Por Eduardo García Aguilar
En México existe un sistema cultural que algunos críticos locales califican de piramidal y que ha enfeudado desde hace un siglo a la mayoría de los creadores cubriéndoles de prebendas y haciéndolos cómplices de los grandes políticos, muchos de ellos demagogos, corruptos y violentos.
Sin embargo, pese al servilismo de un sector importante de la intelectualidad y de los artistas, la cultura mexicana contemporánea tiene tanta fuerza que ha sobrevivido a esa tentación permanente de vivir adosada al poder de los príncipes y los tlatoanis, como se denominaba a los ancestrales jerarcas indígenas.
No es para menos, ya que todo el país vive sobre las ruinas de varios imperios prehispánicos espléndidos que construyeron ciudades y templos de rango mundial, equiparables a los de las grandes civilizaciones que florecieron en China, el Sudeste Asiático, Egipto y entre el Eufrates y el Tigris, en tiempos de Nínive y Babilonia.
Por todas partes el arte de esos pueblos se ve y surge de la tierra con una fuerza imbatible que impresiona a quienes han visitado Teotihuacán, Palenque, Monte Albán y tantas otras ciudades milenarias construidas por verdaderos Estados poderosos y ricos que tenían burocracia, clero, escuelas y ejércitos.
Cuando llegaron los conquistadores españoles encontraron grandes imperios en pleno ejercicio de su poder y merced a una alianza con los príncipes locales crearon un nuevo mundo colonial cuya expresión cultural es impresionante: catedrales, plazas enormes, palacios, conventos, avenidas, teatros y todo tipo de edificios barrocos emergieron de tal fusión y del sincretismo de la religión prehispánica y el catolicismo que llegó para quedarse.
La prueba de esa irradiación cultural sincrética es el vasto centro histórico de la Ciudad de México y la belleza de muchas ciudades coloniales como Morelia, Zacatecas, Guadalajara, Oaxaca, Puebla, Querétaro y muchas más que uno nunca termina de visitar y apreciar. Dichas ciudades y sus centros ceremoniales fueron construidos sobre las viejas pirámides con la piedra de aquella grandeza.
Después de la Independencia, esa cultura siguió solidificándose con nuevas influencias, entre ellas la francesa y después la norteamericana, que llegó en el siglo XX para construir rascacielos y grandes ciudades, avenidas y suburbios interminables de cemento.
La Revolución mexicana trató de recuperar el orgullo indígena a través de los muralistas y por medio de un proyecto inicialmente muy valioso de afirmación de las culturas nativas. Sin embargo, al institucionalizarse la Revolución y crearse el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ese esfuerzo cultural que dio grandes frutos se fue solemnizando. Por eso los críticos actuales tratan de despertar a las élites culturales para que respondan con ideas a la gran tragedia que vive el país, ahora dominado y carcomido por el narcotráfico en alianza con todos los partidos políticos.
Después de la Revolución Mexicana se creó una clerecía priísta laica, una élite cultural muy bien financiada de por vida con becas, homenajes y prebendas oficiales, que reemplazó de facto a los sacerdotes y obispos católicos de otros tiempos.
Los jóvenes escritores en su mayoría empiezan desde muy temprano su carrera literaria como sacristanes de algún grupo o de algún líder cultural o "maestro de juventudes" como Vasconcelos, el creador del sistema, y son fieles e incondicionales de por vida a la figura o grupo poderoso que los protege y así van subiendo, subiendo, ganando muchos premios y becas, hasta convertirse en monseñores, obispos literarios, cardenales poéticos y algunos hasta papas, como Reyes, Paz o Fuentes.
Para llegar a esas alturas casi siempre hay que desempeñarse como diplomático y tener excelentes relaciones con los políticos y los magnates de la comunicación, quienes financian los premios y las prebendas intercambiables que benefician a esos jerarcas culturales exitosos.
Los escritores e intelectuales ligados al poder celebran sus sínodos y concilios, sus aquelarres y festines. Hay exclusiones, "ninguneos", vendettas, y todo tipo de guerras y guerrillas culturales. Los escritores rebeldes o malditos o los críticos terminan muy, pero muy mal. Sufrir la ojeriza de un Cardenal o de un Papa cultural todopoderoso como era Paz, significa la muerte literaria.
La mayoría creen en la "carrera literaria" y la toman muy en serio y por eso son algunos de ellos tan solemnes. Y así van tomando desde muy temprano una posición hierática, rígida, como de políticos del PRI. La mayoría no arriesgan nunca nada por temor y algunos -tanto mujeres como hombres- desde jóvenes ya están entronizados con sus casullas y destinados a ser un día líderes con su grey y báculo.
Y así permanecen toda la vida, aburridos, aspirando, intrigando, para llegar a ser los jefes de grupo con su corte y tal vez subir a la cúspide de la pirámide con las prebendas del caso y el impulso oficial necesario para aspirar a premios internacionales como el Cervantes. El sueño de muchos jóvenes escritores es ser llamados un día "maestros" y homenajeados cuando mueran en cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, o si no se puede ahí, en algún lugar más modesto de carácter regional o universitario.
Ese es el sueño máximo de muchos de los escritores, por lo que sus obras se vuelven secas y parecidas en su manierismo oficial. Son muy pocos los que no creen en eso, pero por fortuna hay rebeldes hoy como los que describe Bolaño en su novela espléndida, irónica, Los detectives salvajes.
Por supuesto, esos rebeldes no se conocen mucho y no los ponen en las listas oficiales de las que son desterrados. Si no son fuertes se van apagando, muertos en vida como los personajes de Rulfo y tienen que ser muy valientes para resistir ante el sistema cultural oficial, pero los hay por fortuna para la literatura y las artes mexicanas y tal vez sean ellos los que ahora gritan para que cambie México y logre liberarse de la empresa de la mafia narcotraficante que ha cooptado al gobierno y a casi toda la clase política. O sea que la historia milenaria de esa gran patria hermana sigue viva y ardiente y mirando hacia el futuro con una creación pujante que siempre se sale de la cesta o huacal donde tratan de encerrarla.Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de diciembre de 2014.