En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.
El
joven burgués y huérfano Hans Castorp, criado por su abuelo y su tío en
Hamburgo, va de visita al sanatorio a ver su primo Joachim, afectado
por ese mal que después sería controlado con la aparición de la
penicilina, pero al final termina quedándose allí durante siete años,
antes de partir a enrolarse en el ejército alemán al iniciarse la guerra
que ya se sentía venir en los primeros lustros del siglo XX.
Castor
termina seducido por el ambiente del lugar, comandado por el médico
Behrens, que ama el arte y es pintor y es secundado por el psicoanalista
Krokovski, quien realiza sesiones donde circulan las ideas que
comenzaban a estar de moda bajo la batuta del gran Sigmund Freud y sus
jóvenes discípulos en la capital austriaca Viena.
En
el hospital hay un lujoso comedor con siete grandes mesas para una
decena de comensales cada una, donde día a día personajes variados se
encuentran y establecen todo tipo de relaciones y diálogos, a veces
sacudidos por la muerte súbita y ya prevista de algunos internos,
suicidios inesperados o la llegada de nuevos clientes, como la bella y
sexual Clawdia Chauchat, de la que se enamora perdidamente el joven
protagonista.
Durante su
estadía, que era primero solo como visitante, el joven ingeniero naval
Castorp resulta diagnosticado con el mal, por lo que se queda para
seguir el tratamiento. En aquellas alturas nevadas comienza a
relacionarse con el escritor liberal italiano Settembrini, con quien
sostiene amplias discusiones apasionadas mientras caminan por el pueblo o
las montañas. El excéntrico maestro se vuelve su mentor a medida que
avanzan las sesiones de formación socrática en temas filosóficos,
literarios y políticos.
Después
esos temas serán cotejados y complementados con la aparición del
jesuita Naphta, contradictor que se enfrenta con Settembrini en una
magnífica esgrima intelectual y verbal sobre todos los temas, como era
de uso en esos tiempos a la vez tan modernos y tan lejanos de nosotros.
A
lo largo de la novela se viven momentos intensos durante las diversas
agonías a las que asiste Castorp en una etapa de su estadía, cuando se
dedicó a la obra de caridad de acompañar a los enfermos hasta el último
suspiro. A veces en pleno invierno, los cuerpos de los fallecidos eran
enviados al pueblo en trineos de bobsleigh que bajaban raudos sobre la
nieve.
Pero también en
medio del aislamiento había fiestas, recepciones, ebriedades, sesiones
de espiritismo, delirios bajo tormentas de nieve, exaltaciones,
presencias de personajes absurdos y caricaturales, erotismo desbordado e
iluminaciones, mientras abajo, en la Europa real sucedían las crisis
económicas y se preparaban los ejércitos.
Ha
pasado un siglo, pero Europa sigue viviendo inmersa entre los mismos
fantasmas, sumida en la incertidumbre de la guerra, la división, la
crisis y el sonido ineluctable de los tambores bélicos que retornan de
manera cíclica, ante la inercia cómplice de líderes que llevan al
matadero a sus ciudadanos como el Flautista de Hamelin llevaba ratas al
abismo.
Por eso La montaña
mágica es tan importante y necesaria, convertida en un clásico
permanente y vivo, como lo han sido Prometeo encadenado de Esquilo o la
Divina Comedia de Dante, entre otras. Y es un ejemplo logrado de lo que
es una novela, o sea la creación con palabras de un mundo dentro del
mundo, un universo dentro del universo, a veces más nítido y palpitante
que la propia realidad.
Los
grandes autores de novelas son creadores de universos. Antes de
emprender la escritura y durante el proceso, el autor va armando una
catedral de tiempo y lugar, donde deambularán los personajes. Para ellos
hay que inventar paisajes, calles, ámbitos climáticos y geográficos,
bajo la lluvia o el sol y las circunstancias históricas donde
transcurren sus existencias. Es un reto enorme para el novelista y si
logra escribir una obra maestra como ésta, siente una gran sensación de
victoria y poder, aunque muchas veces ignora que lo ha logrado, porque
el veredicto definitivo sobrepasa el tiempo de su existencia y se
interna hacia el futuro hipotético.
El
periplo de Hans Castorp encarna el destino del humano en todas sus
circunstancias. Por eso al final de su formación y retiro, baja de las
alturas a enrolarse en el ejército de su país, sabiendo que morirá, pues
en esas batallas cuerpo a cuerpo de la Primera guerra mundial eran
pocos los sobrevivientes, solo aquellos que mutilados o no, permanecían
en el mundo para contarlo.
Allá
arriba en ese ámbito cerrado, Thomas Mann logra hacer una metáfora de
las incertidumbres de su época, que iba directo a la guerra en medio de
los grandes avances de las ciencias, la tecnología y la industria
mundiales. En ese universo cerrado hay tiempo para cavilar sobre todos
los temas esenciales posibles, los mismos que hoy agitan y en el futuro
preocuparán a ciertos individuos alertas que viven la existencia como un
relámpago permanente.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de marzo de 2024.