Por Eduardo García Aguilar
La literatura es por supuesto un asunto de escritura
y solo de escritura, pero en muchos casos la vida del personaje termina
por devorar al escritor, proyectándolo a la gloria por sus acciones más
descabelladas. Tal es el caso del japonés Yukio Mishima (1925-1970),
quien a los 45 años de edad, después de una vertiginosa carrera
literaria de dos décadas, se hizo el Hara-Kiri en público después de
intentar sublevar un regimiento y hacer un golpe para reivindicar las
tradiciones imperiales de su país, afectadas por la humillante derrota
en la Segunda Guerra Mundial.
Las grandes glorias literarias de la humanidad en
los últimos siglos escribieron magníficas obras, pero en muchos casos su
trascendencia se debe más que todo a que representaron en su momento a
un país, continente, lengua o cultura que requería consolidarse o
afirmarse frente a poderes hegemónicos en momentos cruciales de la
historia. A Byron se le recuerda por su lucha por la libertad griega
aplastada por el Imperio Otomano y su sacrificio romántico.
De igual forma se puede hablar de Shakespeare,
Montaigne y Cervantes, que representan la solidificación de una lengua o
de Goethe, Tolstoi, Victor Hugo, Walt Whitman, que terminan por
identificarse con una patria grande y son emblemas de la bandera
ondeante sobre los capitolios de sus grandes naciones. En otros casos el
sacrificio en plena juventud congela para siempre en una imagen mítica a
figuras como los españoles Federico García Lorca y Miguel Hernández,
víctimas de la guerra civil y del franquismo, o a Arthur Rimbaud, el
maldito que abandona la poesía antes de los 20 años y termina errante y
fracasado en las calcinantes tierras del Golfo pérsico.
El burgués Mishima vive joven la tragedia de su país
y madura literariamente sobre las ruinas de una patria vencida para
siempre después de su implicación en el Eje nazi-fascista y la explosión
apocalíptica de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Miles de años
de historia imperial quedaron entre el barro de la destrucción y el
nuevo amo trajo en sus maletas las costumbres de un mundo occidental
hedonista y ebrio que diluyó las rígidas tradiciones familiares y de
casta y los delirios de crueldad y sangre de los samuráis y los
kamikazes.
Sus antepasados medievales y los muy recientes
kamikazes se inmolaban y ofrendaban como mártires sus vidas al
Emperador, animados por la creencia de que en el más allá obtendrían una
vida paradisíaca entre almíbares, rodeados de inagotables geishas
candorosas, plenas de aromas sutiles. Así como ellos, en otros tiempos
los islamistas asesinos que describe Marco Polo en sus viajes, son
enviados como sicarios a matar los enemigos del tirano con la promesa de
encontrarse después del martirio rodeados para siempre de huríes en
parajes de sueño donde los ríos llevan miel, dátiles y elíxires, como
dicen las palabras del profeta Mahoma.
Mishima quiere restaurar el mundo milenario y su
sacrificio atroz, abriéndose el vientre y siendo decapitado por un
ayudante, como lo exige la tradición del seppuku, está impulsado por la
certeza de ese más allá liberador. Vivió desde su infancia y
adolescencia solitarias esa perturbadora pulsión de sangre y muerte,
anclada en un erotismo místico, esencial y devastador.
Igual que él han actuado a través de los tiempos los
soldados de todos los ejércitos que ofrecen la gloria a jóvenes
fanatizados, intoxicados por religiones o ideologías. Y como él los
héroes de los tiempos románticos como Bolívar emprendían campañas con el
sueño de independizar naciones y pasar a la gloria haciendo
revoluciones y creando países. Los revolucionarios del siglo XX en
América Latina y el Tercer Mundo se inmolaban como hoy los yihadistas
buscando la gloria y la inmortalidad en un más allá radiante.
Lo paradójico de Mishima es que su deriva se dio
tras gozar las mieles tempranas de la fama después de la publicación a
los 24 años de Confesiones de una máscara, donde aborda temas tabúes que
nadie osaba tocar antes en Japón, como las pulsiones sexuales de la
infancia y la adolescencia. Hiperactivo, dramaturgo, fotógrafo, actor,
dotado de talento para la radio y el histrionismo, novelista, orador,
Mishima se agota en dos décadas de vertiginosa parábola, cuando Japón se
convierte en un país próspero guiado por la riqueza y el auge de
Estados Unidos y el Occidente victorioso.
Viajero y admirador de la literatura europea,
fascinado por los años locos parisinos y berlineses que sucedieron a la
primera Guerra Mundial, Yukio Mishima escribió una vasta obra y fascinó a
los occidentales, que como Marguerite Yourcenar escribieron libros
sobre su vida. Mishima es la prueba de que la gloria literaria es mezcla
de talento y leyenda, de escritura y mito. Algunos como él fraguan su
destino como una tragedia perfecta y otros lo viven sin saber que algún
día se convertirán en leyenda.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de enero de 2021.