sábado, 28 de diciembre de 2013

LA BACHUÉ DE RÓMULO ROZO

Por Eduardo García Aguilar
El libro más importante aparecido en Colombia en 2013 es "La Bachué de Rómulo Rozo", un ícono del arte moderno colombiano, que se inscribe en la gran tradición latinoamericana de recuperar los huecos de su historia olvidada. El libro no solo se destaca por la altura de los ensayos allí incluidos sino por la excelente calidad de la lujosa edición, cuidada en extremo y dotada de una iconografía magnífica que aclara y revela un segmento de nuestro pasado artístico en el contexto mundial y latinoamericano de entreguerras.
Rómulo Rozo fue uno de los grandes artistas desterrados por voluntad propia de Colombia, que nunca quiso volver a su país y pasó su vida en otras latitudes, primero de joven en la París de las revoluciones artísticas de vanguardia y después en el México revolucionario, donde dio rienda suelta a su arte, realizando monumentos admirados cuyos más grandes rastros monumentales quedan  en Yucatán y su capital Mérida, sobre las tierras que alguna vez fueron de la gran civilización Maya.
Los años 20 y 30 en el mundo eran un crisol de muchos movimientos artísticos y políticos y de grandes cambios que conducirían a la reanudación de la guerra y a una conflagración mundial que todavía está en carne viva. Los hombres de ese entonces sabían que después de la atroz Primera Guerra Mundial tenían que dedicarse a escribir, crear, gozar, viajar, vivir, porque los años de paz podían ser cortos, como en efecto ocurrió.
En París se concentraron todos los artistas plásticos del mundo, mientras en los cabarets de Pigalle bailaba la maravillosa negra  Josephine Baker y estallaba por todas partes el Art Deco. En Montmartre y Montparnasse trabajaban y rompían las normas Chagall, Picasso, Braque, Modigliani, Diego Rivera, al lado de poetas, músicos, galeristas y editores. Vivían allí el gran poeta peruano César Vallejo, el guatemalteco Miguel Angel Asturias, el mexicano Alfonso Reyes y el  colombiano Max Grillo y como ellos los autores anglófonos Ernest Hemingway, James Joyce y Henry Miller, o el austrohúngaro Joseph Roth, sin contar héroes futuros como el vietnamita Ho Chi Mihn o los chinos Chou--En-Lai y Deng-Tsiao-Ping.
Rozo, nacido en 1899 y muerto en 1964, tenía entonces 26 años cuando esculpió "La Bachué, diosa generatriz de los indios chibchas" en piedra negra, obra clave de la modernidad colombiana, según prueban Alvaro Medina, Ricardo Arcos-Palma, Clara Isabel Botero, Christian Padilla Peñuela, y Melba Pineda García, quienes esclarecen desde todos los ángulos posibles los orígenes y el contexto de la imagen de la fértil diosa chibcha. El libro es editado por editorial La Bachué y hace parte del proyecto del mismo nombre (www.proyectobachue.org)
En México acababa de pasar la Revolución Mexicana y, bajo la guía cultural de José Vasconcelos, la gran nación azteca trataba de recuperar su pasado y reivindicar las ruinas que yacían debajo de los templos católicos y los palacios construidos por los españoles. Diego Rivera abandonó París, donde se dedicaba a realizar obra de caballete en Montmartre, y se fue a su país a crear los famosos murales que inauguraron  el imaginario reivindicativo de esa revolución autóctona. En Perú José Carlos Mariátegui, desde su revista Amauta, trataba a su vez de abrir ventanas a ese mundo prehispánico despreciado por las élites blancas de los países hispanoamericanos.
Y en Colombia, gracias a la escultura de Rozo, figura central en el pabellón colombiano de la Feria Mundial de Sevilla en 1929, y cuya imagen fue muy difundida en Colombia, surgió la generación de "Los  Bachué", que tenían por objetivo "Colombianizar a Colombia". Es una década de movimientos sociales liberales y de izquierda que reivindican los derechos  laborales de los colombianos, pero también de actos represivos como la Masacre de las bananeras, mientras recorría las ciudades y los pueblos la gran líder de los trabajadores María Cano.
Comienza a surgir en el país una conciencia que busca dejar atrás el país de las momias ultramontanas que mantenían una larga hegemonía en el poder. Surgen museos arqueológicos, etnológicos, históricos, revistas, suplementos literarios, editoriales, y proliferan poetas que, como León de Greiff y Luis Vidales, revolucionan la práctica del verso.
Rómulo Rozo se inscribe dentro de esa tendencia que a través de la reivindicacion de lo autóctono y la sublevación de las formas, quiere superar la copia fiel de lo clásico greco-romano como única alternativa eterna, y romper con el servilismo de los artistas a los cánones académicos. O sea que es un gran vanguardista y un moderno olvidado por los colombianos, que vivió hasta su muerte en México.
En este libro seguimos la aventura de la búsqueda por Álvaro Medina de la obra "La Bachué", supuestamente perdida desde 1929, y que al final se encontró, por fortuna intacta, en la sala de la casa de la familia Moreno en Barranquilla, uno de cuyos ancestros la compró en
París al joven artista de Chiquinquirá. Es una fértil diosa chibcha en granito negro que Rozo hace sensual con sus piernas helicoidales hechas de serpientes y un cuerpo que se parece al de la negra Josephine Baker contorneándose en el teatro-cabaret Follies Bergére. Pero queda aún por recuperar toda la obra dispersa de un gran desterrado colombiano que vivió y murió para el arte, sin preocuparse por el olvido y la indiferencia de los suyos.

sábado, 21 de diciembre de 2013

LA MUERTE DEL HISPANISTA CLAUDE COUFFON

Por Eduardo García Aguilar
El miércoles 18 de diciembre murió a los 87 años de edad en Caen el poeta y ensayista Claude Couffon (1926-2013), uno de los principales hispanistas franceses del siglo XX, traductor de numerosos autores españoles y latinoamericanos, a quienes a lo largo de su vida y hasta el final, les abrió con generosidad las puertas de su país.
En la línea de otros hispanistas y latinoamericanistas como Valery Larbaud, Marcel Bataillon, Roger Caillois, Jacques Gilard y Claude Fell, su carrera se inició con sus investigaciones sobre la muerte de Federico García Lorca, víctima de las fuerzas franquistas. Hace poco, con motivo de nuevas pesquisas incómodas en busca de los restos del poeta andaluz, lo que molestaba a los nostálgicos de la dictadura, Couffon regresó al lugar de los hechos en España y fue ampliamente entrevistado sobre el caso por la prensa española.
Profesor de la Sorbona, Couffon difundió en Francia desde los años 50 a diversos autores latinaomericanos como Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, entre otros autores del boom y del post boom. Y en la primera década del siglo XXI tradujo con entusiasmo a jóvenes poetas mujeres latinoamericanas y publicó antologías de poesía dominicana, cubana, mexicana, hondureña.
Ya en la ancianidad, retirado de la universidad, Couffon, gran amante del vino, la amistad y las mujeres, seguía sus actividades en su ciudad natal normanda de Caen y en el puerto de Saint-Malo, legendario lugar de corsarios y piratas y traficantes de esclavos donde está enterrado Chateaubriand. Cada año invitaba allí a un autor español o latinoamericano para difundir y traducir su obra entre los estudiantes, en jornadas inolvidables para unos y otros.
Tuve la oportunidad de verlo en los años 70 cuando estaba en su apogeo y era una eminencia reconocida como uno de los principales expertos de literatura española y latinoamericana, pero fue en la primera década de este siglo cuando pude conocerlo de cerca y hablar con él muchas veces en encuentros literarios en la Casa de América Latina o en reuniones con amigos comunes. Con cierta frecuencia regresaba a París desde su retiro o hacía viajes a México o España, pese a que tenía ya graves problemas de salud.
A diferencia de otros hispanistas mucho más tímidos y lejanos, Couffon era lo que se llama en Francia un "bon vivant", buen amigo de sus amigos, abierto al diálogo y al sentido del humor, siempre mirando directamente a los ojos con la picardía y la sonrisa a flor de piel.
Bajo de estatura, corpulento, y con un rostro de libertino dieciochesco, rubicundo tal vez por una vida de buena comida y buen vino, Couffon nunca dejó de leer e interesarse por la literatura de ese Extremo Occidente que es América Latina, que en estas épocas ha pasado de moda en Francia y ha sido suplantada por otras preferencias tales como la literatura asiática, africana, nórdica o norteamericana.
La gran amistad entre los franceses y la literatura latinoamericana tuvo uno de los primeros puntos fundacionales climáticos en París con la traducción y la publicación en francés de Leyendas de Guatemala, libro del entonces joven escritor Miguel Angel Asturias, quien con el tiempo se izaría hasta obtener el Premio Nobel. Asturias vino a Francia en los años 30 a realizar sus estudios en la Sorbona y perteneció a una generación muy activa de latinoamericanos, entre los que figuraban César Vallejo, César Moro y los hermanos Ventura y Fernando García Calderón, de Perú y Alfonso Reyes, de México, entre otros.
Antes, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, vivieron en París lo modernistas Rubén Darío, José María Vargas Vila y Enrique Gómez Carrillo, pero sus obras no lograron ganar al amplio público francés de entonces, como si ocurrió de inmediato con Miguel Angel Asturias y después, a lo largo de varias décadas sin interrupción, con Jorge Luis Borges, antes de que estallara el boom en los años 60.
Este movimiento del boom conquistó al calor de las luchas políticas latinoamericanas y europeas, a amplios sectores de la sociedad francesa, que veían en las obras de Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Jorge Amado, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Alvaro Mutis y Mario Vargas Llosa, una especie de amplio ventanal hacia un edén tropical en plena ebullición revolucionaria y antidictatorial.
En ese marco, la gloria de los latinoamericanos otorgaba a los hispanistas y latinoamericanistas galos un aura que parecía iluminarlos de manera paralela a las proezas de sus pupilos literarios de ultramar.
Los traductores y difusores de las obras de César Vallejo, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y demás autores latinoamericanos del siglo XX entraban a ese club colorido que reinó hasta desvanecerse después de la caída del Muro de Berlín.
En la actualidad se realizan muchas actividades en la Maison de l'Amérique Latine (Casa de América Latina) del bulevar Saint Germain, pero ya sin el impacto glorioso de los años 60 y 70. Hay en las universidades y en algunas editoriales una nueva generación de hispano-latinoamericanistas muy activos, pero la literatura de ese continente ya no logra el impacto que tuvo en el siglo anterior y las apariciones son como fugaces y diminutos fuegos pirotécnicos.
Con la desaparición de Couffon termina una época de esa gran amistad ultramarina. Habrá que recopilar y editar sus artículos aparecidos en  Le Figaro Littéraire, Le Monde, Les Lettres Françaises, Les Temps Modernes,  Europe y Le Magazine Littéraire, para hacer una bitácora de aquella luna de miel franco-latinoamericana casi extinguida.
Y también debemos poner atención a su obra poética, en la que se destacan obras como Cuaderno de la bahía del Monte Saint Michel, Cuerpo otoñal y Ventana a la noche, entre otros libros suyos. Los latinoamericanos y los españoles debemos mucho a este gran amigo de nuestras palabras que ahora descansa en paz lejos de la belleza del cuerpo femenino, la poesía y el vino.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

CHINA REVIVE SUEÑO ESPACIAL

Por Eduardo García Aguilar
China logró este sábado un histórico alunizaje de su sonda Chang'e 3, de la que saldrá el vehículo Conejo de Jade para iniciar exploraciones en el territorio de la Bahía de los Arcoiris, lo que constituye un espectacular logro para la vieja nación asiática, que se iguala ahora con Estados Unidos y la URSS, superpotencias que hace más de medio siglo lograron proezas similares en el contexto de la guerra fría.
Después de que Estados Unidos y Rusia, afectados por crisis sucesivas, redujeran presupuestos de conquista espacial y desaparecieran los transbordadores y hasta la posibilidad de lanzamientos en Cabo Cañaveral, o se presentaran muchas fallas y fracasos en los lanzamientos rusos desde Baikonur, naciones emergentes como India, Brasil y China quieren avanzar en ese camino ampliando el club de las potencias espaciales.
En estos momentos Francia, desde Guyana, en América del Sur, tiene el único complejo viable de lanzamiento que garantiza la posibilidad de llevar satélites estatales o privados a la órbita terrestre, mientras algunas empresas privadas avanzan en la implementación del turismo espacial privado.
Los chinos, que se han convertido en los nuevos magnates del mundo y cada año incrementan su influencia política y económica en todos los continentes, no solo aspiran a llevar a nuestro satélite vehículos como el Conejo de jade, sino seres humanos, lo que tal vez en una o dos décadas sea una realidad, dado el impulso del milenario país de Confucio, el autor de las sabias Analectas.
Estados Unidos y Rusia nos hicieron soñar desde niños con la conquista espacial. Antes de que los hombres, encabezados por Yuri Gagarin y John Glenn, comenzaran a salir fuera de la Tierra, ya nos habíamos acostumbrado a los viajes de las sondas que antes de estrellarse e la Luna o en Marte, enviaban a nuestro planeta fotografías apasionantes de extraños territorios con las que armó poco a poco la cartografía de aquellas vecinas esferas.
Estados Unidos realizó una espectacular carrera espacial con experimentos de naves como Géminis y paseos espaciales de personajes que como el malogrado Ed White nos fascinaban cuando aparecían en las portadas de la revista Life, de circulación continental. Con el cordón umbilical enlazado a la cápsula y el traje espacial, White aparecía flotando en el espacio delante de la hermosa esfera azul de nuestro planeta, cubierta de hilos y madejas de nubes.
Luego, con inversiones gigantescas que hoy serían imposibles, Estados Unidos emprendió la conquista de la Luna y llevó por fin a seres humanos a la superficie selenita. En julio de 1969 todo el planeta vio en vivo y en directo la llegada del recién fallecido Neil Amstrong, seguido luego por Buzz Aldrin, y supervisados desde la órbita por Mike Collins, personajes que quedaron grabados para siempre en nuestra memoria.
Luego vinieron otros viajes y exploraciones a la Luna por medio de los viajes de Apolo, que terminaron para dar paso a otro tipo de conquistas también memorables, como el envío de sondas a todo el sistema solar, Saturno, Júpiter, Neptuno, e incluso más allá, así como avances tecnológicos que han hecho posible llegar hasta el instante del big-bang y descubrir miles de exoplanetas y millones de galaxias y agujeros negros.
Las imágenes del telescopio Hubble han sido sorprendentes para los que vivimos fascinados desde niños por el espacio lejano. Gracias a ellas hemos comprendido mejor el universo y nos hemos acercado a los más extraños confines del mismo. Los humanos hemos palpado así 14.000 millones de años de historia de la materia en expansión y deriva, solidificación y explosión, concreción y difuminación infinitas. Con esas imágenes somos cada vez más poetas, porque la poesía es el reino de lo inefable e inasible.
Las naves nos han acercado a los satélites de Saturno y Júpiter, algunos de los cuales son planetas vivos con océanos de líquidos de otros colores, composiciones y densidades. En esas superficies hemos visto actividad volcánica, huracanes gigantes, lagos y paisajes jamás imaginados. En su viaje por los planetas, las naves se han acercado y orbitado aquellos globos que giran en torno a los gigantescos hermanos mayores del Sistema Solar.
Una nave que ya está saliendo de los confines del Sistema Solar lleva un mensaje de los terrícolas inscrito en una placa por si alguna vez lo captan probables extraterrestres. O sea que la humanidad no se niega al sueño de que en otros lugares, en alguno de esos millones y millones de exoplanetas, exista la vida y la inteligencia.
A futuro la aventura espacial será colectiva y se aunarán los esfuerzos de varios países para avanzar en otras conquistas inimaginables. Estaríamos apenas en el albor de la aventura soñada por los humanos desde hace milenios y contemplada con más certeza científica por los sabios del Renacimiento, los Galileo Galilei y los Leonardo Da Vinci que entendieron por fin que la tierra era un grano de arena en un océano infinito de polvo interestelar.
Pese a las guerras y a las crisis, al fanatismo y a la locura, el hombre avanzará en el dominio de la materia y la energía y tarde o temprano los descubrimientos nos acercarán cada vez más a lo desconocido.
Dentro de miles de años, otros hombres habrán llevado la aventura espacial a confines inesperados. Nuestra generación tuvo la fortuna de palpar el albor de esta aventura y seguirla desde la infancia con pasión. Por eso es loable que los chinos ingresen ahora al club de los exploradores con su nave y su vehículo Conejo de Jade.
Llegarán a la Luna, mientras una coalición internacional tratará en dos o tres décadas de llegar con humanos a Marte, planeta mucho más vivo de lo esperado y que en estos momentos está revelando grandes secretos, como la presencia de agua y la existencia lejana de océanos, ríos y lagos cuyas huellas exploran en este momento vehículos norteamericanos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

GOLPEADO POR WINNIE MANDELA

Por Eduardo García Aguilar
A lo largo de la vida las actividades de prensa nos llevan a cruzarnos con personajes históricos en cumbres, visitas, reuniones bilaterales, giras mundiales y conferencias de prensa. Pasa el tiempo y uno saluda a la vida porque durante diez días haya estado en el séquito de vaticanistas y periodistas del mundo que seguíamos en avión y en tierra al papa Juan Pablo II durante su histórica visita a México, o que haya tenido la oportunidad de recibir en 1991 un golpe de la enérgica esposa de Nelson Mandela, Winnie, por tratar de sacarle unas palabras y acercarle demasiado la grabadora al que venció al Apartheid en Sudáfrica.
Son las lides de la actividad periodística, que nos sacaron del destino contemplativo al que estábamos destinados para irrumpir de lleno en la vida contemporánea, en las realidades de la época, en los rastros de la historia de hoy, que tal vez algún día figurarán en los Anales. A veces en cumbres bilaterales de gobierno a las que se asiste como enviado, uno ha tenido que coincidir con presidentes como Fidel Castro, Bill Clinton o François Mitterrand o ver y hablar con Alberto Fujimori dos veces, una cuando era un novato recién llegado al poder y otra cuando estaba en la cumbre y era ya un simpático aunque arrogante mandatario que se eternizaba en el gobierno reeligiéndose y se hundía en la corrupción y los malos manejos.
Otras veces cuando uno ha estado obligado como agenciero -profesión de Juan Carlos Onetti, Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez-, a entrevistarse con Carlos Salinas de Gortari o Ernesto Zedillo en el palacio de Los Pinos de México, y caminando por esos prados en charla informal, calibra con toda exactitud que hombres tan poderosos en su momento en un gran país como ése son solo seres humanos como cualquiera. Zedillo me respondió cuando le pregunté por qué la bandera mexicana allí tenía estrellas: "es que se supone que soy el jefe del ejército mexicano". Lo que indicaba todo lo patético del asunto.
Y esto sin contar en esa actividad efímera las figuras de la farándula cinematográfica vistas como Alain Delon, Catherine Deneuve, Cantinflas, o el gran Joseph Losey, o estrellas de la música como Pérez Prado o Joe Arroyo. Y así la lista se hace interminable si se incluyen los grandes escritores latinoamericanos como Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Enrique Molina, Maruja Vieira, Meira del Mar, Juan José Arreola, Gonzalo Rojas u Octavio Paz, o de otros lados como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir (encontrados en el Père Lachaise), Edgar Morin o Yves Bonnefoy o Henri Charrière, autor del best seller Papillon, vistos todos ellos en cementerios, plazas, cafés, o lugares inesperados. Y a eso agregamos artistas colombianos tan especiales como Alejandro Obregón, Edgar Negret, Fernando Botero, Ómar Rayo o Luis Caballero, entrevistados en circunstancias especiales en la gran tierra de Emiliano Zapata o en la de Asterix.
Todo este preámbulo me sirve para contar que tuve la fortuna, gracias al periodismo, de ver a Nelson Mandela (1918-2013) y ser golpeado por Winnie, su esposa de entonces, una exguerrillera y militante de armas tomar que, para proteger a su amado, no dudó en asestarme un golpe sudafricano en el pecho por acercar demasiado mi grabadora diminuta al líder Mandela, una de las figuras más importantes de la segunda mitad del siglo XX, con Fidel Castro, John Kennedy, Juan Pablo II y Mijail Gorbachov, entre otros.
No era aun presidente, pero negociaba con Frederik de Klerk el fin del Apartheid, al que se habían enfrentado los del Consejo Nacional Africano con las armas. Llegó en el marco de una gira a México para pedir ayuda en la parte final de las negociaciones que lo llevarían al poder. Era un hombre tierno, amable, amoroso, aun enérgico y me tocó estar en su llegada a la Cancillería azteca, donde no solo se entrevistó con las autoridades sino también con los opositores mexicanos, a los que saludó, entre ellos la militante Rosario Ibarra de Piedra, una pasionaria importante en ese país tan corrupto y violento.
Haber visto de cerca a Mandela me alegra. Porque es ejemplo para Colombia, donde reina el odio y la venganza y los espíritus de Sangrenegra, Veneno, Chispas y Desquite viven en quienes quieren eternizar la guerra porque les conviene económicamente o para alimentar sus sicopatías sanguinarias. Mandela pasó gran parte de su vida en la cárcel acusado de terrorista por los blancos de origen inglés que discriminaban a los negros, pero al final perdonó y quiso la concordia entre todos. Su sonrisa y su energía de paz salvó a Sudáfrica y lo condujo al Premio Nobel de la Paz.
Su espíritu, ahora que se ha ido para siempre, puede acompañar aún el proceso de paz en Colombia, donde los feroces enemigos pueden y deben reconciliarse. A Mandela lo vi y puedo atestiguar de su sonrisa y el aura suya, la de una figura del rango de Mahatma Gandhi, en cuya casa, donde fue asesinado, estuve en Nueva Delhi en 2000. Winnie Mandela, la que me golpeó en el pecho era otra cosa y tal vez por eso se separó de ella y se casó luego con la viuda del presidente Zamora Machel.
La lucha de Mandela y su larga vida seguirán iluminando a los que quieren desterrar el odio en los lugares donde reinó durante décadas y un día terminó como un milagro. Todas las guerras del mundo han cesado alguna vez, y esperemos que eso ocurra en Colombia bajo el patrocinio del gran sudafricano que ahora el mundo despide con reconocimiento.