Por Eduardo García Aguilar
Desde
hace dos siglos la figura de Simón Bolívar ha sido utilizada por casi
todas la corrientes políticas como forma de reconocimiento y anclaje en
un mítico pasado glorioso y todos los latinoamericanos hemos vivido
marcados por su imagen de ídolo trágico.
Sus
estatuas idealizadas en plazas de ciudades y pueblos, los discursos
interminables de políticos y escribidores en actos solemnes con himno
nacional o sin él, las biografías pomposas o académicas, las crónicas de
grandes escritores como José Martí y Porfirio Barba Jacob, nos han
nutrido de palabras como si él fuese un pegaso, héroe mitad humano y
mitad veloz corcel.
Desde
hace décadas trabajo el lado de donde él vivió en sus dos estadías en
París, en las calles Vivienne y Richelieu y con frecuencia paso frente a
las placas que marcan aquellos instantes de su vida en esta ciudad,
cuando era un joven viudo de la élite caraqueña que leía y hacía la
fiesta al lado del parque del Palacio Real, centro de encuentro de
libertinos dieciochescos de la Ilustración y jóvenes militares
napoleónicos.
Bolívar dice
que presenció en París la autocoronación del joven corso Napoleón y la
leyenda cuenta de su encuentro probable con el sabio y espía alemán
Humboldt, quien le habría dicho que no encontraba quien sería el que
estaría dispuesto y tuviera la estatura para liberar las colonias
americanas del yugo español, idea que germinó en la imaginación del
joven aprendiz, amante de su vecina Fanny de Villars, lector, millonario
y viajero que habría jurado en el monte Aventino de Roma liberar la
región.
Las placas
colocadas en los lugares donde vivió Bolivar aquí al lado de la sede de
la Agencia France Presse, junto a la antigua Biblioteca Nacional de
Francia, que sin duda frecuentaba el joven y futuro prócer, fueron
instaladas por los estudiantes de la época de entreguerras del siglo XX,
liderados entonces por el guatemalteco Miguel Angel Asturias, quien
acababa de publicar Leyendas de Guatemala, primer best-seller
latinoamercano de esos tiempos.
Asturias
se reunía con Alfonso Reryes, Jorge Zalamea, César Vallejo, los hemanos
peruanos García Calderón y otros muchos latinoamericanos que vivían y
frecuentaban la bohemia de la ciudad en esos años de efervescencia
intelectual, política, cultural y literaria, cuando despuntaban las
fuerzas de las izquierdas bolcheviques y trotskistas, los idearios
liberales, las derechas nazis y mussolinianas y otros más, antes de la
deflagración brutal de la Segunda Guerra Mundial iniciada en 1939.
Y
esos jóvenes entusiastas latinoamericanos rastrearon las huellas de
Bolívar en París y colocaron las placas conmemortivas en los lugares
donde vivió el joven Libertador. Mucho tiempo antes que ellos, a lo
largo del siglo XIX, el mito del héroe fue creciendo e incluso personas
como el llanero José Antonio Páez, que lo traicionaron en vida y lo
ignoraron en la muerte, decidieron después iniciar el culto a sus
huesos, trasladando sus restos desde la colombiana Santa Marta hasta
Caracas, para usarlo como amuleto de legitimidad, tal y como hizo Hugo
Chávez mucho tiempo después.
Es
una delicia leer al propio Bolivar, rastrear sus cartas y proclamas,
imaginar sus batallas y derrotas, leer tantos libros biográficos y
académicos que se han escrito sobre su figura, desde los más rigurosos
como los del historiador británico John Lynch hasta otros deliciosos
como los de los colombianos Germán Arciniegas e Indalecio Liévano
Aguirre y el liberal republicano español Salvador Madariaga.
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Los
coleccionistas de reliquias conservan espadas, kepis, charreteras,
cartas, mechones de pelo, corazones y cerebros en formol de Napoleón y
Bolívar y los guardan como amuletos. Y en pleno siglo XXI aun se invocan
para apuntalar idearios opuestos y contradictorios. Bolívar es un
fetiche multiusos, pues nunca sabremos lo que pensaría de verdad hoy en
este veloz siglo XXI ni cuales serían sus posiciones. Murió joven y fue
el mito de los románticos del siglo XIX como el Che de los idealistas
de la segunda mitad del siglo XX. A falta de nuevos héroes, su momia
sigue viva.
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Publicado el domingo en La Patria. Manizales. Colombia. 29 de junio de 2025.