sábado, 30 de enero de 2010

LA IMPERIO SEXUAL DE LOS GAINSBOURG


Por Eduardo García Aguilar

No hay un sólo día del año en que no aparezca por televisión, en revistas, radio, publicidad o en periódicos alguna noticia o imagen sobre un miembro de la familia del mítico cantante francés Serge Gainsbourg (1928-1991) y el último año el incremento de su omnipresencia ha llegado a límites insospechados e inéditos con la mitificación de su hija Charlotte.

Este hombre narizón, orejón, cumbabón y grotesco como una marioneta, que terminó sus días sumido en una profunda depresión, devastado por el alcohol y el cigarrillo, se impuso a lo largo de cuatro décadas y dos más después de su muerte como un símbolo sexual y su sex appeal se ha extendido a su descendencia y a los amigos o allegados de sus herederos.

Era lo que se llama un típico « tití » o camaján parisino que tras sobrevivir a la caza nazi antisemita de los años cuarenta se impuso desde muy temprano como compositor y cantante de extrañas canciones como El obturador de Lilas y Je t’aime moi non plus, que compuso para su amante Brigitte Bardot, pero se hizo famosa mundialmente interpretada al lado de su esposa la lúbrica y virginal inglesa Jane Birkin.

En todo el mundo desde fines de los años 60 suena esa extraña canción con los gemidos de dos amantes que hacen furiosamente el amor a lo largo de tres minutos de coito y nos introducen a la cama de su pasión sin contemplaciones, lo que en su momento provocó reacciones de las iglesias y la moral pública.

El horrendo camaján que debutó en la televisión en blanco y negro cantando sus extrañas y modernas canciones caracterizadas por un sincopado original y letras de poesía contemporánea, coleccionó entre muchas de sus conquistas a tres grandes divas : la existencialista leyenda Juliette Greco, la insuperable sex symbol Brigitte Bardot y la musa pre-ecologista de jeans, sandalias y camiseta Jane Birkin, una de las adolescentes que se hace fotografiar en la película Blow Up de Michelangelo Antonioni, inspirada en un cuento de Julio Cortázar.

Las canciones Je t’aime moi non plus y Bonnie and Clyde fueron compuestas por este poeta, que aspirada a ser tan inmortal como Baudelaire, en dos meses de intensa pasión vivida con la joven Brigitte Bardot en lo máximo de su devastadora influencia erótica mundial, pero tras la separación la reemplazó por Jane Birkin y su largo amor fue seguido día a día durante tres lustros en las revistas de corazón y la televisión.

El mito de la bella y la bestia sigue siendo un atractivo en la modernidad, por lo que ver a este hombre fumador con la barba semicrecida y ojos brotados de sapo, trajeado de jeans deslavados y camisas arrugadas y sucias, con la preciosa Birkin, significó una fantasía sexual para hombres y mujeres de varias generaciones.

Luego vino el fruto de sus amores, una niña casi afásica y supertímida, tan narizona y cumbambona como su padre, a la que lanzó con escándalo a los 13 años con la canción Lemon incest, que sugería relaciones insugeribles entre padre e hija. Luego la fea Charlotte, traumatizada porque en las escuelas sus compañeros consideraban a su padre un drogadicto y a su madre una putica, pidió ser internada en una escuela suiza, desde donde los directores amigos de la familia la sacaban para filmar películas que todo el mundo celebraba porque era la única heredera de la dinastía erótica del momento.

Después vino la separación. La divina Jane Birkin, harta de cuidar borracheras y escándalos de su pigmalión lo dejó por el cineasta Jacques Doillon y desde entonces el ídolo underground se hundió en una depresión alcohólica de la que nunca se recuperó ni siquiera viviendo al lado de la lolita Bambou, muchacha asiática abandonada que creció en orfanatos, a quien se ligó en un bar de mala muerte.

Gainsbourg multiplicó los escándalos en los programas de televisión en los tiempos de libertad surgidos tras el triunfo en 1981 de los socialistas y los aires de « movida » libertaria reinantes fugazmente en esos años, cuando todo era permitido en la pantalla chica. Quemó billetes de 500 francos, rodó frente a las cámaras, escandalizó pidiéndoselo en público a estrellas norteamericanas, convirtiéndose en una figura adorada por la población, tanto que circulaban y se vendían muñecos con su imagen semibarbada de clochard de lujo y el Museo de Cera Grevin lo incluyó entre sus figuras.

Y un día amaneció muerto en su casa de la calle de Verneuil, junto al Saint Germain des Prés de Sartre y Beauvoir, saltando a la fama póstuma que sigue tan viva como nunca. La casa fantasmal es lugar de peregrinación y las paredes que la protegen están cubiertas de inscripciones coloridas que dejan sus admiradores. Una nueva película que relata su historia acaba de estrenarse en enero signada por nuevas leyendas : la bella actriz inglesa que hizo el papel de la Birkin se suicidó inexplicablemente antes del estreno en Cannes el año pasado y el papel de Brigitte Bardot fue encarnado por otra diva erótica, la modelo corsa Laetitia Casta.

Pero el triunfo de los Gainsbourg no llega sólo a través del viejo verde, sucio como un Charles Bukowski parisino, sino además con la gloria reinante de su hija Charlotte. La habíamos dejado arriba como una adolescente fea y acomplejada en un pensionado de ricos en Suiza. Desde entonces su carrera ha sido fulgurante y se ha vuelto el símbolo sexual de su generación, superando a su madre, la ya anciana e hiperactiva Jane Birkin, hija a su vez de la actriz que desempeñó el papel de mujer de Tarzán.

Charlotte es todo lo contario a los cánones de la belleza occidental a lo Kate Moss o Scarlett Johanson, pues es totalmente plana, sin senos, altísima, desgarbada y semijorobada, pero a lo largo de varios discos experimentales, campañas exitosas de publicidad para moda, veinte películas y el premio a la mejor actriz en Cannes por su actuación en Anticristo en 2009, se ha convertido en un poderoso ícono de la contracultura. Como su padre, no hay día que no aparezca semidesnuda en alguna revista, o en los afiches publicitarios del metro extendiendo su largo cuerpo de erotismo deforme, cubierto de prendas sadomasoquistas que invitan a la rebelión y al disturbio como hacía en vida su impresentable padre, quien desde el cielo controla todo ahogado en whiskie y humo de cigarrillos negros marca Gitanes.

sábado, 16 de enero de 2010

EL ABSURDO DEBATE DE LA IDENTIDAD NACIONAL


Por Eduardo García Aguilar
Algunos sectores de la derecha francesa decidieron de nuevo levantar en año electoral los demonios de la intolerancia al plantear un debate caduco, el de la identidad nacional. Al despertar el miedo al extranjero y enfrentar a los supuestos « franceses cristianos y blancos puros » frente a los impuros extranjeros africanos, asiáticos o árabes, esos partidos logran pescar votos a la ultraderecha y ganarán curules, pero despiertan a su vez los terribles fantasmas que afectaron a Francia en los años 30 cuando se dio el auge del pensamiento ultranacionalista de la Acción Francesa mientras en Alemania, Italia y España crecían el nazismo, el fascismo y el falangismo que condujeron al holocausto, a genocidios y absurdas guerras civiles fratricidas.
Si los pensadores de la Ilustración y del Siglo de las Luces se levantaran de sus tumbas hoy, se asombrarían de la violencia y el sectarismo que se percibe en los debates televisivos o escritos, agenciados por políticos de segundo orden, e intelectuales iluminados conversos, quienes aseguran que los blancos cristianos franceses están en peligro ante la arremetida de la barbarie extranjera islamista. Y utilizan epifenómenos de sociedad para levantar esos fantasmas, como que jóvenes de origen árabe de los suburbios silben la Marsellesa en los partidos de fútbol, quemen esporádicamente la bandera francesa o que algunas jóvenes árabes se pongan el chador y la burka para asustar a sus vecinos y hacen de eso verdadera amenaza para la nación. Cualquier observador descubre que los pocos centenares de chicas que se cubren con el chador y las decenas en todo el país que se ponen la burka lo hacen como una forma de protesta en estos tiempos revueltos y de histeria guerrera, porque debajo de esas prendas se observan sus jeans de moda, las uñas pintadas y sus sensuales formas perfumadas. Que lo hagan, ahí no pasa nada, no hay ningún peligro, de la misma forma que un chico o una chica se deja crecer las rastas, se tatúa el cuerpo, se pone piercings o se viste de gótico o de emo para llamar la atención de los mayores.
El gran escritor argelino Yasmina Kadra respondió con inteligencia en un debate a una agitada intelectual al decirle que ante esos fenomenos periféricos y no esenciales hay que responder con tolerancia y comprensión antes que con la represión y la histeria que incendian y amplían el problema, de la misma forma que sería absurdo penalizar a jóvenes góticos, emos, rastas, y de otras tendencias que se visten de forma estrafalaria. Cualquier persona tolerante comprende que eso expresa una rebelión interior, una llamada de atención y que de esas excentricidades no hay que hacer un absurdo grito de guerra como ahora cierta derecha intolerante lo hace a riesgo de volver a incendiar los suburbios como hace cuatro años.
Y además, en estos tiempos de globalización cosmopolita, una República es el compuesto simultáneo de personas de muchos orígenes y tendencias diversas que conviven en paz bajo el respeto de ciertos principios básicos como la solución democrática de los conflictos, el respeto a los derechos humanos y la tolerancia del otro. Bajo una República los judíos irán a sus sinagogas y celebrarán sus fiestas ancestrales, los árabes irán a la mezquita, ayunarán en el Ramadán y degustarán luego el cous-cous, los hinduístas adorarán a su dios elefante Ganesha, los católicos irán a misa y comulgarán, los protestantes clamarán sus aleluyas mientras nosotros los ateos, que somos muchos, seguimos en paz nuestras vidas sin asustarnos por el fervor religioso de los otros. Y no veo donde está el problema : un país puede vivir en paz en esas condiciones.
Después del fin de la guerrra fría la amenaza del comunismo se acabó para las grandes potencias y el capital internacional y entonces los poderes occidentales se han inventado una nueva amenaza que es el mundo musulmán, como en los tiempos de las cruzadas. Nadie duda que una importante minoría islamista fanática y violenta ha surgido en el amplio y vasto mundo musulmán, pero también es necesario buscar las razones de esa radicalización que se remontan a las guerras coloniales y a la explotación violenta de los grandes recursos petroleros y minerales que subyacen en los desiertos del Oriente Medio y en los continentes africano y asiático.
Tanto Rusia, como el imperio estadounidense y las grandes potencias europeas han actuado siempre como depredadores en esas regiones para extraer las riquezas sin dar nada a cambio. En el caso particular de Francia, cualquier historiador reconoce la terrible colonización violenta que este país hizo junto con los ingleses y holandeses, desde siempre en los lejanos países asiáticos, en Oriente Medio y en Africa. Los occidentales fueron odiosos. La memoria de sus guerras, violaciones, genocidios está escrita y todavía es tabú abordar las guerras coloniales de mediados del siglo XX, cuando los países del Magreb y el Africa subsahariana lograron su independencia.
Los « cristianos blancos » que hoy se sienten amenazados fueron hienas racistas que humillaron y sembraron el terror en todas esas poblaciones del desierto o más lejos aun en Vietnam, Laos y Camboya y en los enclaves comerciales y portuarios de China e India como Calcuta, Shangai, Macao y Pondichery, desde donde salían barcos llenos con las riquezas del saqueo en tiempos de las guerras del opio. Que no olviden los « cristianos blancos » europeos los siglos de esclavismo cuando se dedicaban a la trata de negros en el Nuevo Mundo y a los horrores sin fin que aplicaron a los pueblos negros africanos que hoy hacen parte del amplio orbe musulmán. Si a Francia llegó una inmigración árabe o africana de sus ex colonias fue porque esos países pertenecieron a Francia en la epoca colonial y su gente contribuyó con su sangre en las guerras, como fue el caso de los famosos soldados senegaleses, o con su sudor a la construcción del progreso y la riqueza de los grandes países europeos. Negros y árabes construyeron con sus manos autopistas, edificios, acueductos, centrales nucleares, renovaron ciudades enteras y trabajaron como servicio doméstico y recolectores de la basura de los supuestos « blancos cristianos » impolutos. Si están aquí fue porque los trajeron a trabajar y al estar aquí tuvieron hijos y crearon comunidades donde subsisten las viejas tradiciones ancestrales religiosas, culinarias, musicales. Ellos también son miembros de la República francesa.
Como el caso de árabes y negros en el siglo XIX y XX hubo también amplias inmigraciones de trabajadores italianos, españoles, portugueses, polacos, rusos y judíos pobres que trabajaron en este país y contribuyeron a forjarlo como una nación moderna. Los franceses de hoy son el fruto de un centenario mestizaje y es absurdo plantear que hay una « raza pura francesa blanca y cristiana » amenazada por el otro, cuando todos descienden, quiéranlo o no, de algún extranjero miserable que llegó aquí a trabajar desde los tiempos de la construcción de las catedrales góticas.

domingo, 10 de enero de 2010

EL TRISTE FIN DE LOS CAUDILLOS LITERARIOS


Por Eduardo García Aguilar

Uno de los objetivos mejores de quien se dedica a las letras debería ser la conquista del silencio, virtud por la cual el pensador escucha antes que hablar, prefiere leer a escribir y observa en vez de estar en la escena gesticulando. Vivimos un mundo donde la proliferación infinita de la letra y la imagen nos aplasta y es un abismo de telarañas de vanidades y monólogos, donde poco a poco todos vamos quedando atrapados en la soledad de un alvéolo o capullo.

Autores, personajes de la farándula, políticos y predicadores monologan desesperadamente para tener presencia, no escuchan nunca al otro y en la ambición de dominar el escenario no dejan tiempo a la decantación de ideas o intuiciones. Cuando no había imprenta los hombres hablaban en las plazas y sus palabras se las llevaba el viento, o se expresaban en los pergaminos que permanecían secretos e inaccesibles.

Gutemberg liberó entonces la voz de muchos a través de libros y gacetas. Pero para llegar a expresarse por medio de la palabra el camino era arduo y sólo unas cuantas élites religiosas o aristocráticas podían dominar la escritura y por ende, hablar. La visión del mundo o lo que se contaba de la realidad era lo que veían las élites. De ahí que estemos muy enterados de los avatares de la corte y el lujo de los salones reales o cardenalicios, pero muy poco de la vida de la imfame turba de las sucias barriadas o el campo.

Excepcionalmente algún autor de la élite se volvía sensible a ese otro lado escondido de la pobreza. Y por eso de los indios del Nuevo Mundo sólo sabemos lo que les ocurría por Bartolomé de las Casas, quien contó las atrocidades sufridas por los nativos a manos de los crueles españoles, pero desconocemos la voz de los esclavos, sus inquietudes y sus dolores. A medida que la educación fue abriéndose a las clases bajas en las repúblicas decimonónicas, el correo o los diarios secretos empezaron a ser una forma de expresión de amplias capas de la población modesta, aunque el analfabetismo seguía reinando bajo la férula de la casta de los escribanos.

A comienzos del siglo XXI se ha solidificado una extraordinaria revolución iniciada en el último cuarto del siglo pasado, tal vez más espectacular que la provocada por la invención de la imprenta y son ahora varios miles de millones los humanos que acceden a través de computadores e internet a una información cada vez más vasta y a su vez pueden escribir y guardar lo escrito sin límites de espacio o de tiempo. A través de blogs o sitios de intercambio en la red cualquiera se expresa, opina, debate, cuenta, se revela o se oculta. Y cualquiera puede comunicarse con el mundo sin pasar por el cedazo de los medios de poder. Cualquiera hoy puede crear un diario internet o ser escritor, videasta, periodista o fotógrafo.

Las élites intelectuales hasta hace poco debían pertencer a un grupo o tribu de poder editorial para expesarse u opinar en diarios, revistas o editoriales. Si un pensador o escritor era expulsado de la tribu podía caer en el anonimato total o ingresar a la muerte literaria a través del ninguneo de sus contemporáneos, los poderosos directores de revistas, periódicos o editoriales. Las tribus intelectuales se reunían alrededor de afinidades políticas o literarias bajo la férula de un jefe o caudillo literario, con poder en las esferas diplomáticas o gubernamentales. El ostracismo era el destino de los rebeldes y de quienes evitaban las variantes de la lambonería.

Ahora tales mecanismos de poder literario se han vuelto arcaicos y rebeldes e incómodos pueden expresarse a través de la red y conquistar adeptos por fuera de las capillas de poder literario o intelectual. Los escritores o los pensadores pueden difundir al instante sus obras sin esperar años para encontrar un editor, un padrino o hacer antesala toda una vida en las salas de redacción o las editoriales.

Este es uno de los logros más estupendos del internet en la primera década del siglo XXI y una de las conquistas mayores de la libertad de pensamiento iniciada en el Renacimiento y con más fuerza en el Siglo de las Luces. El escritor ha conquistado libertad e independencia y a su vez el lector puede acceder sin límite a otras ideas sin que sean pasadas por el cedazo de las camarillas literarias o intelectuales. Al mismo tiempo los caudillos literarios surgidos del modelo decimonónico, como el ultrapoderoso Victor Hugo, han perdido poder y se han disuelto en la proliferación espectacular de la creatividad de la masa bloguera conquistada por la « plebe » , la « infame turba ». Y esto puede declinarse a los campos musical, fotográfico, pintórico, plástico, poético y periodístico.

Hasta hace poco el lector debía soportar la dictadura de esos caudillos literarios hispanoamericanos que como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Camilo José Cela y Fernando Savater, en España, entre otros muchos, acaparaban la proliferación para ellos solos y secuestraban la palabra y las ideas al servicio de su megalomanía verborreica. Ahora todo esto ha terminado y estamos viviendo una especie de reforma protestante en la literatura y el pensamiento por la cual ya rendimos cuentas directamente al Dios de la Letra sin pasar por obispos, cardenales y monaguillos.

Esa revolución está afectando también a las grandes editoriales que han debido replegarse en el uso sistemático de uno o dos autores por casa a los que aplica la batería exasperante de la propaganda y el marketing para captar compradores, pero que a su vez la nueva libertad protestante del lector moderno de la web identifica como genios inflados del momento que surgen y desaparecen como pompas de jabón.

En la era de la red internet ya nadie come cuento y por eso allí es donde tal vez estén circulando las nuevas ideas y creaciones, como electrones libres de una bienvenida proliferación, donde todos somos genios al instante en una sucesión de efímeras glorias que se difuminan en el delicioso e inquietante abismo del tiempo y el espacio virtuales.

sábado, 2 de enero de 2010

SIMÓN BOLÍVAR EN 2010


Por Eduardo García Aguilar

Comencé el año leyendo los documentos básicos de Simón Bolívar publicados en la clásica Colección Panamericana bajo el título de Ideas políticas y militares, con prólogo de Vicente Lecuna. Sorprende hacer una relectura de los textos fundacionales del país como si se tratase de la novela de las gestas libertadoras y el testimonio de un hombre de aquella época sobre los avatares del continente recién desmembrado de la odiosa madrastra española, que lo sojuzgó durante tres siglos de sangre y humillación.

Lo primero que salta a la vista es la grandeza de ese joven idealista que lanzó sus primeras proclamas de guerra a los 29 años y cuya prosa es la de un clásico de la lengua castellana. Sólo con piezas tan notables como Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla, también conocida como Carta de Jamaica, de 1815, o el Discurso en el Congreso de Angostura de 1819, el héroe pasaría a la historia como un gran escritor político de la estirpe de Montesquieu o Chateaubriand.

Revisar la prosa lúcida y exacta de Bolívar el primer día del año en que se celebra el bicentenario de las independencias, reconcilia al lector en estos tiempos de frivolidad planetaria con la tradición intelectual y política de América Latina, ese extremo occidente de mil aristas que en su seno vio nacer y crecer a grandes hombres, no sólo héroes sino pensadores y escritores como José Martí, Rubén Darío o José Enrique Rodó, que pueden todavía decirnos tantas cosas y que poco a poco hemos ido olvidando en medio de la gritería violenta y la estupidez reinantes.

Suelen algunos fanáticos actuales creer que cuando en estos días se menciona a Simón Bolívar se está hablando de un loco al que se recurre para hacer la guerra o practicar la demagogia, cuando por el contrario, como padre fundador de las naciones libres y soberanas de esta tierra latinoamericana, su voz es de una actualidad escalofriante. Lo que pasa es que pocos lo leen y lo escuchan o tratan de colocarse en el centro de esa gesta histórica que con incomparable generosidad encabezó en tiempos revueltos de geopolítica mundial.

Hoy como ayer el mundo se reacomoda en medio de las tensiones entre potencias establecidas y emergentes que algunas veces negocian y otras se amenazan como perros rabiosos mostrándose los dientes. En aquel entonces la arcaica y torpe potencia española declinaba y se instalaba en su lugar Gran Bretaña como el gran imperio de todos los mares, con sus ideas abiertas, la ciencia floreciente y claros intereses económicos y militares de hegemonía mundial. España se eclipsaba ante naciones que habían adoptado ideas protestantes, acordes con los nuevos vientos económicos, y criterios más modernos en materia de gobierno, justicia, gestión y comercio. Las viejas aristocracias y castas autistas e intolerantes eran reemplazadas por el auge del emprendedor burgués decimonónico que escalaba gracias a sus meritos y talentos y no por el apellido, la canonjía y el fuero.

En esos textos límpidos Simón Bolívar vio con claridad la necesidad de concretar para siempre el corte definitivo con la odiosa madrastra española para abrirse a otras alianzas mundiales novedosas. Y por medio de las armas, sorteando todos los peligros, paso a paso, como los grandes héroes y visionarios logró su objetivo poseido por la osadía delirante de los utópicos. En sus discursos y cartas salta a la vista la mente de un hombre culto que desde muy joven vio mundo y gozó de una notable formación política y militar. La Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura son textos fundacionales, cuya lectura en 2010 es útil para tratar de entender el extraño tinglado geopolítico mundial, cuando emprendemos un nuevo siglo de supuesta independencia buscando una mayoría de edad verdadera, ya no como simples colonias o cuarteles del amo sino como países maduros capaces de hablar con tolerancia, de tu a tu con las potencias en el ágora mundial, tal y como hoy lo hacen por ejemplo naciones antes sojuzgadas y hoy emergentes como China e India y en nuestro continente el notable y sorprendente Brasil de Lula da Silva.

En una bellísima carta del 22 de agosto de 1815, Bolívar advierte al presidente de las Provincias Unidas de Nueva Granada sobre el peligro de que el derrotado Napoleón Bonaparte trate de instalarse en América del Norte o en América Meridional para involucrar el continente en una nueva guerra perdida contra las potencias triunfadoras en Waterloo. Esta bella ficción no se concretó nunca y el gran Napoleon murió derrotado y preso en la perdida isla de Santa Helena, en medio del Océano Atlántico, pero muestra como en aquellos tiempos las arenas movedizas de la política mundial eran tan inciertas y peligrosas.


En este 2010, como hace apenas dos siglos, los equilibrios mundiales están cambiando. Están los poderes tradicionales a un lado y al otro una extraña hidra calibanesca de varias caras en Asia, Medio Oriente y Africa con la que hay un tratar, como Perseo, con mesura y talento, tratando de que no sea la cara más agresiva y fundamentalista la que predomine allí. Y cosa curiosa, América Latina se debate entre ser un cuartel o una base militar al servicio de una sola potencia, como ocurre por desgracia en Colombia, o asumir con dignidad su destino en el concierto pacífico de las naciones como ocurre con Brasil. O sea : o seguir siendo sólo un conjunto de naciones que se comportan como perros falderos llorones de la potencia del norte cual banana repúblicas o tener la dignidad de tomar decisiones propias y pesar en el concierto mundial nutriéndose de las ideas de los grandes pensadores del continente.

No se que escribiría Simón Bolívar si resucitara en estos días en Santa Marta, pero es bastante probable que optara por modelos de países tolerantes y abiertos que no se enfeuden a un solo protector sino que se abran a Europa y a los países emergentes y negocien de manera elegante con los vecinos que no piensen igual o incluso desafien a las ideologías reinantes de la plutocracia. Una de las nuevas proclamas de Bolívar sería sin duda contra los Pablo Morillo contemporáneos, o sea contra la idea de que la gran Colombia se convierta sólo en un cuartel servil y esquinero al servicio de Estados Unidos y que siendo el « corazón » de América se vuelva vil perro boxer gruñón del amo, llevando a sus ciudadanos a una conflagracion inútil y nefasta con sus vecinos por puro fanatismo ideológico.