jueves, 1 de septiembre de 2011

LOS POETAS LATINOAMERICANOS

Eduardo García Aguilar
Después de leer « Visiones de lo real en la poesía hispanoamericana » , del ecuatoriano Mario Campaña, editada por DVD ediciones en España, es legítimo pensar que las personas más notables del continente son y han sido los poetas. Porque en un mundo que tiene como prioridad la guerra, la competencia y la codicia insaciables, el bullicio de las telenovelas y el fútbol, aplicarse a un arte tan minoritario e ignorado es una prueba de rebeldía y generosidad.
En el ejercicio solitario de la poesía están implicados todos los sentidos y la aventura por esos caminos es una muestra de que aún hay esperanzas en el hombre. Que en vez de ejercer la vacía y rentable palabrería de los políticos, la intonsa jerga de economistas , juristas y novelistas, un hombre prefiera el lenguaje poético, que sin duda lo llevará más rápido al olvido y a la pobreza que a la gloria, es síntoma de demencia o altruismo y confianza en el hecho de existir.
En este libro figuran poetas del siglo XX como el argentino Enrique Molina, Carlos Martínez Rivas y Pablo Antonio Cuadra, de Nicaragua, los chilenos Gonzalo Rojas y Nicanor Parra, el colombiano Alvaro Mutis, el cubano Eliseo Diego y los peruanos Blanca Varela, Carlos Germán Belli y Jorge Eduardo Eielson, entre otros. Esos nombres desconocidos para muchos ejercieron otros oficios para vivir de manera pacífica y sin hacer mal a nadie y en los tiempos libres, en la soledad de las tardes o las madrugadas, convocaron palabras que deslumbran y nos hacen mejores. Hubo grandes lectores de poesía entre los capitanes de los barcos que a media noche, bajo la tormenta, en el camarote, a la luz de una débil bujía recorrieron las palabras de esos que vivieron a la deriva.
La antología comienza con Enrique Molina, hombre con pinta de capitán, bajo de estaura, pero musculado, a quien vi una vez antes de que muriera, en un recital en México, en uno de sus últimos viajes que realizó a ese país. Su poesía es marina, erótica, y poemas como « Rito acuático » o « No Róbinson » son joyas inolvidables dedicadas a la pasión amorosa, a la usura de los cuerpos. Luego sigue Pablo Antonio Cuadra, mítico, alto, flaco y elegante, director de un gran periódico, con quien crucé unas palabras felices al subir por el ascensor del Hotel de la Ciudad de México, donde se realizaba un encuentro internacional de poetas. Comparte con su compatriota Carlos Martínez Rivas, autor de « La insurrección solitaria », esa capacidad revolucionaria iniciada con Rubén Darío que los hace inesperados, extremos y originales.
Más adelante uno se topa con la poesía de ese renovador increíble que es Nicanor Parra, que nos sorprende a cada renglón y nos hace desternillar de risa, invadidos por la ironía y el sarcasmo y la facilidad con que da otros sentidos a las manidas palabras. Nada que ver con la retórica preciosista latinoamericana y con « escribir bonito »: Parra descarriló a la poesía latinoamericana y la puso a caminar por los barrios y la vida cotidiana, como nos muestra ese duro y cruel poema dedicado a « La víbora ». Su compatriota Gonzalo Rojas es otro de los que usan la palabra como una cauchera, quebrando verso a verso la vidriera de la realidad, jugando con las retóricas para demolerlas con el más cruel sarcasmo. Lo vi una tarde de mayo de 1998 frente al Palacio de Bellas Artes donde había estado el féretro del gran Octavio Paz. Jorge Teiller, del sur chileno, nos comunica, por el contrario, la lluvia y la humedad de los páramos, cerca a rieles abandonados entre la soledad, el desamor y el margen. Es una poesía desolada de ángel caído.
Eliseo Diego, Alvaro Mutis, Carlos Germán Belli, Eielson, Blanca Varela, Rosario Castellanos, Idea Villarino, Jaime Sabines, Enrique Lihn, Juan Gelman, Roque Dalton y Eugenio Montejo son otros de los autores incluidos en esta antología de poesía latinoamericana dedicada a quienes bajaron de los pedestales de mármol y se untaron del barro. Al cubano Diego, lo vi con todos los sobrevivientes del grupo de Orígenes durante el homenaje que se le hizo por recibir el Premio Juan Rulfo en la Feria del Libro de Guadalajara, el mismo año que estuvo dedicada a Colombia. Murió poco después y entonces estaba ahí silencioso, sabio y profundo como si supiera su inminente fin.
Al gran Alvaro Mutis, cuya poesía y la saga novelística de Maqroll el Gaviero son de las obras mayores del siglo XX, lo he visto en México, Bogotá, París y Madrid, con ese entusiasmo permanente y generosidad de quien sabe que la vida es un premio equivocado. Capitanes, contrabandistas solitarios, mujeres perdidas, enfermos, viajeros, pueblan esa obra vasta que nos cambia y de la que salimos distintos.
Belli y Eielson son « raros » como todos los poetas peruanos : siempre encuentran una veta inédita para bucear en un mar de palabras extrañas y encontrar sus propios caminos. El mexicano Jaime Sabines y Juan Gelman escriben una poesía que puede ser bolero o tango : el primero dulzón como los boleristas, lame de adjetivos, lágrimas y gomina el cuerpo femenino y el segundo, como en sus poemas « Ofelia » y « Mujeres », descree de la poesía con mayúscula y la acerca al barrio y al arrabal. De tanto demarcarse, Gelman ha creado un mundo propio en los santuarios de la poesía latinoamericana. Y de las mujeres salvadas, se destaca la Blanca Varela, con esa poesía vasta y estricta, llena de libertad, porque en su generación la rebeldía de la mujer poeta tenía que ser siempre doble.
Mucho se puede decir de todos esos poetas latinoamericanos del siglo XX, pero al escuchar su palabra, comprendemos que son grandes profetas destronados. Porque antes, en el siglo XIX y en el albor del XX, la poesía y el poder cohabitaban en los palacios presidenciales y los poetas como Nervo, Santos Chocano y Neruda discurrían hinchados en carrozas de gloria, ungidos de solemnidades como sapos rodeados de áulicos croantes. Después, los poetas perdieron el poder y fueron lanzados al margen. Por eso todos los incluidos en esta antología de lo « real hispanoamericano » son campeones sin corona. Reyes desnudos y tiernos sin laureles ni cetro.

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