La novela tuvo su gran auge en el siglo XIX en los mundos hispano, anglosajón, ruso y francés y ya en la primera mitad del
XX se extendió con fuerza a otros ámbitos exóticos y lenguas
minoritarias como las esteuropeas. En un mundo sin televisión ni cine,
la novela era una de las formas de viajar y entretenerse con mundos
paralelos, personajes inolvidables y largas sagas y aventuras humanas
plasmadas por enérgicos y protéicos autores que daban la vida por ello
con un trabajo desenfrenado, tal y como ocurrió con Balzac, Dumas, Zola,
Dickens, Twain, Dostoievski y Tolstoi. Y sus obras se publicaban por
entregas en los periódicos.
En
Colombia tuvimos grandes éxitos continentales como La María de Jorge
Isaacs, emblema de la literatura romántica, las novelas y panfletos de
José María Vargas Villa, el gran best-seller latinoamericano de su
tiempo y quien publicó cien obras que aparecían en periódicos y folletos
distribuidos masivamente en kioskos españoles, y para rematar, La
Vorágine, de José Eustasio Rivera, clásico de la literatura telúrica
latinoamericana.
Los países
latinoamericanos tienen sus clásicos novelísticos del siglo XIX y el
siglo XX, pero fue en la segunda mitad del siglo pasado cuando el género
tuvo el gran auge que lo llevó a atraer lectores en el mundo entero.
Jose María
Arguedas, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Rómulo Gallegos y Miguel
Otero Silva, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Juan Carlos Onetti
y Manuel Mujica Láinez y Julio Cortázar son algunos de esos nombres.
Es
probable que muchas de las obras de esos autores hoy serían rechazadas
por las editorales por no acomodarse al género comercial en boga de
literatura fácil, escrita con una prosa insípida de fácil acceso y con
temáticas autobiográficas o ligadas a temas populares o de actualidad
farandulera. Me imagino la cara que harían hoy las editoriales con
libros tan complejos como Paradiso de José Lezama Lima, Bomarzo
de Manuel Mujica Láinez, Rayuela de Julio Cortázar, El Aleph de Borges o
El otoño del patriarca de García Márquez, para mencionar solo algunos.
Editoriales,
agencias y talleres literarios indican ahora a los jóvenes que deseen
incursionar en el mundo de la novela una serie de reglas básicas para
tratar de tener éxito y lectores, por lo que poco a poco es la novela
negra, para adolescentes o policiaca la que domina el panorama con
argumentos e intrigas previsibles y de fácil lectura.
Los
formatos y las frases de las novelas deben ser cortos para no cansar al
lector y la dosificación de los capítulos amena, y si posible basada en
temas autobiográficos o de moda. Los libros que circulan hoy son
trabajados de antemano por agencias, gosth-writers o los editores
finales. O sea que el autor cree publicar su libro, pero no es suyo. Es
un autoengaño. Y a veces terminan creyéndose escritores o autoras. Está
en boga escribir novelas sobre personalidades famosas o de la farándula
de cada país, como Emiliano Zapata, Pancho Villa, Frida Kahlo, Pablo
Escobar, o en el caso de Argentina Evita Perón, Carlos Gardel, el Che
Guevara o Maradonna.
El
autor así entra al mercado con facilidad, pues las novelas basadas en
esos personajes históricos o de la farándula atraen de inmediato al
comprador seducido por la portada, donde aparecen los íconos del pasado o
el momento: León Trotsky, Daniel Santos, Marilyn Monroe, Elizabeth
Taylor, Lady Di o Celia Cruz, o algún dictador o presidente
latinoamericano grotesco. Así pululan novelas que ya traen en la
tématica el atractivo o el gancho comercial: novela de violencia, narco o
mafia, dictadura, tango, Hollywood, mambo, rock, salsa o reggaetón.
El
novelista se ha convertido así en un empleadillo que de antemano se
autocensura para ofrecer un
producto domado de baja calidad y no una
obra suya que traiga sus huellas dactilares, como sí ocurría con los
grandes autores y autoras del siglo XX en el continente.
En
lo autobiográfico se cuentan siempre tragedias de discriminación,
abuso, marginalidad, suicidios, crímenes pasionales heterosexuales u
homosexuales, historias cortas y lacrimosas contadas con prosa fácil y
en primera persona. En países afectados por el narcopoder, los temas de
moda son política, violencia, guerrillas, narcos o paramilitares y
preferible si están escritos con palabras soeces de injuria, mientras
más vulgares mejor, por lo que cualquier tema que aborde temáticas
humanas o estéticas se considera anómala o carente de interés.
Las
portadas de las novelas traen siempre una mujer semidesnuda en la
playa, un papagayo parado en un poste ante un paisaje tropical, un
racimo de bananos o cadáveres yacientes entre regueros de sangre. En
todo ese mundo reina el mal gusto, la falta de imaginación y los
efectismos fáciles de una narrativa de ínfima categoría. Un libro de
Borges, Marechal, Lezama Lima, Mujica Láinez, Mutis o Cortázar sería
considerado ahora obra de un loco.
¿Escribir
novelas para qué? Si es para ganar dinero lo más seguro es que la
decepción arrollará al aspirante, pues casi ningún novelista hoy puede
vivir de sus regalías, salvo tal vez los grandes best-seller
anglosajones que dominan el mercado mundial.
Debe
saber el autor que la novela es un género agonizante que ya fue
reemplazado por las series de Netflix, que de hecho pronto lanzará al
aire versiones de Pedro Páramo y Cien años de soledad.
Si
alguien utópico insiste en escribir novelas sin recurrir a un
ghost-writer, podría contentarse al menos con ser su propio y solitario
autolector, o sea el sueño profundo del gran Borges, quien decía que no
había que escribir para los otros sino para uno mismo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de mayo de 2023.