Los
siglos están interconectados y nuestros años tienen similitudes con los
de entreguerras del siglo XX, cuando Europa vivió una pausa antes de la
Segunda Guerra Mundial, que de todas maneras venía larvada desde la
derrota alemana de 1918 y las condiciones impuestas por los vencedores.
Desde
siempre los europeos se vieron enfrascados en guerras terribles que
significaron cambios permanentes de fronteras e imperios que ascendieron
y cayeron de manera estrepitosa, como miles de años antes en la
antigüedad. Los sufrimientos indecibles de los europeos a lo largo los
siglos están impregnados en la memoria colectiva de la población con los
matices respectivos, según cultura, tradición, culinaria y lengua.
La
literatura registra en detalle las peripecias vividas, las terribles
guerras religiosas, masacres de minorías étnicas, como ocurrió con los
cátaros en Francia o con judíos, gitanos, árabes, eslavos, germanos,
españoles, nórdicos, húngaros, polacos, rusos y tantos otros pueblos.
Durante milenios los
ejércitos de emperadores y reyes reclutaron a sus pueblos y los
mandaron a morir en batallas para deshacer las fronteras cercanas o
imponerse en lejanas colonias, de donde muchos no regresaron jamás.
En
los cuentos infantiles y las sagas indias, mediorientales o nórdicas se
cuenta la tragedia de viudas, huérfanos, el sufrimiento de adultos en
pleno vigor y viejos desolados que volvieron a experimentar la guerra
que pensaban desterrada. Garcilaso de la Vega o Miguel de Cervantes
Saavedra estuvieron en batallas lejanas y llevaron en su cuerpo el
estigma de las heridas. Muchos murieron jóvenes como Lord Byron en
Grecia y otros más envejecieron por milagro para contar la tragedia de
sus tiempos.
En ciudades y
puertos de estos poderosos imperios europeos de antaño está el registro
de sus glorias y esplendores esculpidos en las mansiones de piedra de
los esclavistas o las increíbles catedrales y templos donde la plebe
mutilada, huérfanas violadas, mendigos y viudas agonizantes se
refugiaban para orar ante las fuerzas de los sagrado, en busca de un más
allá mítico y compasivo que extinguiera sus sollozos.
En
esta tercera década del siglo XXI, como en el mismo periodo del XX, las
potencias y sus nuevos emperadores se amenazan y se miden difundiendo las más locas creencias y fanatismos para incitar a la plebe a matarse y a tomar partido. Igual se citan en lugares especiales y simbólicos como Donlad Trump y Vladimir Putin en Alaska o Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Molotov, firmantes en Moscú del Pacto germano-soviético apadrinado por Stalin y Hitler.
Hace
un siglo la propaganda la hacían a través de radio, telégrafo, cine,
periódicos y discursos y ahora por las insaciables redes sociales y la
adictiva televisión en directo. La algarabía mundial y nacional no se
detiene jamás y calienta y entrena a la gente para la guerra y la
destrucción cíclica, entre la excitación de las emociones primarias y la
teja corrida general.
Muchas ciudades fueron destruidas y vueltas a construir a través de los siglos y lo peor es que
tal vez vuelvan a serlo, pues la humanidad nunca aprende las
lecciones y repite la historia como tragedia y comedia, ajena a la
locura de los filósofos dementes que como el buen Nietszche se alzaban con el
pensamiento hasta las alturas pobladas por las águilas para escapar al miedo ambiente y su algarabía.
Igual
que Hans Castorp y sus divertidos comparsas tuberculosos de La Montaña
Mágica de Thomas Mann en el sanatorio de las altas montañas suizas, en
Gstaad, cuando abajo la guerra los llamaba con insistencia, como ahora
al parecer nos convoca a todos en este mundo de locos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de agosto de 2025.