lunes, 6 de abril de 2009

CIUDAD GOTICA QUIERE A OBAMA


Eduardo García Aguilar

Por todas las calles de Nueva York se ve en las pantallas de televisión que titilan al interior de cafeterías y negocios la imagen de Obama al ser recibido de manera apoteósica por los jóvenes europeos el jueves en Estrasburgo, en el marco de su primera gira al extranjero para la cumbre del G-20 y la reunión de los países de la OTAN.

Al caminar junto al Ground Zero, ese hueco terrible de destrucción que sacudió a la primera potencia mundial y al mundo entero un 11 de septiembre, uno entiende que las cosas cambiaron en este país odiado antes por el Tercer Mundo y que un nuevo lenguaje parece imponerse poco a poco desde las calles antes dominadas por Wall Street y la voracidad de los financieros y los magnates delincuentes del planeta.

Al llegar al escenario ante la muchedumbre francoalemana e internacional, Obama recibe aclamaciones que superan todas las marcas, como si fuese una estrella de rock, y luego pronuncia un discurso claro, inteligente, que no obvia los temas incómodos, haciendo uso de un tono inédito, que genera peligrosamente tal vez muchas esperanzas en el mundo.

Ideas que hace poco eran consideradas izquierdistas o extremistas en contra del mercado libre y a favor del control de la plutocracia se oyen ahora en la boca de Obama y de los líderes europeos, que aparecen mínimos ante el aura del nuevo emperador del universo, parecido a un faraón egipcio salido de lámpara de Aladino. Además, como un hábil maestro de ceremonias Obama maneja con soltura y humor al público a la hora de escoger a los jóvenes que le hacen preguntas sobre todos los temas posibles, en especial sobre las medidas concretas que aplicará para enfrentar los riesgos de esta época de recesión y violencia.

Uno se pregunta en qué país está ahora cuando ve al presidente negro decir que Estados Unidos no es el patrón del mundo sino que desea compartir el liderazgo con las potencias europeas y asiáticas, porque los retos lo exigen. Y ve a los norteamericanos serenos ante las pantallas de televisión cuando los locutores de CNN describen los gestos de su líder e incluso bromean sobre el afectuoso abrazo de la reina Isabel de Inglaterra a la única primera dama negra de Estados Unidos y los cariños entre ella y su homóloga de Francia, la bella italiana Carla Bruni.

Los paseantes de la calle Broadway y de Times Square se detienen un momento a observar la sonrisa seductora del líder negro estadounidense que gobierna su país y marca pautas en el mundo desde hace dos meses, mientras algunos turistas compran camisetas con la imagen del carismático presidente. Uno no puede creerlo, pues hace poco la imagen dominante en Estados Unidos era la del funesto vaquero George W. Bush, con su limitado lenguaje de guerra y el odio ciego contra los disidentes del mundo o los países o las personas que no estuvieran de acuerdo con la cruzada maniqueista de un líder imbuido por las palabras bien y mal, blanco y negro.

Las enormes pantallas neoyorquinas muestran las aclamaciones de los asistentes al acto en la ciudad sede del parlamento europeo, cuando Obama dice al mundo que no quiere que Estados Unidos vuelva a aplicar la tortura como ocurrió en Guantánamo. Y algunos sonríen y celebran discretamente junto a un Starbucks. Ground Zero está al frente, el hueco se ve todavía profundo, las máquinas metálicas dan vueltas, los obreros con cascos van y vienen y el sol de primavera se refleja sobre los modernos edificios que sobrevivieron al ataque aéreo de Al Qaida, que causó la muerte de miles de personas y la enfermedad de muchas otras afectadas por la respiración de residuos tóxicos de las emblemáticas Twin Towers.

La otra vez, hace muchos anos, cuando vine a presentar la versión al inglés de mi novela Bulevar de los héroes en Americas Society, subí a esas alturas y desde ahí divisé la ciudad. Eran otras épocas de cambio. El muro de Berlín había caído, la cortina de hierro se había derrumbado. Los países totalitarios desaparecían uno tras otro y la sacrosanta Unión Soviética se desmembraba rápidamente como en un extraño naufragio. Las estatuas de Lenin, Mao y Stalin caían. El obrero Walesa llegaba al poder en Polonia y en estas mismas calles los heraldos del libre comercio, del capitalismo a ultranza, los adoradores del becerro de oro del dinero celebraban la victoria mientras aparecían los odiados yuppies thatcherianos y reaganianos. El capitalismo salvaje clamaba el fin de la historia. El ideólogo Fukuyama lo decía con claridad: la historia había terminado y viviríamos en un mundo capitalista donde las fuerzas del mercado regirían todo automáticamente.

Y ahora, cuando vuelvo tres lustros después a presentar mi novela El viaje triunfal traducida al inglés en la misma Americas Society de Park Avenue, me encuentro con otro escenario, como si otro muro de Berlín hubiese caído, pero esta vez el Muro de Wall Street, situado al lado de los edificios que el terrible Calibán islámico demolió mostrando la reacción ciega de los ilotas, de los esclavos del planeta ante el delirio de un mundo de magnates avorazados e insensibles a la pobreza y el hambre mundiales.

Un amigo que vive en Nueva York desde hace 35 años y ha visto correr la historia norteamericana desde el asesinato de Martin Luther King, el auge del Peace and Love y los años de Nixon y Reagan y el 11 de septiembre, me dice que lo más extraordinario que ha ocurrido en Estados Unidos desde su llegada al país es que un negro llegó a la presidencia, algo que nunca pensó iba ocurrir. Solo ese hecho expresa para el amigo el extraordinario cambio operado por la sociedad gringa, preocupada ahora por los que se quedan sin casa y son expulsados a la calle o los enfermos que no pueden pagar las altas sumas de los servicios médicos y mueren con llagas y tristeza en las calles del poder.

Junto a Ground Zero la gente come hamburguesas en Burger King y corre de un lado para otro mientras las pantallas muestran a un Obama querido en el extranjero como pocas veces un presidente estadounidense lo logró. En la libreria Barnes and Noble de la Quinta Avenida hay una vitrina gigantesca en su honor con fotos y libros dedicados a el y adentro una estanteria con decenas de novedades sobre el nuevo Lincoln del que los norteamericanos estan orgullosos.

La escritora franco-belga Amelie Nothomb escribe este domingo en en The New York Times que los europeos envidian a Estados Unidos y quisieran tener presidentes como el. Y uno finalmente no sabe si es cierto o no este cuento, si es una película de ficción Hollywoodense, pero lo cierto es que la Ciudad Gótica de Batman y el Guasón, la ciudad de Superman quiere a Barack Obama y que todo parece distinto en estas calles amadas.