sábado, 7 de junio de 2014

EL DIA DECISIVO DE LOS ALIADOS

Por Eduardo García Aguilar 
La reina Isabel II, Barack Obama, Agela Merkel, François Hollande y Vladimir Putin, entre otros dignatarios mundiales, celebraron este viernes el Día D, cuando en 1944, hace siete décadas, las fuerzas aliadas desembarcaron en Normandía para acelerar la partida del invasor nazi de Francia. 
En una batalla cruenta que sembró miles de tumbas de soldados ingleses y estadounidenses en las colinas frente al mar de la Mancha, las fuerzas aliadas lograron la proeza de cruzar las líneas enemigas instaladas en las costas francesas e iniciar el proceso definitivo que condujo al rescate del continente de la bota hitleriana. 
La presencia de estos jefes de Estado, en su mayoría moderados, nos muestra lo muy cerca que ha estado la guerra en este continente que hoy goza de paz, pero que siempre vive amenazado por tensiones que pueden desembocar tarde o temprano en otra batalla sin fin. 
La anciana e impecable reina, la moderada y sabia canciller alemana que ha dado prosperidad a su país, el moderado presidente estadounidense que no se ha metido en guerras gigantes como los Bush, pese a las presiones, el impopular pero honrado y tolerante mandatario francés y otros representantes europeos democráticos homenajearon a los soldados aliados en jornadas de sol que a veces nos hacen creer a todos a salvo de otro apocalipsis. 
No olvidemos que hace tres lustros sonaban las bombas en la terrible guerra de los Balcanes, que llegó a niveles indecibles de violencia y odio en Sarajevo y dejó a la ex Yugoslavia devastada sobre un territorio lleno de fosas comunes y que ahora, en Ucrania, el conflicto amenaza de nuevo y cualquier chispa puede encender el polvorín en el mismo lugar donde hace un siglo estalló la Primera Guerra Mundial y donde se llevaron a cabo las batallas decisivas de Crimea y Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial. 
Cuando uno camina feliz por las calles limpias de las ciudades europeas o viaja en tren de un lado para otro gozando una libertad y una seguridad al parecer sin límites, cuando disfruta del sol en parques, lagos, riberas fluviales, playas del Mediterráneo o mares nórdicos, o cuando observa las cumbres nevadas alpinas o recorre los valles del Danubio, el Rhin, el Duero, el Tajo o el Sena, olvida que este continente ha vivido en la guerra incesante y que en esos territorios hoy idílicos reposan decenas de millones de muertos provocados por conflictos endémicos. 
Me ocurre a veces, al pasearme por el Jardín de Luxemburgo o por las Tullerías en tardes soleadas, que despierto de repente de la placidez ambiente y siento angustia, pues no hace mucho, menos de un siglo apenas, reinaba el terror en todos estos lugares. 
Eso se ve en los miles de placas colocadas de manera discreta en muros y plazas de París, donde se conmemora a los resistentes muertos en combate o se ve en algunas escuelas actuales, que siguen funcionando en los mismos edificios sombríos desde donde los nazis se llevaron a miles de infantes y adolescentes hebreos o extranjeros para deportarlos a los campos de concentración nazis y asesinarlos con los métodos más atroces posibles inventados por Menguele, Goëbbels y Himmler. 
Hace apenas dos semanas las fuerzas del ultraderechista Frente Nacional --compuestas en gran parte por personas de ideas afines al neonazismo y al fascismo, sectores nacionalistas llenos de odio y con alma racista, muchos descendientes de colaboradores nazis o nostálgicos de la Guerra de Argelia---, se convirtieron en las elecciones europeas en el primer partido político de Francia, que obtuvo un triunfo profundo y devastador. Muchos de sus ingenuos votantes de hoy no saben lo que fue la guerra y la violencia de hace siete décadas apenas, en la cercana década del 40 del siglo pasado. 
A lo largo de todo el continente esos partidos de extrema derecha filofascista, agresivos, amantes de nuevos caudillos, crecieron de manera alarmante, haciéndonos recordar que algo parecido ocurrió en los años 20 y 30 del siglo XX, cuando desde Münich el joven caudillo Hitler inició su ascendente carrera para llegar al poder con el apoyo del pueblo, usando los métodos democráticos poco respetados por él, para conducir luego a su patria y a Europa toda a la mayor tragedia de su historia. 
Uno camina por esos parques, lagos y calles, uno siente y disfruta de esta paz milagrosa actual, pero no debe olvidar que en este momento esas fuerzas vuelven a crecer con lentitud segura y que es muy probable que un día no muy lejano retomen el poder e inicien desde las riendas del Estado la loca carrera del odio.
Así ocurrió en aquellos tiempos cuando la gente de bien tenía que huir de los chafarotes de Hitler y Mussolini, de las hordas airadas de los fachos en uniforme o de los pájaros de la intolerancia que solían hacer las famosas noches de los cristales rotos o de los cuchillos largos. Intelectuales judíos como el gran Walter Benjamin, quien en su huída hacia una Espana, también a punto de caer en manos de Franco, prefirió suicidarse antes que caer en las manos los chacales de la intolerancia. 
Esos caudillos gritones, vigorosos e infatigables que eran Hitler y Mussolini fueron adorados por el pueblo seducido por su discurso de odio y ese pueblo los eligió y los apoyó con entusiasmo mezclado al miedo, pero al final ese mismo pueblo seducido fue triturado por sus hordas y sus países se sumieron en una guerra que casi los borra del mapa. 
La frágil paz que vivimos está ahora amenazada. Pero hay quienes prefieren apostar al desastre de la débil democracia actual, como si fuera el único camino para una hipotética refundación de Europa, sin saber que cada día dan más poder a quienes ya fueron antes los heraldos del muerte.