viernes, 17 de diciembre de 2010

ENTREVISTA CON EDUARDO GARCÍA AGUILAR SOBRE EL CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA



Por Víctor Flores García.


(Milenio. México. 19-Set-2010)





El escritor Eduardo García Aguilar (Colombia, 1953) recorre para Milenio Semanal los caminos de una América Latina fascinada con la Revolución Mexicana. A los ojos de los latinoamericanos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) actual aún personifica la mutación de la épica asonada revolucionaria en triste gobierno. Ven a sus mitos gobernando como cadáveres embalsamados junto a sus enemigos bajo un mismo monumento revolucionario, burocratizado y en manos de intelectuales domesticados por el poder. García Aguilar vivió más de una década en México como corresponsal, y desde 1998 trabaja como editor en París; es autor de media docena de novelas marcadas por la violencia social, traducidas al inglés, francés y bengalí. Dos de ellas tienen a México como escenario: Delirio de San Cristóbal, un vertiginoso ensayo crítico sobre el neozapatismo, y Tequila Coxis, su tributo a la segunda mitad del siglo XX mexicano.

VFG: Tu obra literaria está llena de personajes enloquecidos por el delirio de las revoluciones y las guerras civiles. ¿Cómo reacciona un escritor de esas tragedias a los fastos del Centenario de la primera revolución social del siglo XX latinoamericano?
EGA: Mi primera reacción es volcarme a la tradición. La celebración de la Revolución Mexicana debe ser motivo para releer a los clásicos generados por ese acontecimiento crucial, así como la excelente bibliografía de los historiadores sobre el tema en el mundo anglosajón, que son a veces los más objetivos. Es una revolución tan estudiada como la Revolución Rusa; está presente en el imaginario mundial como pocas en materia cinematográfica, musical, pictórica e iconográfica. En mi caso, reflexioné sobre ese tema en mi libro Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada (Praxis, 1998), que es sobre la rebelión zapatista —la que cubrí como corresponsal—, una sorpresiva y extraña resurrección fallida del impulso subterráneo de la Revolución Mexicana, poco después de la caída del Muro de Berlín y del fin de la Guerra Fría.
La coincidencia de dos celebraciones oficiales, la del Bicentenario de la Independencia de los países hispanoamericanos, enfrentados a la horrible madrastra española, y el Centenario de la gran Revolución Mexicana, nos hace ver la cercanía de ambos hechos y lo cortísima que es la historia moderna latinoamericana. La violencia de ambos acontecimientos sigue larvada en nuestros países. Ahora es incluso más atroz, más tecnificada, con el surgimiento de bandas armadas en los suburbios de las ciudades, las que no tienen límite para matar, torturar, hacer la ley del cuchillo y del sicariato.

VFG: ¿Qué ha cambiado y qué permanece de aquella realidad violenta a un siglo de distancia?
EGA: En estos días, leyendo la gran biografía de Simón Bolívar, del historiador inglés John Lynch, especialista en las revoluciones de la independencia del siglo XIX, percibí con claridad que aún estamos inmersos en los ecos de aquellos acontecimientos. Hoy podemos estar rodeados de nuevas tecnologías, televisión por cable, celulares, internet, aviones, automóviles y rascacielos, pero América Latina sigue igual a nivel social: dividida entre unos cuantos ricos políticos corruptos, y una mayoría de miserables ante una masa expectante.
También sigue siendo el rentable botín de los poderes mundiales. A nivel geopolítico, éstos antes eran Inglaterra y España, después la extinta Unión Soviética y Estados Unidos; ahora y en adelante los bandos serán un Estados Unidos menguante, una Europa en crisis y en vías de subdesarrollo, la ambiciosa China y otras potencias emergentes asiáticas. Y los movimientos contestatarios y las fuerzas de reacción a ellos siguen actuando según intereses exteriores. Bolívar y su gente eran agentes del Imperio Británico interesado en capturar los fenomenales mercados hispanoamericanos. El Libertador estaba rodeado en sus campañas por un ejército cercano de militares y soldados británicos que eran mucho más de su confianza que los militares, soldados y llaneros locales. La celebración del Bicentenario de la Independencia bolivariana siguió con el mito convencional, arcaico, decimonónico, acrítico. Nadie recordó que Bolívar fue el gran agente de los intereses británicos, una ficha en el ajedrez mundial colonial.
Ahora nos sentamos a revisar las consecuencias de la Revolución Mexicana y su concreción en los gobiernos que llevaron a la formación y fundación del legendario PRI, que sigue vivo y coleando. Personajes como Obregón, Calles, Cárdenas, entre otros, son inolvidables personificaciones de la mutación de la asonada en gobierno.


REVOLUCIÓN CULTURAL MEXICANA
VFG: ¿Cómo se reflejó en los movimientos políticos y culturales latinoamericanos ese fenómeno social mexicano?
EGA: Es curioso cómo, en los tiempos de Zapata y Villa, muchos intelectuales contrarrevolucionarios consideraban que los rebeldes le hacían el juego al imperio yanqui de entonces. Los huertistas, los porfiristas nostálgicos y los adeptos del general Bernardo Reyes —padre del escritor Alfonso Reyes— veían en las hordas revolucionarias la mano negra del Uncle Sam, cuya infancia se remonta al Nueva York de la guerra de 1812. Pero la Revolución Mexicana es un acontecimiento extraordinario, fascinante, necesario, tras el cual el país forjó su originalidad en el siglo XX y le dio a México rango de gran nación con voz en la arena mundial al lado de Rusia tras la revolución de los soviets en 1917. Los grandes cronistas, como John Reed y otros más, siguieron paso a paso ese gran acontecimiento. México fue otro después de la Revolución y su ejemplo cundió por Centro y Sudamérica en aquellas décadas de los años veinte y treinta, cuando Estados Unidos actuaba con absoluta desvergüenza al subir y bajar dictadores según sus intereses. Así fue como toda América Latina asumió que México era su hermano mayor, el país más original y más osado. La labor de intelectuales como José Vasconcelos y la fundación de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) fueron una verdadera revolución cultural que se proyectó en todo el continente. LA UNAM ha sido refugio para miles de exiliados perseguidos por las dictaduras latinoamericanas. El soplo cultural mexicano, el culto al libro y a los clásicos contribuyó a dar voz a nuestro continente, desafiando al fin a las patrias bobas y al caudillismo primitivo que reinó después de la Independencia. En esa tarea el papel del Fondo de Cultura Económica (FCE) es extraordinario. Esa editorial es la reina de las editoriales latinoamericanas. De su catálogo se han nutrido todos los pensadores, investigadores y estudiosos del continente a lo largo de más de medio siglo, así como también una pléyade de exiliados latinoamericanos y españoles expulsados por la Guerra Civil y el franquismo, aunados a grandes autores mexicanos. Todo eso fue el fruto de la Revolución Mexicana.

VFG: ¿Cuáles fueron las reminiscencias —y distorsiones— sobre la Revolución Mexicana que perduraron en el imaginario popular en Latinoamérica hasta las últimas décadas de violencia social del siglo XX?
EGA: En la música ranchera, en el cine, en la literatura, la memoria de Emiliano Zapata y Pancho Villa sigue viva, especialmente en las provincias y en los pueblos remotos y solitarios de América Latina. En estos momentos, en recorridos por Colombia, he visto que en algunas casas de maestros o sindicalistas, o en cantinas populares, hay en las paredes fotos amarillentas de Zapata o de Villa, y destaca en especial la foto en que están sentados en la silla presidencial, en el Palacio Nacional. También la emblemática de La Soldadera de rostro indígena colgando de un tren. De hecho, en Colombia circula la leyenda de que Villa era colombiano, pues al llamarse Doroteo Arango y por el hecho de que Arango es un apellido emblemático de la región cafetera donde nací, se cree que es descendiente de colombianos y se sienten orgullosos de eso.
Esos personajes representan la rebeldía, la dignidad, la valentía varonil de los pobres en todo su esplendor. Y la verdad es que en las regiones más atrasadas de estos países la situación es parecida a la de los miserables campesinos e indios que engrosaron las filas de los ejércitos de esos dos héroes. Los tiempos de la Revolución Mexicana siguen vivos en casi todos los países del continente, incluso en los que están gobernados por la izquierda o su imaginario actual.

VFG: ¿Crees que la dimensión épica de las figuras emblemáticas, como Villa y Zapata, pudo desconectarse del perfil autoritario del régimen político que surgió de la Revolución Mexicana?
EGA: No creo. México, casi como ningún otro país, desde los tiempos de Vasconcelos y los pintores muralistas, vive gobernado a punta de mitos y leyendas patrias. La máquina educativa e intelectual es una original maquinaria que moldea las mentes de los mexicanos con la imaginería de los héroes de la Independencia, la Reforma y la Revolución. Es el único país latinoamericano que da miles de becas a los escritores e intelectuales, una derrama extraordinaria de dineros a la nomenclatura literaria en cada generación universitaria e intelectual, para alimentar la mitología patria. Es curioso lo poco críticos que han sido y son los grandes intelectuales mexicanos, salvo excepciones, con respecto a su historia y la de sus caudillos culturales. Es un santoral republicano verdaderamente fenomenal. Tal vez en eso se asemeja a Francia, a sus héroes retóricos y grandilocuentes y a su épica Marsellesa. Villa y Zapata gobiernan en México como cadáveres embalsamados que van a la batalla, semejantes al Mio Cid. Y detrás de ellos cada caudillo cultural es un santo. Todos los escritores e intelectuales mexicanos sueñan con entrar al santoral patriótico. Por eso son a veces tan grises y formales, parecidos a “burócratas de funeraria”, como decía el escritor guatemalteco-mexicano Luis Cardoza y Aragón refiriéndose a un personaje de la época de entreguerras. Por eso uno mira con nostalgia los años de solidificación de la revolución cultural mexicana, de la mano de Vasconcelos primero, y del FCE y la UNAM después. En las últimas décadas caóticas ese soplo magnífico se ha burocratizado en manos de intelectuales cautivos y domesticados por el poder.
VFG: Al final de la primera década del siglo XXI, cuando una democracia muy imperfecta —y no “dictadura perfecta”— prevalece como régimen político en México, ¿qué queda de un siglo de relatos históricos y literarios sobre la violencia social en Latinoamérica?
EGA: Queda para la historia una gran literatura sobre los conflictos latinoamericanos, en especial antes y después del boom de la literatura latinoamericana. Todos abordaron el tema del dictador y del rebelde. Esto tuvo su génesis en aquel México: de nuevo Vasconcelos, con sus memorias inauguradas con Ulises Criollo, Martín Luis Guzmán con El águila y la serpiente, Juan Rulfo y sus clásicos sobre el mundo agrario mexicano, así como José Revueltas y otros autores, hicieron que la tradición de la literatura social siguiera viva en México. En Venezuela lo hizo Rómulo Gallegos; en Perú, José María Arguedas; en Colombia, José Eustasio Rivera con La vorágine, que comienza diciendo: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Varios de estos autores hicieron obras clásicas sobre la violencia y el trópico. La realidad está ahí y seguirá generando literatura.


RETROCESO INTELECTUAL
VFG: La manía oficial y ritual por las celebraciones de los 200 años de la Independencia de España, los 100 de la Revolución Mexicana, los 50 de la Revolución Cubana, contrasta con el pesimismo en la literatura que tu generación produce. ¿Es el desencanto y el rechazo a la épica histórica la marca de la literatura latinoamericana actual?
EGA: En mi caso es así, mas no en el de los mercaderes de best-sellers con temas patrios. Las celebraciones del Bicentenario estuvieron caracterizadas por reforzar la imaginería clásica de los héroes y las leyendas ahistóricas agenciadas por la educación patriótica del siglo XIX. Esos héroes, grandes asesinos o inmensos ignorantes, o personas deleznables de doble faz, siguen siendo vistos de manera teatral para uso de las mentalidades infantiles de una población semianalfabeta. En cada país se dio dinero a los escritores oficiales para hacer eventos, publicar libros o hacer volar globos, como en Bogotá, a costos millonarios. Por supuesto, no se invita a los debates a los historiadores, sociólogos, antropólogos, teatreros, poetas, novelistas o ensayistas rebeldes, sino a los hacedores de best-sellers rápidos y de telenovelas. Han proliferado libros intonsos y mediocres sobre Bolívar, donde se cuenta lo que todos sabemos ya sin citar a nadie. Libros que llueven sobre mojado. Todos quieren escribir su Bolívar retórico y mentiroso, y lo mismo ocurre con Pancho Villa y Zapata. Pero eso sí, los historiadores serios nunca son invitados.
Hemos retrocedido incluso con relación al nivel intelectual de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado, cuando había una intelectualidad que debatía en todo el continente a un alto nivel. Ahora todos son vedettes literarias a las que sólo les interesa vender libros y no profundizar sobre el verdadero drama de nuestro continente.

VFG: La Revolución cubana pudo renovar ese impulso con epicentro en México y también terminó en decepción.
EGA: En cuanto a Cuba, su drama histórico y el fracaso de su Revolución ha hecho florecer una literatura de moda que llena las estanterías de libros en Europa. Ese país es gobernado por la dictadura de los hermanos Castro, la familia infalible que usurpó la palabra Revolución y atiende la isla con mano de hierro. A ellos les interesa más su megalomanía de caudillos latinoamericanos tiránicos que la miseria, el atraso y la falta de libertad que hay en las calles. Nadie puede negar que Fidel Castro forma parte de los muebles de la historia latinoamericana; pero es y ha sido un tirano ciego a la realidad de su país. Es el dueño de millones de cubanos, de igual manera que los gamonales en el resto del continente son dueños de sus siervos de gleba. Hay poco que celebrar tanto en los 60 años de la Revolución Cubana, como en los 100 de la Revolución Mexicana y los 200 de la Independencia.

VFG: ¿Sobrevivirá la fascinación dogmática en los héroes en la literatura latinoamericana, o prevalecerán la desesperanza y el escepticismo?
EGA: En mi novela Bulevar de los héroes reflexiono sobre las diversas etapas del héroe en la literatura española y latinoamericana desde El Quijote en adelante. Está inspirada en un rebelde volteriano que hacía desde adentro la crítica del espejismo guerrillero y revolucionario que llevó a atrocidades a lo largo y ancho del continente. No entiendo el dogmatismo ingenuo de algunos autores mexicanos y latinoamericanos recientes del Crack y McOndo que, como avestruces, dicen que ya no hay nada que escribir sobre temas latinoamericanos, como si nuestra historia no se repitiera en permanencia. El debate es pobrísimo. Siente uno nostalgia de revistas como Mito de Colombia, Sur de Argentina, Vuelta de México y otras muchas donde el nivel era más alto, independiente, crítico, irreverente. Hay un neocolonialismo editorial en el que maquinarias como Planeta, Mondadori y Alfaguara están dictando a los latinoamericanos la lección como en los peores tiempos de la colonia. La verdadera inteligencia latinoamericana ha sido condenada al ostracismo.

viernes, 10 de diciembre de 2010

VARGAS LLOSA: EL TRANSEÚNTE DE SAINT GERMAIN DES PRÉS

Por Eduardo García Aguilar
Hace unas horas, cuando estaba en la barra de un café de Saint Germain de Prés tomando una cerveza Leff, cerca de mis librerías preferidas, vi cruzar la calle de frente, en este viernes primaveral, a Mario Vargas Llosa, una verdadera institución latinoamericana. Iba solo y cruzaba con lentitud el bulevard, muy elegante, con un soberbio saco azul claro y un pantalón beige, sin duda recién comprados para la temporada, impecable de pies a cabeza entre finísimas ropas de marca, pero sin corbata, y con un aura inconfundible de alegría, confort y plenitud. Traía el cabello blanco níveo que brillaba bajo el sol y cargaba una pesada bolsa roja llena de libros en la mano izquierda que lo hacía trastabillar. Caminaba con cierta torpeza, como suelen hacerlo los escritores que han pasado la vida sentados frente a la máquina y que de tanto estar en esa posición parecen cargar la historia de todas las sillas del mundo. Se le veía feliz en este fin de abril fresco y soleado, en que todos se agitan de felicidad ante la ida del invierno y la cercanía de la larga temporada veraniega.
Las chicas se deshacen de sus abrigos y salen con su ropas ligeras y ceñidas cada vez más sexys, perfumadas y coquetas, colgadas de sus celulares, y todos, jóvenes y viejos, se agitan en las calles mirando vitrinas con ilusión o hablando radiantes en los cafés, como si salieran al fin de la hibernación. ¿Como no venir a caminar un viernes 28 de abril entre calles y terrazas que vieron pasar a todas las generaciones literarias de Francia y el extranjero y de paso visitar las estanterías para ver las novedades?
Vargas Llosa se veía en su hábitat perfecto al detenerse un momento a respirar el aire perfumado de flores recientes y retoños de hojas, en esa esquina que frecuenta desde 1958, cuando a los 21 años ya estaba en Paris buscando entrevistarse con Jean Paul Sartre y Albert Camus, los Premio Nobel franceses de moda en aquellos lejanos tiempos de mediados del siglo XX. Aquí, salvo algún profesor francés muy informado, un estudiante o turista latinoamericano, nadie lo reconoce en la calle y puede caminar tranquilo como en sus viejos tiempos, pero convertido ya en un venerable y sólido anciano mucho más que próspero, cubierto por todas las condecoraciones, los elogios y los honores posibles.
De repente me di cuenta, al verlo cruzar rumbo al café de Flore, frente a la iglesia casi milenaria de Saint Germain, en la pequeña plaza Beauvoir-Sartre, que el autor de La ciudad y los perros, La casa verde y Pantaleón y las visitadoras tiene ya 70 años de edad. Que ese eterno joven nacido en 1936 que nutrió de historias y de éxitos a varias generaciones y siempre estuvo en la primera plana de los debates, cruzaba la séptima década por las calles del barrio latino, no lejos de su casa del Jardin de Luxemburgo, que es, según dicen, uno de sus refugios secretos para huir de la celebridad en España, donde los diarios sacan su foto día a día y cada semana se informa que recibió un nuevo premio de 50.000 dólares en Berlín, Jerusalén, Londres, Cali, Buenos Aires o Nueva York, o un doctorado honoris causa en Tasmania o Yakutia. Todo eso lo merece, pues ha sido el más aplicado de los autores del boom : excelente novelista, muy ameno para todos, ensayista de rigor, experto en Flaubert o las novelas de caballería, articulista y panfletario de miedo, siempre hace la tarea como se debe sin ninguna falla, sin importar las horas que le tome el trabajo.
Vargas Llosa es una verdadera institución en Francia, y los franceses y su mayor editorial, la prestigiosa y altiva Gallimard, lo quieren y lo miman incluso más que a los suyos. Termino la cerveza pensando en todas esas cosas, como en la primera vez que lo vi en el Festival de Teatro de Manizales a inicios de los años 70 del siglo pasado, cuando unos maoístas lo atacaron con vociferaciones en la Universidad y tuvo que ser defendido por un jovencísimo Juan Gustavo Cobo Borda o en un coctel del congreso internacional del PEN club en 2003 en el palacio de Bellas Artes de México, en medio de una muchedumbre de señoras ricas que le sonreían a él, tan fatigado y harto por los viajes.
Vargas Llosa, al que todos los adolescentes queríamos imitar y seguir ; el mismo que le pegó trompadas a García Márquez en México, terminando con una amistad apasionada y condenando al ostracismo el mamotreto de su tesis sobre el colombiano, llamada Historia de un Deicidio. En todo eso pensaba y al terminar la Leff me dirigí por la misma ruta hasta la librería.
Allí, en el lugar de las novedades, Gallimard expone un libro que acaba de salir en honor de su 70 cumpleaños y los 40 de haber publicado en francés La Ciudad y los Perros. En el prólogo, Antoine Gallimard celebra la frescura de sus siete décadas y dice que esa casa editorial no podía dejar pasar la fecha, por lo que el volumen está lleno de fotos de la infancia, adolescencia y juventud de este hombre que ama y es amado por Francia.
El peruano, el inca, el muchacho que en los 60 trabajaba en la Agence France Presse y abordaba con timidez a Albert Camus a la salida de un teatro. Un gran escritor, una leyenda que ha vivido por y para la literatura e incluso se ha dado el lujo de querer ser presidente y fracasar, por fortuna, en el intento.

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* Reproducido en Homenaje a Mario Vargas Llosa el día de su Nobel, después de casi 60 años de teclear.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

EN LA CASA MOSCOVITA DE LEON TOLSTOI


Por Eduardo García Aguilar

(Con motivo del centenario de la muerte del gran ruso en noviembre de 1910)

A sus 86 años de edad la señora Valentina Ievguenievna respira con dificultad, sentada en un banco junto a la mesa del comedor de la planta alta, en la casa moscovita de León Tolstoi. Uno diría que el viejo maestro acaba de salir a cortar leña en el amplio patio y está a punto de regresar de un momento para otro. La anciana guía que trabaja en esta casa desde hace 30 años y gana un salario modestísimo de 3.000 rublos se levanta y arrastrándose sobre sus babuchas se acerca al piano donde se apoyaba Chaliapin para cantar.
Comienza a explicar cómo se salvó a los treinta años el autor de Resurrección de ser devorado por una osa cuya bella piel café yace al lado del instrumento con su rostro agresivo, el hocico abierto y una mirada de animal malherido.Tolstoi se enfrentó a la bestia pero falló el primer tiro y cayó en sus garras, de las que pudo liberarse al dispararle por segunda vez. Días después unos cazadores dieron muerte al animal y al descubrir la bala comprobaron que era la osa que casi lo mata y le regalaron esa piel que ahora sigue intacta en el salón de recepciones de la planta alta donde solían recibir a los invitados y hacer fiestas y veladas aristócratas y gitanos, bohemios, revolucionarios y señoras de la alta sociedad.
Todo eso lo cuenta dona Valentina con lujo de detalles: que la vajilla era de Limoges, que a Sonia la mujer le gustaba la gente rica y a Tolstoi los pobres y los marginales, que cuando Chaliapin cantaba se apagaban las velas y temblaban los vidrios, que el maestro se enfurecía cuando perdía una partida de ajedrez, que sus hijas lo apoyaban en sus generosos propósitos y su esposa y sus hijos hombres cuidaban el patrimonio que él quería regalar a los pobres. El salón de arriba tiene los cuadros, muebles y adornos originales que pudieron conservarse dado que el museo en honor del gran novelista fue creado poco después de su muerte por iniciativa de su mujer y los hijos.
Uno se imagina las fiestas y las tertulias celebradas allí, en uno de los lugares donde por décadas alrededor del patriarca se reunía el mundo artístico e intelectual de Moscú. Más allá está la elegante sala alfombrada y llena de cuadros y muebles lujosos de la matrona Sonia y al fondo el cuarto de huéspedes. Y tras seguir por un corredor uno se topa con los cuartos de la hijas, la ropa antigua de las mujeres de la casa, la bicicleta Rover que el maestro conducía por Moscú, las amplias columnatas cubiertas de azulejos de la calefacción de madera, las habitaciones de los domésticos, mientras afuera caen poco a poco las hojas ocres del otoño. Y en una esquina de la casa aparece de repente el delicioso estudio de techo bajo donde escribió sin cesar el escritor entre candelabros y mullidos sofás de cuero negro, lugar en que pasaba la mayor parte de su tiempo la conciencia nacional y el autor más sagrado, querido y admirado por los rusos. En un armario se ven las amplias camisas de algodón, las botas negras y los instrumentos de zapatería que usaba el aristócrata rebelde para jugar a ser zapatero remendón.
Al bajar las escalinatas hacia la planta baja, otra anciana salida de una novela de comienzos de siglo XX con un viejo gorro de astrakán reemplaza a Valentina Ievguenievna y explica con lujo de detalles la enfermedad de Vania, el último adorado hijo de Tolstoi, muerto niño a causa de la escarlatina y cuyos cuadernos, lápices, dibujos, juguetes y otros objetos están muy bien conservados en una habitación dedicada especialmente al que según la leyenda parecía llamado a ser el heredero espiritual de su anciano progenitor. También se ve el comedor familiar, un oso embalsamado en cuyas manos luce una pequeña tabla redonda donde los invitados dejaban sus cartas de visita, y, colgado como si hubiera llegado ya el maestro, el enorme e inconfundible abrigo negro de piel.
Tolstoi nació en Yasnaia Poliana en 1828 y murió en Astapovo en 1910 a causa de una neumonía que contrajo al escapar de casa y caminar solo entre la lluvia y el hielo. De él nos ha quedado esa imagen de abuelo eterno de luengas barbas blancas y ojos de cegatona opacidad. Es el arquetipo decimonónico del escritor nacional que todo prospecto de literato trata de emular desde la adolescencia y el ejemplo más nítido de lo que es la gloria literaria, cuando un hombre encarna a una gran nación y en este caso a Rusia, la patria de Iván el Terrible y Pedro el Grande, del fabuloso Kremlin de rojas murallas y doradas cúpulas ortodoxas.
Ahora que por primera vez en la vida y después de muchos sueños piso por fin la casa moscovita del admirado genio, una sensación de gran familiaridad nos invade. Es como si toda esa historia tantas veces leída se hubiera concretado y él fuera un viejo abuelo cascarrabias y tierno que recibe a un lejano nieto y lo invita a recorrer por el patio cubierto de hojas otoñales. Tolstoi está ahí y palpita entre nosotros casi cien años después de su muerte. Se pueden escuchar sus risas, sus palabras roncas, la tos seca de invierno, el crepitar de las chimeneas, mientras las abuelas que reinan en esta casa y cuidan los floreros y limpian los muebles, nos cuentan con minucia su vida cotidiana y el largo crepúsculo que lo fue envolviendo hasta la eternidad de la gloria.
Ya pronto la nieve cubrirá esta tosca y enorme casona de madera y el patio donde él jugaba con los nietos y los perros y partía con hacha la madera para las calderas de la calefacción. No lejos de ahí, por la calle Nueva Arbat o la imponente Treviskaia despunta la nueva Rusia de avisos y pantallas luminosas y tiendas de lujo, mientras las limusinas y los autos de lujo de mafiosos y nuevos oligarcas se pavonean orondos con sus chicas de oropel y los rascacielos rompen el nuevo paisaje futurista de la capital de un rico imperio dispuesto a seguir siendo protagónico en el mundo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

LA GRAN ESTAFA LITERARIA MUNDIAL


Por Eduardo García Aguilar (Excélsior. México.29-Dic-2008)

Los viejos escritores latinoamericanos encorvados por las medallas y los doctorados honoris causa, deberían lealtad al autor adolescente que alguna vez fueron si tuvieron la fortuna de la precocidad, y no convertirse en presos y cómplices de la nueva industria editorial estafadora que domina en el mundo.

Antes de que la literatura se convirtiera hace medio siglo en una industria multinacional rentable y los escritores en empleadillos sin sueldo de las grandes multinacionales editoras, el ejercicio de la palabra estaba relacionado con la utopía y las ilusiones caballerescas y quienes se dedicaban a ella lo hacían empujados por una extraña pulsión de la que estaba exenta la ambición del dinero, el poder o la fama televisiva.

Dentro del imaginario del escritor adolescente de todos los tiempos estaban presentes autores muchas veces suicidas, marginales o castigados por la sociedad que como Gerard de Nerval, Arthur Rimbaud, Oscar Wilde, Franz Kafka, Porfirio Barba Jacob, Malcolm Lowry o César Vallejo mostraban a los seducidos por la poesía que el camino escogido era el más difícil posible, pues hasta la más humilde profesión es remunerada mientras la literatura en general y la poesía en particular eran seguros caminos hacia la pobreza, la indiferencia y la burla de los contemporáneos.

Salvo los escritores afortunados o los que hacían carreras políticas o diplomáticas al servicio de tiranos, la mayoría vivía una vida de privaciones que poco a poco los sumían en la desesperación, la marginalidad y la penuria, por lo que sus vidas semejaban a las de los mártires de los santorales religiosos. Muchos hemos conocido a ese tipo de escritor maldito que con modestia se dirige encorvado por las noches a su perdida vivienda a encontrarse con los libros que ama y a ser feliz viajando por el mundo y el tiempo como el más derrochador millonario. Pienso en grandes autores sabios como Paul Verlaine, Yasunari Kawabata, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti o Nagib Mafhuz.

Ese hombre viaja por las civilizaciones y visita los lugares más exóticos mientras devora volúmenes con sus ojos enrojecidos de pasión y su quijotesco estómago vacío. En estos tiempos en que son premiados con recompensas millonarias narcos, prostitutas, violentos, torturadores, delatores, criminales, arribistas, ignorantes y políticos venales, la literatura sigue siendo marginal, pero amplios sectores de la misma han emprendido el camino de la corrupción al servicio del poder y el dinero.

Muchos autores exitosos, analfabetas que ni siquiera escriben sus libros, se ufanan como estrellas en las Ferias del Libro de una industria editorial corrompida, mientras son expulsados de ellas y rayados de las listas de invitados los verdaderos escritores. Por medio de la propaganda editorial vehiculada por los medios masivos a los que pertenecen las casas editoras españolas que dominan en América Latina, se inventan genios de las letras, pensadores descerebrados, narradores que no han hecho jamás sus primeras letras, mientras grupos de modestos editores o ghost writers se encargan de escribir y armar los libros que serán los éxitos de la temporada y el centro de las ferias del libro.

Además se ha puesto de moda el escándalo y el exhibicionismo ramplones y suben a la fama los autores que más se destapan, insultan, cuentan intimidades de sus familiares, escritorzuelos que parecen escribir sermones imprecatorios llenos de insultos baratos y escatológicos e ideas de pacotilla para gusto de un consumidor nacional aferrado a sus manías y ridiculeces ancestrales de tribu.

Desterrados quedan los grandes autores, los libros escritos por personas que han dedicado su vida a estudiar y pensar con rigor y a cambio nos venden siempre literatura de cuarto nivel cercana a los libros de autoayuda o a los panfletos iluminados de las sectas empresariales. Esa es la literatura que hoy circula en ferias, escuelas y bibliotecas y se enseña en las universidades de América Latina y que las avorazadas editoriales españolas y sus empleados venden risueños mientras hacen sonar sus infectas cajas registradoras.

El libro de temporada se vende como producto de supermercado y con fajillas coloridas que por lo regular mienten, quieren hacernos creer que el nuevo autor es siempre el genio sucesor del patriarca de turno y así cada temporada descubrimos a uno o dos genios nacionales que se inflan, porque lo patético del marketing es que la mentira no sólo la cree el estafado comprador, sino el supuesto autor que del semianalfabetismo premiado pasa a creerse, en un abrir y cerrar de ojos, el nuevo Homero, Conrad, Faulkner o Hemingway de turno.

El escritor y el lector adolescente es por fortuna mucho más rebelde y lúcido y sabe calibrar entre la oferta lo que sólo es engaño publicitario. La gran literatura abre caminos, viaja por senderos desconocidos y no por caminos trillados, molesta antes que ofrecer un producto que alimente las ideas fanáticas del momento.

Por eso el lector adolescente es el que puede rebelarse contra la estulticia ambiente manipulada desde los centros de pilotaje de las editoriales multinacionales de hoy en el mundo y en particular las españolas que deciden entre eructos de chorizo el grado de genialidad de la literatura en sus súbditas colonias. España, como decía el cruel pacificador gachupín Pablo Morillo al pobre sabio neogranadino Caldas antes de fusilarlo, “no necesita de sabios”.

Entonces que los estafadores españoles se regresen con sus Pérez Reverte y sus genios coloniales hechos al vapor cada año y nos dejen a los latinoamericanos seguir la herencia de Rubén Darío, Huidobro, Vallejo, Neruda, Felisberto Hernández, Borges, Rulfo, Carpentier, Lezama, García Márquez, Cortázar, Onetti y Paz, entre otros muchos. No necesitamos que las editoriales españolas nos fabriquen con mañas de tenderos nuestros geniecillos dominicales en sus oficinas de Madrid o Barcelona. Que se vayan con su corrupto e infame negocio a otra parte.

sábado, 4 de diciembre de 2010

FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE QUITO


Por Eduardo García Aguilar

La Feria Internacional del libro de Quito, que se llevó a cabo del 19 al 27 de noviembre en la capital ecuatoriana, es un ejemplo de las nuevas tendencias humanistas en materia del libro, pues lejos de la comercialización y estupidización rampantes que reinan en otras ferias, como las de Guadalajara y Frankfurt, aquí la literatura, la lectura, la poesía y la narrativa no comercial están en el centro del debate, en el marco de los esfuerzos por la descolonización cultural latinoamericana.

En un caluroso acto en el Centro Cultural Itchimbía, en un antiguo y enorme quiosco rodeado por carpas destinadas a proteger al multitudinario público de la lluvia, en una colina desde donde se ve la ciudad, el cantante Piero inauguró la feria con un concierto en que las nuevas generaciones mostraron que conocían las canciones de protesta con las que el cantautor sedujo en su tiempo a varias generaciones de rebeldes o inconformes latinoamericanos.

La ministra de Cultura de Ecuador en su discurso inaugural destacó la importancia de que el continente siga en esta corriente nueva de descolonización cultural para vencer el espíritu de servidumbre a que el continente fue llevado en décadas pasadas de la mano de las tendencias extremistas neoliberales, encabezadas por líderes políticos como el Nobel y ex candidato presidencial Mario Vargas LLosa.

El libro ha sido convertido en una mercancía de la peor laya y los escritores latinoamericanos fueron convertidos en empleadillos de las editoriales multinacionales españolas, obligándolos a escribir a destajo libros de escándalo o de fácil lectura, con temas a veces dictados desde las oficinas según las tendencias del marketing.

En su tiempo América Latina fue una potencia editorial independiente con grandes editoriales de prestigio como Sur, Emecé, Suramericana y Losada, en Argentina, Ercilla en Chile, Monte Avila en Venezuela, Tercer Mundo, Mito y Eco en Colombia y por supuesto con la mayor de todas, que aún subsiste independiente, la mexicana Fondo de Cultura Económica.

Ahora las multinacionales españolas han copado todo el terreno literario, empobreciendo el nivel general, dividiendo a los escritores, creando dioses de barro literario y poniéndolos en una absurda competencia de arribistas a ver cual es el que más vende o se muestra más en el terreno del espectáculo y de la farándula con sus mediocres producciones literarias escritas al vapor.

Y lo peor es que muchas de esas estrellas fáciles se han creído el cuento y están convencidos de ser las grandes luminarias de la literatura latinoamericana, cuando sólo son productos desechables nombrados por los "pacificadores" literarios españoles, los actuales Pablo Morillo o virreyes Sámano de la edición.

Los organizadores de los encuentros literarios de la Feria Internacional de Quito, Antonio Correa y Guido Tamayo, han logrado hacer una programación donde los autores ecuatorianos de todas las regiones comparten con invitados extranjeros, en un espíritu de conversación y coloquio ajeno a los falsos estrellatos agenciados en otras ferias literarias por los policías del marketing literario español.

Desde el bello quiosco antiguo de Itchimbía, con vista a esa ciudad todavía humana, que no ha sido totalmente devorada por el dios automóvil, los invitados ecuatorianos, peruanos, mexicanos centroamericanos, bolivianos, argentinos, venezolanos y colombianos pasamos días felices en ese ambiente librero humanista, sin emulaciones vanas, que las autoridades nacionales de Ecuador y de la región de Pichincha han tenido a bien apoyar con entusiasmo.

La Feria Internacional del Libro de Quito debe ser un ejemplo para las otras ferias libreras internacionales latinoamericanas que han sido colonizadas totalmente por los virreyes españoles de la edición, que vienen a elegir a dedo el canon literario contemporáneo del continente con el apoyo de sus sumisos esbrirros los best sellers locales, hinchados de vanidad, arribismo y banalidad.

Aquí en Ecuador no había culto a la personalidad para los escritores presentes, ni grandes afiches, ni autores rodeados de una corte de admiradores tarados y acríticos. Había seres humanos que escriben y leen, no productos y compradores. Y esta fue la lección de la Feria Internacional del Libro de Quito: los autores latinoamericanos debemos encabezar ese espíritu descolonizador y rebelarnos ya contra las imposiciones de los comerciantes que desde España creen haber vuelto a los tiempos de antes de la Independencia. O sea volver a los tiempos de Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Octavio Paz, Julio Cortázar, José María Arguedas, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Salvador Garmendia, Salvador Elizondo, Juan García Ponce y José Lezama Lima, entre otros grandes, que no recibían órdenes de ricos editores españoles.

Ya basta de la dictatorial Carmen Balcells, los Lara de Planeta, cuyos premios todos sabemos son trampas corruptas, los Polanco de Prisa y Alfaguara que pueden convertir en best-seller hasta a una vaca, y también Jorge Herralde (quien unge a dedo arbitrariamente y en su oficina a los autores de las colonias de ultramar). Todos ellos han vuelto la literatura latinoamericana y española contemporánea una feria de vanidades y una vil competencia de tenderos y títeres manipulados desde sus escenarios trucados.