Por Eduardo Garcia Aguilar
En 1993 tuve la alegría de ser invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que por primera vez estaba dedicada a Colombia. En aquel entonces era más íntima y confidencial y los invitados estábamos hospedados en un hotel modesto del centro de la capital tapatía, por lo que uno podía visitar fácilmente los grandes monumentos, cantinas y sitios históricos de esta bella ciudad y regresar a tomar la siesta.
Era tal el carácter casi familiar de la Feria, que a mí me tocó conseguirle hospedaje a Manuel Mejía Vallejo y Fernando Cruz Kronfly, quienes llegaron con un día de anticipación y estaban consternados porque nadie les ponía atención y les iba a tocar pasar la noche en los sofás del lobby de ese hotel. De inmediato me puse manos a la obra con los organizadores mexicanos y logré después de muchos forcejeos conseguirles la única habitación disponible: una que sólo tenía cama matrimonial.
No sé cómo se las arreglaron estos dos grandes narradores colombianos, pero creo que les fue bien, en especial a Manuel Mejía Vallejo, un hombre encantador, sencillo y generoso que ya estaba muy enfermo y que sin duda encontró en Cruz Kronfly un gran cómplice. La delegación, en la que estaban también presentes Fernando Charry Lara, Juan Manuel Roca, William Ospina, Juan Carlos Botero, Darío Ruiz Gómez, Oscar Collazos, Fanny Buitrago, Jaime Mejía Duque, R.H. Moreno Durán y Germán Espinosa, entre otros, caminaba en banda por las calles de Guadalajara como si se tratara de una vacación de escolares, mientras al ganador del prestigioso Juan Rulfo, el gran Eliseo Diego, se le veía en el lobby fumando plácidamente su tabaco, rodeado por amigos cubanos admiradores del grupo Orígenes. El escritor Hernán Lara Zavala fue uno de los anfitriones más calurosos en aquella y otras ocasiones.
El criterio básico para asistir era la obra literaria y no sólo el hecho de pertenecer a un clan o ser el "gallo" de alguna gran editorial y por eso a mí me tocó caminar con el ya fallecido y gran narrador venezolano Salvador Garmendia y con otro venezolano, José Balza, que realizaban una literatura que hoy no suscitaría las primicias del poder editorial y que asistían pese a no tener novedades. Garmendia y yo nos escapábamos de las sesiones dedicadas a la "industria" y "estrategias de marketing" y "técnicas para lograr el éxito" para irnos a ver los murales de Orozco o los colores desbordantes del mercado de Guadalajara, con sus cabezas de reses sanguinolentas expuestas al lado de frutas de todos los colores.
Ese carácter íntimo de la feria desapareció y el año pasado que estuve allí presente toda la semana me di cuenta que se había convertido en una verdadera industria desbordante en la que cualquier poeta se pierde o está condenado a la soledad, lejos de los grandes burócratas, los poderosos editores y las estrellas de la farándula editorial que se hospedan en los lujosos hoteles cercanos. Se les ve como almas en pena en los amplios corredores o cruzando rápidamente junto a las salas de confererencias que se suceden una tras otra a una velocidad escalofriante. Los que tienen mucho dinero o pertenecen a grandes casas editoras pueden alquilar salas situadas a la entrada y los menos afortunados contentarse con pequeños salones perdidos atrás, a donde se llega casi por milagro. Son tantos los actos que todo se pierde, no hay tiempo para pensar y discutir.
Los escritores, que somos casi todos medio paranoicos, nos cruzamos tímidamente los unos con los otros y nunca se puede hablar nada porque de inmediato llega más gente y en la barahúnda no queda más que el recuerdo de unas miradas asustadas, el temor de encontrarse con algún enemigo o rival, o con un impertinente. Nada que ver con esa alegría de Salvador Garmendia y Manuel Mejía Vallejo, o los chistes de Moreno Durán o la sencillez de los cubanos del grupo Orígenes y sus discípulos alrededor de Eliseo Diego y García Márquez en un coctel casi familiar. Ahora todo mundo va de prisa bajo los reflectores.
La delegación colombiana en esa Feria del Libro era casi exigua y como siempre ocurre se lamentaron las ausencias. La verdad es que en cada país hay tantos autores que sería imposible invitarlos a todos. Si mal no me acuerdo en esa ocasión estuvo como concertista Vives y ahora la cantidad de espectáculos y figuras colombianas presentes es escalofriante y eso está bien y es de celebrarse. Muchos autores o artistas no habrán ido desde Colombia o no fueron invitados, pero no deben sentirse mal ni relegados porque estarán presentes de todas maneras debido a que la homenajeada por los mexicanos es la literatura de Colombia en abstracto.
Yo fui a varias Ferias de Guadalajara, pero recuerdo en especial esa primera fiesta colombiana. En ese entonces yo residía en México y acababa de publicar El viaje triunfal, ganadora de la Beca Ernesto Sábato de Proartes en Colombia y pertenecía a esa afortunada generación de menos de 39 años, edad a la que todo el mundo mira con benevolencia. En esta ocasión asisten a esta feria varios colombianos de la nueva generación y con ellos autores y académicos importantes que mostrarán otras caras buenas del país. Y sin duda todos ellos caminarán y se divertirán gracias a la literatura como antes lo hicieron los fallecidos Fernando Charry Lara, Manuel Mejía Vallejo, Germán Espinosa y Moreno-Durán, que asisten a la feria desde el más allá.