Por Eduardo García Aguilar
Se suele creer que los países del llamado Primer mundo, a donde llegan los desesperados inmigrantes pobres de la periferia en busca de una vida mejor, son paraísos de donde la pobreza está excluida. Pero basta vivir dentro de esos grandes espacios de abundancia y consumo para descubrir la cara oculta de la exclusión, escondida en los instersticios de estas jaulas de oro que relegan a suburbios y sótanos la miseria reinante en amplias capas de la población.
Ahora que Europa se ve sacudida con fuerza devastadora por los efectos de la crisis mundial desencadenada por la avaricia del capitalismo salvaje mundial y su voraz deseo de ganar dinero a toda costa por medio de infames trampas y mentiras, saltan a la vista los problemas contenidos por la demagogia y la soberbia ambiente de los gobiernos. Gran Bretaña, Francia, Italia, España y Portugal están endeudados hasta el cogote y Europa como un todo descubre el derroche fabuloso de subvenciones, primas y exenciones impositivas que premiaban a los más ricos y a las grandes empresas bajo el pretexto de que generaban empleo y riqueza, dejando las arcas vacías de los países.
La Unión Europea, dominada por los partidos de derecha en alianza con la socialdemocracia, construyó antes de las crisis mundial de hace dos años un modelo donde ha reinado la plutocracia, el arribismo y el mercado libre a ultranza. Poco a poco los países privatizaron las empresas estatales de servicios, entregando la población a la voracidad de multinacionales sin escrúpulos que chupan como vampiros el dinero a las clases medias y pobres con facturas cada vez más exageradas de servicios bancarios, telefonía, energía, gas, agua, televisión y servicios de salud. Al mismo tiempo los estados, a través de los impuestos al consumo sustraen más dinero al pobre consumidor, atrapado en el delirio de vivir por encima de sus posibilidades para responder a un imaginario de glamour televisivo que quiere hacer de todos play boys, top models o millonarios de lujo
. La europea es una sociedad arribista de donde se ha ido desterrando poco a poco el humanismo que con tanta dificultad lograron construir generaciones de altruistas sobrevivientes en el siglo XX de las guerras mundiales provocadas por la plutocracia. Hasta hace poco incluso el economista inglés John M. Keynes, cuyas recetas ayudaron a sacar al mundo de la crisis mundial de 1929, era considerado un loco pasado de moda, casi un marxista. En vez de generar empleo y dar un sentido a la vida de millones de personas, la privatización de los servicios y la remodelación industrial ha lanzado a las calles a millones de seres humanos y a otros los mantiene en la semi-esclavitud de los contratos temporales. En Francia la sociedad comienza a alarmarse por los suicidios en serie de los trabajadores en las empresas estatales que fueron privatizadas, llevados a la fatal determinación por las nuevas técnicas de management donde el ser humano es sólo una cifra productora de ganancias. La crisis todavía no es tan grave gracias a las amenazadas conquistas de los sindicatos franceses en un siglo de lucha.
En Grecia, España, Portugal y otros países periféricos de la Unión Europea o de la Zona Euro la población está desesperada. Como ocurrió en muchos países del Tercer Mundo, que como Argentina y México ingresaron de súbito en el sueño del ultracapitalismo neoliberal y luego quebraron de manera estrepitosa, los altos poderes financieros ofrecieron crédito fácil a las clases medias y bajas que cayeron en la trampa de las tarjetas de crédito y los préstamos hipotecarios leoninos. En España le hicieron creer a toda la población que había que tener casa propia sin importar los precios y millones de personas acosadas por la propaganda se endeudaron sin poder responder en momentos de crisis.
Las fieras de la industria de la construcción y los faraones de las empresas inmobiliarias españolas construyeron locamente en todas partes, acabando con playas y zonas idílicas, y luego vendieron y desaparecieron del mapa tras inundar los bancos y las bolsas del mundo de títulos basura. Años después la gente se ve obligada como ha ocurrido en Estados Unidos a devolver sus propiedades avaluadas a un precio menor y en muchos casos incluso quedando endeudados. El sueño de las tarjetas de crédito y el consumo suntuario fácil ha terminado. Se acabó la fantasía infantil de tener casas, autos y productos de lujo en un abrir y cerrar de ojos, con sólo estampar una firma.
Pero lo más grave de todo este delirio que estremeció a Estados Unidos y a Europa y repercute en otras partes de planeta son las consecuencias de esta sociedad de consumo que produce cosas inútiles para inundar los mercados. Sólo algunos sectores de la oposición y mentalidades ecologistas han venido alertando contra los efectos desastrosos para el medio ambiente mundial de este desatado mundo de consumo que en menos de medio siglo está a punto de provocar una catástrofe ecológica. ¿Hacia dónde se llevan los desechos de la sociedad de consumo, hasta cuándo podrán resistir los mares la pesca indiscriminada y los aires la contaminación dejada por aviones, autos e industrias?
En los recodos de urbes y provincias proliferan, escondidas, casi secretas, las colas donde centenares de miles de familias que no tienen nada que comer acuden para recibir una sopa ofrecida por organizaciones caritativas. El fenómeno no sólo afecta a los viejos precarios sino a los adultos desempleados y millones de jóvenes que no acceden al empleo. Algunos países latinos, donde hay un poco de mayor solidaridad familiar, atenúan la miseria de los suyos, pero donde el capitalismo individualista y frío reina el excluido termina en la más absoluta soledad, la marginalizacion, el alcoholismo o la locura.
Y mientras todo esto ocurre sigue la privatización de la empresas estatales, la deslocalización de fábricas hacia países asiáticos emergentes o de otras periferias donde los mismos servicios o productos son hechos en condiciones de semi-esclavitud, con salarios de miseria. El obejtivo es claro : las máquinas reemplazarán a los seres humanos en los países del Primer mundo y la producción se traslada allí donde el trabajador es un zombie, como en China, donde reina ese oprobioso régimen supuestamente comunista que merece los elogios de la plutocracia mundial y nos quieren vender como la potencia del futuro. O sea el mundo contado en 1984 por George Orwell y visto en la película Metrópolis de Fritz Lang. Un mundo capitalista a ultraza donde el ser humano no vale nada y todo es producir, consumir y acumular dinero para unos pocos.
Se suele creer que los países del llamado Primer mundo, a donde llegan los desesperados inmigrantes pobres de la periferia en busca de una vida mejor, son paraísos de donde la pobreza está excluida. Pero basta vivir dentro de esos grandes espacios de abundancia y consumo para descubrir la cara oculta de la exclusión, escondida en los instersticios de estas jaulas de oro que relegan a suburbios y sótanos la miseria reinante en amplias capas de la población.
Ahora que Europa se ve sacudida con fuerza devastadora por los efectos de la crisis mundial desencadenada por la avaricia del capitalismo salvaje mundial y su voraz deseo de ganar dinero a toda costa por medio de infames trampas y mentiras, saltan a la vista los problemas contenidos por la demagogia y la soberbia ambiente de los gobiernos. Gran Bretaña, Francia, Italia, España y Portugal están endeudados hasta el cogote y Europa como un todo descubre el derroche fabuloso de subvenciones, primas y exenciones impositivas que premiaban a los más ricos y a las grandes empresas bajo el pretexto de que generaban empleo y riqueza, dejando las arcas vacías de los países.
La Unión Europea, dominada por los partidos de derecha en alianza con la socialdemocracia, construyó antes de las crisis mundial de hace dos años un modelo donde ha reinado la plutocracia, el arribismo y el mercado libre a ultranza. Poco a poco los países privatizaron las empresas estatales de servicios, entregando la población a la voracidad de multinacionales sin escrúpulos que chupan como vampiros el dinero a las clases medias y pobres con facturas cada vez más exageradas de servicios bancarios, telefonía, energía, gas, agua, televisión y servicios de salud. Al mismo tiempo los estados, a través de los impuestos al consumo sustraen más dinero al pobre consumidor, atrapado en el delirio de vivir por encima de sus posibilidades para responder a un imaginario de glamour televisivo que quiere hacer de todos play boys, top models o millonarios de lujo
. La europea es una sociedad arribista de donde se ha ido desterrando poco a poco el humanismo que con tanta dificultad lograron construir generaciones de altruistas sobrevivientes en el siglo XX de las guerras mundiales provocadas por la plutocracia. Hasta hace poco incluso el economista inglés John M. Keynes, cuyas recetas ayudaron a sacar al mundo de la crisis mundial de 1929, era considerado un loco pasado de moda, casi un marxista. En vez de generar empleo y dar un sentido a la vida de millones de personas, la privatización de los servicios y la remodelación industrial ha lanzado a las calles a millones de seres humanos y a otros los mantiene en la semi-esclavitud de los contratos temporales. En Francia la sociedad comienza a alarmarse por los suicidios en serie de los trabajadores en las empresas estatales que fueron privatizadas, llevados a la fatal determinación por las nuevas técnicas de management donde el ser humano es sólo una cifra productora de ganancias. La crisis todavía no es tan grave gracias a las amenazadas conquistas de los sindicatos franceses en un siglo de lucha.
En Grecia, España, Portugal y otros países periféricos de la Unión Europea o de la Zona Euro la población está desesperada. Como ocurrió en muchos países del Tercer Mundo, que como Argentina y México ingresaron de súbito en el sueño del ultracapitalismo neoliberal y luego quebraron de manera estrepitosa, los altos poderes financieros ofrecieron crédito fácil a las clases medias y bajas que cayeron en la trampa de las tarjetas de crédito y los préstamos hipotecarios leoninos. En España le hicieron creer a toda la población que había que tener casa propia sin importar los precios y millones de personas acosadas por la propaganda se endeudaron sin poder responder en momentos de crisis.
Las fieras de la industria de la construcción y los faraones de las empresas inmobiliarias españolas construyeron locamente en todas partes, acabando con playas y zonas idílicas, y luego vendieron y desaparecieron del mapa tras inundar los bancos y las bolsas del mundo de títulos basura. Años después la gente se ve obligada como ha ocurrido en Estados Unidos a devolver sus propiedades avaluadas a un precio menor y en muchos casos incluso quedando endeudados. El sueño de las tarjetas de crédito y el consumo suntuario fácil ha terminado. Se acabó la fantasía infantil de tener casas, autos y productos de lujo en un abrir y cerrar de ojos, con sólo estampar una firma.
Pero lo más grave de todo este delirio que estremeció a Estados Unidos y a Europa y repercute en otras partes de planeta son las consecuencias de esta sociedad de consumo que produce cosas inútiles para inundar los mercados. Sólo algunos sectores de la oposición y mentalidades ecologistas han venido alertando contra los efectos desastrosos para el medio ambiente mundial de este desatado mundo de consumo que en menos de medio siglo está a punto de provocar una catástrofe ecológica. ¿Hacia dónde se llevan los desechos de la sociedad de consumo, hasta cuándo podrán resistir los mares la pesca indiscriminada y los aires la contaminación dejada por aviones, autos e industrias?
En los recodos de urbes y provincias proliferan, escondidas, casi secretas, las colas donde centenares de miles de familias que no tienen nada que comer acuden para recibir una sopa ofrecida por organizaciones caritativas. El fenómeno no sólo afecta a los viejos precarios sino a los adultos desempleados y millones de jóvenes que no acceden al empleo. Algunos países latinos, donde hay un poco de mayor solidaridad familiar, atenúan la miseria de los suyos, pero donde el capitalismo individualista y frío reina el excluido termina en la más absoluta soledad, la marginalizacion, el alcoholismo o la locura.
Y mientras todo esto ocurre sigue la privatización de la empresas estatales, la deslocalización de fábricas hacia países asiáticos emergentes o de otras periferias donde los mismos servicios o productos son hechos en condiciones de semi-esclavitud, con salarios de miseria. El obejtivo es claro : las máquinas reemplazarán a los seres humanos en los países del Primer mundo y la producción se traslada allí donde el trabajador es un zombie, como en China, donde reina ese oprobioso régimen supuestamente comunista que merece los elogios de la plutocracia mundial y nos quieren vender como la potencia del futuro. O sea el mundo contado en 1984 por George Orwell y visto en la película Metrópolis de Fritz Lang. Un mundo capitalista a ultraza donde el ser humano no vale nada y todo es producir, consumir y acumular dinero para unos pocos.