La escritora y ensayista italiana Francesca Gargallo
(1956-2022), quien nos dejó esta semana, era una increíble siciliana
que publicó en 1980 el primer libro de cuentos en su lengua materna,
pero decidió viajar a México para adoptar la lengua española y dedicar
su vida a la escritura, la docencia y la militancia feminista e
indigenista en la capital mexicana y en varios países latinoamericanos
que recorría con frecuencia de un lado para otro, entre ellos Colombia,
donde tenía muchos amigos.
Gargallo llegó a México en el mejor momento, cuando
la vida cultural y literaria del país estaba en su apogeo, con la
presencia de los grandes clásicos mexicanos en plena actividad, a los
que se agregaban decenas de grandes escritores centro y suramericanos
recién acogidos en el país tras huir de las dictaduras militares. Estas
figuras alimentaron con su talento las universidades y las publicaciones
culturales, donde ya brillaban desde hacía décadas los grandes
transterrados del exilio español.
La ciudad de México era una universidad abierta para
todos los jóvenes de diversas nacionalidades que inundábamos
presentaciones de libros, fiestas, salones de clase, museos y recintos
culturales de toda índole que brillaban en medio del auge económico y el
impulso especial que el gobierno y las universidades daban a las
actividades editoriales y culturales. También estaban vivos Maria Félix y
Cantinflas, el creador del mambo Dámaso Pérez Prado y entre los
pintores, el gran Rufino Tamayo.
Todos los diarios tenían excelentes suplementos y
secciones culturales y aparecían muchas revistas patrocinadas por
instituciones y universidades, por lo que en esos medios los extranjeros
nos fogueábamos al lado de los jóvenes escritores mexicanos. Entre esa
generación creció la escritora siciliana, que tuvo una amplia actividad
universitaria y editorial a lo largo de su vida. Entre sus libros
figuran, publicados en su mayoría por la prestigiosa editorial Era de
México, novelas como Días sin casura (1986), Calla mi amor que vivo
(1990), Estar en el mundo (1994), La decisión del capitán (1997) y, publicado en Colombia por la editorial Ediciones desde abajo, Los extraños de la planta baja (2015).
Su larga estadía en México se inscribe en la
tradición de la presencia de artistas o personalidades italianas, como
la legendaria fotógrafa, militante y activista social Tina Modotti
(1896-1942), su antecesora en la primera mitad del siglo y precursora
del feminismo, el novelista y best seller mundial Carlo Cociolli
(1920-2003), el escritor Gutierre Tibon (1905-1999), la etnóloga y
arqueóloga Laurette Sejourné (1911-2003) y entre los más recientes, el
poeta Fabio Morábito.
Desde el comienzo asistió a la emergencia del Templo
mayor azteca de la ciudad, desenterrado del subsuelo e inaugurado en
1982, impulsando el entusiasmo por la arqueología y los secretos
escondidos de las civilizaciones antiguas mexicanas. Francesca estuvo
alerta a los movimientos sociales del fin del siglo XX y las primeras
dos décadas del siglo XXI, como la Revolución Zapatista y las
actividades de las mujeres indígenas, sobre las que escribió y con
quienes compartió y militó.
Ese mundo fascinante prehispánico la maravillaba,
así como la vida cotidiana de los pueblos ancestrales presentes no solo
en la megaurbe capitalina sino en todo el inmenso territorio mexicano,
marcado por el arte sincrético que reinó durante siglos en la colonia,
cuando se construían fabulosas ciudades como Zacatecas, Oaxaca, Puebla,
Querétaro o Morelia entre otras. Por eso le encantaba vestirse con
huipiles y trajes mexicanos y expresarse con una culinaria sincrética
que se podía degustar en las fiestas y encuentros que propició en sus
casas de los barrios Condesa o Santa Maria la Ribera, donde vivió los
últimos años.
Es difícil hablar de una gran amiga contemporánea
que se va y no se ha ido, pero era inolvidable su alegría, la franqueza y
el gusto por la polémica y la discusión, que acompañaba como buena
siciliana con la voz alta y los gestos incesantes de las manos. Su hija
mexicana Helena, cuando viajó por primera vez a Sicilia a conocer la
tierra de su madre, le dijo al regresar: "Mamá, ahora ya comprendo
porqué gritas tanto".
Francesca, graduada en la Universidad La Sapienza de
Roma, era una aventurera permanente y recorrió varias veces el
continente latinoamericano en bus de punta a punta. La última vez me la
encontré en Quito, a donde había llegado con su hija y dio varias
conferencias. Después seguía la ruta hacia Perú y Bolivia. Amaba
Colombia y una vez llegó a Bogotá con su hija y nos llamó una noche a
los amigos para decirnos que estaba hospedada en una posada en plena
Candelaria, en una calle muy visitada por jóvenes aventureros europeos.
Allí la encontramos con ese espíritu de joven viajera, ajena a las
recomendaciones de todo tipo que le hacíamos para que cuidara la cámara
fotográfica de los atracadores que en ese entonces pululaban por la
zona. Así era ella, la escritora, la vitalista, la feminista italiana
que amó a México y América Latina.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de marzo de 2022.