lunes, 15 de abril de 2013

LA MUERTE DE LA MALVADA THATCHER

Todos los diarios del mundo publicaron esta semana en primera plana la foto de Margaret Thatcher (1925-2013), quien gobernó Inglaterra de 1979 a 1990 y murió el lunes a los 87 años de edad en una habitación del Hotel Ritz de Londres, a donde se había retirado después de quedar imposibilitada para bajar las escaleras de su casa y verse afectada por la demencia senil.
     Allí de vez en cuando recibía a sus últimos fieles, quienes relatan que la anciana aún tenía momentos de lucidez en que desplegaba su malvada lengua acerada de ofidio y su duro carácter, mientras saboreaba unos deliciosos tragos de gin. Tuvo una agitada y larga carrera que culminó con tres períodos seguidos como primera ministra de Gran Bretaña, primera y única vez para una mujer, en una época difícil de guerra fría, que culminó con el deshielo, el fin del comunismo en la Unión Soviética y la caída como fichas de dominó de todos los países de la cortina de hierro frente a la arremetida del triunfante capitalismo.
     Esta mujer representaba hasta la caricatura las políticas conservadoras y retardatarias aferradas a Cristo, la tradición, la familia y la propiedad y que negaba con furia la ayuda a los pobres, esos parásitos mantenidos, que según ella, contribuían a reducir y arruinar las arcas del Estado. Por tal razón aplicó drásticas medidas contra las políticas sociales, recortando aquí y allá presupuestos, lanzando a la miseria a cientos de miles de ciudadanos frágiles y reduciendo hasta la asfixia los servicios sociales.
     De la mano de su contraparte estadounidense, encabezada por Ronald Reagan y los Bush, padre e hijo, esta visión ultraconservadora de las cosas en materia económica que enterró por un tiempo la sabia economía política del gran John Manyard Keynes, dominó el panorama mundial durante tres décadas hasta que explotó en pedazos con la crisis financiera mundial de 2008, en la que seguimos todavía sumidos.
     La crisis mundial mostró que, por el contrario, los verdaderos subvencionados no eran esas ratas parásitas de pobres y extranjeros, sino bancos, multinacionales y holdings que recibían millones y millones de dólares de ayuda permanente y hacían todo lo posible para no pagar impuestos.
     Thatcher no solo fue la adalid de esa odiosa política que quita al Estado las ineludibles responsabilidades para con los pobres y beneficia a los poderosos, sino que al igual que Reagan y los Bush, era violenta y lanzaba sus ejércitos en guerras innecesarias con el único fin de recuperar caudal electoral perdido a causa de la crisis social provocada por sus medidas sectarias. Envió las tropas británicas a las islas Malvinas en 1982 causando miles de muertos, cuando probablemente el problema se hubiera podido arreglar por medios diplomáticos.
     Antifeminista, antiobrera, inflexible, polarizadora, megalómana y egocéntrica, esta mujer dividió a su país como nunca entre sus partidarios, los poderosos y las clases medias acomodadas y sus opositores, la pequeña burguesía ilustrada y los trabajadores, por lo que esta semana muchos cantaban en Gran Bretaña la famosa canción del Mago de Oz, que dice "ding dong, ding dong, ha muerto la bruja".
     Uno quisiera buscarle cualidades, tratar de equilibrar el retrato, pero la tarea se hace imposible. La era thatcheriana de los años 80 y 90 del siglo pasado fue espantosa. Sus ideas conservadoras triunfantes inundaron el mundo durante esas dos décadas: en todas partes la educación se privatizaba y se negaba el derecho a la escuela a los pobres, los enfermos fueron culpabilizados y morían en las puertas de los hospitales porque no tenían dinero para pagar, los trabajadores y los desempleados fueron estigmatizados como parásitos que viven de la beneficencia y las leyes laborales se hicieron cada vez más duras a favor de los patrones.
     Ese ideario fue el aplicado por Pinochet en Chile y por muchos dictadores del Tercer Mundo y gobernantes supuestamente democráticos de países menores, entre ellos los nuevos gobernantes de los países exsocialistas. La juventud tuvo que cortarse el pelo, vestir con formalidad, las veleidades artísticas fueron censuradas como peligrosas, por lo que en contra de esa ola surgió un arte y una música punk y trash marginales que revolucionaron las sensibilidades estéticas.
     Francis Fukuyama dijo que la historia había terminado y al final de los noventa muchos creyeron que ese modelo capitalista y retardatario a ultranza había llegado para quedarse. Pero tres lustros después todos hemos descubierto la gran estafa de la banca mundial, heroína de la reaganomics y el thatcherismo. Hasta el Estados Unidos de Obama cambió de rumbo y muchos sectores de la derecha moderada mundial tuvieron que reconocer que había que parar el delirio.
     Quien se opusiera a eso hace apenas unos años era acusado de comunista, marxista o terrorista. Hasta el pobre Carlos Marx ha resucitado de entre los muertos y se ha convertido en un santo que tenía razón al escribir su maravilloso libro El Capital. Ahora los indignados del mundo que manifiestan en Wall Street, España o Grecia, demostraron que esa lucha era legítima y justa.
     Con la muerte de Thatcher termina una era ominosa y ojalá que los espíritus críticos del mundo sigan presionando para que los gobiernos vuelvan a su función primaria en beneficio de la gente y de la sociedad, esa palabra que la recién fallecida tanto detestaba y cuyo lema soberbio era: "No existe nada llamado sociedad". Cómo sería de odiosa, que hasta la propia reina Isabel la detestaba.

* Publicado en La Patria. Manizales. 14 de abril de 2013.