Buenos
días tristeza (Bonjour tristesse, 1954), de la francesa François Sagan,
es una de las novelas más famosas de la segunda mitad del siglo XX,
pues introdujo de repente a la literatura de su país en la modernidad
iniciada en los años 50, cuando también empezaba a reinar su contraparte
cinematográfica Brigitte Bardot, convertida en heroína nacional,
símbolo sexual global y la mujer más deseada y emancipada del mundo.
Sagan
(1935-2004) publicó el libro a los 18 años y se volvió desde entonces
en una imagen de marca del país y una celebridad elogiada por su talento
y los escándalos por su alcoholismo y vida caótica, tanto que aunque
fue un imbatible best-seller a lo largo de su vida, terminó en la
miseria, acogida por una millonaria amiga que la protegió hasta su
muerte. Su imagen poco agraciada aparecía en las portadas de revistas
como París Match y su figura era disputada en los salones de alta
burguesía bohemia y la farándula, como la propia Bardot o la cantante
Françoise Hardy. Sagan tuvo graves accidentes automovilísticos y se
conocía su adicción al juego, las drogas, el sexo y el ocio.
Los
presidentes se disputaban su amistad, como François Mitterrand, gran
lector y erudito que estaba deslumbrado por su talento narrativo, hasta
al punto de llevarla como invitada en su corte casi monárquica durante
una visita a Colombia, donde la escritora se escapó de la comitiva y
estuvo a punto de morir por una sobredosis de cocaína y alcohol, por lo
que fue trasladada en coma en un avión de urgencia de regreso a París.
En
sus libros contaba las cuitas de una muchacha durante las vacaciones en
la Costa Azul, que debe compartir con su padre, un Don Juan asumido y
la joven mujer del momento. Esa visión novedosa y alerta de la
adolescente burguesa llenaba de luz a una nueva generación que dejaba
atrás para siempre los recientes tiempos de la ocupación alemana, la
guerra mundial, la escasez y la miseria.
Al
mismo tiempo que irrumpía el existencialismo de Jean Paul Sartre y
Simone de Beauvoir al ritmo del jazz de Miles Davis y las canciones de
Boris Vian, Francia entraba en un periodo de largas décadas de
prosperidad y volvía a convertirse en el centro de la moda con Yves
Saint Laurent y la cultura pop, un modelo de fiesta, emancipación de la
mujer y libertad sexual desbordada. A un lado estaba la bella Brigitte
Bardot, que cambiaba de hombres como de camisetas, y al otro la fea
Sagan que en sus libros describía a esa generación de jóvenes
despreocupados que pasaban la vida en las discotecas y las playas, al
mismo tiempo que surgía la Nueva ola del cine de Jean-Luc Godard y Eric
Rohmer y la Nueva Novela de Alain Robe-Grillet, Nathalie Sarraute y
Claude Simon, entre otros.
Sus personajes, como en la novela La mujer pintarrajeada (1981), se enfrentan al abismo
de la modernidad, a la libertad de los cuerpos, la angustia de la
soledad, al fin de las relaciones estables y eternas que duran hasta que
la muerte nos separe. Esa inestabilidad que ella vivió a fondo y la
llevó a las adicciones, es el mundo que relata con gran inteligencia a
través de diálogos y situaciones memorables que quitan la respiración al
lector y a veces lo sumen en la misma incertidumbre existencial.
Los tiempos de Sagan, que como Proust fue periodista de farándula, fueron décadas de diversión animados por las figuras de Alain Delon y Jean Paul Belmondo, y auge editorial, periodístico, cinematográfico y musical en los que flotó la figura de esta mujer talentosa de escritura ágil e inconfundible estilo. La autora tenía ese don extraño que caracteriza a los grandes novelistas capaces de atrapar a los lectores mediante una escritura incisiva que no solo sabe describir paisajes y ambientes, sino comunicar las angustias, miedos, auges y caídas de hombres y mujeres que deben lidiar con una libertad amorosa y existencial que las generaciones anteriores desconocían.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 1 de junio de 2025.