sábado, 29 de julio de 2023

LOS ESCRITOS MEXICANOS DE BARBA JACOB

Por Eduardo García Aguilar


Cuando se acercaba el centenario del natalicio de Barba Jacob, quien vino al mundo hace 140 años el 29 de julio de 1883, viví una de las experiencias más excitantes en materia de investigación y rastreo en México para salvar del olvido y la desaparición la magnífica obra periodística del poeta colombiano errante, que tres décadas después, tras múltiples peripecias, apareció por fin publicada por el Fondo de Cultura Económica en la prestigiosa colección Tierra Firme.
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Muchos de los periódicos en los que Barba Jacob trabajó, salvo el gran diario Excélsior o El Universal, habían desaparecido y sus archivos se encontraban esparcidos en viejas hermerotecas donde ya prácticamente se estaban pulverizando, por lo que el rastreo semejaba al argumento de una novela detectivesca.

Con el entusiasmo y la pasión desinteresada que tenemos los poetas por nuestros congéneres perdidos y fracasados, pasé más de un año visitando esos archivos y revisando los periódicos por las épocas en que el poeta trabajó allí, guiado por una hemerografía parcial que realizó su fiel amigo el bibliotecario hondureño Rafael Heliodoro Valle.

Barba llegó a México muy joven después de errar por Centroamérica y de inmediato quedó fascinado por la capital mexicana que era entonces una urbe muy moderna, llena de palacios coloniales, con travías y miles de vehículos circulando por sus avenidas. Gobernaba el país desde hacía mucho tiempo el general Porfirio Díaz, qujen rodeado por técnicos ministros positivistas había logrado dar a su país un gran empuje económico después de siglos de guerras y conflagraciones de toda índole.

Pero el régimen de Don Porfirio estaba en su crepúsculo, por lo que el colombiano fue testigo excepcional de ese desmoronamiento y de la Revolución mexicana encabezada por Pancho Villa y Emiliano Zapata, la primera del siglo XX que ha quedado para siempre en la leyenda. Tuvo suerte el poeta de llegar a México precisamente en ese momento, por lo que fue activo protagonista de aquellos aconteceres.

Al principio fue protegido por el general Bernardo Reyes, el padre del gran prosista y humanista Alfonso Reyes, y por poetas del círculo de Enrique González Martínez, quien fue el creador del famoso verso "tuércele el cuello al cisne", una especie de consigna con la que se pensaba dejar atrás décadas de engolado y pomposo modernismo poético, al que también Barba Jacob pertencía, según Octavio Paz, de manera rezagada.

Alcanzó a trabajar un tiempo en Monterrey, capital del estado de Nuevo León, de donde eran originarios los Reyes, en una revista y un periódico donde el poeta mostró su gran capacidad de trabajo. Allí vivió varias aventuras, entre ellas el hecho de ser encarcelado  por sus escritos.

Y poco después recaló Barba Jacob de nuevo en la capital mexicana para dirigir el periódico antirrevolucionario Churubusco que defendía al llamado usurpador Victoriano Huerta, oscuro militar que dio un golpe de Estado al presidente legítimo Francisco I. Madero, primer demócrata que gobernó México después de la larga dictadura y la caída de Porfirio Díaz, quien partió a Francia al exilio para siempre en el famoso barco Ipiranga.

Barba Jacob era tan talentoso y creativo que él solo escribía todo el periódico: los artículos, el editorial, los reportajes. Sus textos implacables contra los revolucionarios son escritos con una prosa excelente y enérgica, pero el usurpador cayó y el colombiano tuvo que huir de México al triunfo definitivo de la Revolución para salvar su pellejo.

Después regresó y trabajó en la década del 20 y 30 en periódicos opositores que eran manejados por sus amigos reaccionarios y donde desplegaba con frecuencia artículos de nostalgia de los tiempos porfirianos, por lo que volvió a ser expulsado, retomando la vida errante en Centroamérica y Colombia, lugares donde fracasó en varios proyectos periodísticos.

Retornó al México de sus amores domado por la vida y la enfermedad y en la última década siguió escribiendo en varios periódicos crónicas y reportajes para ganarse la vida, así como los espléndidos Perifonemas que publica en el diario vespertino Últimas Noticias de Excélsior, antes y después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, donde usa su elegante e incisiva pluma para comentar los grandes acontecimientos del momento como la guerra civil española, el auge de Hitler y Mussolini, el pacto germano-soviético, el exilio de Trotski y muchos más.

Cosa curiosa, aunque en materia mexicana fue un antirrevolucionario convencido y escribió las diatribas más fuertes contra Villa y Zapata y a nivel mundial admiró como muchos en América Latina el auge de Mussolini y Hitler, en materia colombiana siempre fue un defensor del partido liberal, que gobernó a Colombia después de la larga hegemonía conservadora.

De esa cosecha hay varios artículos elogiosos para Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo, Gabriel Turbay y José Mar, entre otros liberales. También se destacan bellos y soberbios artículos sobre Simón Bolívar, Jorge Isaacs y otras figuras colombianas que escribía con nostalgia de colombiano errante.

Tal vez varios de esos diarios desparecidos ya están hechos polvo, por lo que la aventura de rescatar la obra desconocida de Barba Jacob de viejos archivos, bibliotecas y hemerotecas polvorientas y húmedas, además de útil fue fascinante y una forma privilegiada de revisar la historia mexicana, latinoamericana y mundial de la primera mitad del siglo XX.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 30 de julio de 2023.


sábado, 15 de julio de 2023

AMÉRICA ESCONDIDA, MEDIO SIGLO DESPUÉS



Por Eduardo García Aguilar

Medio siglo después de haberlo escrito, publico este libro América Escondida como homenaje y reconocimiento al adolescente que tras ensayar muchas veces en distintas direcciones desde los 14 o 15 años, trata en largas jornadas y con toda su fuerza de crear una obra compacta que responda a sus pulsiones y convicciones del momento.

Desde muy temprano escribía poemas por centenares en las aburridas clases del Instituto Universitario o el Instituto Manizales, muchos de ellos marcados por las angustias adolescentes y la poesía de moda nadaísta, pero a partir de 1970 los poemas adquirieron un marcado tono americano y comprometido con las luchas que en ese momento encendían a los jóvenes de todos los continentes contra los imperios y sus guerras.

Había descubierto desde temprano la poesía de Arthur Rimbaud y Baudelaire, Walt Whitman y Federico García Lorca en bellas ediciones que llegaron a mis manos y aun tengo y la obra del modernista suicida colombiano José Asunción Silva en la espléndida edición realizada por el Banco de la República en Bogotá. Todas esas figuras me marcaron en esos años al mismo tiempo que llenaba los cuadernos de poemas que no tenían títulos sino que iban numerados.

En 1968 llegó a Manizales en el marco del Festival Internacional de Teatro el gran poeta chileno Pablo Neruda y los poetas adolescentes pudimos seguirlo por las calles de la ciudad y asistir a ese espectatacular recital suyo en el Teatro Fundadores, cuando la muchedumbre quebró los portalones de vidrio para invadir el recinto con tanta fuerza que yo me vi impulsado al escenario, a su lado, como lo atestiguan las fotos que sobre el acontecimiento salieron en el suplemento literario del diario local La Patria.

Durante el recital estuve junto a él y al final me acerqué y de la edición empastada que leía con su voz gangosa del Canto General, extraje una cinta marcadora de sedoso papel blanco donde él tenía escrita con tinta verde la palabra Pobreza, que conservé durante mucho tiempo como un amuleto. Esa experiencia de estar cerca a Neruda y seguirlo por la ciudad fue sin duda un momento crucial para el poeta en ciernes, ya que después, como era de esperarse, adopté ese tono americanista encendido, telúrico y comprometido de su poesía y lo apliqué en la construcción del libro, con cuyos poemas me ganaba casi todos los concursos poéticos intercolegiados locales, uno de cuyos trofeos conservo, precisamente el que gané con el poema América Escondida.

Más tarde terminé bachillerato en el colegio Gemelli en 1971 y viaje a Bogotá a estudiar sociología en la Universidad Nacional, donde además de agotar las bibliotecas leyendo los libros recomendados por el gran maestro y profesor de Historia Darío Mesa, me empapaba para el proyecto del libro con la poesía y la historia prehispánicas mexicana o peruana, así como el Martín Fierro y la poesía gauchesca estudiada por Jorge Luis Borges, o La Araucana de Alonso de Ercilla en Chile, pasando por los modernistas encabezados por el gran Rubén Darío. Sin olvidar La poesía ignorada y olvidada del gran poeta Jorge Zalamea, las visitas al Museo del Oro de Bogotá mientras afuera llovía o la lecturas de Los quimbayas bajo la dominación española de Juan Friede, donde se cuenta el exterminio de los indígenas, geniales orfebres, que vivían en la tierra donde nací. 

Y seguía avanzando en el libro que deseaba compacto y al que entregaba todas las fuerzas de la insensatez adolescente. El libro lo terminé en 1972, un año antes del golpe de Estado en Chile y la muerte del presidente socialista Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, un hecho histórico que marcó a varias generaciones y que ahora se conmemora para que no vuelva a repetirse medio siglo después.

El manuscrito de América Escondida con textos escritos entre 1970 y 1972 circuló entre varios de mis amigos y después de que viajé en abril de 1974 a seguir mis estudios en París, mi amigo Mario Nova llevó al teatro algunas de esos fragmentos que lo componían. Sé que la obra se presentó en varias lugares y que aun hoy quienes participaron se acuerdan de aquellos poemas encendidos de fe latinoamericanista que escenificaban en modestos teatros populares o escolares.

Nunca pensé en publicarlo, y a medida que transcurría mi nueva vida en Europa me acapararon otros intereses intelectuales, viajeros y literarios, pero siempre cargué el mecanuscrito tipeado en máquina de escribir en varias copias. Lo consideraba como una curiosidad impublicable y viajó conmigo por el mundo y está intacto tal y como como lo dejé en 1972, ya terminado. Tal vez sentí después desdén por él, ya que se inscribía dentro de un tipo de poesía que ya no practicaba, la poesía comprometida.
 
Escribí luego poemas en Europa, y más tarde en San Francisco y Berkeley, California, y en México a cuentagotas colecciones que fueron publicadas con los títulos de Palpar la zona prohibida, Delirio de Noega, Llanto de la espada y Animal sin tiempo, reunidas en la Poesía completa, publicada en la coleción Zenócrate y la Casa de poesía Silva en 2017, bajo el título de La música del juicio final. Al reunir toda la poesía, descarté lo escrito antes de viajar a Europa en 1974.

Pero tal y como dice Michael Hamburguer en el prólogo a su Poesía completa, es muy dificil para todo poeta decidir en un momento dado a partir de cuando considera que su obra es válida y publicable. Con angustia se pregunta si hay que descartar los primeros poemas o no, o sea si hay que censurar o no al poeta adolescente.

Antes de América escondida escribí centenares de poemas que tal vez nunca publique, pero este libro que tiene unidad y fue escrito con pasión en los encendidos años del sueño latinoamericanista, puede salir al fin medio siglo después como testimonio de esos tiempos y del muchacho que amanecía tecleando en las noches heladas de Manizales y Bogotá antes de irse de su país para siempre.

Esos textos fueron escritos por alguien que aun vibra dentro de mí y a veces escribía cartas al que sería décadas déspués en el futuro siglo XXI, pidiéndole no renunciar a sus sueños ni traicionarlo. Ahora yo le respondo a sus imprecaciones y lo saco del silencio con la publicación de América Escondida, que entonces firmó con el seudónimo de Peromboco Quimbaya. Como él se arriesgó, es necesario asumir también los riesgos y no tener miedo. Cada palabra y mucho más aquellas escritas entonces cuando todo comienza, merecen estar reunidas en un volumen con letras impresas medio siglo después, porque el tiempo es circular y es solo un espejismo.
 
                                                                                                             
                                                                                                                  París, 15 de julio de 2023

 

CINCUENTENARIO DE DOS GOLPES DE ESTADO

Por Eduardo García Aguilar

Poco a poco se va acercando el cincuentenario del golpe de Estado en Chile del 11 de septiembre de 1973 y la muerte del presidente Salvador Allende, un hecho impactante para varias generaciones, tanto que aun es actual y motivo de actos, coloquios, efemérides que buscan conjurar aquellos tiempos para que no vuelvan a repetirse. Ese mismo año, el 27 de junio, se dio también el golpe de Estado en Uruguay y el inicio de unos años sombríos caracterizados por la represión y las desapariciones de demócratas, muchos de los cuales aun son buscados por sus familiares y las organizaciones que militan por la defensa de los derechos humanos.

La organización Amigos de El mundo diplomático, el colectivo Donde Están y la Coordinación para conmemorar los 50 años de ambos golpes de Estado cívico-militares realizan amplias actividades en París a partir de junio con debates, exposiciones, conciertos, conferencias de historiadores y analistas, proyección de filmes como Estado de sitio, con la presencia de su mítico director de cine griego Costa Gavras. Es loable que estas organizaciones no olviden nunca a las víctimas de esas dictaduras e insistan en esclarecer lo ocurrido.

El 23 de marzo de 1976 se dio el golpe de Estado en Argentina y llegó al poder una junta militar cívico militar, con lo que se inició un largo proceso de terrorismo de Estado que imperó hasta 1983, dejando una estela de ejecutados, 30.000 desaparecidos, y una oleada de tráfico de niños de militantes muertos que dio lugar a la creación del movimiento las Abuelas de mayo, que aun están en actividad y siguen descubriendo nietos que fueron adoptados ilegalmente después de la ejecución de sus madres.

Aun caen antiguos torturadores de las dictadura argentina, miembros de la organización parapolicial Triple A, que cometió crimenes atroces contra los opositores, muchos de ellos lanzados al mar desde aviones o enterrados en fosas comunes después de jornadas de suplicios perpetrados en la Escuela Mecánica de la Marina (ESMA). Con el regreso de la democracia, la Comision nacional sobre la desaparicion de personas entregó en 1984 bajo la dirección del escritor Ernesto Sábato al presidente Raul Alfonsín un informe detallado sobre las atrocidades.

Algunos de los torturadores lograron escapar y rehicieron sus vidas en Europa, como en su tiempo muchos nazis lo hicieron en Suramérica, pero tarde o temprano la justicia argentina llegó, como en el reciente caso del policía Mario Alfredo Sandoval, quien se refugió en Francia en 1985 y llevaba una vida de honorable profesor universitario en París o experto en altas instituciones de Inteligencia, como lo revela esta semana el excelente reportaje de la periodista Angeline Montoya en el diario Le Monde. Sandoval fue extraditado a su país, donde fue condenado el 21 de diciembre de 2022 a 15 años de prisión.

Todas esas acciones terroristas se hicieron en el marco del plan Cóndor propiciado de manera conjunta por Estados Unidos y las dictaduras militares imperantes en Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Perú, Ecuador, Paraguay y Bolivia, que sembraron el terror en Suramérica en aquellos tiempos de Guerra fría entre los imperios estadounidese y soviético, cuando en varios países surgían guerrillas armadas que también cometieron delitos atroces contra los derechos humanos.

A mi me tocó siendo estudiante de Sociología en la Universidad Nacional de Bogotá seguir por radio con los compañeros apiñados hasta la madrugada en el famoso Jardín de Freud las terribles noticias del golpe de Estado en Chile y el bombardeo del Palacio de la Moneda. Con inocencia de adolescentes incautos creíamos que el golpe podía revertirse y esperamos que militares leales a Allende retomaran la situación con una supuesta contraofensiva que nunca llegó.

Un año después en París, fui testigo de la llegada masiva de decenas de miles de exiliados de los países suramericanos que recién escapaban de las mazmorras argentinas, uruguayas, chilenas, o brasileñas. Líderes políticos, ex ministros, intelectuales, escritores, altos funcionarios, artistas, sindicalistas, militantes o campesinos deambulaban por la helada Europa desolados, arrancados de tajo a sus vidas cotidianas y algunos marcados por los atroces recuerdos post-traumáticos de la tortura. Y en México, donde viví en los años 80 y 90, compartí con miles de sudamericanos y centroamericanos de diversas profesiones que fueron acogidos como exiliados por ese hermano país.

Muchos de ellos se quedaron para siempre en los países que los acogieron, como en su tiempo ocurrió con los exiliados de las dictaduras derechistas española, portuguesa y griega o los disidentes de los países de la esfera soviética que huían de la represión totalitaria.

De acuerdo a la famosa Doctrina Monroe, Estados Unidos siempre consideró a América Latina como su patio trasero y propició a lo largo del siglo XX múltiples golpes de Estado sangrientos allí donde aparecían gobiernos democráticos como el de Jacobo Arbenz en Guatemala, derrocado en 1954.

Después de medio siglo de estos golpes en Chile y Uruguay parece que la doctrina ha cambiado y se reconoce a los gobiernos de izquierda que llegan al poder por medio de las urnas como José Mojica en Uruguay, Luis Inacio Lula en Brasil, Gustavo Petro en Colombia, Luis Arce en Bolivia, Gabriel Boric en Chile y López Obrador en México. Pero siempre subyace la tentación profunda de no reconocerlos e incluso de "defenestrarlos" porque muchos sectores en el continente son aun muy alérgicos a la alternacia política. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de julio de 2023.







 

lunes, 10 de julio de 2023

MITOLOGÍAS MANIZALITAS Y CALDENSES

Por Eduardo García Aguilar

Manizales y Caldas siguen siendo el secreto mejor guardado de Colombia, ya que al revisar su historia, especialmente en la primera mitad del siglo XX, cuando experimentaron un espectacular empuje económico, cívico y cultural que hizo cimbrar al país entero, es claro que tendríamos tema suficiente para escribir muchos libros, hacer películas, exposiciones y revivir en holograma las proezas de sus habitantes.

Como Colombia ha sido un país de regiones, por lo regular cada comarca se ensimisma en su endogamia y nunca mira a los otros territorios, a los que se refieren a veces como si fueran países extranjeros situados en las antípodas, allá del lado de Corea, el estrecho de Behring, Mongolia  o Vietnam.

Me ha sorprendido mucho que muchos colombianos de otras regiones ignoren la existencia de una ciudad tan espléndida y original desde el punto de vista arquitectónico como Manizales y que cuando la descubren quedan impresionados. Un amigo mío costeño, Julio Olaciregui,  que hizo el descubrimiento tardío, me llamó directamente desde la Plaza de Bolívar, frente a la Catedral, hasta el otro lado del mundo, y me despertó a las dos de la mañana para expresar su asombro en un estado de conmoción inexplicable.

En mis largas residencias por el mundo suelo contarle a mis amigos colombianos de otras regiones las maravillas arquitectónicas y paisajísticas de mi ciudad natal, que es como un jardín colgante en las alturas de los Andes, a un lado los volcanes humeantes y nevados y al otro los valles bañados por el Cauca, pero tengo la impresión que siempre se la imaginan como un pueblo grande y aburrido sin gracia ni misterios.

En esa ciudad tan reciente se realizó la gran proeza de construir con planos del director de Bellas Artes en París, Julien Polty, una Catedral sorprendente, incluso para los parámetros europeos. Además se reconstruyó la ciudad con centenares de edificios públicos y residenciales que aun persisten en el centro histórico, aunque por desgracia otras joyas fueron derruidas para hacer parqueaderos o construir horrendos rascacielos.

Yo le contaba a esos colombianos a los que me encontraba en otras partes del mundo en el camino de la diáspora que mi infancia y adolescencia transcurrieron en ese extraño centro histórico, pues nací y viví cerca de los parques Caldas y Fundadores y después en el centro, en una vieja casona. Mi padre tenía su oficina en diagonal al Hotel Escorial y en esas extrañas cuadras se encendió mi imaginación, pues alcancé a ir a cine con mi madre al Teatro Olympia para ver Orfeo Negro, que ganó la Palma de oro del Festival de Cannes.

También les contaba lo que significó para los adolescentes que éramos el Festival Internacional de Teatro, a donde llegaban figuras de la cultura mundial como Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias y Ernesto Sábato o europeos como el dramaturgo polaco Jerzy Grotowsky, que recorría la ciudad vestido de blanco. Críticos, poetas, narradores, teatreros, ensayistas, encendían la ciudad con cultura y esa cultura permanecía todo el año hasta la nueva cita teatral. Pero amigos antioqueños, bogotanos, vallunos, santandereanos que viajaban por el mundo se mostraban siempre escépticos ante mi entusiasmo por la ciudad natal, atribuyéndolo a un aceptable espejismo regional y provinciano.

Pero algunos se acordaban de nuestro Mussolini propio, el malogrado Gilberto Alzate Avedaño, que pudo llegar a la presidencia en vez de Guillermo León Valencia y otros, como Fernando Vallejo, registraban la estadía larga en la ciudad del poeta Porfirio Barba Jacob en la casa de Blanza Isaza de Jaramillo Meza. Los expertos en ciencias humanas recordaban a Antonio García y su libro clásico Geografia económica de Caldas, que cuenta esa epopeya del barro. Los poetas hablaban de la gran Maruja Vieira y los políticos de Otto Morales Benítez, generoso, progresista y sabio. Los filósofos disertaban sobre Danilo Cruz Vélez y Rubén Sierra Mejía, los artistas plásticos sobre David Manzur y los músicos se referían a Ramón Cardona García. Y así en cada profesión.

Alvaro Mutis me decía que adoraba a Manizales porque ahí se quedaba en largas vaciones en casa de sus tías Jaramillo después de quedarse huérfano de padre y regresar con su madre manizalita desde Bélgica y afirmaba que leyó mucho en la vieja Biblioteca Píblica en los bajos del edificio de la Industria Licorera de Caldas, en la Plaza de Bolívar, donde yo también leí en mi adolescencia.

Y así las mitologías manizalitas y caldenses sobrevivían al olvido de un esplendor que fue cortado de tajo por el descuartizamiento del departamento de Caldas, que la realidad de facto ha vuelto a unir en estos tiempos por razones geográficas, culturales y geopolíticas. La mariposa caldense de siempre ha vuelto a nacer y a volar. Y desde las alturas art-deco del Palacio de Bellas Artes los fantasmas vivos de los artistas nuestros siempre vigilaron y vigilarán nnuestra memoria.

Los costeños solo se preocupan de lo creado por los suyos en esa amplia comarca que mira al mar y con frecuencia idealizan a muchas de sus figuras y alimentan su orgullo regional volviendo siempre a ellas como si fueran el centro del universo. El destino sin embargo les dio la razón a los costeños al lograr que uno de los suyos, Gabriel García Márquez, se volviera figura mundial inigualable y sorprendente.

Los bogotanos, en un país tan centralista, se miran siempre su ombligo y los caleños se quedaron fijados en el suicida Andrés Caicedo, la salsa y las estrellas de Caliwood. Los santandereanos igual, solo miran para sus adentros imaginando las proezas de Leo von Lengerke y el supuesto origen alemán, contado por Pedro Gómez Valderrama en La Otra raya del tigre.

Pero sería bueno que los caldenses, instituciones gubernamentales y universidades volvieran a explorar su historia con fuerza y a rescatar las obras perdidas y olvidadas en poesía, teatro, historia, novela, arte, arquitectura, ciencias, con ediciones y exposiciones serias, rigurosas y bellas. 
 
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Publicado el domingo 9 de julio de 2023. La Patria. Manizales. Colombia.  
*Foto del más bello cráter del volcán Cumanday.









sábado, 1 de julio de 2023

EL DESTINO DE RAYUELA

 




Por Eduardo García Aguilar

Un 28 de junio hace 60 años fue publicada por la editorial argentina Sudamericana la novela Rayuela de Julio Cortázar, una de las obras más importantes de la literatura latinoamericana, que sigue aun vigente pues significó una revolución y un sacudimiento del oficio literario con efectos deslumbrantes y disolventes para varias generaciones de lectores y escritores.

Antes de la aparición de Rayuela en 1963 se habían publicado varias colecciones de sus cuentos, especialmente un volumen titulado Ceremonias, compuesto por los libros Final de juego y Las armas secretas, que los jóvenes latinoamericanos leyeron con pasión, pues se enfrentaban a un mundo absurdo y fantástico donde circulaban fuertes corrientes de aire nuevo.

Cortázar tradujo antes los cuentos de Edgar Allan Poe, lo que acercó aquel autor estadounidense de misterio a muchos nuevos lectores y publicó ensayos que lo posicionaron rápido como uno de los autores latinoamericanos más modernos y promisorios.

Cortázar, quien había llegado sin muchos recursos a París en la década de los 50, aventurándose a cruzar el océano en barco, se conectó con el ambiente existencialista parisino en boga en aquella década dominada por el jazz, ritmo proveniente de Estados Unidos que empezó a invadir los bares del Barrio Latino situados en sótanos llenos de humo de cigarrillo, donde sonaba el tintineo incesante de las copas y la algarabía de la conversación.

Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Boris Vian, Albert Camus, Juliette Greco y otras figuras eran los protagonistas de ese cambio generacional que buscaba dejar atrás para siempre los depresivos años de la Segunda Guerra Mundial y la invasión nazi de Francia, marcados por la escasez, la pobreza, la enfermedad y la soledad.

Los surrealistas, encabezados por André Breton, seguían activos y autores como el saxofonista Boris Vian, quien murió joven, estaban revolucionando la narrativa y abriendo la literatura a nuevos temas y estilos. Entre los latinoamericanos también se encontraba en París en esa década el poeta mexicano Octavio Paz, con quien tuvo estrecha amistad y complicidad el autor de Rayuela, y Gabriel García Márquez, quien aun era un escritor principiante y vivía pobre e indocumentado en la capital francesa.

Vestidos los hombres con suéteres oscuros de cuello tortuga, pantalones y mocasines negros, aferrados a sus pipas como un biberón existencial, y las mujeres con faldas negras y blusas del mismo color al estilo de la joven cantante Juliette Greco, los jóvenes de ambos sexos posaban de filósofos inspirados por las conferencias y las actitudes de su ídolo Jean Paul Sartre, el autor de La Náusea.

Rompían así con las tradiciones, vivían el amor libre, iban a la universidad, poblaban las buhardillas del barrio latino y pasaban largas horas leyendo y fumando en los cafés, viendo el cine experimental que presagiaba la Nueva Ola francesa o pensando sobre la vida y la muerte, lo que causaba estupor en los fatigados padres, campesinos, obreros o burócratas que crecieron matándose en el trabajo hasta la asfixia.

Cortázar, alto y tímido muchacho que se desempeñaba como modesto profesor en Argentina y tenía gustos literarios exquisitos, cambió totalmente de personalidad y estilo al vivir la vida marginal en París, tema central de su novela Rayuela.

En el viaje en barco conoció a la mujer que inspiró el personaje de La Maga (la uruguaya Edith Aron), con la que sostuvo una relación amorosa surrealista parecida a la que figura en la famosa novela de Breton, Nadja. Ambos se pierden y se reencuentran en las callejuelas, viven tardes de amor en los estrechos cuartos de las azoteas y tratan de vivir la vida como una obra de arte en el marco del varonil Club de la serpiente. Sin embargo, el libro que cuenta todo eso adolece de cierta misoginia argentina y bonaerense, bajo el concepto equivocado del "lector hembra" del cual él se arrepintió después.

Él se ganaba la vida como traductor en la UNESCO, realizaba trabajos puntuales para las editoriales argentinas en colaboración con su esposa Aurora Bernárdez y sostenía correspondencia estusiasta con otras estrellas promisorias del boom, como el joven novelista mexicano Carlos Fuentes y numerosos amigos a un lado y otro del Atlántico.

Pero a partir de la publicación de Rayuela, Cortázar pasó de ser un bohemio pobre y desconocido a convertirse en figura internacional e ídolo de la literatura latinoamericana, y más tarde en hippie barbado y autor "comprometido" con la revolución cubana que recorría el mundo interviniendo en foros mundiales progresistas sobre los temas del momento en tiempos de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Sus libros se vendían como pan caliente desde México hasta la Patagonia en un contienente sediento de afirmaciones y que experimentaba también un radical cambio generacional. Michelangelo Antonioni se basó en su cuento Las babas del diablo para su gran película Blow Up, otro ícono de la modernidad. El diseño de la novela nos fascinaba porque se podía leer de varias maneras: era un libro abierto, libre como el tiempo en que apareció. Desde entonces ya no se podía escribir igual.        

Así como ocurrió con los existencialistas una década antes en Francia, ahora los latinoamericanos leían Rayuela en voz alta y querían tener a una Maga al lado y vivir la vida al azar de la literatura, la poesía, el sueño y el jazz. Compartíamos con Oliveira, La Maga, Morelli, Berthe Trépat, lloramos a Rocamadour, y fuimos cómplices de Gregorovius, Morelli y Traveler. La edición original de Rayuela con la inconfundible portada es hoy icónica y de colección y quien abre sus páginas vuelve a viajar hoy por ellas como si no hubiera pasado el tiempo.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de julio de 2023.