sábado, 11 de mayo de 2024

LOS BARRIOS MARGINALES DE MANIZALES

Por Eduardo García Aguilar

Cuando terminaba el bachillerato, una de las más emocionantes experiencias fue dar clases de albabetización para adultos en los barrios marginales de la ciudad, situados por lo regular en precipicios y barrancos que daban hacia abismos y que en ese entonces, y tal vez en la actualidad, solo saltaban a la fama cuando ocurría un deslizamiento y morían familias enteras arrastradas por el pantano y la tierra removidos por los aguaceros andinos.

Nuestra generación y otras anteriores y posteriores, han estado caracterizadas en nuestro país por tener una conciencia social que despierta desde la infancia cuando quienes tuvimos la fortuna de no carecer de nada nos enfrentábamos por primera vez al dolor de la pobreza generalizada y la romería nocturna de niños, mujeres o ancianos que tocaban en las puertas de nuestras casas para pedir los "sobraditos", en diminutivo.

Lo que más me impresionaba era que casi nunca se veían los rostros de quienes esperaban en silencio y en la noche junto a la puerta a que la madre o la abuela llegaran con la comida caliente que siempre les ofrecían. Esa misma escena ocurría en casi todas las casas de la "ciudad de arriba", lo que muestra la magnitud del hambre y la pobreza escondida desde siempre en los barrios periféricos de las hondonadas del norte, junto a la quebrada de Olivares, o más abajo de Hoyo Frío y las laderas del sur que bajan al río Chinchiná.

Empecé a visitar esos lugares de día, cuando con mi amigo León Duque y los hermanos Buriticá y otros compañeros de la infancia nos aventurábamos a correr con nuestras ruedas de caucho hacia aquellos alejados lugares del norte en cuyas laderas se olía el cisco de la Trilladora de café o el aroma de la cerveza que fluía hacia los precipicios desde la fábrica situada en El Carretero o más allá del barrio San José o de la estación del Ferrocarril, entonces ya abandonada y en ruinas.

Así algunas veces llegamos al famoso puente de Olivares, lugar de leyendas y fantasmas de suicidas, al que se accedía por los caminos de La Avanzada, zona sulfurosa de tolerancia y malevaje que suscitaba todo tipo de especulaciones. Y en otras ocasiones nos aventurábamos a recoger musgo en el Monte de León, que ahora casi ha sido devorado del todo por el cemento y la urbe, o llegábamos a un lejano barrio aparte, Minitas, situado cerca del matadero, a donde acudían los arrieros con el ganado subiendo las empinadas lomas desde el barrio Asunción, como en los tiempos de la colonización.

Ya más grandes, cuando se avanzaba en el bachillerato, descubrimos otros barrios del sur situados en las hondonadas que daban a Villamaría o al Morro de San Cancio, barrios recientes surgidos de invasiones, cerca de Fátima  o Aranjuez, a donde llegábamos a presentar las obras de teatro que montábamos con Antonio Leyva y Pedro Zapata, una de ellas, Soldados, basada en un texto del barranquillero Alvaro Cepeda Samudio.

Gracias a la efervescencia internacional provocada por el Festival Internacional de Teatro Universitario y al auge del arte comprometido en boga entonces, pudimos conocer uno a uno todos esos lugares marginales donde nos presentábamos y conocimos así la otra cara siempre oculta de Manizales, los rumbos de más allá de la fábrica de tejidos Única o la lejana cárcel blanca, donde actuamos para los presos.

Y ya animados por la emoción inigualable e inolvidable de sentirse útil en la sociedad al enseñar a leer y escribir a adultos atentos, mujeres y hombres ancianos de miradas profundas y tiernas, rostros marcados por el trabajo, el sol, el sufrimiento y la pobreza, una noche caímos en una redada al acudir de madrugada a presenciar una invasión en alguno de esos precipicios que daban hacia Villamaría, por lo que mi primo Olmedo Pineda García me dice, bromeando y señalándolos con la mano izquierda mientras conduce, que soy uno de los fundadores de esos barrios.

Unos diez imberbes muchachos amantes de la poesía y el teatro fuimos capturados por el ejército y encerrados varios días con sus noches en dos calabozos pútridos de la Permanencia de Hoyofrío, de donde nos sacó por fin después de una angustiante espera y cuando en la radio nos acusaban de ser peligrosos terroristas y guerrilleros, el alcalde Ernesto Gutiérrez Arango, quien conocía mundo y sabía bien que éramos solo unos niños que soñábamos con un país mejor sin tanta injusticia y miseria.

Más tarde, cuando con mis amigos Carlos Eduardo Hoyos Gómez y Alberto Giraldo fundamos en el Colegio Gemelli el periódico Conflictos, nos atrevimos a hacer un reportaje nocturno en la zona de tolerancia de Arenales, junto al bailadero Tico Tico o el legendario bar del marica Alberto, a donde nos internamos en algún prostíbulo para entrevistar, con la autorización irónica de la dueña del antro, a jóvenes menores de edad que se prostituían y a las que pensábamos sacar de ahí y redimir con la inocencia febril y utópica de la adolescencia. No olvidaré nunca la mirada de esa muchacha con la que hablé en Arenales, ni el rostro oculto de quienes pedían comida en la puerta, ni la mirada profunda de los adultos analfabetos sedientos de letras. ¿Qué habrá sido de todos ellos?
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 12 de mayo de 2024.

sábado, 4 de mayo de 2024

LA CASA DE LAS BRUJAS Y TEQUILA COXIS


Por Eduardo García Aguilar

Unos años después de llegar a la Ciudad de México y cuando comenzaba a publicar uno tras otro varios libros, entre ellos novelas, relatos y poemarios,  cumplí el extraño sueño irrealizable de vivir en uno de los edificios más misteriosos y bellos de la capital mexicana, enclavado en la antigua colonia Roma y situado en la plaza Río de Janeiro, en cuyo centro arbolado hay un estanque y una reproducción del David de Miguel Ángel.

Abigarrado edificio de varios pisos construido por un arquitecto y constructor británico en ladrillo rojo como los castillos antiguos, tenía una torreta central rematada por una cúpula aguda de tejas oscuras y cuatro torretas del mismo estilo que le daban la apariencia de un edificio de película de vampiros con sede en Londres.

Allí en su tiempo y su juventud vivió el escritor Carlos Fuentes con su esposa, la gran actriz Rita Macedo, y es escenario de la novela El desfile del amor del Premio Cervantes Sergio Pitol, con la que obtuvo el Premio Herralde, y quien residió allí un año para asegurarse de que su narración de espionaje, situada en tiempos de antes y después de la Segunda Guerra mundial, fuera verosímil.

En un barrio lleno de museos, galerías, bibliotecas, palacetes de instituciones, cruzado por avenidas construidas al estilo europeo y pleno de árboles y plazas hermosas, vivían artistas, eruditos, sabios, familias añejas, magnates y jóvenes estudiantes y artistas locos que poblaban los cafés nocturnos y hacían la fiesta hasta altas horas de la noche.   

Albergó diplomáticos en las primeras décadas del siglo XX, pero en 1942 fue restaurado y convertido en su interior en una gran construccion de estilo Art Deco, por lo que sus lujosos apartamentos y estudios con amplias bañeras y acabados preciosos en madera y mosaicos, eran codiciados. Sobrevivió a la Revolución mexicana y a varios terremotos terribles como el de 1985, que experimenté ahí mientras veía como se desmoronaban los edificos modernos. Aun está en pie, enhiesto, bello y orgulloso y sigue siendo codiciado por las nuevas generaciones bohemias que sueñan con vivir en un sitio cargado de historia, misterio y leyenda.

Como esperaba el nacimiento de mi única hija, buscaba con afán un apartamento y tuve la suerte de que mi amigo el poeta mexicano Guillermo Fernández, traductor de decenas de libros de poesía y literatura italiana, convenciera al encargado del edificio, el generoso y amable bailarín Juan Medellín, de alquilarnos a nosotros el mejor apartamento, el situado en el segundo piso, en la esquina de la torreta gótica frente a la plaza, pese a que mucha gente hubiera dado la vida por obtenerlo.

El apartamento tenía una sala amplia, dos habitaciones y un estudio espléndido que daba a la plaza, donde escribí varios libros, entre ellos Bulevar de los héroes y Llanto de la Espada y muchos artículos para diversos medios mexicanos. Era una delicia escribir en ese lugar de sueño y mis amigos  mexicanos cuentan y recuerdan que en las noches y las madrugadas capitalinas escuchaban el incesante tecleo de mi máquina de escribir, cuando amanecía redactando y delirando con el ímpetu de tener apenas 30 años. Entre mis vecinos estaban el poeta Mario del Valle, director de la editorial Papeles Privados, el escritor Vicente Quirarte y Eduardo Vázquez Martin, quien después sería secretario de Cultura de la Ciudad de México. Pero en el edificio de unas cincuenta viviendas vivían también pianistas, pintores, bailarines, matemáticos, aristócratas arruinados, funcionarios, académicos y cantantes de ópera. 

La treintena es una de las edades más fogosas y creativas para todos los seres humanos en el campo que sea: finanzas, música, arte, arquitectura, medicina, física, ciencia, antropología, arqueología, geología, astronomía. En esa década las neuronas están en su mejor momento y la persona no es ni el adolescente inseguro o el jovencito inexperto, sino ya una criatura formada que es lo que será.

La Roma, donde vivió en la Avenida Alvaro Obregón el poeta nacional zacatecano Rafael López Velarde y en cuyo honor se creó ahí la Casa de Poesía que lleva su nombre, es un barrio porfiriano poblado de mansiones, palacetes, y cuando viví allí aun pervivían confiterías, cafeterías y pastelerías de las más exquisitas de la ciudad, como la centenaria Dulcería Celaya o La Bella Italia, donde se vendían los mejores helados. O sea que vivir y deambular por sus calles era como residir dentro del sueño.

Mucho tiempo después quise hacer un homenaje a la amada ciudad de México, donde viví más de tres lustros inolvidables, con una novela que se situara en parte en ese edificio contado por Pitol y Fuentes en los tiempos de la época del cine de oro mexicano. Parte de la trama y el desenlace de la novela se da ahí en ese palacete y la protagonista es una acriz colombiana imaginaria que vivió allí en los tiempos de gloria de Dolores de Río, María Félix, El Indio Fernández, Jorge Negrete y Pedro Arméndariz y tantas otras estrellas de la patalla grande que encendieron y animaron todos los cines de las ciudades latinoamericanas desde Tijuana hasta la Patagonia.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 5 de mayo de 2024.