domingo, 29 de junio de 2014

TREINTA AÑOS SIN MICHEL FOUCAULT

Por Eduardo García Aguilar
Tuve la fortuna de estudiar en la Universidad de Vincennes en uno de los tiempos más creativos de la cultura francesa contemporánea, cuando estaban todavía vivos André Malraux, Jean Paul Sartre y Louis Aragón, entre otras figuras mayores, y enseñaban en las universidades jóvenes profesores que, como Michel Foucault (1926-1984), han pasado a la gloria.
En plena actividad estaban entonces Roland Barthes, Louis Althusser, Jacques Lacan, Claude Levi-Strauss y Gilles Deleuze, entre otros muchos que defendieron a esa universidad libertaria creada después de la revolución de mayo de 1968.
La Universidad de Vincennes, o París VIII, que después fue trasladada del lugar original en el bosque del mismo nombre del este de la ciudad, para instalarse al norte de la misma, en Saint Denis, donde hoy se encuentra, fue uno de los centros de pensamiento más vivos de la segunda mitad del siglo XX.
Como era un experimento antiautoritario, en sus aulas se recibía a obreros que quisieran estudiar, así como a un porcentaje mucho mayor de estudiantes extranjeros provenientes de todos los continentes. Casi todos los grandes pensadores del momento acudían felices a vivir ese gran experimento de pensamiento libre y no era extraño recibir en sus aulas a grandes figuras, como Herbert Marcuse.
Debido a que Michel Foucault ya no era profesor en Vincennes, muchos de los estudiantes de ciencias humanas acudíamos a sus clases en el Colegio de Francia. Madrugábamos a hacer cola para poder escuchar sus conferencias multitudinarias, que dictaba rodeado de centenares de grabadoras arcaicas colocadas por los alumnos en la mesa rectangular donde oficiaba y que emitían un extraño murmullo, interrumpido por los clicks sucesivos que hacían los aparatos al terminarse la cinta del magnetófono.
Las personas que no lograban entrar a la sala se colocaban en otro salón para escuchar la voz del sabio transmitida por altavoces. Foucault era un hombre aun joven de 50 años y su rostro, sus orejas tipo Mr. Spock y su cráneo rapado, le daban un aire de extraterrestre.
A esa edad era ya una eminencia que abría nuevas ventanas a las ciencias humanas y 30 años después de su muerte es considerado el filósofo más citado en las academias del mundo en este inicio del siglo XXI.
Muchos de los grandes problemas actuales en la era de Internet, fueron vislumbrados en algunos de sus escritos, donde escudriñó de manera minuciosa los problemas de los poderes carcelario y psiquiátrico a lo largo de la historia, y percibió y reveló los peligros de la nueva era de control orweliano en que vivimos.
Su inteligencia arrasaba y al releerlo hoy, al sentir la música de sus palabras e ideas, sabemos que además de un gran pensador e investigador, era un escritor de la mejor estirpe. Vivía de lleno entre los archivos y trabajaba sin cesar en la relectura de los textos clásicos de todos los tiempos. Y toda esa erudición vibraba a través de una prosa viva y flexible.
Lo mismo ocurría con Roland Barthes, a algunos de cuyos cursos también tuve entonces la fortuna y la osadía de asistir con la misma pasión que nos animaba a todos los estudiantes de la época. Tiempo después, cuando ambos desaparecieron de manera prematura, Foucault, a causa del sida, y Barthes, por un accidente absurdo, quienes acudimos a escucharlos sabemos que estuvimos cerca de dos leyendas.
Toda una generación de jóvenes de cabellera larga y ropas coloridas típicas de aquellos tiempos del peace and love, bebíamos las palabras rebeldes de Foucault, hipnotizados por su cálida elocuencia.
El Colegio de Francia donde enseñó de 1970 a 1984 es una institución abierta donde los más prestigiosos pensadores y científicos de todas las disciplinas dictan cátedras sobre los temas más diversos, desde la física, la astronomía y la biología hasta la literatura, la lingüística, la historia y la ciencia política, pasando por la paleontología y la arqueología, entre otras muchas disciplinas.
Allí no se dispensan diplomas y la gente va solo por el interés de saber, aprender y poner en movimiento sus cerebros, porque como dice Francis Picabia, "la cabeza es redonda para que las ideas circulen". Las aulas del Colegio de Francia siempre están llenas y es curioso ver que la mayoría de los asistentes en la actualidad son personas mayores que peinan canas, cuando en aquellos tiempos de Foucault y Barthes eran en su mayoría jóvenes menores de 30 años. O sea que los muchachos de ayer siguen siendo los alumnos jubilados de hoy.
Hace unos años asistí a una serie de conferencias de paleontología dictadas por Michel Brunet, el descubridor de Tumái, el homínido más antiguo, quien dicta sus clases en una mesa amplia como la que usaba Foucault, pero en vez de grabadoras, junto a él se ven en fila todos los cráneos de los diferentes primates bípedos descubiertos, o sea los ancestros mas antiguos de la humanidad.
Asistí a esos cursos de paleontología en el Colegio de Francia con la nostalgia de aquellos inolvidables momentos vividos en los años 70, y los fantasmas de Foucault y Barthes, seguían allí presentes y sus energías flotaban sobre los cráneos de los homínidos expuestos por Brunet.
Toda la prensa celebró con gran despliegue los 30 años de la muerte de Foucault el 25 de junio de 1984 y un diario, Liberation, tuvo inclusive la maravillosa ocurrencia de dedicarle la portada del diario y varias páginas interiores. Además de sus libros más conocidos, cada año salen nuevos volúmenes de sus cursos y anotaciones, así como biografías y estudios sobre su obra.
El estudiante de Poitiers, muy malo en matemáticas, que estuvo cerca de la locura en su juventud y fue una de las primeras víctimas del sida, ha terminado por ser profeta en su tierra, pese a que durante varias décadas la universidad francesa fue reticente con él. Releer ahora Las palabras y las cosas, degustar esa prosa marcada por Jorge Luis Borges es el mejor homenaje que podemos hacerle sus lectores.






sábado, 21 de junio de 2014

EL NUEVO REY DE ESPAÑA FELIPE VI

Por Eduardo García Aguilar
En una ceremonia sobria, constitucional y laica, el nuevo rey de España Felipe VI asumió las riendas simbólicas de una España multicultural que enfrenta no solo una severa crisis económica con casi un cuarto de la población desempleada, sino la amenaza de la desintegración por el auge del separatismo en Cataluña, la persistencia del nacionalismo vasco y gallego y el aumento de movimientos disidentes que piden la instauración de la República.
Después de varios años de desprestigio de la corona por los escándalos de corrupción del yerno del rey Undargarín, en los que está involucrada su esposa la Infanta Cristina, así como por los deslices crepusculares del propio rey saliente Juan Carlos II, amante de la caza africana y de la buena vida mientras los españoles comunes y corrientes se sumían en la ruina y la desesperación, la abdicación de viejo monarca y la  llegada de Felipe VI se consideraban necesarios para dar un nuevo impulso al país.
Felipe VI se convierte así en el primer monarca español que jura ante la Constitución y no ante el crucifijo, al lado de una bella esposa de la clase media cuyo abuelo fue taxista. Tanto el nuevo monarca como la reina tienen sólidas formaciones. El hasta el jueves Príncipe de Asturias, graduado en la prestigiosa universidad norteamericana de  Georgetown, ha desempeñado desde hace décadas funciones diplomáticas al asistir a centenares de ceremonias internacionales donde en contacto con jefes de Estado aprendió poco a poco lo que significa llevar las riendas de un estado, enfrentar crisis y plantear estrategias a futuro en un mundo cambiante.
Lejos ya de los terribles tiempos del franquismo, al que su padre Juan Carlos II traicionó por fortuna para instaurar hace cuatro décadas la democracia española y abrir el camino al poder a los socialistas y comunistas que fueron torturados y perseguidos por el régimen del tirano, Felipe VI accede al poder simbólico con el apoyo mayoritario de los partidos tradicionales, entre ellos el del Partido Socialista, quienes tenían como mira garantizar la estabilidad en estos momentos de tormenta tras la abdicación.
La mayoría de los analistas españoles coincidieron en plantear que el problema en esta coyuntura no es la oposición entre Monarquía y República, pues el sistema imperante a partir de ahora sería el de una "República coronada" donde el monarca, sin ningún poder ejecutivo, cumple solo funciones de mediador en los múltiples conflictos y tensiones del país y representante de España a nivel internacional, tal y como ocurre con la reina Isabel II en Inglaterra.
En su primer acto el sábado, al día siguiente de su ascenso al trono, los nuevos monarcas españoles participaron en una ceremonia en honor de las víctimas del terrorismo que ha afectado a España en las últimas décadas, desde los independentistas vascos de ETA causantes de 829 muertes en 40 años y los izquierdistas españoles del desaparecido GRAPO, hasta los islamistas fanáticos que mataron a 191 personas e hirieron a 1.900 en el sangriento atentado en Madrid el 11 de marzo de 2004, un verdadero trauma nacional.
Comienza pues una nueva era en España, pero la tarea no será fácil para Felipe VI, aunque esté bien formado y tenga talante democrático, sereno y conciliador. Signo de su vocación humanista, citó en su discurso inaugural a cuatro poetas representantes de las cuatro lenguas habladas en el mosaico español: Antonio Machado, Salvador Espriú, Gabriel Aresti y Alfonso Castelao.
La espantosa bancarrota económica que hundió al país hace unos años tras el estalllido de la burbuja inmobiliaria y de la cual aun no sale, dejó a millones de españoles en la miseria, obligados a entregar los apartamentos y casas que compraron ilusionados en los tiempos de bonanza artificial. Un cuarto de la población está en el desempleo total. Familias enteras no tienen nada para vivir y vegetan en la incertidumbre. Pueblos enteros han sido abandonados.
Construcciones faraónicas y delirantes, fruto de la corrupción, quedaron en obra negra por quiebra y son cientos de miles los edificios y urbanizaciones desoladas que no encuentran adquirientes. El derroche descarado de los politicastros españoles en los años de gloria dejó con deudas colosales a las comunidades autónomas, y muchas veces ni siquiera hay para pagar salarios a pequeños funcionarios. La prensa y otros grupos famosos están en crisis y venden activos para hallar liquidez. Si no fuera por los turistas alemanes, ingleses, franceses, rusos y nórdicos que vienen al país en busca de sol, no habría casi ingresos viables.
Cientos de miles de jóvenes y adultos, muchos de ellos titulado, han tenido que emigrar a otros países europeos como Inglaterra y Alemania en busca de trabajo y, como en losviejos tiempos, otros tantos han emprendido la ruta de América Latina en busca de mejores oportunidades.
Todo ese malestar se concreta en el espejismo independentista catalán, muchos de cuyos ciudadanos creen que separándose de España podrán solucionar la crisis, lo que está lejos de ser cierto. Crecen movimientos de indignados que incrementaron la votación del movimiento Podemos frente a los desprestigiados partidos tradicionales.
Esos son los retos enormes de Felipe VI. Por eso las ceremonias de su ascenso fueron tan discretas, sin invitados internacionales ni despliegue de realeza y lujo, lo que hubiera sido una bofetada al pueblo español. Su discurso moderado y la convicción de que puede ser útil, así como el apoyo de las instituciones, son elementos que dan cierta solidez a su llegada.
Pero el camino será largo e incierto para él. La vieja Madre patria, que tan bien conocemos porque de ahí provienen los ancestros que emigraron desde hace siglos a la América hispana y cuya lengua hablamos, emprende una nueva ruta de peligros, como la practicada en su tiempo por el Quijote por los caminos de la Mancha junto a su fiel escudero Sancho Panza, quien de paso gobernó muy bien en la Ínsula Barataria.
Esperemos que el país no se fragmente y conserve con prosperidad futura las conquistas democráticas logradas después de siglos de guerras, muerte, intolerancia y dictaduras de diversos pelambres, tan bien contados por sus espléndidos novelistas, ensayistas y poetas que siempre nos iluminan y asombran cuando los leemos.

domingo, 15 de junio de 2014

INUTILIDAD DE LAS GUERRAS

Por Eduardo García Aguilar
Un personaje tan ignaro como George Bush hijo se empecinó a comienzos del siglo XXI en realizar una guerra inútil en Irak, aduciendo falsedades y alarmando al mundo con la supuesta existencia de "armas de destrucción masiva", lo que se revirtió desde entonces de manera dramática para el pueblo
de Estados Unidos, afectado por los miles de soldados muertos y las colosales deudas contraídas, así como para el propio pueblo iraquí que vive entre el Éufrates y el Tigris, zona donde surgieron hace miles de años joyas de la civilización humana como las míticas ciudades de Nínive y Babilonia o luego la multifacética Bagdad.
Pasando por encima del concepto de las Naciones Unidas, los halcones del gobierno de ese presidente pendenciero se lanzaron contra el tigre de papel de Saddan Hussein y devastaron el país y la región, desestabilizando los frágiles equilibrios y haciendo renacer las viejas querellas religiosas y étnicas que ahora llegan al extremo de que el ejército islamista del Estado Islámico del Islam y el Levante (EIIL), incluso más extremista que Al Qaida, está a las puertas de Bagdad.
Todos los más serios expertos y analistas del mundo coinciden hoy en que esa guerra de Irak, más que un crimen fue una estupidez de cerebros calientes, y los resultados están a la vista. Tal vez en el momento los grandes industriales del armanentismo cantaron victoria al lado de los inversionistas de las grandes empresas de seguridad, el petróleo y la construcción, pero ahora, después de que en río revuelto sacaran ganancia, el empantanamiento obliga al gran país del norte conducido por el moderado Barack Obama a contemplar una nueva intervención, aunque de diferente tipo.
Nunca aprenden las grandes potencias o los países menores gobernados por almas maníacas al iniciar las guerras y actuar como gendarmes del mundo o de las regiones. Napoleón fracasó en el intento de adueñarse de toda Europa e imponer sus ideas megalómanas de la misma forma que Hitler soñó con imponer las suyas a todo el continente dominado por los procónsules de la supuesta raza superior.
A lo largo de la historia esos locos de gloria y poder muy enérgicos e infatigables llevaron a sus pueblos a la muerte y la sangre y tarde o temprano fueron derrotados dejando a los suyos hundidos por siglos en el pantano de sus errores.
La Francia de Napoleón y la Alemania de Hitler quedaron arrodilladas por generaciones y con ellos son muchos los países grandes o pequeños que han sido llevados al precipicio por torvos líderes mesiánicos que creen poder imponer sus ideas e intolerancia a sus vecinos, haciendo derramar la sangre de los pobres, porque eso sí, esos cobardes envalentonados con alma de rufianes nunca mandarán a sus propios hijos al frente de batalla.
¿Cuántas han sido las guerras bobas realizadas por los países latinoamericanos, asiáticos y africanos, a veces por más papistas que el papa que se arrogan el estatuto de supuestos gendarmes ideológicos regionales? ¿Cuánta sangre ha sido derramada por los pueblos y cuántas las riquezas perdidas cuando son llevados al matadero por líderes irresponsables e iluminados que no saben lo que hacen y carecen de la menor lucidez estratégica?
Hace apenas tres años un presidente agitado de una Francia pobre y en crisis se empeñó en hacer una guerra sin sentido en Libia para sacar al dictador crepuscular Gadafi que lo desafiaba, rompiendo así un imperfecto statu quo regional por cuyas grietas se metieron otros ejércitos islámicos aún más sangrientos que el tirano empalado, como Al Qaida en el Mahgreb Islámico (AQMI) que siembran ahora el terror en los desiertos del África sahariana y subsahariana para aplicar la estricta ley o sharia profética, robar colegialas, decapitar infieles, colgar rebeldes, lapidar mujeres y mutilar infractores.
Los grandes capitales petroleros de los jeques fanáticos han servido para financiar y desestabilizar toda la región árabe medioriental por medio de la creación de conflictos artificiales con mercenarios multinacionales en Siria, Egipto y los países norafricanos y surafricanos, zonas donde sueñan con imponer un gran califato islámico que aplique las conservadoras leyes irrestrictas del pasado.
Las guerras y conflictos que pululan en el mundo no son tanto el fruto de la impericia o la estupidez de líderes irresponsables como la estrategia de quienes saben que la guerra y el terror generan beneficios a los potentados del mal y a los codiciosos de tierra y riquezas sin fin. Los grandes plutócratas del mundo y sus marionetas locales ganan con la guerra y cuando en algún continente hay relativa paz, buscan a toda costa volver a atizar las guerras.
Eso es lo que pasó en Irak y lo que pasa ahora en África, Asia, el Este de Europa o en América Latina, continente este último donde los fanáticos de la extrema derecha nostálgica de los halcones republicanos de Estados Unidos sueñan con tumbar a gobiernos que el pueblo eligió y que no son de su gusto, como en Venezuela, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, entre otros países.
Quisieran que Colombia se convierta en el nuevo gendarme regional, pero con la sangre de los soldados surgidos de las capas pobres de la sociedad a las que han explotado y explotan desde hace siglos. Sueñan esos halcones de la ultraderecha con una América Latina que vuelva a las horrendas dictaduras del siglo XX donde los tiranos imponían a sangre y fuego ideas tan sectarias como las que tratan de imponer los fanáticos islámicos del EIIL o el AQMI, financiados con dineros de la plutocracia petrolera de los jeques encabezados por Arabia Saudita.
Porque detrás de los halcones que encienden las guerras en el mundo están las colosales fuerzas del dinero que buscan reproducirse al infinito con beneficios cada vez mayores, están los oscuros barones de la mano negra, los capos de las mafias, los reyes del mambo de los paraísos fiscales, que desde sus yates juegan con la sangre ajena de los pobres.
Esperemos que las guerras reinantes en Afganistán, Irak, Oriente Medio y en algunas fronteras europeas o asiáticas no se contagien a América Latina, que desde hace un tiempo vive en medio de una relativa estabilidad muy imperfecta que puede mejorarse, pero también agravarse hasta el caos. Y soñemos con que Colombia siga siendo un factor diplomático y sereno de equilibrio regional latinoamericano y no un pequeño gendarme regional gobernado por fanáticos.

sábado, 7 de junio de 2014

EL DIA DECISIVO DE LOS ALIADOS

Por Eduardo García Aguilar 
La reina Isabel II, Barack Obama, Agela Merkel, François Hollande y Vladimir Putin, entre otros dignatarios mundiales, celebraron este viernes el Día D, cuando en 1944, hace siete décadas, las fuerzas aliadas desembarcaron en Normandía para acelerar la partida del invasor nazi de Francia. 
En una batalla cruenta que sembró miles de tumbas de soldados ingleses y estadounidenses en las colinas frente al mar de la Mancha, las fuerzas aliadas lograron la proeza de cruzar las líneas enemigas instaladas en las costas francesas e iniciar el proceso definitivo que condujo al rescate del continente de la bota hitleriana. 
La presencia de estos jefes de Estado, en su mayoría moderados, nos muestra lo muy cerca que ha estado la guerra en este continente que hoy goza de paz, pero que siempre vive amenazado por tensiones que pueden desembocar tarde o temprano en otra batalla sin fin. 
La anciana e impecable reina, la moderada y sabia canciller alemana que ha dado prosperidad a su país, el moderado presidente estadounidense que no se ha metido en guerras gigantes como los Bush, pese a las presiones, el impopular pero honrado y tolerante mandatario francés y otros representantes europeos democráticos homenajearon a los soldados aliados en jornadas de sol que a veces nos hacen creer a todos a salvo de otro apocalipsis. 
No olvidemos que hace tres lustros sonaban las bombas en la terrible guerra de los Balcanes, que llegó a niveles indecibles de violencia y odio en Sarajevo y dejó a la ex Yugoslavia devastada sobre un territorio lleno de fosas comunes y que ahora, en Ucrania, el conflicto amenaza de nuevo y cualquier chispa puede encender el polvorín en el mismo lugar donde hace un siglo estalló la Primera Guerra Mundial y donde se llevaron a cabo las batallas decisivas de Crimea y Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial. 
Cuando uno camina feliz por las calles limpias de las ciudades europeas o viaja en tren de un lado para otro gozando una libertad y una seguridad al parecer sin límites, cuando disfruta del sol en parques, lagos, riberas fluviales, playas del Mediterráneo o mares nórdicos, o cuando observa las cumbres nevadas alpinas o recorre los valles del Danubio, el Rhin, el Duero, el Tajo o el Sena, olvida que este continente ha vivido en la guerra incesante y que en esos territorios hoy idílicos reposan decenas de millones de muertos provocados por conflictos endémicos. 
Me ocurre a veces, al pasearme por el Jardín de Luxemburgo o por las Tullerías en tardes soleadas, que despierto de repente de la placidez ambiente y siento angustia, pues no hace mucho, menos de un siglo apenas, reinaba el terror en todos estos lugares. 
Eso se ve en los miles de placas colocadas de manera discreta en muros y plazas de París, donde se conmemora a los resistentes muertos en combate o se ve en algunas escuelas actuales, que siguen funcionando en los mismos edificios sombríos desde donde los nazis se llevaron a miles de infantes y adolescentes hebreos o extranjeros para deportarlos a los campos de concentración nazis y asesinarlos con los métodos más atroces posibles inventados por Menguele, Goëbbels y Himmler. 
Hace apenas dos semanas las fuerzas del ultraderechista Frente Nacional --compuestas en gran parte por personas de ideas afines al neonazismo y al fascismo, sectores nacionalistas llenos de odio y con alma racista, muchos descendientes de colaboradores nazis o nostálgicos de la Guerra de Argelia---, se convirtieron en las elecciones europeas en el primer partido político de Francia, que obtuvo un triunfo profundo y devastador. Muchos de sus ingenuos votantes de hoy no saben lo que fue la guerra y la violencia de hace siete décadas apenas, en la cercana década del 40 del siglo pasado. 
A lo largo de todo el continente esos partidos de extrema derecha filofascista, agresivos, amantes de nuevos caudillos, crecieron de manera alarmante, haciéndonos recordar que algo parecido ocurrió en los años 20 y 30 del siglo XX, cuando desde Münich el joven caudillo Hitler inició su ascendente carrera para llegar al poder con el apoyo del pueblo, usando los métodos democráticos poco respetados por él, para conducir luego a su patria y a Europa toda a la mayor tragedia de su historia. 
Uno camina por esos parques, lagos y calles, uno siente y disfruta de esta paz milagrosa actual, pero no debe olvidar que en este momento esas fuerzas vuelven a crecer con lentitud segura y que es muy probable que un día no muy lejano retomen el poder e inicien desde las riendas del Estado la loca carrera del odio.
Así ocurrió en aquellos tiempos cuando la gente de bien tenía que huir de los chafarotes de Hitler y Mussolini, de las hordas airadas de los fachos en uniforme o de los pájaros de la intolerancia que solían hacer las famosas noches de los cristales rotos o de los cuchillos largos. Intelectuales judíos como el gran Walter Benjamin, quien en su huída hacia una Espana, también a punto de caer en manos de Franco, prefirió suicidarse antes que caer en las manos los chacales de la intolerancia. 
Esos caudillos gritones, vigorosos e infatigables que eran Hitler y Mussolini fueron adorados por el pueblo seducido por su discurso de odio y ese pueblo los eligió y los apoyó con entusiasmo mezclado al miedo, pero al final ese mismo pueblo seducido fue triturado por sus hordas y sus países se sumieron en una guerra que casi los borra del mapa. 
La frágil paz que vivimos está ahora amenazada. Pero hay quienes prefieren apostar al desastre de la débil democracia actual, como si fuera el único camino para una hipotética refundación de Europa, sin saber que cada día dan más poder a quienes ya fueron antes los heraldos del muerte.