sábado, 11 de octubre de 2014

EL PARÍS INAGOTABLE DE MODIANO

Por Eduardo García Aguilar
El nuevo Premio Nobel de Literatura para el francés Patrick Modiano (1945) es un reconocimiento de la Academia Sueca antes que todo a los escritores que pasan la vida ensimismados en sus temas sin apartarse nunca de sus objetivos y que evitan desplegarse como otros en el ágora dedicados a actividades políticas y mundanas que terminan por devorarlos y apartarlos de sus más profundas inquietudes.
Modiano inició su camino literario muy joven, siendo un tímido adolescente solitario que pasó varios años en pensionados escolares lejos de su familia y aprendió desde muy temprano a caminar solo en los característicos días otoñales de París, en esos lejanos años 1950, cuando Francia salía de la ocupación penosamente y lidiaba con el conflicto argelino en busca de una estabilidad política que al fin le llegó con el inicio de la V Republica y el patriarcado del general Charles de Gaulle.
Quienes han visto alguna vez el inolvidable filme de François Truffaut Los 400 golpes, protagonizado por el también solitario niño Jean Pierre Léaud, podrán ingresar a la París brumosa de esos tiempos, tan distinta a la museográfica del siglo XXI. Había la misma agitación en las calles, pero los edificios estaban aun cubiertos por esa pátina negra provocada por el humo y la lluvia y en general eran decrépitas construcciones que no habían sido renovadas ni limpiadas desde el siglo XIX, desde los tiempos del renovador urbanista Haussmann, ocupada como había estado Francia en todos esos años en hundirse y salir de guerras y conflictos sin fin.
El niño Léaud de Los 400 golpes es un solitario que deambula por las calles un poco abandonado a su propia suerte y desde temprano aprende a observar el mundo de los adultos desde su óptica, con una mirada precoz, decepcionada y profunda. Los adultos de esa época estaban todos heridos por las dos terribles guerras y acababan de salir de la ocupación nazi, con la que muchos de ellos colaboraron. Todos esos padres y madres fueron, según el caso, deportados, resistentes, colaboradores, traficantes, contrabandistas, mártires, desleales, traidores, y cada quien tenía sus historias secretas. Ningún adulto estaba a salvo.
Por eso los niños nacidos durante la guerra o al terminar ésta crecieron así, marcados sin saberlo por el drama nacional, por las historias silenciadas que toda esa gente quería borrar de la incómoda memoria. El nino Léaud ve a su madre besarse en la calle con un hombre a lo lejos y se vuelve un poco pillo en esos largos días en que anda suelto, carente del idílico afecto que se supone otorgan las sacrosantas familias. Toda esa generación de adultos estaba quebrada por la guerra y la ocupación, todos esos hombres y mujeres tenían adentro una herida profunda, incurable.
En los años en que Modiano escribe y empieza a publicar, a fines de los 60 y comienzos de los 70, tan revolucionarios y cambiantes, donde se percibía el auge del progreso y el crecimiento otorgados por la estabilidad política y económica, quienes conocimos en París de esa época podíamos ver en los viejos los remanentes de ese rencor terrible, la cicatriz imborrable. A un lado estaban ellos, los sobrevivientes de la guerra, con sus secretos y mentiras, sus heroicidades falsas o sus dolores verdaderos y al otro los jóvenes, rubicundos muchachos intrusos, alegres y festivos, ávidos de placer y rock, en un mundo de sombras y amarguras.
Ese es el mundo que ha querido revelar Modiano en sus novelas: es la indagación del joven tímido, algo tartamudo, en los entresijos de la generación de sus padres y sus contemporáneos. Se pregunta él quiénes fueron, qué hicieron, qué secretos guardaron, indaga sobre sus amores, mentiras y traiciones. Lo mismo ha hecho Michel Houellebecq (1958), el otro gran novelista francés actual, al cuestionar y demoler a la generación de sus odiados padres, un poco posterior a los de Modiano.
En los libros de Modiano también está presente siempre París: como Proust en En busca del tiempo perdido, Modiano recorre las calles de la ciudad centímetro a centímetro, ingresa en esos bistrots anónimos que se encuentran en esquinas, plazas y callejones y donde todo el día agotan el tiempo seres quebrados que deliran a veces y hablan también entre ellos, ebrios al calor de unos vinos, en las emblemáticas barras metálicas tan necesarias para los millones de solitarios que habitan la ciudad. Es tan aburrido todo para ellos, que pueden divertirse leyendo la guía telefónica. 
Quienes hemos vivido mucho tiempo en París desde aquellos anos en que Modiano empezó a publicar, encontramos en los libros suyos las mismas calles y lugares, cines viejos, librerías, cafés, restaurantes y bistrots y a tantos personajes, mujeres y hombres desilusionados, cruzados al azar, por quienes nos hubiera gustado tanto indagar como él hace en sus novelas.
En sus páginas captamos las atmósferas variadas de París según las diversas estaciones, percibimos la bruma, la lluvia, la esperanza de la primavera, las luces que surgen de tantos diminutos apartamentos y buhardillas, las sombras de esos habitantes secretos que vemos obligatoriamente a través de visillos y cortinas porque la ciudad es un estrecho hormiguero de gente que vive hacinada en espacios y calles estrechas y lugubres.
Uno hubiese pensado que el tema de París, el epicentro de la obra de Proust y tantos otros autores, había sido cerrado para siempre y pasado de moda. Pero no, la verdad es que con el Premio Nobel a Modiano, se ha premiado también a esta maravillosa ciudad donde ha existido una de las literaturas más extraordinarias y permanentes del planeta desde los tiempos del Villon, Sade, Nerval, Hugo, Balzac, Baudelaire, Dumas, Zola, Huysmans, Céline, Sartre y tantos otros hasta nuestros tiempos.
Gran parte de esa literatura ha surgido en las intrigas y secretos del barrio editorial de Saint Germain des Prés, donde ha reinado la gran editorial Gallimard, la misma de Proust y de todos los Premios Nobel franceses sin falta, que ya llegan a 15 y convierten a Francia en el país más premiado en la historia del galardón. En esas cuantas cuadras se define todo en la literatura francesa y a veces mundial, y Modiano, como Le Clézio, son perfectos productos de esos "cogollitos" cerrados de los que hablaba Proust, por fuera de los cuales ninguna otra literatura existe.
Modiano y Le Clézio fueron lanzados por la familia Gallimard en los años 60 como figuras jovencísimas, apuestas y promisorias de Saint Germain des Prés y desde entonces la casa editorial los ha protegido y tenido trabajando cerca siempre, como hijos mimados, en silencio, otorgándoles todas las garantías posibles y proyectando su obra a otras lenguas con una fidelidad y profesionalidad a toda prueba.
Modiano tuvo como padrinos a Raymond Queneau, Paul Morand y André Malraux, de la misma forma que Proust los tuvo en su momento después de que el incrédulo André Gide cometiera el terrible error de rechazar para Gallimard el primer tomo su obra magistral, pues a la literatura francesa se ingresa casi por cooptación, en medio de rituales y de crueles cofradías secretas que actúan en los laberintos del mismo barrio.
Como en los tiempos de la corte de Luis XIV, tan bien descritos por Saint Simon o Retz y tantos otros memorialistas, las carreras literarias francesas surgen o se hunden en ese barrio en medio de intrigas y secretos dignos del Ancien Régime. La academia francesa y Gallimard reinan en esas mismas calles de Saint Germain des Prés donde reinaban antes los salones de las duquesas y las marquesas de Proust frecuentados por Anatole France, Maurice Barrés, André Gide y Jean Cocteau. En esos mismos salones surgieron Malraux, Camus, Beauvoir o Sartre, y surgen hoy los elegidos del momento y fuera de los cuales nadie es coronado por el Goncourt o el Reanudot.
Por eso el tímido Modiano supo del premio cuando caminaba por ahí después de almorzar con su esposa en alguno de los restaurantes del barrio y caminando tal vez llegó a Gallimard a ofrecer la conferencia de prensa ante la prensa mundial, escoltado por el descendiente de los Gallimard y actual director, el poderoso Antoine, y por su séquito de editores encabezados hoy Phillippe Solers y Michel Braudeau. Modiano nunca ha salido de Saint Germain des Prés y de los barrios cercanos y por eso su obra es un puro producto parisino en la línea de Hugo, Balzac, Proust o Céline. Su Nobel es también un premio a París y sus fantasmas.