domingo, 6 de noviembre de 2016

LA PACIENCIA DE LOS POETAS

Por Eduardo García Aguilar
Tarde o temprano los poetas, cuando llegan a su crepúsculo, se ven abocados a solicitud de amigos o editores a reunir en un volumen los poemas que han escrito y publicado a lo largo de sus vidas, descartando por supuesto aquellos que escribieron en su adolescencia y les parecen impublicables. Armar la Poesía Reunida es una tarea difícil para los autores más rigurosos y exigentes, que aplican una autocrítica severa a sus producciones. El rigor de estos autores es benéfico porque no solo en cada volumen publicado con anterioridad han aplicado un tamiz implacable sino que ahora, mirando con la perspectiva del fin, pasan revista a lo creado en esos extraños instantes de iluminación que constituye el ejercicio poético en las diversas etapas de la vida, en tiempos de dolor o de júbilo, enfermedad o vigor.
Por lo regular los poetas salvan algunos poemas escritos entre los 20 y los 25 años cuando ya han encontrado un atisbo de voz y practican la palabra poética con mayor conocimiento de causa. En otras ediciones posteriores se arrepienten y arrancan esos textos para colocarlos en el desván de la Juvenilia, que sería una muestra de lo escrito por el muchacho loco que rellena cientos de hojas con textos donde trata de imitar a otros autores que ha leído y fracasa de manera estruendosa en el intento, porque aun no han vivido ni han recorrido el gran tobogán errático de la existencia que nutre las obras maduras.
En general para los poetas el modelo de Arthur Rimbaud, ejemplo proverbial de precocidad y genialidad, es un peso terrible para alimentar su incertidumbre y por lo tanto todo lo que escribieron antes de los 20 les parecen textos impresentables, imitaciones, balbuceos escatológicos o románticos que observan con ternura pero no se atreven a publicar nunca en volumenes. Otros poetas estusiastas que desde muy temprano publicaron sus producciones iniciales se avergüenzan después de haberlos dado a la luz y recogen como pueden los ejemplares de esas colecciones para esconderlos. Otros que nunca entendieron el camino de la poesía producen a lo largo de sus vidas miles y miles de poemas que dan a la luz al instante, sin dar a esas palabras la posibilidad de cristalizarse ante el paso del tiempo. Los grandes poetas por lo regular son aquellos que se caracterizan por obras reducidas donde cada texto es una gota de vida marcada por el tamiz del tiempo. Su obra poética es además su propia vida lejos del instante y el bullicio de los reflectores. 
Los grandes poetas del siglo XX y los contemporáneos importantes de este siglo XXI prefieren macerar y añejar en las gavetas durante mucho tiempo los textos escritos y cada década o cada tres lustros deciden revisar y seleccionar los textos más salvables para publicar un libro. El oficio poético requiere del autor una conciencia absoluta del silencio y el olvido al que están condenados en vida, lo que les otorga una paciencia que los acerca a la sabiduría de los santos. Los grandes poetas  se han dedicado y se dedican siempre a otros oficios en sus largas vidas: son abogados, banqueros, maestros, profesores universitarios, traductores, editores, burócratas en ministerios y saben que nada pueden esperar de sus libros más que el placer de pulir gota a gota esos instantes en que la voz aparece para captar el mundo y la vida que en ella circula. 
A diferencia de los novelistas que participan en la agitada industria editorial y deben estar presentes en los medios para existir y competir por preseas y honores o lograr muchas ventas, escribiendo incluso contra su voluntad para que no los olviden, los poetas saben que están olvidados de antemano y son una anomalía en las sociedades de hoy y por eso caminan largas travesías del desierto dedicados a las pequeñas cosas de la vida, a su trabajo, la familia y la vida cotidiana. De repente los poetas sentados en un café o en una roca frente al mar o contra el río escriben esos textos que surgen del instante como estalacticas en cavernas sin tiempo. Los más afortunados logran en su vejez el reconocimiento apasionado de las nuevas generaciones y aceptan los honores con humildad y con cierta ironía.
Tal ha sido el destino de los colombianos Aurelio Arturo y Fernando Charry Lara y de tantos magistrales poetas latinoamericanos desde José Asunción Silva y Julio Herrera y Reissig hasta Enrique Molina, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Carlos Martínez Rivas o Jorge Tellier y otros muchos del mundo como Rilke y Cavafis cuyas obras son reducidas a unos cuantos puñados de poemas inolvidables. Y ese ha sido el destino de todos los poetas del mundo cuyas obras a veces solo han sido publicadas después de muertos, como fue el caso de Porfirio Barba Jacob y Fernando Pessoa y tantos otros que dejaron cientos de páginas en los baúles del olvido.      
En el prólogo a su antología poética personal, el gran poeta anglo-alemán Michel Hamburguer (1924-2007), quien además fue el mayor traductor al inglés de Goethe, Hölderlin y otros muchos autores alemanes de todos los tiempos, explica con detalle la dificultad que encontró al armar su poesía reunida y como al final decide publicarla en orden cronológico guardando poemas juveniles escritos cuando era soldado y que ahora le parecían demasiado marcados por las influencias del momento. Al final cede de nuevo y como homenaje a ese joven inexperto y aun carente de muchas experiencias vitales los rescata de la Juvenilia y los coloca al principio junto a los otros textos de madurez. 
Sus reflexiones sobre tarea de ser el propio antólogo en el crepúsculo son un ejemplo más de ese rigor ejercido desde siempre por los grandes poetas. Y la lectura de esos volúmenes son una verdadera delicia para los amantes de la poesía, porque al abrirlos parece que saliera de ellos una refrescante bocanada de aire marino o cruzaran corrientes de aire o agua cargadas de los aromas de la naturaleza y la vida. La poesía es el arte máximo de la palabra y en su contacto nos enriquecemos como los árboles de la savia que extraen de la tierra.     
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de noviembre de 2016.