Por Eduardo García Aguilar
"Todo
para mi ha sido una magnífica y preciosa experiencia", dijo con firmeza
Maruja Vieira al ser condecorada esta semana por el canciller Alvaro
Leyva en una ceremonia celebrada en su apartamento de Bogotá con la
Orden Nacional al mérito en el grado de Gran Cruz.
En
presencia de su hija, la también poeta Ana Mercedes Vivas, amigos y
funcionarios, la autora de Campanario de Lluvia y Los poemas de la
ausencia, prologado por Baldomero Sanín Cano, con claridad diáfana
aparecía en ese instante como la enérgica y excepcional sabia de la
tribu, a quien el don de la longevidad le ha sido otorgado para
fortalecernos, darnos esperanza y llevarnos a puerto en medio de las
tempestades.
Maruja
estaba vestida de negro, muy elegante, lo que resaltaba el bello cordón
púrpura de bordes blancos de la orden que cruzaba su pecho, así como la
flor estrellada del mismo color que acompaña al galardón y se coloca a
un costado como una estrella.
El
reconocimiento en esa sencilla ceremonia íntima a esta gran poeta
colombiana del siglo XX y el primer cuarto de siglo XXI, quien cumplió
cien años de edad en diciembre pasado, nos mostró a una poeta que con
lucidez recitó de memoria uno de sus bellos poemas dedicados al rey loco
de Baviera, quien delira junto a un lago esperando la muerte y después
dio las gracias por la presea otorgada en honor a una vida dedicada
totalmente a la poesía y al bien.
Maruja
Vieira nació en Manizales el 25 de diciembre de 1922 y de niña fue
testigo especial desde el balcón de su casa situada en el Parque Caldas
de los incendios que devastaron parte de la ciudad y significaron un
hito histórico y una oportunidad también de rehacerse y fortalecerse
gracias al esplendor arquitectónico y la osadía de la construcción de la
enorme catedral neogótica diseñada por el francés Julien Polty y
construida por la compañía de los italianos Papio y Bonarda, así como de
múltiples edificios, mansiones, palacios y casas que hoy hacen parte
del Centro histórico.
En
alguno de esos poemas evoca esas llamas y la zozobra vivida por los
habitantes y en otro texto alcanza a rescatar de su memoria la actividad
de su padre y el hermano, el intelectual, político y pensador Gilberto
Vieira en esas jornadas drámaticas donde muchos ciudadanos acudían a
tratar de conjurar la tragedia y apagar las llamas que amenazabn con
arrasarlo todo para siempre y regresaban a casa oliendo a humo.
Siempre
he pensado que Maruja Vieira se vio de niña confrontada por destino a
ese apocalipsis ígneo de la ciudad y que por ello, como los grandes
sabios griegos, asiáticos, nórdicos, africanos, americanos o
mediorientales acumula en su energía un poder curativo y mágico. También
después Maruja se enfrentó a otros apocalipsis sin fin sucedidos en
Colombia, país al que ha sido fiel a lo largo de su vida, donde ha
trabajado y luchado por los derechos de la mujer y de la humanidad
entera, acompañándonos con su excepcional serenidad de palabra y
corazón.
María
Vieira White, que a sugerencia de su amigo el gran poeta Pablo Neruda
cambió su nombre por el de Maruja, pertenece a una notable generación de
grandes autores nacidos alrededor de los años 20 del siglo pasado,
entre los que figuran Elisa Mújica, Meira del Mar, Dora Castellanos,
Alvaro Mutis, Manuel Mejía Vallejo, Héctor Rojas Herazo, Jorge Gaitán
Durán, Eduardo Cote Lamus, Pedro Gómez Valderrama y Fernando Charry
Lara, entre muchos otros, de la cual ella es la única sobreviviente.
Todos
ellos fueron gente de bien, humanistas, amantes del arte, alertas
observadores de los conflictos nacionales y mundiales y trabajadores en
las disciplinas y oficios que ejercieron para ganarse la vida con
honradez. Maruja compartió con ellos y otros hombres y mujeres de antes
de su generación, como Matilde Espinosa, el genial León de Greiff, los
piedracielistas Eduardo Carranza y Jorge Rojas, o el moderno Rogelio
Echeverría y en la Bogotá de entonces recibió y compartió con figuras
literarias que llegaban a Colombia.
Vivió
la tragedia del 9 de abril como funcionaria de la empresa J. Glottman,
con la que trabajó muchos años, y después a lo largo de las décadas fue
testigo de los aciagos años de la violencia, el narcotráfico, la
corrupción y los conflictos y las luchas sociales a lo largo del siglo
XXI, a las que siempre estuvo atenta. Ha vivido en varias ciudades del
país y también trabajó temporadas en Venezuela, antes de desempeñarse en
las instituciones culturales del país. De sus viajes por el mundo se
refiere en varios poemas inolvidables.
Por
eso Maruja brilló en esta ceremonia simbólica organizada por la
Cancillería colombiana como la fuerza de una Colombia que debe ser
irrigada siempre por "esa palabra que nunca es guerra, que nunca es
muerte", como dijo en su alocución el canciller Leyva frente a ella,
sentada en su trono de tiempo y de luz.
Busquemos
ahora los poemarios de Maruja Vieira, léamolos en silencio, pensemos en
las luchas de esta mujer colombiana que desde la atalaya de un siglo
nos reconcilia con la poesía, el tiempo, la tempestad y la noche
estrellada.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 10 de septiembre de 2023