martes, 27 de junio de 2023

AUGE Y CAÍDA DE PAUL MORAND

 Por Eduardo García Aguilar

Paul Morand (1888-1976) fue uno de los escritores más celebrados en Europa y el mundo en tiempos de entreguerras y sus obras, traducidas a varias lenguas, se compraban como pan caliente. Amante de la buena vida y las altas esferas, marquesas y duquesas y hoteles palaciegos, diplomático de profesión, aunque un poco vago en el trabajo, desde muy joven saltó a la fama con dos colecciones de relatos, Abierto de noche (1922) y Cerrado de noche (1923), donde con prosa ágil, eléctrica, lúcida, se volvió ejemplo del cosmopolitismo y una día estaba en Japón y el otro en Alaska, más tarde en Lima y mañana en El Cairo, San Petersburgo, Tíbet o Saigón.

Después de la Primera Guerra, donde murieron millones de jóvenes en las trincheras, víctimas de gases tóxicos o balas, su generación quería vivir a toda velocidad, bailar, ir al music-hall, danzar con Joséphine Baker o Carlos Gardel y libar en clubes y burdeles de las capitales del mundo. Tras el apocalipsis no quedaba más que divertirse antes de que la locura humana volviera de nuevo a desencadenar la Segunda Guerra, que en muchos aspectos superó en destrucción y muerte a la primera. Había que derrochar el dinero antes y después del crack financiero de 1929, vestirse bien, embriagarse, viajar en transatlánticos.

 Morand entonces era escéptico y su orginalidad radicaba en que mientras muchos de sus contemporáneos creían con fe ciega en sus ideologías y se hacían matar por ellas, él desconfiaba del hombre y sus intenciones. Amigo de Proust, el prosista amaba las nuevas teconologías y coleccionaba los mejores automóviles del momento, bólidos en los que viajaba de ciudad en ciudad. A la velocidad del Bugatti recorría las carreteras costeras del Mediterráneo y viajaba de puerto en puerto en los paquebotes más lujosos. Y desde cada uno de esos lejanos países enviaba las crónicas o los relatos que hacían las delicias de los lectores.

Describió y vivió como pocos la Nueva York futurista de los años 30, amó Londres, donde residió muy joven y experimentó amores inolvidables que plasmó en su narrativa. Amó Roma, Sevilla, Venecia, el Caribe y sus libros incluían publicidad de autos, agencias de viajes, modas y perfumes. Como los de Antoine de Saint-Exupéry, otro viajero de aquel tiempo que era más que todo pionero del aire, los libros de Morand marcaron época y su destino lo llamaba hacia las mieles de la gloria. El esnob se casó con una millonaria princesa rumana, el amor de su vida, y con quien reposa en Trieste. Pero en el camino se le atravesó la historia y el estallido de la nueva guerra en 1939. Su país y Europa fueron ocupados por los nazis y él los apoyó trabajando para el gobierno francés de ocupación encabezado por el general Pétain y el primer ministro Laval, amigo de su familia.

Se negó a apoyar a De Gaulle, quien encabezaba la rebelión desde el exilio en Londres y en su mansión de París, recibió durante tres años en fiestas y cenas a los principales dignatarios del gobierno alemán, algunos intelectuales y militares destacados como el gran escritor Ernst Jünger, quien murió centenario convertido en una gloria de las letras.

Al lado de Céline y La Rochelle, Morand formó parte de los intelectuales colaboradores que apoyaban a una Europa dominada por la bota nazi. Unos como Céline, y Brasillach, quienes festejaban en bares y restaurantes con los ocupantes, denunciaron y celebraron la detención de niños, jóvenes, mujeres y viejos judíos que eran enviados a morir en los campos de concentración. Pero cuatro años después la rueda de la fortuna giró y los nazis fueron derrotados por los aliados. De Gaulle llegó triunfante a París.

Unos colaboracionistas fueron fusilados, otros condenados a la cárcel o al exilio, la ignominia y el olvido. Morand a los 56 años quedó quemado para siempre y terminó en Lausana, donde residía en una casa que le prestaron amigos ricos y tan pobre que debía ir al café de la esquina para leer los diarios, pues no tenía para comprarlos. Solitario y misántropo, el viejo Morand pasó de ser un dandy a una sombra lúcida que asumía su caída y fracaso y escribía rodeado de sus fantasmas. Dos décadas después algunos jóvenes de la generación de Los Húsares lo rescataron y lo pusieron de nuevo en circulación hasta llevarlo a la Academia Francesa.

Toda esa vida la cuenta Jean François-Fogel en su libro Morand Express. A la muerte del viejo, Fogel decidió visitar todos los lugares donde aquel vivió: Tánger, Nueva York, Londres, Lausana, Venecia o Trieste, y entrevistarse con las personas que lo conocieron. La búsqueda del maestro la hace con espíritu crítico y no es ninguna hagiografía. De allí sale un retrato crepuscular excelente sobre los dramas del siglo XX y las nostalgias del siglo XIX y el pasado milenario. Recorre y describe los despojos del hombre e inclusive asiste a una subasta de sus muebles, entre ellos su cama.

A Fogel lo conocí hace mucho tiempo en México y él me contó con entusiasmo que había escrito Morand Express, pero el libro se me ocultó hasta la semana pasada cuando lo encontré por azar bajo el sol primaveral en Auvers-sur-Oise, el pueblo donde está enterrado el pintor holandés Van Gogh, en una de las librerías de viejo más fascinantes que haya visto en la vida. He devorado el libro publicado por Grasset hace 38 años y me ha conmovido. Es un homenaje de un joven a un viejo maestro defenestrado por los crueles gajes de la historia. Es una gran reflexión sobre la vida y el destino de los seres humanos y los avatares de las obras literarias. Es, además, un viaje al amor, el deseo, la juventud, el esplendor, las ciudades, los trenes y la belleza que se marchitan, a las casas abandonadas, a los muebles subastados, a la ambición, la vanidad y el olvido. Fogel escribió así también una pequeña joya literaria suya, que brilla por su precisión y elegancia y está por encima del tiempo.

 

viernes, 23 de junio de 2023

EL TITÁNIC Y LOS MISTERIOS DEL OCÉANO

Por Eduardo García Aguilar

La trágica muerte de cinco personas por la implosión catastrófica del pequeño sumergible Titán durante la frustrada visita de los restos del Titanic, causó conmoción pues es la parábola de las atracciones fatales de los amantes del peligro y la aventura. Cada año se registran muertes entre los montañistas que en romería intentan subir al Everest, la montaña más alta del mundo, a cuyo alrededor cadáveres yacen cubiertos por los hielos perpetuos. Aun a sabiendas del peligro, atraídos como mariposas o insectos por la luz, los exploradores de las alturas no temen despeñarse por las laderas inhóspitas de las cumbres nevadas o ser cubiertos por aludes.

Para aventureros del peligro abundan los retos. Viajes al Polo Norte o a la Atártida en expediciones instaladas en bases donde no hay día durante la mayor parte del año y se vive en temperaturas extremas. Viajes a la selva Amazónica, Borneo y otros lugares donde se corren riesgos extremos, volar con planeadores alados desde altas montañas lanzándose desde abismos, ir en canoas o kayak por ríos caudalosos a toda velocidad, viajar a la Luna o en misiones espaciales, cubrir guerras, son algunas de esas actividades donde muchos pierden la vida. Cada lanzamiento de un cohete espacial es un riesgo. 

En este caso se trata de exploradores amantes de las profundidades marinas que pagaron enormes sumas de dinero y firmaron un contrato donde aceptaron los riesgos y se declararon dispuestos a arriesgar la vida con tal de acercarse al trágico paquebote. La catástrofe del gigantesco transatlántico de lujo ha alimentado todo tipo de historias y narraciones llevadas a la ópera, la música, el cine, los dibujos animados y la literatura.

Desde hace 110 años, cuando se hundió el transatlántico cargado de viajeros que gozaron durante la travesía del Atlántico entre el lujo y las diversiones, se habla del destino trágico de cada uno de esos turistas o sus centenares de servidores. Millonarios, músicos, chefs de cocina, pilotos, empleados modestos, barrenderos, divas, magnates, limpiadores de baños, médicos, todos juntos perecieron unidos en el naufragio. Tanto los sobrevivientes como los 1500 fallecidos alimentan desde entonces la metáfora de la vida, algo tan frágil que cuando menos se espera concluye y volvemos al estado primigenio natural de cenizas, líquido, musgo, polvo y arena.

El hundimiento de 1912 inspiró la película Titanic (1997), dirigida por James Cameron, una de las más vistas y preferidas por el público y la crítica en el último siglo, tercer lugar de recaudación en la historia del cine y protagonizada por el ícono Leonardo di Caprio y su pareja en la ficción Kate Winslet. La cinta está presente en el imaginario de varias generaciones, así como la nave inspiradora fue protagonista de la imaginación planetaria durante el siglo XX junto a mitos como el aviador Charles Augustus Linbergh, el primero en cruzar en solitario el Atlántico en avión. Cuando se inventaba la aviación a comienzos del siglo XX, los pilotos eran héroes que como Saint-Exupéry, sabían que podían morir en cualquier instante.

En este pequeño batiscafo de seis metros de eslora construido con titanio y carbono cabían solo cinco personas que viven una experiencia peligrosa de diez horas, cuyo punto culminante es rodear la inmensa nave fantasma marcada por la muerte, una especie de palacio fantasmagórico donde aun penan las almas de quienes hasta antes del naufragio hacían la fiesta, jugaban a las cartas, bailaban o vivían la ilusión única de un viaje inolvidable de amor. Nadie pensó que eso podría terminar de súbito entre el estruendo de la catástrofe, la destrucción de las vajillas y los lampadarios y la algarabía de quienes en los varios pisos de la mole, lujosos salones y comedores, corredores, ascensores y escalinatas corrían despavoridos para poder escapar a la muerte y hallar espacio en un bote salvavidas.

Desde el descubrimiento en 1985 de la nave hundida a casi 4.000 metros de profundidad frente a las costas canadienses de Terranova, se han realizado múltiples exploraciones con robots o naves tripuladas, así como viajes turísticos y uno de los fallecidos esta vez, Pierre-Henri Nargeolet, ex submarinista francés y militar de 77 años, apodado Mr. Titanic, hizo 33 viajes al lugar y se convirtió en el mayor conocedor del tema.

El milllonario británico-paquistaní Shahzada Dawood y su hijo Suleman, quienes pagaron cada uno 250.000 dólares por la aventura, perecieron en la implosión y ya se sabe que el muchacho heredero aceptó hacer el viaje solo para darle gusto a su adorado padre. Los otros dos viajeros, el piloto británico Stockton Rush, director general de OceanGate Expeditions, y el millonario británico Hamish Harding, también quedaron en la leyenda atados para siempre a la tragedia mayor del Titanic.

La catástrofe de esta semana junto al Titanic hizo olvidar otras tragedias activas en el mundo desde hace mucho tiempo, guerras, hambrunas, atentados. Y esto muestra que los humanos desde siempre nos sentimos atraídos por la ficción y las aventuras como la de Ulises en la Odisea, cuando viaja por décadas perdido en el Mediterráneo lejos de su hogar, su patria, Penélope y su perro. Pero Ulises regresó y los héroes de esta semana, aunque multimillonarios, quedaron allá flotando listos a ser devorados por las criaturas que viven en aquellos abismos acuáticos.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de junio de 2023.


     





domingo, 4 de junio de 2023

EL BOOM LITERARIO DE LAS MUJERES

Por Eduardo García Aguilar

El auge espectacular de las mujeres en el mundo literario en esta última década en latinoamérica y el mundo entero, muestra un cambio radical en materia de reconocimiento y hace parte de un giro que se registra desde antes, con la visibilidad creciente de la literatura LGTB+ manifestada depués de la tragedia del sida y el auge de las reivindicaciones de género.

Ahora los grandes premios literarios son otorgados a escritoras, como ocurrió esta semana con la nicaragüense Gioconda Belli, galardonada con el Premio Reina Sofia de poesía, o la sucesiva consagración con el Premio Cervantes de las escritoras uruguayas Ida Vitale y Cristina Peri Rossi, hasta entonces consideradas marginales. También figuran en las listas de las más promocionadas y reconocidas decenas de autoras mexicanas, argentinas, colombianas, españolas, que acumulan premios y homenajes, de manera paralela al éxito de autores transgénero como la argentina Camila Sosa Villada o la ya fallecita chilena Pedro Lemebel.

Una leve revisión de la historia literaria latinoamericana y mundial muestra que desde siempre hasta apenas hace una década, cuando explotó esta radical transformación, el  mundo de la consagración literaria se centraba en viejos patriarcas encorbatados, diplomáticos, políticos, poderosos y ricos.

En la lista de varones ventripotentes figuran José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Rómulo Gallegos, Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Octavio Paz, Germán Arciniegas, Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, entre otros muchos. A esos "padres de la patria", a veces pomposos y engolados, se agregaban algunos menos encorbatados, como Julio Cortázar, quien teorizó el concepto de "lector hembra", del cual se arrepintió al final. La única excepción en ese panorama fue la poderosa poeta chilena Gabrela Mistral, primer premio Nobel de América Latina en 1945.

Durante la Colonia, la República y a lo largo del siglo XX la literatura, tanto en narrativa como en poesía, salvo excepciones que confirman la regla, era un círculo exclusivo y cerrado de varones hispanoamericanos que dominaban las academias de la Lengua, tenían el poder en editoriales, universidades y ministerios y eran jurados predominantes de grandes premios literarios, grados Honoris Causa o condecoraciones gubernamentales.

En las fotos siempre aparecían en banquetes pléyades de hombres de corbata y bombín celebrando en tiempos de parnasianismo, modernismo, vanguardias y en la era moderna. Las mujeres estaban en la cocina, barrían, cuidaban los niños o estaban escondidas detrás de las cortinas. Casi todos, Carpentier, Paz, Asturias, Neruda, Fuentes y múltiples nombres menores se desempeñaron como embajadores y algunos, como Rómulo Gallegos o Mario Vargas Llosa, aspiraron a la presidencia de sus países.

En España Valle Inclán, Camilo José Cela, Francisco Umbral, Antonio Gala y otros eran grandes patriarcas que dominaban con su vozarrón el panorama y a veces escribían textos de carácter misógino o se enfrascaban en riñas legendarias de gallos de pelea.

Neruda dijo sobre la mujer: "me gustas cuando callas, porque estás como ausente". En las novelas de los autores del boom, desde García Márquez hasta Guillermo Cabrera Infante y Vargas Llosa, la mujer siempre figura como un ser de adorno, frágil, objeto del deseo del poderoso y caliente varón que depreda. Es una mujer vista desde la codicia sexual del hombre, y sus destinos, como en el orbe de Macondo, son trágicos: Úrsula Iguarán en Cien años de Soledad, la Cándida Eréndira, o las protagonistas de Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera o Memoria de mis putas tristes.

Las mujeres que escribieron durante todo el siglo XX en América Latina fueron por lo regular consideradas por los poderosos escritores como casos de adorno, anomalías, marginales, algunas veces problemáticas como Teresa de la Parra, Pita Amor, Elena Garro o Marvel Moreno y solo ahora nuevas generaciones de académicas, críticas y escritoras recuperan en cada país los nombres de esas escritoras, poetas, narradoras, ensayistas, borradas y ninguneadas de manera total por los dominantes clubes masculinos de la literatura continental.

Hay que celebrar la irrupción de nuevas narradoras en todos los países del continente como Ana Clavel, Cristina Rivera Garza, Fernanda Melchor y Gudalupe Nettel en México o Sonia Truque, Pilar Quintana, y Carolina Sanín en Colombia. Y esta presencia de la mujer se declina en los demás países del continente.

Se dice ya con real contundencia un adiós a la literatura del poderoso macho blanco heterosexual latinoamericano, competitivo, boxístico, codicioso, arribista, arrogante, que poco a poco va siendo borrado por el tsunami de la literatura de las mujeres, las minorías étnicas y los múltiples autores LGTB+, ante el asombro de Jose Arcadio y el coronel Aureliano Buendía y toda la horda de héroes guerreros de la literatura patriarcal y falocrática que dominó desde siempre en América Latina. A los hombres ya les queda poco por decir y por eso, como en el verso de Neruda, callarán y estarán como ausentes. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 4 de junio de 2023.