sábado, 25 de junio de 2011

LA MÁQUINA TRITURADORA DE REPUTACIONES

Por Eduardo García Aguilar
El joven congresista demócrata norteamericano, Anthony Weiner, se vio obligado a renunciar y su carrera política fue destruida al ser acusado de enviar por mail fotos suyas en ropas menores a algunas de sus amigas. El ministro francés fetichista George Tron tuvo que renunciar en medio del escándalo tras ser acusado de hacer masajes a los pies de sus colaboradoras en la alcaldía a su cargo. Julian Assange, quien molestaba a los poderes mundiales al filtrar por Wikileaks informaciones de sus fechorías y delitos, fue enredado en un caso sexual y lleva ya meses detenido en residencia en Londres acusado por unas suecas, que reconocieron haber tenido sexo consentido con él en varias ocasiones.
John Galiano, brillante modisto gay de origen humilde nacido en Gibraltar, fue destituido de su cargo en Christian Dior y su prestigio hollado a causa de unas incongruencias pronunciadas en una banal borrachera en un café del centro de París. En el juicio celebrado esta semana, una de las «víctimas » reconoció incluso que fue sólo una discusión de bar que no merecía una mediatización mundial y la destrucción de la carrera del artista.
Estas son apenas algunas de las consecuencias de la caza de brujas mediática de personalidades que llegó a su culmen con la detención del jefe del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Khan, quien espera juicio tras ser acusado por la procuraduría neoyorquina de intento de violación a una camarera de un hotel de lujo y condenado por los medios de manera instantánea, sin que pudiera defenderse ni considerar el atenuante obvio de que sus poderosos enemigos políticos habían iniciado ya una semana antes una campaña mundial de desprestigio para tumbarlo del FMI e impedir su llegada a la presidencia de Francia.
En los cinco casos ocurridos en 2011, la máquina mediática destrozó instantáneamente las vidas y carreras de tres políticos, un periodista y un artista incómodos antes de que se diera el debido proceso y se pronunciara la absolución o la condena, como si estuviéramos en los tiempos de las Brujas de Salem. Uno por enviar emails en calzoncillos a sus novias, otro por hacer sesiones de reflexología con sus colaboradoras, este por viejo verde, aquel por querer repetir el coito en una relacion consentida y el más frágil por decir tonterías ebrio en un bar.
Y mientras tanto los gobiernos bombardean y matan y las potencias hacen la guerra para adueñarse de las riquezas petroleras y minerales de los países de la periferia sin que nadie se inmute ni deplore los daños colaterales. Las grandes fuerzas financieras y los bancos mundiales quiebran como hace dos años causando miseria y desolación en el orbe y todos los países tienen que sacar dinero de sus presupuestos para evitarles la quiebra a criminales de cuello blanco, mientras arruinan y despojan a millones de ahorradores y propietarios que ya no pueden pagar las cuotas de sus hipotecas.
Los presidentes corruptos protegidos por la inmunidad pasan a la jubilación tranquilos después de haber atracado con sus compinches las arcas de sus respectivos países sin que nadie los moleste. Y eso sin contar con el exterminio de opositores, desplazamientos obligados y asesinatos selectivos que se practican en todas partes sin que los altos políticos responsables de esas atrocidades pasen ni siquiera a juicio y por el contrario sean aplaudidos como grandes estadistas. Grandes genocidas del mundo contemporáneo han terminado su días en paz sin ser molestados y otros criminales de estado contemporáneo como los George Bush padre e hijo andan orondos y sin vergüenza por el mundo después de haber odenado bombardeos o asesinatos o declarado guerras con argumentos falaces.
Pero eso sí, la maquinaria mediática del mundo manejada por grandes capitales interesados en aupar o arruinar reputaciones asesina a quienes sufren un banal desliz humano o son acusados sin pruebas. La prensa, con tal de vender, se ha vuelto la gran chismosa y el periodismo como profesión ha perdido sus filtros éticos.
No nos olvidamos todavía de ese gran escándalo mundial provocado por la derecha republicana contra Bill Clinton por tener sexo consentido en el salón oval con una joven mayor de edad y la furia de sus procuradores puritanos e hipócritas, algunos de los cuales, se supo después, habían cometido, ellos si, delitos sexuales graves. Los estrictos republicanos también tienen hijos con la muchacha del servicio, lo acaba de probar Arnold Schwarzenegger.
Cualquiera sabe lo fácil que es hoy enredar a alguien. Sólo basta contratar una empresa especializada y se encargará de hallarle la caída al enemigo a través de sus debilidades, enviándole una call girl dotada de una cámara secreta o vendiéndole un codiciado objeto con historia. Y ni siquiera eso, sólo basta que un detective pague dinero de bolsillo a la señora que sirve los cafés, a la mucama, al mesero, al guardián, a una alumna o empleada necesitada de recursos para armar una historia de violación u hostigamiento heterosexual u homosexual.
Y así con estos escándalos sexuales se tapan los verdaderos crímenes de estado, la sangre de miles de víctimas en las guerras imperiales, los colosales robos financieros y la corrupción gubernamental. Los medios de esta primera década del siglo XXI se han vuelto un arma letal impresionante y una caja de resonancia para deshacerse al instante de personajes incómodos en ascenso como el pobre representante demócrata Weiner, el alcalde fetichista francés, Julian Assange el de Wikileaks, Strauss Kahn el libertino del FMI o el frágil y borracho modisto gay John Galiano

jueves, 23 de junio de 2011

EL FANTASMA DEL INQUILINO MIGUEL DE FRANCISCO

Por Eduardo García Aguilar

Hace poco Guido Tamayo publicó en Grijalbo Mondadori la novela « El Inquilino », basada en la vida de Miguel de Francisco, un escritor colombiano de la diáspora que murió olvidado y desconocido en París el 31 de febrero de 2006. La obra ganó en 2010 el premio de novela corta de la Universidad Javeriana. No la he leído y tal vez tarde mucho tiempo en tenerla entre mis manos, pero al saber que existe ya un texto que es una variación ficticia sobre una parte de su vida, la transcurrida en Barcelona, ha venido a mi memoria su figura y en general todo lo que significa el destino de un autor apátrida que no está ni aquí ni allá ni representa una tendencia política o un país, sino a sí mismo y a la literatura.
Antes de su muerte hablé con él por teléfono. Me extrañó que hablara como si estuviera aterrorizado. Estaba haciendo el último esfuerzo para enviar a sus amigos del alma el libro « El enano y el trébol », que acababa de salir en edición bilingüe, siempre lleno de personajes macarrónicos de picaresca madrileña, obra que tanto había trabajado y que por fin salía a la luz contra viento y marea.
El lunes llegó el libro y al interior la última nota insistiendo en que le enviara las direcciones de unos amigos. Recibir cada uno de sus libros siempre había sido una gran alegría, a sabiendas de los esfuerzos que hizo para que aparecieran. Primero « Arcana », en esa edición barcelonesa de 1977, grande y cuadrada, gris, con textos invocatorios, de un delicioso barroquismo, contra la corriente de la usual narrativa llena de lugares comunes. Después « Inventario provisional », de 1987 ; luego « Armario de Solterones », el más « narrativo » de todos ; y finalmente en francés « Le trefle des chants » traducido por Laure Bataillon e « Histoire de Four Roses et des sept sœurs », surgidos de sus estadías en Saint Nazaire, becado como escritor, en 1989, en uno de los momentos más felices de su vida.
El mismo lunes le mostré la edición a Julio Olaciregui en la redacción de la Agence France Presee, en Place de la Bourse y dijimos que había que celebrarlo. Pero el martes, con la voz temblorosa, asustado también, Julio me llamó para decirme que Miguel había muerto. Francisco Rocca lo había hallado inerte en su apartamento hacía una hora y nos decía que nos víéramos con él a las cuatro de la tarde en la rue du Vaugirard frente a la Prefectura de Policía, donde los agentes ya estaban encargados del caso.
Acudí a la cita al terminar el trabajo y durante el largo y lento viaje por la línea verde del metro pensaba en Miguel con dolor, con estupor, sin creer todavía en la muerte del viejo amigo, imaginando que era una broma suya, de las tantas que hizo y que sin duda estaba en otro lado, escondido, tramando algo para sorprendernos. Salí del metro y frente a la prefectura estaban Julio y Rocca.
Luego en el café esperamos. En la prefectura una bella y sexy policia rubia de película de serie negra neoyorquina recibió de Rocca las llaves del apartamento y nos dispersamos en la tarde, ya noche invernal. Rocca, Julio y yo pasamos luego un rato en un café penumbroso de la rue de Vaugirard. Cada uno contaba su Miguel. Rocca relató los últimos días cuando él decidió cambiar de hospital y venir a uno que estuviera cerca de su apartamento y de la casa estudio de los Rocca, que eran sus amigos más cercanos.
Los otros tienen siempre de nosotros una imagen subjetiva, que es sin duda la que proyectamos poco a poco como filtraciones líquidas que manan de una roca, gotas apenas de la verdad, nuestra verdad. Son sólo aristas las que llegan a tener de nosotros las personas que nos rodean, los amigos, colegas, vencinos, porque nosotros mismos nos encargamos de armar la estatua por medio de ocultamientos o mentiras piadosas.
Ahora que exploro la vida imaginaria de mi amigo Miguel de Francisco (1949-2006) descubro que hay todo un misterio detrás de cada uno de nosotros. Somos ficciones para los otros, somos para los otros lo que deseamos proyectar y lo que los demás se imaginan que somos a través de esa proyección. Comunicamos sólo una parte de nuestra historia familiar, ocultamos otras, reconstruimos franjas, hilachas de nuestra precaria genealogía, según el lugar que ocupamos en la sociedad.
El se sentía sin duda identificado con la musicalidad poética y mística de su apellido De Francisco, aunque su relación incierta con su padre después de la separación de sus progenitores y el exilio posterior suyo con su madre muy católica por Europa fuera una huída metafórica de esa Colombia arcaica de donde provenían.
Y tal vez una de las claves de su misterio sea esa relación traumática con el padre inaccesible que ha construido otra familia y ha dejado a este primer retoño como el fruto de una lejana relación anómala. Sería el síndrome de Pedro Páramo. De ahí provendría todo el problema de Miguel, ese malestar permanente, esa inestabilidad de escritor, su preciosismo cosmopolita, esa vida de príncipe y maldito. No se como habrá abordado Guido Tamayo su Miguel de Francisco, pero me imagino que será otro muy distinto al mío, pues no conocí con profundidad su vida en Barcelona, ciudad a donde tantos escritores latinoamericanos llegan alguna vez con la esperanza de ser reconocidos y existir
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lunes, 13 de junio de 2011

LOS MISTERIOS LITERARIOS DE JAVIER MARÍAS

Por Eduardo García Aguilar
Nunca hasta ahora me había acercado a la obra de Javier Marías (1951), el novelista espanol hijo del filósofo Julián Marías (1914-2005) y de la escritora Dolores Franco Manera (1912-1977), quien se ha convertido poco a poco en una de las principales figuras de la narrativa española y europea contemporánea.


La primera vez que escuché hablar de él con entusiasmo fue a través del escritor mexicano Pedro Angel Palou en la ciudad mexicana de Puebla, a donde él y Jorge Volpi nos habían invitado a asistir a un minicrongreso literario en compañía de Alvaro Mutis, Sergio Pitol, Daniel Sada, Juan Villoro, Guillermo Samperio y otros autores.


Palou, hijo de la muy tradicional ciudad de Puebla, lugar de grandes acontecimientos históricos y bellas construcciones coloniales barrocas, llevaba su entusiasmo por Marías hasta el punto de tener pegados en las paredes y puertas de su oficina carteles enormes con fotos del autor madrileño y de las portadas de algunos de sus libros como Corazón tan blanco, el Hombre sentimental y Todas las almas.


Luego tuve más noticias de Javier Marías de parte de José Luis Perdomo, escritor guatemalteco con quien explorábamos las más extrañas y antiguas cantinas y librerías de viejo del centro histórico de la ciudad de Mexico, quien en una de sus visitas a Madrid le hizo una larga entrevista en su apartamento. Me habló de ese personaje como de alguien dedicado a la literatura, ensimismado en su mundo y alejado de las mundanidades y los escenarios de la apariencia. O sea que me lo imaginé a través de sus descripciones como si fuese un personaje de Joris Karl Huysmans, una especie de Des Esseintes madrileño, acompañado de una tortuga recamada de pedrerías y esmeraldas.


No es extraño que el hijo del filósofo Julián Marías, amigo, estudioso y cómplice de Jorge Ortega Gasset, fuera un bicho raro de la literatura en tiempos de John Travolta, como suelen ser aquellos que han crecido de niños entre los libros de sus padres bibliómanos, viendo la nieve y jugando entre amplios pupitres de vieja madera y estanterías repletas de volúmenes empastados con olor y sabor de tiempo, excitados por el tecleo permanente de las viejas máquinas de escribir Underwood y Royal.


Perdomo me describió muy bien el hábitat libresco de Marías y la rareza de su mirada nublada de miope. Después supe que había creado un extraño reino con un premio literario y una rara editorial, el Reino de la Redonda, de lo que se tenían noticias espaciadas por la prensa; de que había cortado de manera conflictiva con su editorial Anagrama y su director Jorge Herralde y había aterrizado en Alfaguara, que ha publicado desde entonces toda su obra en bellos volúmenes muy bien cuidados, como sabe hacerlo esa editorial, un tiempo dirigida editorialmente por Juan Cruz y ahora por la colombiana Pilar Reyes.


Luego, cuando en 1998 me trasladé de México a París e ingresé a la sede histórica de la Agence France Presse en la Place de La Bourse, me encontré con Javier Franco, un colega de esa redacción que estaba por jubilarse, quien me cedió su archivero metálico, era mi vecino, y me decían era muy cercano pariente del joven novelista español de moda. Pero pese a todas esas recomendaciones y cruzamientos, nunca había querido leer sus libros, tal vez injustamente llevado por cierta reticencia con los contemporáneos, en especial españoles.


Hasta que la semana pasada vi en manos de una colega, Ana Fernández, el volumen de Los Enamoramientos, novela recién salida en España y sobre la que las rutinarias reseñas confusas de los diarios españoles decían poco o nada. Días después, me prestó el volumen y empecé a leer ese libro, que me sedujo y leí fascinado y aterrorizado durante varios días de envolvente lectura, de viaje por un extraño e impar tejido y de palabras y reflexiones sobre la vida, la muerte, el deseo, el amor, la traición y el silencio. Esta lectura me recordó los ámbitos novelísticos de François Mauriac, el excelente escritor francés cuyas obras nos sacuden y quien sin duda debe ser referencia de Marías.


La novela tiene todo para ser antipática para muchos lectores porque la narradora es una « joven prudente » que trabaja en una editorial y desde adentro nos muestra el mundo fatuo de los autores y la rutina terrible de esa profesión donde predominan personajes atroces llenos de ambición como ese detestable novelista Garay Fontina que sueña con el Nobel.


Los diálogos y reflexiones subjetivas de esta joven intelectual y su amante Díaz Varela son precisos, envolventes, llenos de referencias literarias a autores como Shakespeare o Balzac y su inquietante pequeña novela El coronel Chabert, que es a su vez personaje de la obra. Hay allí sólo ámbitos interiores, encuentros y desencuentros en torno al extraño asesinato de un hombre apuesto que hacía parte de una pareja perfecta como son todas las parejas perfectas que cruzamos en nuestra vida y que la narradora observa diariamente en un café a la hora del desayuno.


Quedé atrapado en el mundo imaginario de Marías, que desmenuza la gigantesca e inagotable madeja de la vida. Una superficie de palabras que se va tejiendo y destejiendo y a través de la cual viajamos por cuerpos, rostros de personajes, estados de ánimo, como si se tratase de una gigantesca telaraña a donde nos conduce con maestría una voz perversa que nos deja allí inermes y mudos, poseídos por el malestar esencial. 

Por eso puede decirse que si aún hay autores como Javier Marías, podemos confiar entonces en que la literatura que muerde, sacude y mata, seguirá firme su camino en un mundo que le será cada vez más hostil y tratará de aniquilarla.

domingo, 5 de junio de 2011

EL PARÍS DE WOODY ALLEN

Por Eduardo García Aguilar


*Publicado en Excélsior. México DF. Jun 5 2011.


Desde hace décadas los fieles de Woody Allen no nos perdemos ninguna de sus películas, que de manera casi sagrada aparecen cada año antes del verano con su cauda de sorpresas desbordantes de inteligencia, ligereza y humor. Viajes, ciudades, neurosis, sueños, trasvestismos, muerte, sexo, amor, seducción, timidez, tiranía materna, impotencia, son algunos de los temas recurrentes en una obra que exuda por todas partes modernidad, a través de los dramas insignificantes del animal urbano.
Esta vez en Midnigth in Paris, Woody Allen ha dejado atrás el Londres de Match Point y la espléndida Vicky Cristina Barcelona, donde gozamos con Sacarlett Johanson, Javier Bardem y Penélope Cruz a través de las peripecias febricitantes del deseo y la pasión españolas y hace su homenaje al París mitológico y literario de los tiempos de enteguerras y de la belle époque, poblados en el filme por caricaturas de Toulouse Lautrec, Paul Gauguin, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ernest Hemingway, Cole Porter, Luis Buñuel, Gertrude Stein y Scott Fitzgerald.
París es una jaula de oro y un mito muy bien conservado por las autoridades, celosas de guardar minuciosamente una escenografía que es pulida y reconstruida día a día para satisfacer a los más de 60 millones de turistas que la visitan cada año y hacen de ella una localidad rentable como pocas. El habitante de París vive así en permanencia dentro de un enorme set cinematográfico, por lo que no es extraño cruzarse día a día con la filmación de alguna película, con actores vestidos a la usanza de los tiempos de Luis XIV, los años libertinos de Sade, Voltaire y Casanova, los de la Belle Epoque de Proust y Jean Jaurès o los de entreguerras de Josephine Baker, Chagall y Modigliani, sin dejar de lado los graves días de la Resistencia y la Liberación, unos de los temas más recurrentes y traumáticos para los franceses llenos de culpas pronazis.
Eso sin olvidar toda la deliciosa y copiosa cinematografía ombliguista parisina, donde aparecen los dramas amorosos del joven burgués bohemio del siglo XXI, encarnado en una pléyade de nuevas espléndidas actrices eróticas como Isild le Besco, Marion Cotillard, Cécile de France, Ludivine Sagnier, Virginie Ledoyen, Sarah Forestier, entre otras muchas, a quienes vemos en sus glamorosos e incesantes dramas de alcoba.
Cuando uno va hacia el trabajo se cruza en las calles con personajes vestidos de Molière, Voltaire o Casanova o con resistentes de sombrero Stetson, mientras en las calles Mouffetard o Montergueuil los camarógrafos tratan de captar las tiendas típicas, los bistrots y los mercados al aire libre llenos de faisanes, gallos, conejos y jabalíes colgantes, quesos, vinos, ancas de rana, ostras y otros productos de mar, acompañados de todo tipo de exquisiteces culinarias sin fin provenientes de las regiones locales europeas o de los países exóticos del ultramar.
París es la asifixiante avenida de los Campos Elíseos con sus tiendas de lujo y el consumismo desbordado, la rue Saint Honoré o la Avenue Montaigne con almacenes de las grandes marcas de moda, Versace, Cardin, Yves Saint Laurant, Dior, Jean Paul Gaultier, pero también es el París de los barrios populares de sueño con las imágenes típicas de edificios con chimeneas entre la bruma, o las calles empinadas de Belleville, Pigalle y Montmartre, desde donde se divisa la ciudad cruzada por el mítico río Sena de los suicidas y sus juguetes imprescindibles, que son la Torre Eiffel y la supermaquillada Notre Dame.
Y para Owen Wilson, que interpreta a un guionista de Hollywood que escribe una novela, París es la ciudad del amor, la lluvia, el perfume, el deseo, el beso furtivo junto a un puente y el sexo representado por esas chicas hermosas en sus sencillas blusas y jeans ceñidos, como se ve en el emblemático personaje de la sexy Gabrielle (Léa Seydoux), ante quien cae rendido bajo la lluvia el héroe literario de esta película. Y es también la contradicción entre el artista y el burgués, el bohemio y el puritano, el dinero y el vino. La literatura contra la realidad.
En Midnigth in París, Woody Allen nos sirve la sopa del trajinado mito parisino y el héroe intoxicado de lecturas y sueños de otras época viajará en el túnel del tiempo hacia el pasado embellecido por el paso del tiempo. Hablará con Hemingway y Dalí, se enamorará de una amante de Picasso y al final cambiará el proyecto de boda con su insoportable novia y sus detestables suegros por la supuesta vida bohemia y natural de un escritor enamorado, que opta por el sueño. Una historia cursi como las de Woody Allen, que sin embargo nos reconcilia con el set cinematográfico donde vivimos y sufrimos.
Cuando apareció hace cuatro décadas, Woody Allen, con su figura insignificante, escuálido, narizón y gafufo, se convirtió en el héroe de feos, tímidos y fracasados del mundo que luchan para sobrevivir en un mundo de competencia despiadada donde la publicidad incita a todos a ser millonarios, modelos, vedettes o estrellas de cine.
¿Cómo vivir la vida si el individuo es por el contrario el más insignificante, el menos erótico, el más indeciso, enclenque, enano y narizón hasta la ridiculez, un solitario onanista entre rascacielos, sistemáticamente humillado y marginado en el trabajo y la vida social y traicionado por amores que se aburren con él? Woody Allen ha realizado una obra que es una larga psicoterapia urbana de cuatro décadas, centrado en las destruccion de los arquetipos y los mitos, las insatisfacciones de la pareja, la imposibilidad de la vida familiar, las mentiras y autotraiciones recurrentes del ser en urbes que exigen éxito.
Con Bananas (1971), Play it Again, Sam (1972), Todo lo que usted quería saber sobre sexo y no se atrevió a preguntar (1972), Annie Hall (1977), Interiores (1978), Manhattan (1979), Stardust Memories (1980), La Rosa púrpura de El Cairo (1985), Hannah y sus hermanas (1987) y muchas más, Woddy Allen se convirtió en psicoterapeuta familiar de sus admiradores.
Pero en esta última caricatura de París se vuelve más ligero, menos neurótico, hace un guiño a los escritores, personajes que en vida sufren como Ernest Hemingway, Malcolm Lowry y Francis Scott Fitzgerald, pero que la leyenda engrandece. Woody Allen, que vino por primera vez a la ciudad en 1965 y desde entonces la visita con frecuencia, afirmó en el reciente festival de Cannes que esta película es su visión subjetiva de un París bajo la lluvia y un diálogo con algunos de los directores como Jean Renoir, François Truffaut y Jean Luc Godard, lo que ha logrado con creces. París, con Woody Allen, ha vuelto a ser de nuevo una fiesta.