La foto del padre Camilo Torres en la primera plana de los periódicos me impresionó para siempre en ese lejano febrero de 1966, cuando, niño aún, supe que lo habían matado a los 37 años de edad, el 15 de ese mes, en un combate en Patiocemento, en las montañas de San Vicente de Chucurí. Han pasado 45 años y las cosas han cambiado muy poco en el país, que vive inmerso en sus mismas obsesiones bajo el mando de los nietos de los líderes de entonces, como si el tiempo estuviera estancado en un círculo vicioso adorador de Tánatos.
Desde mi visión de niño veo como la gente mayor tenía los diarios abiertos y leía en silencio la noticia que cerraba el corto y delirante sueño político de un nuevo liderazgo popular, tres lustros después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948. El cura muerto tenía los ojos semiabiertos, opacos, de pez ido, de ciego, hacia la nada. En la foto de los diarios se veía la boca entrabierta del cura, los dientes aparentes y el rostro inexpresivo en la paz de la inercia. Y el cabello ensortijado negro y la barba desordenada aferrándose a su cara de angel caído, Lucifer defenestrado desde las alturas. Diablo. Angel. Diablo. Angel.
Otra foto de lado, con los brazos abiertos de crucificado, dejaba ver la sangre mezclada a su barba y sus cabellos ensortijados y el perfil de muchacho perdido, de niño bien de la clase alta bogotana, que excepcionalmente se había entregado a los pobres, lejos de mamá Isabel, sin el aura que le daba el traje clergyman, la pipa de sociólogo graduado en Lovaina o las poses oratorias de impactante líder nacional. El cura guerrillero, fundador del Frente Unido en 1965 , había cometido el terrible e ingenuo error de irse a la boca del lobo de la guerrilla, como lelo, hipnotizado por la moda que incendiaba al continente y tendría su clímax con la muerte en 1967 de otro niño bien, el Che Guevara.
Los políticos capitalinos de traje negro y sombreros Stetson y los obispos con báculo, celebraban al unísono felices junto a la Plaza de Bolívar el fin de la guerrilla en Colombia. Los líderes del Partido Liberal o del Partido Conservador aliados en el Frente Nacional, se sucedían en la radio emocionados para celebrar el suceso, la muerte de este cura idealista que, ahora en el siglo XXI, cuando escribo 45 años después de su sacrificio inútil, ya casi nadie recuerda.
En un semestre su fama nacional, ya bastante sólida desde hacía unos años tras su regreso de Lovaina, se acrecentó vertiginosamente y el hecho de que fuera cura y profesara la religión católica lo hacía aún mucho más peligroso a los ojos del establecimiento. Para la clase dirigente era mucho más fácil cuestionar y perseguir a forajidos marxistas leninistas que a un cura cuyo ideario era ser un « profesional del amor ». Se volvió un líder carismático y a donde iba encontraba centenares de seguidores y tumultos y miles y miles de personas de todas las capas del pueblo dispuestas a seguirlo, a trabajar para la causa del Frente Unido. Obreros, campesinos, sindicalistas, artesanos, maestros, pequeños funcionarios, amas de casa, acudían a recibirlo a las ciudades y pueblos a donde llegaba.
En ese último semestre se aceleró su destino llegando al clímax, a su incorporación absurda a la guerrilla y a su muerte en el primer combate. De esos momentos quedan las fotos donde se le ve con el morral, la barba, el uniforme militar, como si fuese un miliciano de la revolución cubana, que era entonces desde hacía unos años el modelo de los idealistas revolucionarios más radicales latinoamericanos. En esas fotos se le veía perdido, iluminado, ingenuo, jugando al guerrillero como lo hicieron tantos otros miles de jóvenes colombianos de ese tiempo.
Todo eso fue un gran desperdicio, un gran delirio y la expresión local de ilusiones continentales luego de la victoria de los revolucionarios cubanos. Camilo Torres fue un personaje de su tiempo, un perfecto producto de su época desesperada. Unos con Stalin y los bolcheviques, otros con Mao Tse Tung y su reciente revolución cultural, otros con la Teología de la liberación o la reciente revolución cubana de Fidel Castro. Y al frente, en el contexto de la Guerra Fría, unos poderes implacables, codiciosos, afines a los terribles halcones norteamericanos, los mismos que matarían a Martin Luther King y propiciarían golpes de estado y terribles dictaduras como las del Cono Sur, auspiciadas por los tenebrosos agentes de la CIA.
¿Qué buscaba este cura ? En su Mensaje a los Cristianos, publicado en la primera edición del periódico Frente Unido el 26 de agosto de 1965, Camilo Torres dijo que “creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo. He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo en el terreno temporal, económico y social ». Pero esas palabras ya se las llevó el viento y sólo pertenecen a la historia y a sus analistas. Una historia que se repite sin cesar y de la que los colombianos nunca aprendemos nada. Sólo nos resta vivir esa gesta de novela en las biografías que escribieron Germán Guzmán Campos, Eduardo Umaña Luna y Joe Broderick y preguntarnos qué hubiera sido de él si estuviera vivo entre nosotros, ya anciano a los 82 años de edad, dos menos que su amigo Gabriel García Márquez.