Por Eduardo García Aguilar
André Malraux dijo alguna vez que “el
siglo XXI será religioso o no será” y como una profecía bíblica su precepto
parece realizarse con creces a lo largo de estos primeros tres lustros caóticos
iniciados con el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York por Al Qaida,
comandado por el millonario saudita Osama Bin Laden, al que sucede ahora otro
más poderoso y con más vastas redes mundiales, el Estado Islámico que busca
imponer un utópico califato global.
Ahora que la capital europea Bruselas se
encuentra este sábado en estado de alerta máxima bajo la amenaza de inminentes
atentados y que día tras día suceden tomas de rehenes y atentados suicidas en
Yemen, Egipto, Malí, Libia, Líbano, Sudán, Siria, Turquía, Irak, Pakistán, uno
cree vivir dentro de una pesadilla o al interior de una película catastrófica
hollywodense como Blade Runner.
La reserva de suicidas convertidos al
islam fanático parece inagotable y lo más sorprendente es que en esas filas hay
miles de jóvenes nacidos en Europa, que desde hace unos años han ido cayendo en
las redes de la clerecía islamista y poco a poco encuentran un sentido a sus
vidas al unirse a la causa del sanguinario califato.
Tras la caída de La Unión Soviética que
controlaba esas regiones con otros idearios y el fin de la guerra fría el mundo
quedó huérfano de causas absolutas. El marxismo-leninismo, religión que movió
montañas a lo largo del siglo XX en la Unión Soviética y sus satélites, en la
China de Mao Tse Tung y en casi todos los países del Tercer Mundo,
especialmente América Latina, el sudeste asiático y Africa, ha sido reemplazada
en las juventudes extremistas de hoy por el fanatismo islamista opuesto a un
Occidente para ellos cruel, satánico y pecaminoso.
Al leer los perfiles de los jóvenes
asesinos suicidas de Daesh, casi todos nacidos en los años 80 y 90, sorprende
la forma tan acelarada como cambiaron sus mentalidades, por lo regular a través
del uso permanente de las redes sociales, donde son captados y adoctrinados por
la organización. La mayoría hace apenas uno o dos años llevaban vidas comunes y
corrientes de fiesta, conciertos, alcohol, en los suburbios de las capitales y
de repente cambiaron de hábitos, asumiendo el riguroso puritanismo coránico y
el deseo del martirio a nombre de Alá.
Luego los muchachos viajaron a Siria para
enrolarse en las filas de ese Ejército y de ahí, tras las pruebas de fuego
iniciáticas de los fusilamientos, degollamientos y combates bajo los bombardeos
de Occidente regresan a conformar las células dormidas que atacan y siembran el
terror en Francia, España, Bélgica, Suecia, Italia,Dinamarca.
Muchas de las armas y recursos con que
cuenta el Ejercito Islámico fueron suministrados hace poco por Occidente mismo,
que envió materiales de guerra a los escenarios sirio, iraquí y libio para
ayudar a supuestos rebeldes, pero que finalmente cayeron en manos de estas
fuerzas comandadas por expertos miltares iraquíes o mediorentales entrenados
tiempo atrás por las propias fuerzas occidentales, como en su momento lo fue el
propio Bin Laden. O sea que el monstruo es en cierta forma el propio Golem
creado por un Occidente errático desde los delirios bélicos de tenebrosa era de
los Bush.
El conflicto ahora ha entrado en una
etapa cuyo control tardará años pues esta generación de extremistas no solo
sueña con el paraíso que les depara Alá en un cielo lleno de huríes, sino que
agita sus mentes delirantes con un lenguaje que recuerda el de los primeros
mahometanos creadores de califatos y dispuestos a llegar a Roma y a dominar el
mundo para imponer a todos la religión del profeta.
Todas las generaciones humanas han tenido
a sus iluminados y no se debe olvidar que antes las utopías llevaron a muchos a
sembrar el terror a nombre de ideales absolutos. Hubo largas y sanguinolentas guerras religiosas
que opusieron a protestantes y católicos, católicos y cátaros, cristianos y
judíos y los genocidios, persecuciones y expulsiones fueron la ley durante
siglos. En 1492 los Reyes católicos Fernando e Isabel expulsaron a judíos y
musulmanes de España obligándolos a huir a Bagdad, Tierra Santa, Estambul y Fés
y durante siglos reinó la inquisición y la caza de brujas en los territorios de
la cristiandad.
A nombre de la cristiandad ejércitos
guiados por la cruz sembraron el terror en muchas partes y en los territorios
descubiertos y conquistados impusieron a sangre y fuego la religión a los
nativos, ante la mirada complaciente de jerarcas o la crítica de curas
excepcionales como Bartolomé de las Casas.
Después de los años de la Ilustración
llegó la razón convertida en Utopía y con la Revolución francesa una generación
guillotinó a los desviados y tras cortar la cabeza al Rey saquearon iglesias y
conventos y pretendieron expulsar a Dios de la tierra.
Más tarde vendrían otras utopías y fue el
turno de los anarquistas y los revolucionarios que soñaban con un mundo feliz
dominado por el proletariado bajo los cánticos de La Internacional, pero que a
fin de cuentas condujo a la creación de feroces regímenes totalitarios y baños
de sangre. Luego llegaron Hitler y sus nazis y Mussolini y sus falangistas y
Franco y sus hordas que sembraron el terror y llenaron Europa de campos de
concentración y fosas comunes.
A su vez América Latina, vapuleada por el
imperio norteamericano, generó una era de guerrilleros que se fueron a las
montañas a seguir el ejemplo del martir máximo, el Che Guevara y a nombre de un
sueño diversos ejércitos mataron y estuvieron dispuestos a sacrificarse por una
causa como lo hizo el padre Camilo Torres y despues de él decenas de miles de
jóvenes iluminados.
Habrá que esperar entonces a que la
fiebre baje para que todo retorne a una relativa calma, pero es probable que la
humanidad esté condenada a vivir cíclicamente el febril delirio de la muerte
por una razón muy simple: cada generación nueva de iluminados creerá que
matando a nombre de una utopía puede forzar el mundo a convertirse en lo que
nunca fue ni será.
* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo, 22 de noviembre de 2015.