domingo, 9 de noviembre de 2008

EL GARCíA MARQUEZ MEXICANO


Por Eduardo García Aguilar

(Tomado de Excélsior, México, domingo 2 nov 2008)

La leyenda lo muestra en foto fija con sus camisas frescas de coloridas flores, con impecable traje claro y botines italianos, enfundado en el amplio overol de técnico novelístico, o en guayabera y pantalones de lino a la Gran Gatsby, junto a un coche de colección, ante las murallas de Cartagena de Indias.

Pero en el patio de la casa de Luis Cadoza y Aragón, en el número 1 del Callejón de las Flores, en Coyoacán, bajo un sol azteca de mediodía, entre sillas pintadas de azul con flores michoacanas y la alegría del coctel, García Máquez se aferra a las manos de Fernando Benítez en esta ciudad donde es libre y puede llamar a su vecino Alvaro Mutis para comentarle de un nuevo hallazgo musical o deambular en busca del restaurante donde en 1961 se comió unos tacos de nenepil. Una admiradora no se atreverá a pedirle un autógrafo para su cuaderno de firmas ilustres, iniciado por su madre en Roma, y donde hay firmas de D’Annunzio, Salvador Dalí y Rómulo Gallegos, pero Carlos Monsiváis, que es el único mexicano que deambula sin miedo por la bogotana Avenida 19, pasará a saludarlo entre la algarabía del vino.

De repente el maestro habrá desaparecido como por encanto de la casa del guatemalteco. ¿Dónde está el maestro? Tal vez lea Diario del año de la peste de Daniel Defoe en su casa de la calle Fuego, cubierta de hiedra, o levite con Melquíades en búsqueda de la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, para volver por el río Magdalena hacia su infancia perdida. O tal vez se dedique a recorrer las calles de la ciudad donde fraguó su obra principal. Por ejemplo la colonia Portales, donde trabajó en cierta imprenta y filmó María de mi corazón de Jaime Humberto Hermosillo, y donde escuchó por primera vez la palabra cruda, que prefirió a la colombiana guayabo para referirse a la resaca en Crónica de una muerte anunciada. Esa misma ciudad que le dio a conocer los prodigios narrativos de Juan Rulfo y lo hizo reflexionar sobre el idioma castellano en sus diversas vertientes.

El maestro de Macondo dice en el artículo « La conduerma de las palabras » que, “para mí, el mejor idioma no es el más puro, sino el más vivo. Es decir: el más impuro. El de México me parece el más imaginativo, el más expresivo, el más flexible. Tal vez porque es la lengua de emergencia de una nación que olvidó los idiomas nacionales antiguos, y al mismo tiempo aprendió mal el que trajo Hernán Cortés. La síntesis logra a veces dimensiones mágicas. Sólo un botón de muestra: en México existe, con su significado completo, la palabra mendigo. Pero hay otra, que es la misma, pero pronunciada como esdrújula: méndigo. Suele usarse más como adjetivo, y significa, más o menos, miserable. Los mexicanos tienen para las dos una explicación deslumbrante: Mendigo es el que pide limosna, y méndigo el que no la da.”

Además del nombre de Eréndira, que descubrió en la región tarasca para el personaje de la adolescente explotada por la desalmada abuela, en México se impresionó por la existencia de los fríjoles saltarines que se mueven al parecer por la obra de una larva interior, o por el ajolote o axolotl, el extraño animal de aguas que maravilló a Cortázar, o por los nombres fulgurantes descubiertos y combinados por Rulfo en las lápidas de las tumbas, como Fulgor Sedano, Matilde Arcángel y Toribio Alzate, entre otros, o por el pie de Santa Anna y la mano de Alvaro Obregón, sin mencionar las habladas de borrachos, las mulatas destrampadas y el vivir un poco al desgarriate, o los petates del muerto.

Idioma prehispánico y novohispano en plena ebullición, el de México se tensa con el inglés vecino, para dar unas de las formas del habla más vivas en el ámbito hispanoamericano y prueba de su fuerza ha sido la presencia incesante de escritores del resto del continente en ese país, desde Rómulo Gallegos a Barba Jacob, desde Demetrio Aguilera Malta a Otto Raúl Gonzalez, desde Pablo Neruda a Manuel Puig, sin mencionar el amplio exilio español, argentino, chileno y centroamericano. En todas esas obras hay huellas del esplendor del habla mexicana y puede decirse sin temor a dudas que el latinoamericano o español que haya vivido en la que fue antes nueva España termina por flexibilizar el instrumento que da vida a su obra.

El caso de García Márquez no es la excepción: desde los guiones literarios que escribió cuando se creyó traicionado por la literatura hasta Cien años de Soledad, y desde esa obra central hasta los cuentos de La increíble y triste historia de la cándida eréndira y de ahí para adelante, excepto tal vez El otoño del patriarca, que escribió en Barcelona, México ha sido sustancia necesaria de su obra. El rastreo de esos rasgos no es difícil, pero la obra maestra que escribió en una casa de San Angel Inn entre 1965 y 1966, no hubiera sido la misma sin las incrustraciones del vivo idioma castellano hablado en México y sin el entusiasmo de vivir en un crisol central de la cultura latinoamericana.

El México donde circulan todos los libros y todas las ideas, el México de los desterrados interiores o exteriores, pero en especial el México de los muertos y los fantasmas, el México surreal de Buñuel, ese México de las calaveras que es todo ficción y termina por devorar a los creadores que lo habitan en el más fascinante delirio. El México que reclama con todo derecho a su hijo García Márquez, al mismo tiempo que lo hace la Colombia andina, el Caribe, la madre patria España y las múltiples encrucijadas del Mediterráneo, mar en torno al que nacieron la Odisea y la Eneida, la Biblia, El Corán, la alquimia y las Mil y una noches, entre otros mundos que nutren de punta a punta la obra de este García Márquez más mexicano que el mole.






EL EJEMPLO DE OBAMA PARA COLOMBIA


Por Eduardo Garcia Aguilar

El triunfo histórico de Barack Obama en Estados Unidos y el fin de la pesadilla neoliberal y bélica del cow boy George W. Bush, debería traer consecuencias a largo plazo para Colombia, país que vive desde hace siglos bajo el dominio de una férrea oligarquía bogotana aliada a los gamonales regionales y a la delincuencia narcoparamilitar o de cuello blanco que le es útil y luego desecha.

Al llegar a la presidencia norteamericana, cerrando el ciclo iniciado por los luchadores sociales negros que se enfrentaron a los esclavistas del sur y al realizar el sueño de los asesinados Martin Luther King y Malcom X, Obama logra un efecto simbólico que puede traer consecuencias salutarias en el mundo. Antes, el gran líder negro sudafricano y Premio Nobel de la Paz Nelson Mandela logró con paciencia desde la cárcel encabezar una revolución imposible contra el Apartheid de los colonizadores blancos, convirtiéndose en líder moral de las causas humanistas mundiales.

Poco a poco en América Latina, desde el margen, aparecieron líderes populares en países donde las oligarquías dominaron a lo largo del siglo. En Brasil el obrero Lula da Silva llegó al poder y fue reelegido en comicios intachables, en Venezuela el polémico mulato Hugo Chávez fue elegido democráticamente, en Bolivia el indio Evo Morales logró el poder en elecciones limpias y en Ecuador Rafael Correa se impuso con las armas del voto. Estos ejemplos se agregan a la alternacia aplicada en el resto de países latinoamericanos. México vivió una revolución a comienzos del siglo XX que dio apertura a los campesinos e indígenas, hasta entonces dominados por una feroz casta aristocrática que llegó a su clímax con los « científicos » de Porfirio Díaz.

El Partido Revolucionario Institucional logró durante medio siglo en México, con su lema « Sufragio efectivo, no reelección », airear las élites de poder y ofrecer movilidad social. Las legislaciones agrarias e indígenas contra el latifundo y por el ejido y otras formas de propiedad comunal, lograron relativa estabilidad en el campo. El lema « Sufragio efectivo, no reelección », así como la aplicación de leyes contra el latifundio y por la propiedad comunal serían útiles en Colombia para airear las élites de poder, garantizar la alternacia y traer cierta concordia en el campo. En eso llevamos siglos de atraso y tal vez la marcha indígena actual hacia Bogotá es un primer paso histórico de corte obamiano.

En Centroamérica los regímenes más duros llegaron a su fin y después de los acuerdos de paz con las guerrillas, países como Guatemala, El Salvador y Nicaragua buscan con dificultad la estabilización de sus democracias, mientras luchadores tan importantes como los premios Nobel de la Paz Rigoberta Menchú y Oscar Arias alzan la bandera de la tolerancia.

Sólo en Colombia el movimiento de la historia que en toda América llevó al cambio y a la alternacia, se ha mantenido congelado con la represión de las oposiciones por parte de una oligarquía bogotana que domina todas las esferas del poder: ejecutivo, legislativo, prensa escrita, televisón, radio, economía, diplomacia, banca, empresa, dejando al resto de colombianos sólo la tarea de ser sirvientes o forajidos. Cuando alguien se opone a los designios de la oligarquía se le califica de resentido, subversivo, lobo, mamerto, negro, indio, guerillero, terrorista y en casos extremos se le asesina, como ocurrió con Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán y miles de sindicalistas, campesinos o líderes populares que reposan, anónimos, en las fosas comunes.

Actualmente el lenguaje de la Casa de Nariño es el de la violencia y la intolerancia y la descalificacion implacable de todos los críticos y opositores nacionales y extranjeros. En vez del análisis serio de los problemas nacionales y de la coyuntura internacional, se usan dos o tres adjetivos reiterativos con los que se quiere resumir la historia y la actualidad sociopolitica del país. El gobierno actual actúa como los avestruces que esconden su cabeza en la arena para no ver la realidad circundante y enfrentarla con inteligencia y ponderación. Todavía no ha visto lo que pasó en Estados Unidos. Colombia se convirtió así en el avestruz del continente.

Y ocurre algo que nunca pensamos ocurriría en un país donde hasta los viejos oligarcas respetaban las reglas de la no reelección y no cambiaban la Constitución a su antojo como si fuera un trapo de cocina. Ahora un hombre quiere perpeturse en el poder cerrando el paso incluso a los delfines de la propia oligarquia que lo apoya y hacen ya fila con sus apellidos bogotanos para llegar al llamado solio de Bolívar. Algunos analistas dicen que hablar de oligarguia en Colombia es anacrónico: pero bastaría una somera revisión de las esferas de poder actuales para darnos cuenta que sólo algunas familias dominan todas las instancias del poder político, ejecutivo y mediático y que los nombres barajados en las élites como posibles candidatos presidenciales son casi todos nietos de expresidentes.

Desde la Zona Rosa de Bogotá esas élites no ven a la otra Colombia y si la ven es sólo para bombardearla o llevarla a las fosas comunes. El parte de victoria es el número de abatidos como ratas, pero nada más : nunca se preguntan por qué miles de siervos y peones se van a los montes y ni siquiera quieren escucharlos como en su tiempo no escuchaban a los negros en Estados Unidos y a los indios en México, Bolivia y Guatemala. Ojalá que la oligarquía nuestra aprenda la lección de Obama y que aires de verdadero cambio democrático reinen por fin en una Colombia sin Apartheid.