmortal (1963), Trans-Europ-Express (1963), Deslizamientos progresivos de placer (1974) y La bella cautiva (1983), entre otros, aunque sean fallidos.Con su entusiasmo de dandy literario, Robbe-Grillet adquirirá poco a poco los perfiles de un clásico francés y pronto llegará a la consagratoria colección Pleiade. Y aunque por sus peculiares preferencias sexuales es poco probable que lo entierren en el Panteón de los Hombres Ilustres al lado de los venerables padres de la patria, desde el limbo de la Nueva-Nueva Novela que presagiaba se dedicará con más libertad a los interminables deslizamientos progresivos del deseo y la letra.