Por Eduardo García Aguilar
La foto dramática del niño migrante Aylan
Kurdi hallado muerto en una playa turca luego de que sus manitas se
desprendieran de las de su padre y se ahogara en aguas del Mediterráneo,
desencadenó una reacción continental ante la tragedia del éxodo de millones de
personas que huyen de las múltiples guerras que afectan el Medio Oriente, el
continente africano y regiones asiáticas.
Ya son miles los ahogados en los últimos
años en aguas del Mediterráneo, cuando las precarias embarcaciones en las que
se hacinan con la ilusión de tocar costas europeas naufragan ante la
indiferencia de Occidente, en parte responsable de las guerras desatadas en
esas regiones por la codicia plutocrática y las políticas bélicas erráticas,
como las ocurridas en Irak o Libia.
A esos muertos se agregan yemeníes, etíopes,
sudaneses, chadianos, nigerinos, libios, tunecinos que huyen de otros ejércitos
yihadistas como Boko Haram o de guerras civiles y atraviesan los desiertos
saharianos por donde transitan hacia Libia o los que han quedado atrapados en
zonas de Irak o Siria dominadas por los fanáticos salafistas del Ejército islámico,
que ahorca, lapida, fusila, incinera o decapita a quienes consideran infieles
a los preceptos del Corán.
Millones de sirios de diversas
obediencias están en campamentos turcos, kurdos, libaneses. Son familias de clase
media arruinada, gente trabajadora, que abandona todo para huir de la muerte
con sus hijos en busca de otra oportunidad sobre la tierra, tal y como ocurría
con la familia del Aylan, cuyo cuerpecito inerme se convirtió en el símbolo de
este terrible drama contemporáneo mundial.
Porque el éxodo no se da solo en esas regiones
asiáticas, africanas y mediorientales en guerra sino también en nuestro continente latinoamericano, donde bajo
la apariencia de gobiernos democráticos se da el éxodo de la población en países
como Colombia, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México, asediada
por las fuerzas del orden coludidas con bandas criminales, cárteles de droga y
mafias de toda índole.
Se olvida que solo en Colombia ya son
millones de desplazados que huyeron a otros países de la región y del mundo en
busca de oportunidades, a los que se agregan los desplazados interiores que
nutren tugurios y suburbios precarios de las ciudades, zonas sin ley donde
reina la muerte, lejos de los barrios de ricos que en cada ciudad son cotos
vigilados y aislados del resto de la población, y donde las clases altas y los
mafiosos practican la política del avestruz.
En los países centroamericanos limítrofes
con México el drama es mayúsculo. Son países sin ley dominados por la corrupción
y las bandas criminales, las famosas “maras” asesinas que reclutan jóvenes para
robar y matar. De la pobreza huyen cientos de miles de jóvenes hacia el norte
en buses o subidos a los trenes en largos viajes por el gigantesco y peligroso territorio
mexicano, en cuyas rutas encuentran muchas veces la muerte.
La frontera de Estados Unidos, donde
reina un muro, es también asaltada por esas poblaciones centroamericanas y
mexicanas y de otros países del mundo que sueñan con llegar a ese país en busca
de trabajo o de la compañía de familiares que ya ingresaron con antelación. El
mundo se ha convertido entonces en una gigantesca ratonera, un barco ebrio,
loco y perdido en medio del mar, a donde se suben los miserables que deja la
guerra librada a cielo abierto por las grandes potencias que conquistan los recursos
naturales del planeta y los territorios por donde transitan.
La imagen de ese niño tierno tirado como desecho
en una playa turca fue el símbolo que desbordó por un momento el vaso de la indiferencia.
Centenares de benévolos alemanes se volcaron en Munich a la Estación central
para recibir miles de migrantes que llegan en trenes, ofrecerles comida,
abrigo, orientación, juguetes a los niños y una sonrisa de amistad.
Porque hasta ahora la población europea
veía a esos migrantes con desconfianza, como si fueran algo abstracto, bichos,
alimañas, ratas, animales sin rostro, cuando son familias jóvenes, gente de
bien que ha dejado casas, negocios, enseres, para escapar a la muerte decretada
por los ejércitos de todo tipo, tanto los bombardeos occidentales como los
fusiles y las horcas del fanatismo islamista.
Desde los tiempos de los tiempos de la
Segunda Guerra Mundial no se veía un éxodo bíblico de tal magnitud. Es un éxodo
imparable que no parece tener solución, mientras los grandes consorcios y
capitales financieros y los magnates del mundo siguen engordando sus capitales hasta
el infinito e incrementando la miseria de miles de millones de humanos
periféricos.
Y aunque hay fuerzas neo nazis,
conservadoras, godas, que vociferan en contra de los migrantes que llegan a
Europa porque los suponen amenaza contra una supuesta raza o civilización autóctona
blanca y milenaria, se ha visto también una ola de solidaridad en personas de
todas las edades que se acerca a los campamentos europeos a mirar a los ojos a
esos jóvenes africanos y mediorientales, parejas con niños tiernos y sonrisa
llena de futuro, para darles un nombre y ayudarlos.
Esa misma ola de solidaridad europea
reciente debería darse en América Latina, en Colombia, México, Centroamérica,
en Los Andes, llegar a esos barrios de ricos apertrechados entre lujos
custodiados por el ejército, ahítos de acumular y conservar privilegios y tierras
y el Apartheid racial y de clase que les suministra servidumbre barata. El
mismo éxodo se da en Colombia día a día en las capitales y en Chocó, Cauca, Nariño,
Guajira, Tolima, Llanos, ante la indiferencia
casi general.
En Colombia han muerto miles de niños
como Aylan Kurdi acribillados, violados, tasajeados a lo largo de un siglo por
pájaros, chulavita, paramilitares, hacedores de falsos positivos, guerrillas,
cárteles o por el hambre y el olvido.
Como en los viejos tiempos ocurría con los
famosos gamines abandonados por la guerra, hoy hay millones de niños Aylan
Kurdi colombianos, centroamericanos, mexicanos desplazándose de un lado para
otro, de Venezuela a Colombia, de Guatemala a Guatepeor, mientras los líderes
vociferan e incendian, siembran el odio y la guerra con sus miradas de sicópatas
insaciables, cuyo único objetivo es conservar privilegios, dinero, oro, lujo, tierras,
mansiones, servidumbre. Por eso el ángel
Aylan Kurdi, ahogado y tirado en una playa turca, es el símbolo del fracaso de
la humanidad y del homo sapiens, el más cruel animal que ha producido la
tierra.