Después de nueve años de viaje, la nave New Horizons de la Nasa llegará este 14 de julio a Pluton, que durante mucho tiempo fue considerado el último planeta del sistema solar, pero desde
hace unos años fue retrocedido al rango de planeta enano, comparable a
otros múltiples astros postneptunianos del cinturón de Kuiper, 1.600 de
los cuales ya han sido detectados por los astrónomos.
La
nave, de media tonelada, lanzada en 2006 a una velocidad de 49.000
kilómetros por hora, ha logrado recorrer los espacios lejanos del
sistema solar y si todo marcha bien, deberá ofrecernos las primeras
fotografías de alta calidad del planeta y de sus lunas Charon, Hydra y
Nixa, situados a una distancia en este momento de 4.700 millones de
kilómetros de la tierra.
Descubierto
por el joven astrónomo Clyde Tombaugh el 18 de febrero de 1930, este
astro de roca y hielo alimentó a lo largo de casi un siglo la imaginación
de adolescentes y adultos amantes de la lejanías siderales, asociado a
sus vecinos y antecesores Urano y Neptuno, en la zona más remota del
sistema solar.
Hace
apenas una semanas veíamos en el cielo hacia el crepúsculo la
conjunción de Venus y Júpiter, alineados con la tierra en su órbita
alrededor del sol y durante unos días podíamos colocarnos en la atalaya
terráquea y sentirnos en un viaje interplanetario, percibir con toda
claridad la luminosidad de ese lajano planeta gaseoso, el mayor del
sistema solar, al lado del brillo espectacular del lucero más intenso
del firmamento. Una
forma oblicua y tangencial de sentirnos en el sistema solar como pocas
veces podemos hacerlo y percibir nuestra pertenencia al mismo desde la
infinita pequeñez humana, a sabiendas de que una vez terminado nustro
ciclo terrestre todo aquello seguirá su curso ineluctable.
Aparte
los detalles científicos de la aventura de New Horizons, que llevará a
conocer el comportamiento de la superficie de Plutón y los movimientos
de sus hielos y la frágil atmósfera, la visita al lejano astro nos
confirma la continuidad de la investigación humana, más de medio siglo
después que otras naves comenzaran a sobrevolar planetas cercanos como
Mercurio, Venus y Marte y enviaran a tierra las fotografías magníficas
de sus superficies llenas de cráteres y extraños valles desolados.
Los
niños o adolescentes de entonces coleccionábamos las fotos reproducidas
en los diarios y las revistas de entonces y comentábamos con los más
duchos en materias científicas, en mi caso mis amigos y vecinos León
Duque Orrego y Carlos Augusto Gonzáles, el inicio de una aventura que no
cesa y que nos maravilló con la espectacular llegada del hombre a la
Luna en 1969.
Después
otras naves llegaron a planetas aun más lejanos y gaseosos como
Saturno, Júpiter, Urano y Neptuno y pudieron explorar de cerca los
fascinantes satélites de aquellos astros, plenos de sorpresas, océanos,
géysers, superficies heladas, mares subterráneos y comportamientos que
aun deben revelarse y alimentarán en las próximas décadas la imaginación
de nuevos niños, adolescentes y adultos con sed de conocimiento.
Al
mismo tiempo la aventura del telecospio Hubble y el trabajo minucioso
de hormigas de todos los astrónomos en los observatorios del planeta han
contribuido ha realizar una amplia cartografía del universo desde el
Big Bang, comunicándonos imágenes jamás imaginadas de lejanas galaxias
en colisión o explosión, nubes infinitas flotantes que son vestigios de
catástrofes y apocalipsis y huecos negros devoradores de materias
secretas; o revelándonos la existencia de sistemas solares y miles de expoplanetas, muchos de ellos similares a la Tierra.
Ya
desde la Antigüedad y mucho antes de ella, el hombre tuvo la mirada
fija en los astros y reguló sus calendarios y estaciones observando con
exactitud la rutina de los astros visibles, la confluencia periódica de
los mismos y construyendo pirámides o edificios en honor de las
ineluctables citas astrales que fascinaron a todas las grandes
civilizaciones milenarias surgidas en el Indus, Mesopotamia, en el Nilo,
o entre nosotros, en las alturas de Machu Pichu o en los terrenos donde
vivieron los avanzados y geniales mayas, que construyeron Palenque,
Tikal y Chichen Itza, u otras civilizaciones mesoamericanas, como la que
trazó Teotihuacán, cuyos secretos están aun por revelarse.
Todas
esas ciudades y templos fueron inspirados por la relación permanente
del hombre con el cosmos, el espacio infinito y los astros y galaxias
que los pueblan. Miles de años de transmisión de conocimientos de padres
a hijos fueron creando el catálogo de los eclipses y las confluencias y
el surgimiento de esas élites sabias y poéticas que establecieron la
relación entre la luna y las mareas y escrutaron las leyes del tiempo.
Con
la llegada a Plutón este 14 de julio de la nave New Horizons se cumple
un nuevo episodio del capítulo relativo del Sistema Solar, nuestra
vecindad, pero en las próximas décadas y siglos seguirá la aventura para
escrutar los misterios aun escondidos en los planetas y lunas cercanas,
tal y como lo prueban la peregrinacion de la nave Curiosity por la
superfice de Marte o la visita de la nave Philae a un cometa que se
acerca al sol.
New
Horizons solo pasará como un bólido unas cuantas horas por el
vecindario de Plutón y sus lunas, para seguir la ruta hacia los confines
oscuros del cinturón de Kuiper y explorar otros astros similares que
aun están por
definir en esa última zona del sistema solar. Pero durante esas horas
recopilará material suficiente para que los cientificos trabajen en las
próximas décadas, hasta que una nueva nave visite el astro y tal vez lo
orbite.
Pero
esta aventura y otras aun más fascinantes serán posibles, siempre y
cuando el hombre, amigo de las guerras y las más espantosas atrocidades,
no se autodestruya en alguna nueva guerra mundial, para la cual cuenta
con todas las armas atómicas y nucleares disponibles. En ese caso, las
naves lanzadas por la humanidad registrarán desde lejos la más absurda
implosión de un planeta poblado por una depredadora especie
autodestructiva y asesina.
* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 12 de julio de 2015.