Por Eduardo García Aguilar
Hace cinco años 195
países participantes lograron llegar a los Acuerdos de París y ahora, como soñar no cuesta nada, se reúnen en medio de la
pandemia y en plena virtualidad planetaria buscando ratificar los
objetivos planteados para reducir el calentamiento de la
tierra, expresado en huracanes y ciclones devastadores, incendios
forestales, inundaciones sucesivas, desaparición de las cumbres nevadas y
humedales y la reducción dramática de los casquetes polares ártico y
antártico.
Después del avance de aquella reunión, muchas esperanzas se
vinieron al suelo, pues lo primero que hizo Donald Trump al llegar al
poder en Estados Unidos, fue salirse del acuerdo y sabotearlo a lo largo
de su mandato, que culmina en enero, pues según él no existe tal cambio
climático y el mundo puede seguir destruyendo bosques y contaminando el
planeta.
Y como no hay mal que por bien no venga, la llegada de la pandemia
que sacudió al mundo en este largo año excepcional de 2020, mostró con
total claridad que el planeta necesita reducir la velocidad y la
naturaleza de sus objetivos productivos y tecnológicos. Trump y su
comparsas en el mundo fueron desmentidos por la realidad de la peste,
que reveló al orbe la necesidad de que los humanos cesen su delirio
depredador.
De repente todos vimos como nuestros cielos se quedaron libres del
desenfrenado tráfico de la aviación mundial y del turismo enloquecido
que histerizaba a los habitantes del planeta, ávidos de viajar y gastar
sin sentido. También vimos como lucían las grandes y las pequeñas
ciudades en los momentos más drásticos del confinamiento aplicado en
todas partes ante la devastación mortífera provocada por la peste del
siglo XXI.
Calles vacías de vehículos y contaminación, baja en el índice de
accidentes, recuperación de espacios por parte de los animales que antes
huían de la locura humana, fueron algunos de los efectos benéficos de
la crisis. Muchos vieron los cielos libres de esas líneas contaminadoras
expulsadas por los enormes aviones y también los mares descansaron
al observar a los paquebotes del turismo de masa que invadían sitios de
sueño, playas, bellas ciudades como Venecia, a los cargos petroleros y
químicos y a las minas contaminadoras, paralizados todos por el cese
súbito de las actividades económicas.
Por el avance terrorífico de la peste en Brasil, cuyo gobierno
hacía coro con el de Trump negando el virus y el cambio climático
mientras se incendiaban las selvas amazónicas, las actividades
depredadoras contra la naturaleza impulsadas por los ávidos de la
ganancia tuvieron cierto reposo obligado, dejando en paz a los
habitantes originarios y a los animales que morían bajo el fuego
provocado por quienes arrasan los bosques, afectando al pulmón amazónico
del planeta.
Los activistas y los países y líderes mundiales comprometidos con
el Acuerdo de París se preparan ahora para la nueva reunión COP 26, que se llevará
a cabo el año entrante en Glasgow, en Escocia. Los expertos y los
científicos siguen publicando informes donde explican en detalle que los
objetivos deben cumplirse para que el planeta se salve de la
autodestrucción, que lo convirtiría en un globo desierto, una inmensa
roca fría cubierta de óxido como en los libros o las películas de
ciencia ficción.
Las nuevas generaciones trabajan par proponer alternativas: reducir
el uso de energías fósiles, el uso de los vehículos o al menos
convertirlos en aparatos ecológicos no contaminadores, cambiar los
hábitos y proponer el reciclaje de electrodomésticos, ropas y muchos
elementos de la vida cotidiana, reducir el turismo masivo que invade y
destruye, avanzar hacia la construcción de edificios y habitaciones
ecológicas, proteger el agua, cuidar la naturaleza, promocionar el
trueque, dejar de vivir arrodillados ante el dios automóvil.
Muchos adolescentes y jóvenes de este siglo XXI han tomado
conciencia de esas necesidades y se mueven en la India, Suecia, Estados
Unidos, América Latina, África, Asia, para hacer posible esos cambios,
pero las fuerzas retardatarias hacen todo para impedir el cambio, lo que
se traduce en el asesinato en muchas partes mundo de activistas
ecológicos que luchan contra la construcción de aeropuertos absurdos en
lugares paradisíacos, represas megalómanas, avenidas locas que matan
ciudades y se oponen a la minería de las grandes multinacionales, que
tras extraer las riquezas solo dejan miseria y desiertos.
Esos jóvenes que ahora alzan la voz muestran el rumbo que los
viejos sátrapas vampiros del poder y el dinero como Donald Trump y sus
admiradores quieren frustrar en un baño de sangre y destrucción. No todo
el mundo está loco. La humanidad puede cambiar de rumbo y aun está a
tiempo. El éxito no está en enriquecerse, robar, matar, arribar, gritar,
odiar, hacer la guerra, sino en luchar por un mundo más justo y más
leal con la naturaleza. La poesía está a la vuelta de la esquina. El
sueño se puede tocar con nuestros corazones. Solo basta mirar las
flores, los ríos, el mar, los volcanes y escuchar el canto de los
pájaros.
-----
Publicado el domingo 13 de diciembre de 2020 en La Patria. Manizales. Colombia. (Incluye pequeños ajustes en los párrafos 1 y 7).