sábado, 14 de noviembre de 2015

Y LA GUERRA LLEGÓ A PARÍS

Por Eduardo García Aguilar

Los terribles atentados que ensangrentaron París este viernes con saldo de más de cien muertos en siete lugares distintos, entre ellos el popular salón de conciertos Bataclán, estaban ya anunciados y eran ineluctables, y quienes vivimos aquí desde hace tiempo sabíamos que los terroristas atacarían en las zonas de fiesta, allí donde la gente de todas las edades y orígenes, locales o turistas, salen a divertirse entre luces, humos, cuerpos  y copas, para ratificar la fama que esta ciudad ha tenido desde siempre como sitio de esparcimiento, arte y poesía, cantados por poetas, novelistas y artistas populares de todos los tiempos, desde el medieval François Villon hasta Edith Piaf, Charles Aznavour o los contemporáneos como Zaz.      

El primer sonido del gong del terror en el contexto de la guerra actual que sacude la mitad del mundo sonó a comienzos de enero, cuando nos enteramos de que los yihadistas atacaban en la sede del semanario satírico Charlie Hebddo, acribillando a una decena de artistas irreverentes, no lejos de los lugares donde otra vez volvieron a hacerlo ahora, cerca de Bastilla y República, que los fines de semana están llenas de gente que va y viene y circula entre bares, salas de conciertos, cines, restaurantes o que simplemente deambula junto a los canales y los bulevares.

Todo es cuestión de azar y las personas que se vieron atrapadas este viernes en medio del horror mientras escuchaban un concierto de rock o comían en restaurantes y perecieron bajo las ráfagas de kalashnikov de los fanáticos islamistas, son las víctimas simbólicas de una tragedia que nos afecta a todos. Ellos murieron ahora, pero los habitantes de París sabemos que la sopresa podía surgir en una estación de metro, supermercado, bar, sala de concierto, biblioteca, escuela, universidad o museo.

Muchas veces pensé y le dije a algunos amigos cuando hablábamos en algún idílico parque, plaza, café o junto a los canales, que todo esto era solo provisional, porque Europa ha vivido en paz solo en las últimas seis décadas después de vivir toda la historia  en una sucesión interminable de guerras, la última de las cuales fue la Segunda Guerra Mundial, cuando de aquí salían trenes enteros de humanos hacia los campos de concentración o de trabajo alemanes. A través de la literatura, los libros de historia, el teatro y los filmes sabemos el horror que vivieron los resistentes de la ciudad, que tuvo la suerte de salvarse de ser destruida, pese a  la orden dada por Hitler de hacerla desaparecer, cuando preguntaba en el búnker nazi a sus lugartenientes, con su mirada sicótica: "¿Arde París?"

París no ardió y desde entonces tras la Liberación se vivieron largas décadas de prosperidad y paz. Pero esa paz idílica de las últimas décadas vivida por los habitantes de esta gran  jaula de oro ha desaparecido y no se sabe que nos deparará el futuro. Solo sabemos que el terrorismo es masivo y las guerras que incendian el Maghreb, Africa subsahariana, Oriente Medio y Asia son de tal magnitud que millones de refugiados ingresan o tratan de entrar a Europa para huir de la muerte segura en su países, devastados por los conflictos oscuros en que los ha sumido una plutocracia mundial que no tiene principios ni corazón. Y que las fuerzas yihadistas de los ejércitos islámicos quieren hacer el mayor mal posible a Europa, destruirla, aterrorizarla y terminar el sueño de esta ciudad luz y de todos los que viven y gozan en paz. Terminar el sueño de la democracia, la libertad de pensamiento y de culto y la libertad de gozar y amar libremente. Terminar el sueño de la tolerancia por la que abogaba hace siglos Voltaire. Un mundo laico, respetuoso de los otros y sus culturas.

Estamos en plena conmoción, pero si miramos la historia, podría vislumbrarse algún optimismo porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y es posible que esta locura yihadista sea una fiebre que un día desaparecerá como ha desaparecido en otras épocas en que incluso el mundo del Islam creó una gran cultura, poesía, ciencia. Los occidentales tendrán que reconocer sus graves errores cometidos en las zonas incendiadas en la actualidad y admitir los horrores de la colonización, la esclavitud y de las múltiples guerras que por codicia han realizado en esas ricas regiones. Y buscar reuniones multilaterales para bajar la tensión y calmar a esa juventud suicida que ve en Occidente un satán despreciable y vive en la miseria y el desprecio permanente sin más ilusión que los falsos paraísos por los que mueren. 

Las fuerzas del fanatismo crecen en Europa y las de los nostálgicos del hitlerismo a su vez incrementan su presencia y poder político en todos los países, beneficiándose en río revuelto. Ya graves atentados han afectado a Noruega, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, España, con saldo de centenares de muertos. Solo faltaba Francia en el cuadro y el momento llegó.

Cuando hacia la medianoche comenzaron a llegar las noticias nos invadió el dolor de saber que la historia había vuelto a atrapar a esta ciudad que sabe desde hace milenos de masacres, guillotinas y guerras sin fin. No es nada nuevo y solo lo habíamos olvidado por unas décadas como si aplazáramos, exorcizáramos en silencio la maldad humana presente en todos los martirizados países del mundo.

La sensación que experimento ahora, después de la terrible carnicería que provocaron este viernes los fanáticos yihadistas en pleno corazón de París, descrita por Ernest Hemingway como la ciudad de la fiesta, es la de una profunda náusea provocada por la certeza de que la guerra ha vuelto a estas calles de donde se había alejado hace siete décadas, cuando se liberó de la invasión nazi y empezó una larga era de paz y progreso y convivencia de gente de todos los orígenes y creencias.

París es una ciudad popular y en sus barrios viven africanos, asiáticos, mediorientales, magrebíes, ibéricos, europeos del este, italianos, turcos, latinoamericanos, rusos, japoneses, australianos, indios, paquistaníes y franceses de todas las regiones. Es una ciudad de tolerancia republicana donde gente que ha llegado aquí desde hace tiempo huyendo de la pobreza o de las guerras ha podido educar a sus hijos y montar sus negocios gracias a una escuela gratuita y abierta y a las facilidades para montar pequeños negocios. 

Ahí en esas zonas multirraciales llenas de jóvenes fiesteros y mestizos y gente de bien, estudiantes, maestros, trabajadores, que salen a divertirse los fines de semana, los terroristas yihadistas han sembrado el terror. En el salón Bataclán, donde centenares de personas escuchabn un concierto de rock, los degolladores de infieles del Ejército islamico quisieron repetir allí el espectáculo macabro que parcatican desde hace un tiempo en los teatros y las ruinas de Palmira.

Ahí llegaron hoy al grito de Alá Akbar y dejaron un reguero de sangre y más de cien cadáveres de gente inocente.  Intentaron también hacer atentados suicidas en el gigantesco estadio de Francia, donde había un partido amistoso entre Francia y Alemania que por fortuna no tuvo la amplitud sanguinaria que esperaban. En enero nos vimos horrorizados por la masacre de Charlie Hebdo, donde murieron los mejores caricaturistas del país. Y a lo largo de estos meses muchos atentados fueron frustrados.

Era asunto de tiempo y ahora por fin lo lograron. Pero esto es solo el comienzo de una era de incertidumbre para todos nosotros. Todos esos lugares ensangrentados situados en la zona popular de la ciudad por Bastille o République los conozco muy bien y los frecuento mucho en las tardes y las noches. Yo hubiera podido estar por ahí como tantes veces. Todos los habitantes de esta ciudad podríamos haber estado ahí. Esa es la terrible realidad. La guerra ha llegado a París y tal vez no se vaya en mucho tiempo.

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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 14 y 15 de noviembre de 2015. La bella foto de una esquina de París es del gran fotógrafo francés Atget.