Hace
cien años el escritor Pierre Loti murió septuagenario tras una vida de
viajes, convertido en best-seller por sus evocaciones de los paisajes de
oriente y otras comarcas del mundo que visitó como oficial de marina
francesa, cuando su país era una gran potencia colonial dominante en
muchos lugares del planeta.
Nació
en 1850 y como muchos de los de su generación se benefició del poder
colonial, que enviaba a sus jóvenes cuadros a muchos lugares del mundo
en barcos de su poderosa flota. Ya fuese como diplomáticos, marinos,
ingenieros, empresarios, geógrafos, religiosos, artistas, espías,
algunos muchachos soñadores pudieron cumplir así sus sueños de ir y
venir por el mundo a sus anchas, habitando en mansiones diplomáticas o
en lujosos hoteles, donde contaban con amplia y atenta servidumbre.
Otros
miembros de la élite viajaban por cuenta propia, como el gran novelista
Gustave Flaubert, y sus viajes preferidos por lo regular eran a la
eterna Italia y después al misterioso Oriente Medio o más allá en países
más exóticos que los maravillaban como la India, China y Japón o la
Polinesia lejana, donde habitó el gran pintor Paul Gauguin.
Antes
de estos finiseculares amantes del vicio, el opio, el erotismo y la
decadencia, notables miembros de la generación romántica de comienzos
del siglo XIX realizaron esas peregrinaciones, como el alemán Goethe o
el inglés Lord Byron, quienes dejaron testimonio diario de esos periplos
en busca de las maravillas de la Grecia clásica o la Roma imperial.
Sus
costosos viajes se hacían en largas caravanas, siempre en carrozas
haladas por caballos donde llevaban biblioteca, enseres, muebles y hasta
piano para instalar en los diferentes puntos del camino, donde solían
quedarse en calma durante semanas.
Esos
viajes largos duraban años enteros y a veces décadas, cuando el
objetivo era más lejano, como ocurrió antes con el gran precursor de los
viajeros modernos, Marco Polo (1254-1324), quien dejó uno de los
relatos de viaje más fascinantes de la historia, pues recorrió y
describió por primera vez los más lejanos y extraños países de Medio y
Extremo Oriente.
Los
viajeros románticos de la élite llevaban cartas de recomendación y en el
camino eran recibidos por monarcas, prelados, magnates o aristócratas
que les ofrecían la hospitalidad y los agasajaban. En sus inicios no fue
el caso de Pierre Loti, quien de joven en su viaje a Constantinopla no
tuvo tantos recursos y vivió mas como aventurero buscador de perfumes,
seducciones y placeres orientales, tal y como lo cuenta en su relato del
amor a su amada Aziyadé, libro que lo hizo famoso y lo convirtió en
best seller millonario, notable y miembro de la Academia Francesa.
Cada
uno de sus decenas libros de viaje se convertía en acontecimiento y
poco a poco él mismo se volvió un excéntrico magnate que poseía
mansiones donde reproducía en sus habitaciones los espacios exóticos que
visitó en países lejanos, espacios que parecían galerías y museos de un
coleccionista caprichoso y neurótico algo fetichista.
En
"Fantasmas de oriente" cuenta en un relato trepidante y angustioso su
regreso diez años después a Constantinopla en busca de la amada Aziyadé,
jovencita que pertenecía a un harem y a la que amó en secreto y
abandonó después para seguir su periplo.
Es
un relato sobre tiempo, muerte, culpa, deseo y erotismo entre perfumes
exóticos. Escritores latinoamericanos de su tiempo como el colombiano
José Maria Vargas Vila y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo lo
imitaron y se convirtieron en prolíficos best-sellers como él al contar
placeres perdidos bajo efecto de elíxires prohibidos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 1 de septiembre de 2024