sábado, 20 de junio de 2009

BARBA JACOB EN EL HORNO


Por Eduardo García Aguilar
Ya está a punto de salir del horno el libro Escritos mexicanos de Porfirio Barba Jacob, que cambiará para siempre entre nosotros la imagen y la verdad literaria del gran colombiano errante, hasta ahora conocido casi sólo por su obra poética. Como es bien sabido, Barba murió en 1942 casi inédito y poco a poco se reunió la obra poética dispersa que le ha dado fama entre los colombianos y algunos admiradores latinoamericanos.
La leyenda de quien se llamaba Miguel Angel Osorio y fue una especie de judío errante latinoamericano fue devorada por las anécdotas del supuesto alcoholismo, homosexualismo y cannabismo del poeta, que vivía a salto de mata de sus dificultades económicas, ganándose la vida en múltiples periódicos de México, América Central y Sudamérica. A imagen y semejanza de nuestros fantasmas, el retrato que nos quedó de él fue la de un bohemio de cantina, algo engominado, que deliraba entre los contertulios recintando poemas perfumados que para algunos se inscribían dentro del modernismo tardío y para otros en el campo de cierta restauración del romanticismo decimonónico.
Cuando inicié la investigación para esta voluminosa recopilación de inéditos entre el polvo de los viejos diarios mexicanos desaparecidos en la hemeroteca de la Ciudad de México, fui descubriendo la prosa directa y embrujante del más grande articulista colombiano de todos los tiempos, al que ningún columnista del siglo XX ni de hoy le llega a los talones, incluso los más afamados de la gran prensa "rola" bogotana, esos mismos que lo miraron con desdén y sin duda le cerraron las puertas de esos diarios cuando recaló de nuevo en su patria, pobre, enfermo y miserable, tras su expulsión de México por inmiscuirse en la política interna de la gran nación azteca.
De sorpresa en sorpresa tomé fotocopias de los artículos perdidos en las páginas amarillentas de los diarios fantasmas y rastreando los diversos seudónimos con los que firmaba las colaboraciones que le daban de comer y beber en diarios como Churubusco, El Independiente, El Pueblo, El Demócrata, El Universal y El Excélsior, encontré muchos textos sosrpresivos que nunca hubiera imaginado y a veces rastros de su nostalgia colombiana al referirse a ciudades como Manizales o personajes como Jorge Isaacs, Leopoldo de la Rosa, Enrique Olaya Herrera o Alfonso López Pumarejo. Fue tanta la cantidad de textos encontrados que llegué a reunir dos cajas completas de fotocopias, tras lo cual procedí a una minuciosa selección de la que descarté muchos textos locales o de menor interés internacional.
Barba Jacob me habitó en esos años como si fuese un familiar lejano y perdido y al entrar en contacto directo con su trabajo de redactor descubrí un ser mucho más terrenal, excelente trabajador, con una gran capacidad de producción, a quien sus jefes o amigos reconocían por su responsabilidad y talento. Como los grandes autores de todos los tiempos, cada vez que Barba Jacob se colocaba frente a la máquina de escribir era para sacar lo mejor de sí con el placer de encontrar el tono y las palabras adecuadas y la fuerza de una prosa inconfundible. Tanto era así que algunos textos de él que no llevaban firma podían reconocerse con sólo dejarse llevar por esa fuerza de la prosa cotidiana donde brillaban sus referencias, sus gustos literarios y la altura de miras en el analisis político de la coyuntura mundial.
Los tiempos de la dictadura porfiriana, las jornadas de la Revolución y la Contrarrevolución, los años de la Primera Guerra Mundial, el auge y la caída de los regímenes latinoamericanos o Europeos, las actividades incesantes del imperialismo norteamericano, los pasos lentos hacia el surgimiento del fascismo italiano y el nazismo alemán, la guerra de España, y los horrores de la guerra mundial figuran en esos textos iluminados que escribía para comentar día a día los cables que llegaban de las agencias internacionales a la redacción del diario Ultimas Noticias de Excélsior.
Tuve la fortuna de hablar y conocer en la ancianidad a varios de sus amigos como Elías Nandino, Renato Leduc y Andrés Henestrosa, que me contaron anécdotas de sus aventuras e incluso tuve en mis manos una de las últimas libretas de apuntes del poeta, sacada de su casa la tarde del velorio y que llegó a las manos de Hugo Latorre Cabal, otro escritor y periodista colombiano que escogió México para vivir y morir y laboró como Barba en el tradicional diario mexicano Excélsior.
Recorriendo las librerías de viejo de la Ciudad de México y los puestos callejeros del centro histórico de esa urbe, me encontre una vez con un libro de la biblioteca personal del poeta, leído en Monterrey en 1930 y subrayado por él con la gran minuciosidad de estudioso y atento lector : se trataba del libro de un teórico prenazi publicado por la Revista de Occidente, en la década de los 20, cuando las teorías raciales que nutrieron el ideario nazi se hallaban de moda. Lo compré por una suma irrisoria y al final encontré de puño y letra del escritor su firma y la fecha en que terminó de leerlo en un hotel de Monterrey, escritos ambos con una caligrafía impecable, como si los hubiese estampado el día anterior.
El libro Escritos mexicanos de Porfirio Barba Jacob está en el horno y a punto de salir en una edición cuidada con índices analítico, onomástico y toponímico que facilitarán el acceso del lector a los múltiples temas abordados. Gracias a la gran editorial mexicana Fondo de Cultura Económica podremos acercarnos a otra faceta inédita de un escritor colombiano aplastado durante muchos años por la leyenda maldita, pero que ahora resurje con una nueva imagen, la de un gran trabajador inagotable capaz de la mejor prosa. Lo que prueba que las palabras de los escritores malditos nunca mueren y atraviesan el tiempo, las guerras y el olvido con la furia del azar y la inteligencia.