Cuando regreso a Barcelona y camino por sus calles, me asalta la imagen de los escritores colombianos que vivieron en esta ciudad, desde los radicales Antonio José Restrepo y José María Vargas Vila, quienes murieron aquí el mismo año, en 1933, hasta los miembros de la numerosa generación post macondiana que llegaron a la ciudad seducidos por el esplendor editorial de la época y tras los pasos de García Márquez.
Vargas Vila (1860-1933) fue el rey de las letras latinoamericanas y el más grande best seller de su momento, autor de un centenar de libros, entre ellos novelas, diarios, panfletos y recopilaciones de crónicas que se vendían como pan caliente en toda América Latina y hacían las delicias de liberales y radicales de entonces por su espíritu anticlerical y escandaloso.
Barcelona era entonces, como lo sería de nuevo tiempo después, una vez concluido el largo episodio de la dictadura franquista, el centro editorial hispanoamericano y todos los escritores del continente debían publicar en Sopena y Maucci y otras editoriales catalanas para tener alguna repercusión.
Los libros salían de las prensas de la palaciega ciudad condal y viajaban en barcos a los principales puertos latinoamericanos como Veracruz, La Habana, Cartagena de Indias o Buenos Aires, donde los esperaban maestros, libreros, juristas y humanistas. En bibliotecas o en librerías de viejo de las capitales del Nuevo Mundo se puede palpar aun esas viejas ediciones que traían estampillas para garantizar la autenticidad de la edición y cuyas portadas de pasta dura eran muy vistosas y grotescas.
Vargas Vila era el rey Midas de la edición y cada una de sus obras se agotaba pronto y requería de inmediatas reediciones en diferentes editoriales que se peleaban por tenerlo en su catálogo. Los jóvenes de aquella época eran seducidos por sus novelas de erotismo finisecular y su prosa cargada de adjetivos, adornos inútiles, anatemas y gritos histéricos sin fin. Hoy su obra es ilegible y salvo algunos curiosos casi nadie se acerca a esos volúmenes insoportables y pomposos.
Barcelona era en tiempos de Vargas Vila una metrópoli impresionante que desde siempre albergó grandes templos y palacios y que en el siglo XIX se convirtió en una urbe moderna, poblada de Ateneos, bibliotecas, universidades y librerías, ciudad cosmopolita donde en los cafés, restaurantes y bares la literatura y el pensamiento reinaban, tal como lo describe el gran autor catalán Josep Pla en su Cuaderno Gris.
A diferencia de París, que era la otra gran ciudad europea de la cultura, Barcelona tenía entonces la fuerza que le daba el mar y a su puerto llegaban los americanos, los indianos, que traían noticias frescas del otro lado del Atlántico. Ñito José Restrepo (1855-1933) y Vargas Vila vivieron en una gran metrópoli envidiable y de sueño que nada tenía que ver con la provinciana y fría capital colombiana.
Pasaron más de tres décadas desde la muerte de Vargas Vila y Restrepo para que una nueva estrella de las letras colombianas, Gabriel García Márquez, se instalara allí a fines de los 60 y triunfara del brazo de su agente literaria catalana Carmen Balcells.
García Márquez hasta su crepúsculo llegó como rey a Barcelona. Y su llegada a vivir a Cataluña atrajo a muchos jóvenes discípulos, entre quienes se cuentan Óscar Collazos, Héctor Sánchez, R.H Moreno Durán, Luis Fayad, Ricardo Cano Gaviria, las hermanas Colombia y Sonia Truque, Manuel Giraldo, Guido Tamayo y Miguel de Francisco, entre otros que vivieron y trabajaron aquí aunque con menos suerte que su patriarca el creador de Macondo.
La primera vez que vine aquí, en 1975, casi todos estaban en Barcelona y colaboraban en las editoriales como correctores o traductores. Eran jóvenes apasionados por la literatura, dispuestos a dar la vida por ella, sin saber que eran casi los últimos especímenes de ese tipo de amantes sin límites de las letras, inspirados por la maestría de Jorge Luis Borges y la gran literatura europea del siglo XX.
Por esas épocas, en los años 60 y 70, la ciudad era el paraíso de las letras hispanas antes de que el obtuso chovinismo catalán matara aquella fuerza e hiciera todo lo posible para reducir la presencia del castellano, para ellos su enemigo principal. Poco a poco todos los escritores colombianos de Barcelona, marginados como casi todos los "sudacas", se vieron obligados a regresar a su país, salvo Ricardo Cano Gaviria, que sigue con la antorcha en estos pagos.
Los fanáticos politiqueros nacionalistas catalanes de hoy causarían el estupor de José Pla, Eugeni D'Ors, Ramón Vinyes y Merce Rodoreda y de toda una pléyade de grandes narradores, ensayistas y poetas catalanes que hicieron brillar el cosmopolitismo literario en este puerto de palacios delirantes y artistas inolvidables como Antoni Gaudí, Salvador Dalí, Pau Casals y Picasso. Esos politiqueros de hoy ignoran que en la segunda parte de El Quijote, el ingenioso Hidalgo vino a Barcelona para constatar su fama y terminar su gesta con la lucha frente al Caballero del Verde Gabán, que deseaba traerlo de regreso a casa.
El 7 de mayo de 1905, hace 110 años, en esa gran Barcelona cosmopolita que conocieron Vargas Vila y Ñito Restrepo, los barceloneses celebraron una multitudinaria procesión en honor de Miguel de Cervantes Saavedra por las calles de la ciudad, como lo muestra una foto de la época publicada en el diario La Vanguardia. Y por eso yo ahora, imitándolos bajo el sol candente, manifiesto por las calles en memoria y honor de esos muchos escritores colombianos que vivieron aquí y lo dieron todo por la literatura y su Barcelona amada sin pedir nada a cambio, salvo el olvido.