sábado, 4 de diciembre de 2010

FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE QUITO


Por Eduardo García Aguilar

La Feria Internacional del libro de Quito, que se llevó a cabo del 19 al 27 de noviembre en la capital ecuatoriana, es un ejemplo de las nuevas tendencias humanistas en materia del libro, pues lejos de la comercialización y estupidización rampantes que reinan en otras ferias, como las de Guadalajara y Frankfurt, aquí la literatura, la lectura, la poesía y la narrativa no comercial están en el centro del debate, en el marco de los esfuerzos por la descolonización cultural latinoamericana.

En un caluroso acto en el Centro Cultural Itchimbía, en un antiguo y enorme quiosco rodeado por carpas destinadas a proteger al multitudinario público de la lluvia, en una colina desde donde se ve la ciudad, el cantante Piero inauguró la feria con un concierto en que las nuevas generaciones mostraron que conocían las canciones de protesta con las que el cantautor sedujo en su tiempo a varias generaciones de rebeldes o inconformes latinoamericanos.

La ministra de Cultura de Ecuador en su discurso inaugural destacó la importancia de que el continente siga en esta corriente nueva de descolonización cultural para vencer el espíritu de servidumbre a que el continente fue llevado en décadas pasadas de la mano de las tendencias extremistas neoliberales, encabezadas por líderes políticos como el Nobel y ex candidato presidencial Mario Vargas LLosa.

El libro ha sido convertido en una mercancía de la peor laya y los escritores latinoamericanos fueron convertidos en empleadillos de las editoriales multinacionales españolas, obligándolos a escribir a destajo libros de escándalo o de fácil lectura, con temas a veces dictados desde las oficinas según las tendencias del marketing.

En su tiempo América Latina fue una potencia editorial independiente con grandes editoriales de prestigio como Sur, Emecé, Suramericana y Losada, en Argentina, Ercilla en Chile, Monte Avila en Venezuela, Tercer Mundo, Mito y Eco en Colombia y por supuesto con la mayor de todas, que aún subsiste independiente, la mexicana Fondo de Cultura Económica.

Ahora las multinacionales españolas han copado todo el terreno literario, empobreciendo el nivel general, dividiendo a los escritores, creando dioses de barro literario y poniéndolos en una absurda competencia de arribistas a ver cual es el que más vende o se muestra más en el terreno del espectáculo y de la farándula con sus mediocres producciones literarias escritas al vapor.

Y lo peor es que muchas de esas estrellas fáciles se han creído el cuento y están convencidos de ser las grandes luminarias de la literatura latinoamericana, cuando sólo son productos desechables nombrados por los "pacificadores" literarios españoles, los actuales Pablo Morillo o virreyes Sámano de la edición.

Los organizadores de los encuentros literarios de la Feria Internacional de Quito, Antonio Correa y Guido Tamayo, han logrado hacer una programación donde los autores ecuatorianos de todas las regiones comparten con invitados extranjeros, en un espíritu de conversación y coloquio ajeno a los falsos estrellatos agenciados en otras ferias literarias por los policías del marketing literario español.

Desde el bello quiosco antiguo de Itchimbía, con vista a esa ciudad todavía humana, que no ha sido totalmente devorada por el dios automóvil, los invitados ecuatorianos, peruanos, mexicanos centroamericanos, bolivianos, argentinos, venezolanos y colombianos pasamos días felices en ese ambiente librero humanista, sin emulaciones vanas, que las autoridades nacionales de Ecuador y de la región de Pichincha han tenido a bien apoyar con entusiasmo.

La Feria Internacional del Libro de Quito debe ser un ejemplo para las otras ferias libreras internacionales latinoamericanas que han sido colonizadas totalmente por los virreyes españoles de la edición, que vienen a elegir a dedo el canon literario contemporáneo del continente con el apoyo de sus sumisos esbrirros los best sellers locales, hinchados de vanidad, arribismo y banalidad.

Aquí en Ecuador no había culto a la personalidad para los escritores presentes, ni grandes afiches, ni autores rodeados de una corte de admiradores tarados y acríticos. Había seres humanos que escriben y leen, no productos y compradores. Y esta fue la lección de la Feria Internacional del Libro de Quito: los autores latinoamericanos debemos encabezar ese espíritu descolonizador y rebelarnos ya contra las imposiciones de los comerciantes que desde España creen haber vuelto a los tiempos de antes de la Independencia. O sea volver a los tiempos de Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Octavio Paz, Julio Cortázar, José María Arguedas, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Salvador Garmendia, Salvador Elizondo, Juan García Ponce y José Lezama Lima, entre otros grandes, que no recibían órdenes de ricos editores españoles.

Ya basta de la dictatorial Carmen Balcells, los Lara de Planeta, cuyos premios todos sabemos son trampas corruptas, los Polanco de Prisa y Alfaguara que pueden convertir en best-seller hasta a una vaca, y también Jorge Herralde (quien unge a dedo arbitrariamente y en su oficina a los autores de las colonias de ultramar). Todos ellos han vuelto la literatura latinoamericana y española contemporánea una feria de vanidades y una vil competencia de tenderos y títeres manipulados desde sus escenarios trucados.