sábado, 17 de julio de 2021

LAS AVENTURAS DE RÉGIS DEBRAY


Por Eduardo García Aguilar


Régis Debray relata en el libro Alabados sean nuestros señores las aventuras vividas por él y una generación de jóvenes europeos y latinoamericanos, que en plena juventud fueron atraidos por la Revolución cubana y el líder máximo Fidel Castro y en esa fascinación vieron quebrados muchos de sus sueños y chamuscadas sus alas, antes de ser rescatados unos de nuevo por el poder y los príncipes y otros por el olvido o la muerte.

Debray (1940)  era un niño bien de la sociedad parisina, hijo de una dama cercana al general Charles de Gaulle, y por su precocidad, inteligencia y cultura estaba llamado a recibir las más altas palmas académicas o burocráticas. Quiso el destino que esa revolución tropical se atravesara en su vida y que por sus contactos con la izquierda latinoamericana de entonces hace ya tanto tiempo, terminara reclutado y entrenando allí como militar por el propio Castro para preparar movimientos similares en todo el continente y el mundo.

A los 24 años recibe entrenamiento en Cuba y traba una cercana amistad con el Comandante supremo, entonces ídolo mundial adorado en muchas capitales y cuya leyenda atraía como mariposas a políticos, escritores, actrices y personajes de todas las farándulas, como el gran escritor estadounidense Ernest Heminguay y otros muchos.

Tuvo así la oportunidad de trenzar estrecha amistad con Fidel y el Che Guevara, quien pronto dejaría el poder isleño y se iría a tejer aventuras melancólicas en África y finalmente a Bolivia, donde emprendió la loca aventura foquista que lo llevó a la muerte crística antes de cumplir 40 años, convirtiéndose después en un mito, una leyenda del siglo XX, un ícono pop.

Debray, que había publicado poco antes Revolución en la revolución, donde planteaba el ideario foquista y vivía entonces con la militante venezolana Elizabeth Burgos, tardó mucho tiempo, dos décadas, en descubrir que la aventura delirante emprendida por el joven médico argentino en las montañas bolivianas fue realizada por él para perder, ser derrotado  y terminar al fin el ciclo suicida de los mártires y los santos.

En sus entrenamientos en Cuba conoció jóvenes amigos latinoamericanos que serían pronto aseinados, como el poeta guatemalteco Otto René Castillo y su congénere salvadoreño Roque Dalton, el primero quemado vivo por el ejército de su país y el segundo inmolado por sus propios compañeros de lucha.

Describe con lujo de detalles la vida de muchos de esos invitados especiales del comandante en un hotel de lujo de La Habana, donde debía pasar semanas y meses antes de que al fin les dieran cita con el caudillo y gozara de las mieles de escoltarlo en reuniones y viajes nocturnos interminables, poblados de bellezas europeas e intelectuales fascinados.

Y en su relato queda plasmado el universo que rodea a los dictadores con su corte, los auges y caídas de figuras ascendentes, los silencios y la crueldad del tirano con los defenestrados y la ternura que a veces muestra el mito en momentos de cercanía con los preferidos del momento. Castro y el francés Mitterrand, para quienes trabajó, son descritos con lucidez en las antesalas del poder.    

Por su militancia en esos proyectos en los que creía, Debray cayó en la cárcel en Bolivia causando un conflicto diplomático con Francia hasta que fue liberado y traído de regreso a París, donde desprestigiado, borrado de la carrera universitaria y de las élites del periodismo, vivió una travesía del desierto hasta que el futuro presidente Mitterrrand lo adoptó en su corte y lo contrató luego como consejero, recién llegado al poder.

¿Quien iba a pensar, dice Debray, ahora octogenario, que a los 30 estaría en la cárcel y a los 40 sería chambelán en el Palacio del Elíseo? Muy temprano vivió entonces la experiencia de ser amigo y estar muy cerca de dos grandes figuras políticas del siglo XX, dos mitos, dos astutas figuras maquivélicas que llegaron al poder y murieron de viejos.

Escritor de la mejor estirpe francesa, erudito, místico a veces, lector insaciable, Debray es uno de los más notables escritores contemporáneos de Francia. Y la distancia y la sabiduría le permiten reflexionar sobre el poder y los acontecimientos mundiales, como en su tiempo lo hicieron Chateaubriad, Talleyrand, Montesquieu, Fouché y tantos otros. Sobrevivió para contar y advertir a los nuevos sobre los riesgos de las pulsiones utópicas, la cercanía del poder y el peligro de la adrenalina existencial.
 
-----Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Doningo 18 de julio de 2021.

sábado, 10 de julio de 2021

LA CARCAJADA DE VOLTAIRE

 Por Eduardo García Aguilar

Si Voltaire se despertara hoy, más de dos siglos después de su muerte en París a los 84 años de edad, en 1778, se sentiría profundamente impactado por el renacimiento en el mundo entero de los fanatismos religiosos, políticos e ideológicos. Al escribir el corto ensayo biográfico Voltaire, el festín de la inteligencia para la colección de personajes editada por la editorial colombiana Panamericana, rendía homenaje a ese viejo esquelético, mueco y socarrón que muchos consideraban un espantajo impresentable en el helado museo de las estatuas abandonadas.
Aunque la bibliografía sobre su obra es tan abundante como los granos de arena de un desierto africano, su figura sigue confinada a las aburridas obligaciones escolares y por eso muchos franceses se extrañan de que un latinoamericano del siglo XXI se interese en seguir los pasos del autor de Cándido (1759) y el Tratado sobre la tolerancia (1763) y lo encuentre actual.
En todo el mundo los hombres son dominados por ideologías y creencias beligerantes que los llevan a morir por causas oscuras, a suicidarse en aras de una deidad, a torturar por ideas, a matar o mandar matar por intolerancia. En las calles de las capitales europeas la mujeres islamistas vuelven a cubrirse de pies a cabeza como hace mil años y en otras partes del mundo todo tipo de gurús, profetas, iluminados, mesías, incitan a la guerra, la destrucción, la inmolación y el crimen, con la esperanza de dominar el mundo y obligar a los hombres a seguirlos bajo el sonido amenazador de las ametralladoras.
El horror de los conflictos regionales, la mortandad incesante en las guerras puntuales, la trivilización del secuestro, la celebraciones armadas de los triunfos electorales, las amenazas nucleares de regímenes tan delirantes como el norcoreano y el iraní, o la amenaza creciente de los talibanes, nos muestran que el mundo anda muy mal, como en las peores eras locas de Nerón o de Atila.
Por eso, mientras me sumía en la lectura de algunas de las obras de Voltaire, de textos sobre su larga vida de exiliado incómodo y muestras de su correspondencia, no sólo me maravillaba la luz de la prosa llena de humor e ironía, sino también la energía de su lucha contra la intolerancia y las « supersticiones » en la Europa del Siglo de las Luces.
Sin duda hoy los fanáticos lo amenzarían con una fatwa y sus enemigos lo mandarían a matar con sicarios. Parado frente al pequeño pero famosísimo sillón Voltaire de color verde jaspeado, donde trabajó los últimos meses de su vida, que está expuesto en el Museo Carnavalet, trataba de imaginarlo acosado por la tos, con su bonete, mientras llenaba hojas y hojas con la hiperactividad característica de su genio.
Lo habían dejado regresar a la capital después de décadas de exilio, para que asistiera a la presentación de una de sus obras dramáticas y a un homenaje que le hacían sus admiradores en el Comedia Francesa. Vino enfermo desde Ferney, que era la residencia y la ciudadela donde vivía junto a las tierras protestantes suizas, a resguardo de posibles detenciones. Allí recibía a la romería de discípulos y curiosos que venían de toda Europa, y que como el libertino Giacomo Casanova, relataron con detalle el ingenio admirable del viejo, sus rápidas respuestas de cascarrabias que siempre tenía razón y la agitación incesante de su vida dedicada a escribir, pensar y rabiar.
Fue el primer gran periodista de la era moderna, al escribir sin descanso todo tipo de obras de historia, libros de vulgarización científica y narraciones con « mensaje » que se vendían como pan caliente en ediciones clandestinas, por lo que contribuyó a abrir los espíritus y a mostrar que era posible enfrentarse a la intolerancia del Antiguo Régimen.
Pensó que iba pasar a la historia como gran autor de tragedias y gran poeta, pero aunque escribió miles de versos y decenas de piezas que fueron presentadas en todas las capitales, éstas obras fueron olvidadas y se le recuerda más por sus panfletos y narraciones, que él consideraba sólo divertimentos para entretener a los amigos en las veladas palaciegas.
Su obra abarca decenas y decenas de volúmenes, pero basta leer sus divertidas ficciones como Cándido o El ingenuo para reirnos con él de la estupidez bélica de la humanidad actual y entender que en vez de avanzar retrocedemos a los peores tiempos de la barbarie y que incluso estamos a punto de superarlos. Un día de éstos terminaremos todos en «átomos volando» como dice el himno, mientras Voltaire, con su larga peluca empolvada, se carcajeará de nosotros los herederos de un futuro radiante sin luces ni risa.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 11 de julio de 20121.