domingo, 29 de mayo de 2016

DIEZ AÑOS SIN MIGUEL DE FRANCISCO

Por Eduardo García Aguilar
Hace ya diez años falleció un día de febrero en París el escritor colombiano Miguel de Francisco (1949-2006), aquejado por el cáncer fulminante de pulmón que le provocó su consumo exagerado de tabaco, que se agravó cuando comenzaba una nueva etapa creativa de su vida en un apartamento desde donde podía ver extendida la  ciudad a sus pies.
De Francisco fue un escritor raro, excéntrico, esteta que dedicó su vida a la literatura como si esta fuera una religión, alejándolo muchas veces de las obligaciones reales a las que están obligados todos los comunes mortales en este planeta, lo que le causó no muchas dificultades económicas y vitales en su larga errancia por varios países europeos como España, Francia y Austria entre otros.
Quienes lo conocimos sabemos que el sentido de su vida fue la lectura, la pasión por autores raros de todos los tiempos y la afición por otras ramas del arte como la plástica y la música, a las que dedicó crónicas y no pocos trabajos periodísticos dispersos en revistas y suplementos literarios.
Antes de irse para siempre de Colombia, trabajó como profesor de literatura en el Colegio Juan Ramón Jiménez en Bogotá y dio clases sobre escritura y lectura en varias universidades, donde comunicó a sus alumnos la pasión por autores de todos los tiempos y las técnicas literarias diversas que él exploraba en todos los sentidos.
En Barcelona, donde vivio muchos años, realizó trabajos para editoriales como traductor y corrector y después tuvo empleos en Viena y París, ciudad esta última donde trabajó en el Centro de Arte contemporáneo Pompidou y en oficinas de difusión del ministerio de Cultura.
Errante esencial, vivió en muchos sitios, poblando hoteles, buhardillas, casas y apartamentos de amigos o amadas y lugares donde solía pasar poco tiempo. En un momento obtuvo la beca para escritores de Saint Nazaire, donde residió en un apartamento situado en un piso alto frente a los astilleros de esa fría ciudad frente al Atlántico. En todos esos lugares escribió miles de cartas a los amigos cuando aun se solía ejercer la correspondencia escrita y redactó algunos de sus principales libros como Arcana, Armario de Solterones o El Enano y el Trébol, entre otros.
Su prosa era barroca, a veces difícil de seguir por lo culterana y cargada de múltiples sentidos, inspirado por la obra de José Lezama Lima y otros barrocos latinoamericanos como Severo Sarduy. También fue un gran lector de los modernistas y de los decadentes franceses y europeos de fines del siglo XIX y exploró autores raros de todos los tiempos, grandes novelistas experimentales como Lawrence Sterne o James Joyce, o místicos cristianos o judíos.
Poseo unas 30 cartas inéditas de Miguel de Francisco escritas desde Barcelona y París donde en largas páginas cuenta su cotidianidad y la vida literaria de las ciudades, así como sus lecturas insomnes, proyectos e ilusiones, y en todas ellas anima al corresponsal a descubrir nuevos autores y a luchar contra viento y marea para vencer los fantasmas de página en blanco.
En Armario de solterones cuenta la vida de las pensiones e inquilinatos donde estuvo temporadas en Bogotá con su anciana madre divorciada y se acerca en esas páginas al destino de solitarios y fracasados en esa fría capital de los años 50 y 60 donde transcurre su infancia y parte de la adolescencia.
También con su madre, que fue enterrada en el cementerio de Montjuich en Barcelona,  Miguel de Francisco Forero viajó por varias ciudades europeas de niño y adolescente residiendo en hoteles y pensiones hasta que la poca fortuna familiar se fue extinguiendo y dejó a esa improbale pareja de madre e hijo casi en la miseria novelesca. Miguel siempre esperó durante su vida una herencia, y quiso el destino que cuando ya se resolvieron los pleitos judiciales de décadas, el asunto se aclaró poco después de su muerte y el legado al parecer fue devuelto al Estado pues él murió intestado, sin hijos y sin viuda, como en las novelas.  
De las miserias y pobrezas cíclicas siempre se levantaba el escritor, quien gustaba de trajes finos y chaquetas de cuero, gasnés, camisas exquisitas, mancuernas, corbatas y corbatines de seda, sombreros y otros admínuculos de la elegancia propugnada por Brummel, y de esta forma, aunque andara a veces sin un peso en el bolsillo, deambulaba como un verdadero dandy por las calles de Madrid, Barcelona, Viena o París.
Algunos de sus libros fueron traducidos al francés por autores conocidos como Laure Bataillon o Michel Falempin, quienes lo apreciaban y admiraban, y editados en bellas ediciones, pero como casi siempre ocurre en Colombia con los errantes y viajeros, poco se le publicó allí, salvo en la colección de la diáspora de Colcultura, dirigida hace cinco lustros por Oscar Collazos y Guido Tamayo, que escribió una noveleta, El inquilino, inspirada en la vida de este esteta colombiano olvidado.
El sol caía en París, nítido, enorme, a la izquierda del paisaje de tarjeta postal vista desde los dos ventanales del último apartamento de Miguel de Francisco. Ahí lo sorprendió la muerte entre desesperados ataques de tos, la madrugada de un sábado o un domingo o un lunes de fines de febrero de 2006, con los pulmones cristalizados por cuatro décadas de humo.
Quedó ahí tirado con un plato destrozado, los pies hacia el baño, a donde tal vez fue a conectarse al aparato de oxígeno, y su rostro sereno hacia el pequeño corredor que da a la cocina y a la habitación.  Vivía allí desde hacía un año, en el piso 17, apartamento K, del número 46 de la rue Bargue, al sur de la ciudad, no lejos de la rue de Vaugirard y del metro Volontaires, con la inmensa Torre Eiffel al frente, y a la derecha la cúpula dorada de Invalides, donde reposa Napoleón. Era un sitio espléndido para un literario total, indecente y marginal como él --« muy antiguo y muy moderno », como diría su adorado poeta nicaragüense Rubén Darío.
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 * Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 29 de mayo de 2016.


domingo, 22 de mayo de 2016

JOTAMARIO EN PARÍS

Por Eduardo García Aguilar
Pasó como un rayo por París el poeta nadaísta Jotamario Arbeláez, quien a sus 75 años de edad es un verdadero fenómeno y sigue pareciendo tres décadas más joven por la infatigable energía que derrocha, la apertura, simpatía, coquetería e irreverencia que lo ha caracterizado como líder sobreviviente y activista máximo del más fenomenal movimiento literario poético surgido en Colombia en el último medio siglo y que, cosa curiosa, a medida que avanza el siglo XXI y el país parece arcaizarse y retroceder con frecuencia a los tiempos de la Colonia y de los gamonales asesinos y esclavistas más godos, sigue siendo cada vez más moderno y necesario y una voz de libertad en medio de la radicalización ambiente.
Ya lo he dicho en varios escritos y en especial en la Diatriba contra la poesía colombiana sentada en sus laureles, que los poetas de la generación nadaísta merecen todos estatuas en plazas de ciudades, pueblos y veredas colombianos, bustos en colegios, academias, universidades e instituciones como la Academia Colombiana de la Lengua y el Instituto Caro y Cuervo, a lo que alguna vez el benjamín del movimiento, Eduardo Escobar, replicó que mejor les dieran ahora cuando vivos la plata contante y sonante del costo de tales efigies. 
Hay grandes poetas contemporáneos de la generación nadaísta que admiro y leo con frecuencia como Jaime García Maffla y Giovanni Quessep, y otros de la llamada Generación Sin Nombre o Desencantada, como Juan Gustavo Cobo Borda, Harold Alvarado Tenorio y Juan Manuel Roca, entre otros, pero el nadaísmo como tal es un fenómeno notable en Colombia y es difícil ahora imaginar lo que significó en este país cainita y atrasado la emergencia de estos jóvenes rebeldes, que inspirados en la generación de los beatniks estadounidenses y las ideas existencialistas en boga en los años 50 en Francia, decidieron renovar el ambiente cultural del país, sacudirlo, inyectarle humor y alejarlo de la pomposidad y la retórica clerical que dominaba casi todos los géneros literarios del país, donde se ha aspirado siempre a escribir muy bonito y a alzar la voz engolada en las tertulias literarias olorosas a naftalina y aguardiente.
Fenómeno a la vez publicitario y de sociedad, el nadaísmo surge en los tiempos del Frente Nacional, cuando se da una pequeña tregua en la guerra y se oyen ya los pasos lentos para iniciar las nuevas guerras cíclicas que han asolado el país desde entonces, dejando centenares de miles de muertos y millones de desplazados al interior y hacia el exterior del país. Nadie imaginaba entonces la terrible era del delirio guerrillero ni la hegemonía aún más delirante de los capos del narcotráfico encabezados por Pablo Escobar ni la tenebrosa era del narcoparamilitarismo de motosierra, que llegó inclusive a poner en la llamada "Casa de Nari" a un presidente durante ocho años.
Jotamario y Gonzalo Arango 
El profeta Gonzalo Arango, ungido por Fernando González, el sabio de Otraparte, inició un movimiento que practicó en permanencia el performance para sacudir las conciencias y al mismo tiempo que el padre Camilo Torres conseguía adeptos en sus correrías cristianas al mando del Frente Unido o que los marxistas conquistaban fieles para su catecismo, él lograba la adhesión de jóvenes apóstoles, entre ellos el precoz Jotamario Arbeláez, hijo de un sastre de Rionegro que le confeccionaba en Cali trajes y vestimentas al mejor estilo de Los Beatles británicos y a su vez compartía con esos locos la aventura de la poesía. No es extraño que ese movimiento surja de la católica y endogámica Antioquia, región que ha dado al país y dará aun los mayores iconoclastas desde Cosiaca a Fernando Vallejo, pasando por Fernando González y Montecristo.
Jotamario (1940) y otros apóstoles difundieron la palabra nadaísta en las ciudades de provincia y lograron así conformar un movimiento donde se destacaron mujeres notables como la precoz narradora Fanny Buitrago, con quien está en deuda el país, y la dramaturga Patricia Ariza, entre otras, así como otras figuras masculinas vivas o muertas que se han convertido en leyenda. Unos se quedaron en Colombia y otros se fueron al extranjero para siempre, pero su voz sigue siendo necesaria porque rompe con los esquemas de la solemnidad de la literatura colombiana. Y entre ellos es de destacar al gran poeta Jaime Jaramillo Escobar, X-504, el autor de Sombrero de ahogado y otros libros extraordinarios que lo izan al mando literario del movimiento y lo hacen merecedor de todos los galardones posibles. Rebelde y retraído, X-504 está por fortuna entre nosotros y es un grande que todos debemos leer y releer.
Jotamario iba rumbo a un recital de poesía en China, pero paró unos días en la capital francesa para realizar su peregrinación emocionada, iniciada en 1982. Ya en su famoso libro de memorias Nada es para siempre, Jotamario Arbeláez relató con emoción su primera visita a París a los 42 años, una edad que él consideró tardía para conocer a la ciudad luz. Aquella vez vivió hasta el delirio la alegría de llegar a la capital donde reinaron muchos de sus poetas preferidos, entre ellos Baudelaire y Verlaine, y la recorrió agitado, infatigable, se untó de las aguas del Sena, vio las luces ocres del crepúsculo caer sobre la mítica Notre Dame, deseó con la mirada a las bellezas de la calle y trató en vano de hospedarse en el Hotel de Flandre, donde vivió García Márquez pobre e indocumentado.
En estos días rápidos de su visita relámpago Jotamario recorrió la ciudad y leyó a un grupo de amigos al calor del vino fragmentos de textos donde mencionó la inolvidable In a gadda da vida, himno rockero para muchos de nosotros, por lo que no dudé en ofrecerle como regalo un performance de danza de aquella interminable melodía, volando casi sobre el piso y simulando las gitarras en compañía un gran amigo músico y dramaturgo que canta cumbias en Pigalle y me hizo el favor de hacerme el bajo. Alegría de aquella noche inolvidable en Ivry, en casa de Efer, en compañía de Liliana, Luisa y Carolina, y otros amigos poetas, que no olvidaremos nunca.
Después de su corto paso por China, Jotamario regresó a París y de nuevo mostró su infatigable energía. En la Asociación France Amérique Latine presentó una publicación donde varios nadaístas adhieren a las negociaciones de paz de La Habana ante un público de colombianos y franceses y después de libar vino y hablar de poesía concedió una entrevista a la periodista Angélica Pérez de Radio France Internacional, antes de volar de regreso a Colombia como si el periplo de diez días hasta el Extremo Oriente no le hubiera hecho mella alguna. 
Fernando Vallejo, que hace poco lo acusó de ser un "hippie viejo" en un sermón pronunciado en la última Feria del Libro de Bogotá, envidiaría esa fuerza vital, y la capacidad de bailar e intentar seducir a sus admiradoras de todas las edades y reivindicar sin tapujos de ninguna índole el uso del viagra a los 75 años. Ya es hora de que Jotamario y Fernando Vallejo hagan la paz, porque en fin de cuentas el novelista antioqueño es otro de los últimos nadaístas, aunque él no quiera reconocerlo. A ellos debería unirse el notable poeta y ensayista Harold Alvarado Tenorio. Si ese encuentro se diera algún día, el nadaísmo habría logrado por fin la paz más difícil de lograr: la paz entre poetas y escritores que se odian.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de mayo de 2016.

domingo, 15 de mayo de 2016

INSTANTÁNEAS ERÓTICAS CORTAZARIANAS

Cortázar y su último gran amor Carole Dunlop
Por Eduardo García Aguilar
Cuando uno busca la plaza Dauphine tras el soplo bohemio de Julio Cortázar relatado en su cuento Las babas del diablo, descubre que es una escenografía de lo que fue hace siglos pero carente de vida, maquillada al extremo, deslavada, inerte, fría, espectral, como un cadáver recién embalsamado.

El cuento de Cortázar sirvió a Michelangelo Antonioni para el guión de la película Blow Up, que solo guarda de la historia cierta anécdota de la búsqueda fotográfica como reto estético y la sorpresa que genera, porque el filme gira hacia otra historia distinta y fascinante, convertida en un emblema de la cultura popular de los años sesenta y un clásico del cine moderno en el que participaron actrices de moda del momento en una Londres que explotaba con el surgimiento del rock, los Beatles, los Rolling Stones y otros muchos grupos que aun hoy siguen vivos en la memoria y el gusto de la gente.
Medio siglo después si uno trata de ponerse en el ángulo de la mirada del gran autor argentino, ve que ahí en la Plaza Dauphine hasta la arena es falsa y todo está congelado en una asfixiante tarde invernal de febrero, preparada en hibernación para que en el próximo verano lleguen los turistas o los nostálgicos del autor, que deambulaba por esos parajes con La Maga su amada imaginaria, cuando vivía pobre en una buhardilla y transcurría la vida como un episodio literario hasta la indecencia de su propia cultura rioplatense. Sin duda la plaza en aquella época no había sido restaurada y guardaba tal vez las paredes sucias de siglos de humo y lluvia, así como tiendas de carbón y bares de mala muerte que hoy han sido reemplazados por restaurantes con estrellas Michelin a donde acuden los millonarios que compran apartamentos dieciochescos en esa muy cotizada esquina de la isla del Sena.
Cerca de esa plaza, que es un rincón de siglos cuya arquitectura pareciera salir de la misma historia de los tres mosqueteros, fluye el río y en sus orillas se encuentran las tiendas de flores y animales que visitaba el personaje de Rayuela en su búsqueda erótica y azarosa inspirada en los surrealistas y en esa historia inolvidable de Breton, Nadja, que es una deambulación con otra Maga de entreguerras. Ahí están esos lugares todavía y uno puede jugar a Oliveira y la Maga en las alturas del siglo XXI como puede jugar a Breton y Nadja en otras zonas de la ciudad, por la zona de los grandes bulevares donde abunadna los pasajes y las sorpresas.
La Maga original
El argentino sin duda se inspiró en la Nadja de Breton para crear los ámbitos azarosos del encuentro en Rayuela, oda al amor libre. Como gran lector y ser libresco él leyó todos aquellos libros necesarios que se inspiran en las calles de una ciudad convertida desde siempre en un caleidoscopio infinito. Por eso los lectores descendientes lejanos de aquellos lectores y estetas de hace más de medio siglo, tratan hoy de ponerse los lentes erotómanos de esas miradas para ver los rostros y percibir los aromas de la belleza femenina.
Cortázar era un inveterado romántico, erotómano permanente y en esas deambulaciones por las calles el metro y los bares en pleno auge del existencialismo y el jazz,  imaginaba el nombre o olor de las desconocidas muchachas provenientes de algún suburbio lejano donde sus inquietantes presencias de forasteras pasan siempre inadvertidas como vuelos de gaviotas.
Cortázar observa al azar alguna de esas bellas y piensa que nadie sabrá lo que hará el tiempo de sus huesos,  ni de su carne ni de su mirada oblicua, incómoda a las miradas que en el metro la captan más con estupor que deseo y algo de incredulidad. El rostro de esa desconocida, esa otra Maga perteneciente al ejército de Magas es perfecto y se refleja en la escotilla del vagón en esta agitada tarde de ires y venires urbanos y laborales. Sus uñas traen barnices quebrados y desgastados de color granate oscuro, ajados tal vez de lavar platos o comerse las uñas pensando en mundos perdidos. Lleva chaqueta de cuero, blusa algo usada de algodón color azul pálido y jeans ceñidos  a sus muslos diminutos y torneados. Su cabello es fértil, castaño, desordenado y tal vez sin bañar desde hace días. Trae alguna huella de sangre en su pantalón y es arisca y sin mirar a quien parece vigilarla con celo, como si fuera ese individuo su proxeneta. ¿A dónde va? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su precio?                                
Bar l'Angora. Bastille.
Imaginemos al poeta Cortázar en detrás de la barra en algún bar cercano a Bastilla, preguntándose ante la mesera estudiante ¿Como es posible tanta belleza? ¿Tanta belleza inocente de su propia belleza entre artistas, bohemios, ebrios de amor y de arte? Ella está ahí con las ideas lejos, ajena a las tareas encomendadas.  A la mestiza estudiante de antropología se le olvidan los clientes y los pedidos, pasa con fugacidad el trapo de limpiar por las superficies del zinc o las mesas  y pareciera lejos en alguna galaxia. Lejos de todos y de nadie.
Su espesa cabellera fértil y oscura, abundante, recogida en moño por ahora, su piel de oliva y su rostro de actriz inigualable, entre Sofía Loren y Claudia Cardinale. Una nueva Penélope Cruz en el siglo XXI. Recién llegada de Madrid, bella y distraida flor en un desierto de rutinas, orquídea en la escarpada montaña del silencio, hermosa dentro de sus amplios jeans y la blusa impaciente por terminar el turno y correr a los brazos del incógnito amado en que piensa ella, hermosa  nada más sin saberlo. O sea un personaje de Rayuela que se reencarna en la segunda década del siglo XXI en habitante de amor, arte literatura, noche y eros.
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 * Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 15 de mayo de 2016.


 

sábado, 7 de mayo de 2016

LECCIONES DEL AUGE DE TRUMP

Por Eduardo García Aguilar
El triunfo de Donald Trump en la primaria del Partido Republicano estadounidense es escalofriante si se tiene en cuenta que desde el inicio de la campaña se dedicó a sembrar el odio y a polarizar a ese gran país del norte, abogando por la expulsión de mexicanos, latinos y musulmanes o insultando a las mujeres o los miembros de diversas minorías. Bien asesorado por los tecnólogos de las campañas electorales, Trump sabía que en las amplias capas de la población modesta de origen blanco, donde se celebra la violencia y se defiende el uso libre de armas de alto poder y se vive toda la vida frente a las pantallas del televisor, el lenguaje soez, violento, agresivo, polarizante, antihumano trae rápidos dividendos electorales y auge en las encuestas.
Fácilmente manipulables, esos amplios sectores olvidaron rápidamente de donde provenía Trump, representante de la peor plutocracia arribista, para la que los únicos valores son el dinero, la apariencia, el uso de la mujer como un adorno comprable a costa de dólares, la discriminación, la humillación del débil o fracasado y la permanencia de las élites y los privilegios de los potentados. Al adoptar el estilo de un payaso con su bronceado permanente artificial y la melena teñida, al usar expresiones histriónicas salidas de los peores espéctaculos del humor de vaudeville, el nuevo candidato republicano sorprendió a todos y derrotó a otros rivales mucho más serenos y formados política e intelectualmente. Solo resta desear que en la contienda mayor el nuevo candidato republicano sea derrotado por la candidata demócrata, una sólida abogada brillante y abierta al mundo.
El escándalo payasesco y la vulgar agresividad contra el otro, extranjeros, minorías, mujeres, homosexuales, originarios de la inmigración, así como el insulto escatológico y sin argumentos contra los representantes del establecimiento tradicional bipartidista del que siempre se benefició, levantó los ánimos en los desvalidos que sufren la precariedad del desempleo y los malestares del fracaso esencial y piensan equivocadamente que son las minorías étnicas las que les están quitando el pan de la boca. Los populismos aparecen en momentos difíciles y estallan como incendio y deflagraciones muy rápidas cuando son liderados por personalidades iluminadas y paranoicas irresponsables como Adolfo Hitler o Benito Mussolini, para solo mencionar a los dos más simbólicos representantes de esas fuerzas del fascismo, el falangismo y otras perlas del totalitarismo que pelechan en tiempos de crisis.
En el campo de la literatura, el ensayo, la oratoria o el panfleto sabemos que vulgaridad, anatema, insulto, escatología y ataques ad hominem traen excelentes dividendos y buenas ventas a los autores de ese tipo de libelos o libros de diversos géneros que gustan a amplios sectores de la población, como si la serenidad, la argumentación y el análisis pausado y generoso, el cotejo de ideas y el desminado de la palabra como arma de odio y muerte fueran asuntos aburridos y pasados de moda. El aumento de los partidos y movimientos extremos en Estados Unidos y Europa y en casi todo el mundo es paralelo con frecuencia al auge de escritores o panfletarios incendiarios e intolerantes cuyos discursos ganan incontables aplausos en todas partes aunque tienen el más bajo nivel posible.
La velocidad vertiginosa de la información como elemento de la sociedad del espectáculo en la que vivimos ha convertido a las figuras de la farándula, el dinero, el deporte y las revistas del corazón en las nuevas deidades de una población mayoritaria alienada que vegeta frente a las pantallas de televisión o escucha en la radio los programas de diversión que los nutren de ideas y prejuicios y para quienes ese mundo de ficción termina por convertirse en una realidad mágica dotada de poderes especiales. 
A través de medios y redes casi todos los habitantes de este mundo interconectado viven la ficción de ser millonarios, figuras del glamour, estrellas cinematográficas, a las que terminan por convertir en personajes de la familia, por lo que no sorprende que actores como Ronald Reagen en su tiempo y Arnold Swartzenegger en la actualidad y otros muchos han terminado por convertirse en figuras políticas y logran los más altos cargos colándose con su dinero en los ejercicios de una democracia desvirtuda y desviada. 
Escandaliza y triunfarás, insulta y ganarás, amenaza y vencerás: tales serían las consignas, los emblemas de esta nueva era de la política mundial que, al paso que vamos, terminará por ser dominada por payasos maléficos surgidos de las películas de terror. Toda persona que reflexione con serenidad, exprese de manera civilizada sus ideas y contienda con los adversarios sin calumniar o amenazar es inaudible. Pensadores, académicos, ensayistas y expertos pueden dedicar sus vidas a hacer avanzar los campos de sus estudios, pero al final serán inaudibles y morirán en el olvido como en nuestro país ha ocurrido con generaciones de grandes figuras como Danilo Cruz Velez, Dario Mesa, Jaime Jaramillo Uribe, Orlando Fals Borda y muchos otros pensadores que nadie escucha y lee hoy y fueron reemplazados en el foro de este siglo XXI colombiano por el protagonismo de otros payasos de lenguaje escatológico, autista y violento de cuyos nombres no quisiéramos acordarnos en este sábado de sol.
Es probable que Trump no llege muy lejos, y ojalá así sea, pues muchos sectores del Partido Republicano ya han mostrado reticencias y se han deslindado de apoyarlo, pero aun es temprano para cantar victoria y sentarse sobre las laureles. A medida que la campaña avance y se acerque el momento de la votación, este candidato que sabe muy bien lo que hace y sus asesores y aliados pueden tratar de conquistar el electorado con sus artimañas y llevar al país a una peligrosa nueva era de intolerancia y miedo con consecuencias fatales en todo el globo. El mundo es un verdadero polvorín en estos momentos y el mando de la potencia mundial estadounidense no debería estar jamás en manos de un chiflado que usa la palabra como una ametralladora de discriminación e intolerancia cual si fuese el personaje malevo de una película de Batman.  
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 8 de mayo de 2016.

 

lunes, 2 de mayo de 2016

EL PEATÓN DE PARÍS

Por Eduardo García Aguilar
El peatón de París es y ha sido una figura que atraviesa el tiempo a través de los siglos y sigue tan vigente como nunca porque se alimenta de la efervescencia permanente de las calles, pasajes, rincones, bulevares y plazas de una de las ciudades más cantadas y descritas del mundo. El escritor Leon Paul Fargue, quien escribió un magnífico libro de crónicas con ese título peatonal en los años treinta del siglo XX, en tiempos de entreguerras, afirmó cuando aun no se sabía nada de la futura conflagración mundial iniciada en 1939, que sin duda los pilotos de aviones bombarderos se negarían algun día a lanzar bombas contra la ciudad al percibirla desde sus alturas, cruzada por la plateada serpiente fluvial del Sena.
Según la leyenda, Adolfo Hitler habría ordenado la destrucción de la joya como objetivo final ante la derrota ineluctable y preguntaba iracundo en su búnker a sus subalternos ¿Arde París? sin saber que el general encargado de destruirla se negaría a hacerlo. El militar nazi ya se había enamorado como todo el mundo de sus calles, museos, edificios, bulevares, gentes, mujeres, bares, y de los lugares de lenocinio de Pigalle, Montparnasse o de los grandes bulevares del norte donde reinaba el Folies Bergere y la danza fenomenal de la negra Josephine Baker.
Ese hombre habría sido embrujado como tantos otros militares y soldados ocupantes y cientos de millones de visitantes de todos los tiempos por los colores, las luces intermitentes de caleidoscopio lanzados como haces de pasión sobre cuerpos de divas y por la fiesta permanente y la vida noctámbula que él tal vez agotó entre sudores y risas al lado de los amantes del dancing y el libertinaje heredado de Sade y Casanova, mientras sus subalternos mataban y fusilaban resistentes o enviaban en vagones a familias enteras, ancianos, niños y mujeres judíos, comunistas, extranjeros o gitanos hacia los campos de concentración.
Esa locura insaciable de la ciudad ha reinado en todos los tiempos, desde la era del poeta bandido François Villon cuando los borrachines y los malandrines se hacinaban en las puertas de la urbe en espera de un salvoconducto, ya fuera en la Contrescarpe de la rive gauche a donde se llegaba desde Italia o España o en la puerta de Saint Denis de la rive droite, a donde se llegaba de los países del norte o del este. Hoy, como hace siglos, esos mismos sitios están llenos de gente que departe hasta la madrugada en los bares junto al abigarramiento de las tiendas de olorosos productos culinarios de diversos orígenes o como en Saint Denis poblados de las prostitutas que ejercen el más viejo oficio del planeta bajo las arcadas o junto a los portalones de sórdidas y sucias callejuelas donde se observan a contraluz sus rostros asiáticos,  eslavos o africanos.
El peatón de París puede caminar y caminar sin rumbo preciso y por todas partes hallará sorpresas, nuevos bistrots o bares, tiendas de todos los orígenes, librerías, sex shops, almacenes de ropa, telescopios, autos de lujo, mapas, muñecas, antigüedades, queserías, pescaderías, licorerías, pasajes de comida hindú, libanesa, china o africana y mil lugares más que conservan a veces desde hace siglos los avisos originales, como ocurre en las añejas calles de Montorgueil o Moufettard para solo mencionar dos de las más famosas.
El caminante puede también desparecer en el barrio de la Goute d’Or para introducirse a África como si hubiera volado ese mismo día por avión a Senegal, Costa de Marfil, Burkina Fasso, Benin, Malí, Camerún, Congo o Angola y perderse en sus meandros exóticos o vistar los diversos barrios chinos, tailandeses o indochinos donde lo asaltará el olor de coco o piña, o de las sopas Pho o la comida libanesa y los aromas de Vietnam, Laos y Camboya. Y en esos lugares podrá disfrazarse con las prendas coloridas y originales de aquellos lejanos mundos o untarse de ung üentos y perfumes como ocurre por Barbès, donde proliferan las tiendas de pelucas y los salones de belleza para lindas africanas o en Jean Pierre Timbaud, por Belleville, donde se expenden burkas y chlilabas para nostálgicos magrebíes soñadores de medinas o mediorientales bronceados por el imaginario sol medierráneo cruzado por misiles y bombarderos en plena guerra siria.
Todos los escritores locales y extranjeros han cantado y celebrado la ciudad en las distintas épocas y leer sus memorias, diarios, correspondencias o novelas nos confronta a esa permamencia del bazar interminable que ha reinado desde siempre y que se centra en la conversaciónm el vino y la búsqueda incesante del placer. Y lo de hoy es sin duda tan similar a lo de ayer según esas escrituras que nos abren las ventanas al siglo XVII, al Siglo de las luces y la Revolución, al largo y pujante siglo XIX y al XX creador de tantos horrores y maravillas.
Al deambular hoy en esta primavera que avanza se constata que después de los atentados del año pasado, perpetrados por los yihadistas neonazis que buscaban acabar con la fiesta pagana, jóvenes y viejos se niegan a dejarse vencer por el terror como sus ancestros de otros siglos. Al verlos agitados a todos en la alegre conversación mestiza, como miles de pájaros cantando en el crepúsculo sobre frondosos árboles, confirmamos que la fiesta de París continúa pese a todo como antes ocurrió en medio de guerras y revoluciones y que la Noche de la rebeldía sigue de pie.
Y de repente salen de los bares y bistrots las voces inconfundibles de Edith Piaf, Georges Brassens, Serge Gainsbourg, Françoise Hardy, Jaques Dutronc -- el de la inoxidable canción Paris s’éveille (París se despierta) --, así como la voz rauca del ídolo popular parisino Renaud que por estos días renace  de sus cenizas tras una década de alcohol, tan ocurrente y frágil como nunca. O sea que olores, perfumes, canciones, belleza, amor y vida siguen firmes y tangibles para el infatigable peatón de París del siglo XXI que es el mismo de otros tiempos como un Dorian Gray redivivo.
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 * Publicado en Excélsior. México. 1 de mayo de 2016. 
- La foto que ilustra el texto es de Eugène Atget.