viernes, 28 de noviembre de 2025

SILVA Y DE SOBREMESA, UN SIGLO DESPUÉS

Por Eduardo García Aguilar


Al cumplirse este año un siglo de la publicación póstuma de la novela De sobremesa, de José Asunción Silva, rescato con alegría estas notas escritas 
hace tiempos en México sobre uno de los libros más enigmáticos y modernos de Colombia y uno de mis preferidos. Silva (1865-1896), conocido por sus nocturnos y por ser uno de los más brillantes y malogrados representantes de esa generación, tuvo que soportar la gazmoñería de una ciudad colonial y brumosa, situada en las alturas de la cordillera andina, dedicado a un arte absurdo: la poesía maldita. 

Heredero de un negocio que no sabía manejar, requerido por compromisos sociales y chismografías de convento, el joven no resiste y se suicida a los treinta años, ante la indiferencia de sus contemporáneos. Antes vivió un tiempo en París, a donde viajó enviado por su padre en funciones comerciales. En Venezuela, de regreso a Colombia, naufragó el vapor Amérique y Silva perdió los manuscritos de los Cuentos negros, “lo mejor de mi obra” para él.

Poco antes de morir rehace De Sobremesa, novela que reúne todas las características esenciales de su personalidad y su época. La novela sucede durante la sobremesa. Fernández, que es un millonario decadente, le cuenta a sus amigos las dudas respecto a su actividad literaria y después de ser requerido comienza a leerles el relato de sus aventuras en Europa. 

Los primeros capítulos de ese diario están cargados de las lecturas de la época: María Bashkirtseff, Maurice Barrès,  Max Nordau, Nietzsche, Swimburne, Verlaine, etcétera. Los amigos que lo escuchan en el exquisito ambiente de su mansión bogotana, son opacos personajes que admiran al poeta Fernández, pero que no pueden comprender sus angustias y frustraciones.

El protagonista de la novela se enreda con una bella mujer, la Orloff, a quien encuentra después en el lecho dedicada al arte de Lesbos con una de sus amigas: “Al hacer saltar la puerta de la alcoba que se deshizo al primer empujón brutal y cedió rompiéndose, un doble grito de terror me sonó en los oídos y antes de que ninguna de las dos pudieran desenlazarse, había alzado con un impulso de loco duplicado por la ira el grupo infame, lo había tirado al suelo, sobre la piel de oso negro que está al pie del lecho, y lo golpeaba furiosamente con todas mis fuerzas, arrancando gritos y blasfemias, con las manos violentas, con los tacones de las botas, como quien aplasta una culebra”.

Después de la decepción, Fernández huye a Whyl y delira inventando un sistema apto para su país. Es una metáfora del progreso, donde “las monstruosas fábricas nublarán en ese entonces con el humo denso de sus chimeneas el azul profundo de los cielos que cobijan nuestros paisajes tropicales; vibrará en los llanos el grito metálico de las locomotoras que cruzan los rieles, comunicando las ciudades y los pueblecillos nacidos donde quince años antes fueron las estaciones de madera tosca y donde, a la hora en que escribo, entre lo enmarañado de la selva virgen, extienden sus ramas las colosales ceibas”. 

Al sueño político que en De sobremesa adquiere los contornos del ensayo dentro de la novela, el personaje vive sus conquistas amorosas: Nini Rousset, Helena de Scilly Dancourt, Lady Viviann, Fanny Green, etcétera, y prueba el cloroformo, el éter, la morfina y el hachish. Personaje disimétrico, telúrico, caprichoso, malvado, Fernández es la encarnación del espíritu de una época que iba rumbo a la catástrofe. ¿Mientras los industriales organizaban ferias mundiales y en ciertos cabarets se hablaba de la belle époque, los modernistas, más en la prosa que en la poesía, palpaban el malestar del fin de siglo XIX.

A nivel formal, Silva no se queda atrás y nos ofrece un texto fraccionado, absurdo, que contrasta con las novelas realistas y sus tramas ordenadas con moraleja y broche de oro. En ciertos pasajes uno cree ver ya en José Asunción Silva elementos formales que hicieron novedoso a Cortázar años después.
----
Publicado en La patria. Manizales. Colombia. Domingo 30 de noviembre de 2025.
*** Notas escritas en México hace tiempos en un contexto más amplio, recuperadas para celebrar el centenario de De Sobremesa.





sábado, 22 de noviembre de 2025

ARIEL CASTILLO CUENTA A ESCALONA

Por Eduardo García Aguilar

Conocí al barranquillero Ariel Castillo Mier en México hace tiempos cuando hacía sus posgrados en temas literarios y compartíamos en parrandas interminables con otros amigos y amigas escritores y académicos mexicanos y colombianos que a veces duraban hasta el amanecer y donde él, erudito literario, nos iniciaba en el arte y los oficios de la música vallenata, a través de sus máximos juglares, el principal de ellos el gran Rafael Escalona, sobre quien escribió Encantos de una vida en cantos, publicado por la Fundación La Cueva en 2010.                                      ..

Amigo de las figuras del Grupo de Barranquilla al comienzo y después de presidentes y políticos, y poderoso líder musical de Sayco, Escalona (1927-2009) conoció de joven al futuro Premio Nobel de Aracataca, y a sus amigos Alvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor y a tantos otros, entre ellos novias, juglares, músicos, acordeonistas y cantantes de la costa mítica y sus interiores donde nació y creció y trató de terminar el bachillerato en Santa Marta, que abandonó para convertirse en cultivador de arroz y algodón, mujeriego, parrandero y coleccionista de armas.

Aquellas parrandas, que eran también clases de Ariel Castillo (1956) en las que participábamos poetas, narradores y estudiantes de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México, entre otros, todos muy jóvenes entonces y gozadores de México, transcurrían escuchando los clásicos del vallenato y desde entonces todas esas historias juglarescas quedaron para siempre grabadas en nuestra memoria, especialmente las atribuidas a Escalona, donde nos cuenta la historia de la vieja Sara, del pobre Miguel, La Maye o el perro de Pabajeau, La patillalera, La custodia de badillo, El destierro de Somón, El gavilán cebado, el Jerre-Jerre, entre otras.

Como García Márquez (1927-2014) había afirmado que Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas, estudiábamos con Ariel las narrativas de aquel mundo vallenato, donde se inspiró el de Aracataca en tantas historias que incluían todas las regiones de la costa desde la Guajira hasta Valledupar y de ahí hasta Riohacha, Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, Atanquez, Patillal, Manaure, por donde todos deambularon en la romería familiar: turcos, gitanos, negros, cachacos, paisas, extranjeros perdidos, y tantos más, a veces en tiempos del contrabando desde Venezuela.

Después de aquellas inolvidables cátedras vallenatas en México de Ariel Castillo, volvimos a vernos en un gran Festival Vallenato en Valledupar, donde estaba casi todo el mundo, el misterioso Rafael Escalona, la Cacica Araújo Noriega, que lo dirigía y patrocinaba, Juan Luis Mejía, director de Colcultura, Manuel Zapata Olivella, el crítico peruano José Miguel Oviedo, y los profesores estadounidenses Raymond Williams, y con guardaespaladas, Michael Valencia-Roth, así como el pintor Jacamijoy y Heriberto Fiorillo.

Ahí en los almuerzos el legendario Manuel Zapata Olivella nos contaba el matriarcado de su región y nos situaba el espacio geográfico del César y las montañas que van a la Sierra Nevada. Deambulábamos por la calles de Valledupar en medio de la algarabía de la música que reinaba en todas las esquinas y plazas. En un momento compartimos varios en un patio florido con la hija de Escalona, Ada María, cantada en su clásica canción la Casa en el aire, que ya había sido abordada por otro juglar antes que él.

Ariel me inició y abrió las puertas de ese mundo, hasta el punto de presentarme a Alfonso Fuenmayor, a quien visitamos en su apartamento en un alto piso desde donde se veía la ciudad y donde él gozaba de su biblioteca y recibía las revistas y diarios del todo el mundo. También me llevó a conocer la casa del fallecido Alvaro Cepeda Samudio, que en aquel entonces estaba intacta como en los tiempos del Grupo de Barranquilla y que guardaba con celo y entusiasmo su esposa Beatriz "Tita" Cepeda, que nos recibió aquella tarde con su inmensa generosidad. 

Cada vez que escucho vallenatos de Escalona pienso en Ariel Castillo y su familia, con la esperanza de un día volverlo a ver para escuchar en Barranquilla con los amigos a Bovea y sus Vallenatos, unos de sus mejores intérpretes. El libro de Ariel es una lectura obligada para introducirse al mundo literario del gran juglar colombiano.
---
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de noviembre de 2025. 

jueves, 20 de noviembre de 2025

LOCOS POR GARCÍA MÁRQUEZ O NAPOLEÓN

 Por Eduardo García Aguilar

(Publicado en La Patria, Colombia, el domingo 11 de marzo de 2012. En La foto Jorge Amado, GGM y Mercedes Barcha)

Aparte sus biógrafos, Dasso Saldívar y Gerald Martin, que muy cuerdos pasaron décadas estudiando su vida y viajaron por el mundo tras sus huellas, hay miles de personas que en las últimas décadas enloquecieron por el éxito y la fama mundial de García Márquez, quien acaba de cumplir 85 años en México.
Sabemos muy bien que el éxito y la fama, o eso que llaman gloria, concepto muy romántico, atraen la desesperada admiración de quienes no son nada, o son poco, o tal vez mucho, tal y como ocurrió con Napoleón y Bolívar, que en el fondo fue un loco que imitaba al primero.
La psiquiatría al parecer nació para tratar de curar a centenares de personas que en su momento se creyeron Napoleón y poblaron los manicomios de Europa en esa fría primera mitad del siglo XIX. Fue tal el fenómeno, que varias herederas del Emperador no solo fueron grandes discípulas de Sigmund Freud, sino que hoy, por estas fechas, a comienzos de siglo XXI, siguen estudiando, como la señora Murat, el terrible fenómeno de quienes en su época enloquecieron por la gloria del personaje que llegó a lo más alto para caer luego de manera estrepitosa al precipicio del fracaso agónico en la isla de Santa Helena.
En los manicomios actuales hay gente que se cree Michael Jackson y durante casi dos siglos la figura de Napoleón fue la preferida de la demencia. Seres que deambulaban en los corredores de los hospicios con la mano puesta en el corazón y un sombrero triangular imaginario en la cabeza, inspiraron a miles de terapeutas en la ardua tarea de desentrañar sus frustraciones concretadas en la inmensa fama de sus modelos y la terrible insignificancia de sus vidas.
Ahora, a lo largo del continente, hemos vuelto a experimentar el extraño fenómeno, cuando hay personas que han dedicado sus vidas a rescatar sus huellas más mínimas, o a imitarlo escribiendo novelas similares de pueblos imaginarios con alquimistas y gitanos, o que han viajado de un lado a otro del continente para tratar de observarlo desde lejos y aplaudirlo como a una deidad milagrosa, versión literaria de vírgenes y santos de nuestra larga tradición.
Sabemos que la fama y la gloria surgen de la concreción de extrañas coincidencias históricas, cuando un personaje necesario se cuela en las carencias de un país, continente o raza, sea dios, iluminado, poeta, novelista, demiurgo, redentor, político, cabecilla o mandatario. San Pablo, San Francisco, Voltaire, Víctor Hugo, Lord Byron, Withman, Mandela, Soljenitzin, son algunos de ellos.
Estamos hablando de la necesidad del padre y tal vez en la locura de tantos admiradores ciegos que dedican sus vidas a los exitosos Napoleón o García Márquez, hay una profunda lucha por el hallazgo del progenitor ausente y en esto los psiquiatras o los psicoanalistas podrían con mayor lucidez esclarecer los arcanos de la demencia. También los países necesitan padres de la patria como Víctor Hugo y Tolstoi y en especial los más trágicos.
Ahora que los editores entronizan cada semana en serie y con total seguridad al nuevo sucesor de García Márquez en la propaganda de sus novedades o que los megalómanos se autodenominan amigos y sucesores y los burócratas hacen cola en la calle Fuego para pasar a fotografiarse al lado del que, según algunas versiones, ya sabe menos de quien fue y será, es necesario entender que su figura surgió como afirmación continental a través de un Che Guevara literario que no murió acribillado en el intento. Concreción literaria y geopolítica.
Hijo del pueblo periférico cuando las letras pertenecían a las oligarquías, bigotudo como árabe sefardita, periodista costeño en tierra de cachacos, con camisas de flores y liqui liqui, malhablado y generoso, aunque mejor escritor que nadie, el novelista fue la personificación popular en los años 60 y 70 de una tierra de dictadores, ladrones y asesinos.
A su lado hubo otros grandes escritores como José Lezama Lima, Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo, Arturo Uslar Pietri, Augusto Roa Bastos, Guimarees Rosa, Jorge Amado, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, pero fue él quien a los 39 años ganó la lotería de representar el continente de las Banana Republic, que poco a poco pasaron de moda.
Dinero, gloria, fama, el cuerno maravilloso de la abundancia de los maravedíes, presidentes inclinados, dictadores anonadados, malos cineastas arrodillados, millonarios seducidos, huérfanos, mancos, tuertos, leprosos se apresuraron a aplaudirlo y sonreírle en las escalinatas de la lagartería nacional; sicarios y víctimas, godos y liberales, gente bien y zarrapastrosos, todos unidos en la admiración patriótica de quien no fracasó y a quien hubiésemos ignorado en el fracaso, como se hizo con Héctor Rojas Herazo, Manuel Zapata Olivella, Pedro Gómez Valderrama, Manuel Mejía Vallejo y Germán Espinosa.
Todos los colombianos lo queremos y lo amamos y mucho más ahora que lo sabemos frágil en su ancianidad como una parábola de nuestra propia derrota. La prueba de que todo triunfo y toda gloria es fugaz e inútil y que el trono es una posición transitoria en la danza inevitable de nuestras ausencias, téngase o no patria, continente, partido o fortuna en las espaldas como fárrago absurdo.
Pero al menos los locos de García Márquez seguirán poblando manicomios y oficinas, arrodillados como los personajes de Jorge Zalamea en Benarés, sin saber lo que fue el fenómeno ni lo que será, así como los admiradores de Rimbaud y Kafka nunca supieron que sus ídolos murieron inéditos y anónimos, como Proust, quien pagó la edición de sus primeros volúmenes interminables y pasó a la gloria sin ser invitado, pero al menos cantando para nada y para nadie como dicen los poetas portugueses hijos de Pessoa.


sábado, 15 de noviembre de 2025

CUATRO DÉCADAS Y VARIAS TRAGEDIAS SUCESIVAS


Por Eduardo García Aguilar 

Hace 40 años, en el segundo semestre de 1985, sucedieron varias tragedias sucesivas que marcaron mi vida y la de muchos colombianos y mexicanos y sorprendieron al mundo por la absurda coincidencia y continuidad del desastre, cuando al mismo tiempo el mundo enfrentaba la aparición de la terrible epidemia de sida, que mató a millones en el mundo.

Como yo vivía en México en ese entones, fui testigo del terremeto del 19 de septiembre que afectó especialmente a la Ciudad de México, construida sobre el antiguo lago de Tenochtitlán, por lo que los efectos de los sismos se multiplican allí de manera exponencial en los batrrios que reposan al interior de los límites de ese lago, que era el centro de la próspera capital prehispánica de los aztecas descubierta y conquistada por los españoles.

A las 7 y 19 de la mañana un temblor de magnitud 8,1  grados, de los más fuertes jamás registrados, empezó a cimbrar la urbe, en especial los barrios tradicionales y céntricos de la ciudad, como la colonia Roma, donde vivía en aquel entonces en un edificio llamado la Casa de las brujas, donde la leyenda cuenta que vivió el joven Carlos Fuentes y su mujer, la actriz Rita Macedo, además de decenas de artistas, músicos, académicos y escritores como Sergio Pitol, Guillermo Fernández o Vicente Quirarte.

Gracias a la antigüedad del edificio construido en tiempos del general Porfirio Díaz, salvamos la vida, pues después de que  yo me despidiera de la vida con mi hija Oriana de menos de un año en los brazos, cesó el atroz bamboleo del edificio, convertido en un barco ebrio a la deriva. El histórico edificio resistió mientras decenas de edificios modernos, entre ellos rascacielos, hospitales, teatros y hoteles  se depslomaron dejando miles y miles de muertos entre los escombros, desde donde empezó a emanar un olor pestilencial.

Dos semanas después nos llegó a los colomnbianos residentes en México la terrible noticia del ataque del palacio de Justicia por el M-19 y la retoma por parte del ejército, que dejó el monumento carbonizado y un saldo de un centenar de muertos, y decenas de desparecidos que aun se buscan, una tragedia que sigue estremeciendo a Colombia y es discutida como si hubiera sido ayer.

Días después, a la desgracia del Palacio de Justicia, se agregó la erupción del venerable volcán nevado del Ruiz el 13 de noviembre, que provocó un deshielo y una avalancha bíblica que arrasó a la ciudad de Armero y dejó un saldo de decenas de miles de muertos y destrucción generalizada en varias laderas, como había dejado antes el mismo terremoto mexicano. El presidente colombiano Belisario Betancur, que había intentado la paz, era un humanista y amaba la cultura, quedó marcado para siempre por estas tragedias y guardó silencio después. Y en México la inacción total del gobierno de Miguel de la Madrid, abrió el camino al fin de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional y al cierre de una época.

No solo había vivido yo en carne propia y sobrevivido al sismo, sino que ahora la desgracia afectaba al volcán que vi desde niño en las alturas de la cordillera en mi ciudad natal Manizales. Ahora, mucho tiempo después, parece increíble que una sucesión de tantas tragedias se hubiera ensañado en tan poco tiempo en dos países hermanos.  

En aquel entonces, después de haber  trabajado varios años en el diario Excélsior, en la sección cultural dirigida por Edmundo  Valadés, escribía para el diario Uno más uno, donde publiqué crónicas inmediatas sobre dos de esos acontecimientos sucedidos en dos países amados que afectaron a tantas personas cercanas y siguen siendo improntas históricas para todos, tanto en México como en Colombia. La crónica sobre el terremoto está en Urbes luminosas y la del volcán del Ruiz, a donde había subido varias veces en excursiones, quedó en las páginas de aquel diario mexicano. Las campanas doblan cuatro décadas después para recordarnos que las tragedias, como las griegas, siempre están a la vuelta de la esquina en la vida de humanos, vegetales, piedras y animales.

----  Publicado en  La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de noviembre de 2025.