domingo, 13 de septiembre de 2015

¿ NERUDA EN EL LAGO DE ARANGUITO?

Por Eduardo García Aguilar
En Bolivia habían matado el año anterior al Che Guevara y proliferaban por todas partes las  imágenes de ese otro Cristo muerto con los ojos perdidos en las nubes de la inocencia. Dos años antes también habían matado al cura guerrillero Camilo Torres. En la calle los manifestantes esgrimían fotos de los guerrilleros ultimados y lanzaban encendidas consignas revolucionarias.

Alumnos de bachillerato y universitarios al unísono se lanzaban a un compromiso inevitable con la revolución y el cambio y, como nunca en el  país y en todo el continente, aumentaba la prédica del orgullo latinoamericano, la reivindicación de las raíces y el aborrecimiento de la odiada madre patria que nos había colonizado y del imperio yanqui que nos saqueaba, según insistían los ideólogos silvestres desde púlpitos improvisados.

Con el cuerpo del Che Guevara fresco aún en la memoria, en el Instituto Universitario los estudiantes sentían con mayor intensidad práctica la necesidad de manifestar en las calles y participar en el movimiento estudiantil.  Dejaban de ir a clase para salir a las manifestaciones a favor de los obreros
huelguistas de la fábrica de textiles Única y empapelaban la paredes de ese colegio destinado a formar futuros técnicos. Hicieron huelga, bloquearon las puertas, homenajearon al Che Guevara, gritaron vivas a la Revolución.

En ese año 1968 la agitación cundía por todas partes y la visita de Pablo Neruda a la ciudad en octubre para el Festival  Internacional de Teatro Universitario encendió aún más los espíritus con un feroz latinoamericanismo antiimperialista. Todo mundo leía el Canto General del chileno futuro Premio Nobel, considerado con su voz gangosa y su corpulencia araucana un patriarca de la América encendida, especie de guía, papa de las izquierdas imparables que tarde o temprano llegarían al poder para esparcir la felicidad sobre la tierra.

El  clímax de libertad llegó a lo máximo con la presencia en la de Pablo Neruda, el ídolo que insuflaba energía con su palabra. Su llegada a Manizales fue como un terremoto y su figura enorme,  gruesa, rostro hinchado, nariz de mapache, paso torpe de leviatán indonesio, era un imán que atraía a todos desde los rincones desclavando relojes.

A Neruda algunos miembros del grupo literario del colegio, el disidente Centro Cultural Independiente, lo seguían desde lejos, casi espiándolo, cuando se paseaba con su esposa Matilde Urrutia por las calles de Manizales durante esos días que estuvo en la ciudad. Dieron libre para ir al recital al Teatro Fundadores el 8 de octubre de 1968 y miles de personas de toda las edades y orígenes acudieron a escucharlo al moderno foro. Incluso era tal la algarabía y el entusiasmo, el deseo de no quedarse afuera, que el público rompió una de las gruesas vidrieras de las modernas puertas de entrada, causando un estruendo de cristales.

El teatro estaba repleto, como puede verse en las fotos de la época publicadas en La Patria, donde yo me veía, arriba, en el escenario, junto a quienes nos subimos en tropel y mirábamos desde la escena al público sentado abajo, en la platea, engrandecidos por estar al lado del poeta. Ahí hicimos guardia
y esperamos el final para dirigirle unas palabras. Le sustraje un  recorte de papel con el que marcaba el volumen del Canto General, del que había leído apartes ante el entusiasmo de la multitud y que decía en letras de plumón verde « 13. Pobreza ».

Poetas adolescentes lo persiguieron juntos por la ciudad, asediándolo desde lejos cuando salía del Hotel Ritz a pasear solo o acompañado, como esa tarde de bello crepúsculo cuando caminó por la
carrera 23 hasta Chipre para ver el atardecer color fuego que se extendía hacia el occidente, sobre las altas montañas tras las cuales se encuentra el Chocó, el río Atrato y el Océano Pacífico. Lo
acompañaban Iván Cocherín, José Naranjo, su esposa Matilde y dos miembros de la organización del Festival de Teatro.

Iba con su proverbial cachucha, que era su imagen de marca, camisa de cuello abotonado, sin corbata, y chaqueta deportiva color beige marca Polo. Caminaba paquidérmico, lánguido elefante, por la avenida que bordea el vasto precipicio que da al valle del Cauca, a la hondonada gigantesca que se encuentra entre las dos cordilleras. Subió hasta el mirador, llamado  Lago de Aranguito y se detuvo a observar un mono enjaulado que hacía piruetas y se masturbaba frente a los espectadores.

Tocó con sus manos las hojas de las plantas y las enredaderas que  componían un vivero alrededor de arcadas instaladas allí para tal efecto, e incluso olió las diferentes flores, en especial un entramado de bellas orquídeas que colgaban a la entrada del famoso estadero.  Y exclamó abriendo los brazos hacia la inmensidad : « ¡Manizales, en definitiva, es una fábrica de atardeceres ! ».

Más tarde entró al café restaurante del Lago de Aranguito con los acompañantes y los poetas adolescentes se instalaron en una mesa  cercana, mientras afuera los colores, los haces de luz fucsia y naranja intensos tajaban las nubes, se multiplicaban y adquirían el colorido magnífico de una oculta deidad fosforescente. José Naranjo conversaba con él y le hacía unas preguntas que publicó después en el dominical de La Patria.

Luego se fueron a acompañarlo al Hotel Ritz, en la carrera 22. El poeta y la esposa estaban algo fatigados. Les sirvieron trucha de la región con papitas al vapor y ensalada. Les dieron vino chileno. Neruda le regaló a los poetas impúberes una edición empastada del Canto General y otros libros. Fue la noche más feliz de sus vidas.

Más tarde los adolescentes salieron a la calle sin poder creer lo que  había ocurrido. Se sentían los poetas más colmados del mundo. Veían a Rimbaud en el firmamento. Walt Whitman los saludaba desde el nevado de El Ruiz.  No sé si todo esto que cuento fue verdad o mentira, ficción, sueño o delirio. Pero pudo ocurrir en el Festival Internacional de Teatro Universitario de 1968,  hace casi medio siglo, o sea toda una eternidad cósmica.

* Publicado en el diario LA PATRIA. Manizales. Colombia. 13 de septiembre de 2015.
* Fotografia del ya desaparecido Lago de Aranguito y del restaurante que había allí en aquellos tiempos.

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