Por Eduardo García Aguilar
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) otorgó su premio anual de Lenguas Romances 2011 a Fernando Vallejo, el más exitoso representante de una amplia generación de escritores colombianos nacidos en los años 40, en pleno estallido de la Violencia, en una Colombia tanática y ultramontana que describe con lujo de detalles el premiado en su saga novelística.
Que este premio al talentoso autor de El río del tiempo y La Virgen de los sicarios, nuestro Louis Ferdinand Céline, nuestro anarquista de derechas, sirva ahora para que la FIL abra con mesas redondas y debates una ventana a esta excelente generación colombiana posterior al boom, relegada por los éxitos arrasadores de sus mayores, pero que aunque solitaria, derrotada y dispersa, es de una solidez y variedad tales, que entre ellos hay varios autores merecedores del Premio Cervantes.
Con Linda Berg, Hernán Lara Zavala y Fernando Vallejo (1942), que es santo y gran estratega, logramos en 1994 traer a casi todos los miembros de esa generación a México para que leyeran y debatieran durante una semana en la Universidad Nacional Autónoma de México, Tlaxcala y otros sitios sobre los destinos de la literatura colombiana, memoria de lo cual es el libro Veinte ante el Milenio (Difusión cultural UNAM, 1994).
Todos estos autores, que ahora fluctúan entre los 60 y 70 años de edad, como Ramón Illán Bacca (1940), Oscar Collazos (1942), Fernando Cruz Kronfly (1943), Gustavo Alvarez Gardeázabal (1945), Luis Fayad (1945), Fanny Buitrago (1945), el finado R. H. Moreno Durán (1946), Ricardo Cano Gaviria (1946), Roberto Burgos Cantor (1948) y Marco Tulio Aguilera (1949), entre otros*, despuntaron a la vida y a la literatura cuando el país vivía en carne propia los estragos del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
Colombia era entonces decimonónica y cesáreo-papista, dominada gracias al Concordato con el Vaticano por la jerarquía eclesiástica y las viejas castas conservadoras de orientación franquista, que en pugna violenta con el derrotado liberalismo de corte anglosajón, estaban empeñadas, en el contexto de la guerra fría, en conservar el poder y salvar el país para la Iglesia, Cristo Rey y el Sagrado Corazón de Jesús.
Buscaban además impedir a toda costa el advenimiento de la pecaminosa modernidad anglosajona o, peor aún, de la temible amenaza del comunismo soviético. O sea que por esas fechas, en el pobre país de Vallejo y en especial en la zona de donde es oriundo, Antioquia, se esgrimía como nunca la cruz contra la hoz y el martillo y se azuzaba al ignaro pueblo a matarse en los campos por esa hipotética amenaza.
En ese entonces se vivían las consecuencias del genocido practicado por tres gobiernos sucesivos conservadores, los del « zorro plateado » Mariano Ospina Pérez (1946-1950), el tribuno filo-falangista Laureano Gómez (1950-1953) y el dictador Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), quienes para eliminar al rival electoral liberal y el crecimiento de la supuesta amenaza bolchevique, practicaron el exterminio en el campo con la policía política « chulavita » y los « pájaros », lo que causó el nacimiento de violentas autodefensas campesinas y guerrillas, que retaliaron con pistola, machete, desolación y muerte, tema este muy bien tratado por el gran narrador Gustavo Alvarez Gardeazábal en su clásico Cóndores no entierran todos los días.
Todos estos autores de sólida fomación intelectual empezaron a publicar y a debatir en los 60, cuando reinaba el Frente Nacional, que repartió el poder entre las dos fuerzas políticas enemigas y surgía un nuevo país urbanizado que disolvía los viejos moldes parroquiales y se abría hacia las corrientes culturales provenientes de Estados Unidos y Europa. Los escritores mayores que empezaron el desorden literario fueron los hasta ahora insuperables Alvaro Mutis (1923) y Gabriel García Márquez (1928), pertenecientes a la generación de la revista Mito, dirigida por Jorge Gaitán Durán.
A Colombia llegaron nuevos vientos estéticos a través de la emblemática librería Buchholz, las galerías de arte y las salas de cine. El existencialismo, la nueva novela, el cine de autor, el pop art, la contracultura de Beatniks y hippies y el movimiento de Peace and Love estadounidense contra la guerra de Vietnam, así como la rebelión de mayo del 68 trajeron al país una ola de liberación sexual y literaria, con el surgimiento del movimiento feminista, la reivindicación homosexual, el fin del traje y la corbata y el surgimiento de nuevas generaciones poéticas irreverentes que dejaron atrás para siempre el arte rimbombante del modernismo rezagado.
La mayoría de esos autores de la generación de Vallejo tenían como destino ser curas, abogados, proxenetas o guerrilleros izquierdistas, pero la explosión cultural y la desagregación social y sexual del país los llevaron por los caminos del arte, mientras por las calles predicaban los poetas nadaístas de Gonzalo Arango, X 504 y Jotamario, también nacidos en los años 40, quienes irrumpieron a partir de 1958 en las iglesias para pisotear hostias y escandalizar monjas, como hace Vallejo, que es sin duda el último nadaísta.
En esta generación, además de los nadaístas --- discípulos como Vallejo del iconoclasta ensayista antioqueño Fernando González---, figuran autores que optaron por asumir los retos de la experimentación y un trabajo profundo del lenguaje, las temáticas y las voces, a los que se agregan historiadores, sociólogos y filósofos que renovaron las ciencias sociales en las universidades y enseñaron a pensar con rigor y sin odios heredados. El premio de la FIL 2011 a Vallejo, puede ser una buena ocasión para que desempolvemos todos los libros de esos autores y tengamos así una visión más amplia y rigurosa de la literatura colombiana, más allá de Macondo y los sicarios.
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) otorgó su premio anual de Lenguas Romances 2011 a Fernando Vallejo, el más exitoso representante de una amplia generación de escritores colombianos nacidos en los años 40, en pleno estallido de la Violencia, en una Colombia tanática y ultramontana que describe con lujo de detalles el premiado en su saga novelística.
Que este premio al talentoso autor de El río del tiempo y La Virgen de los sicarios, nuestro Louis Ferdinand Céline, nuestro anarquista de derechas, sirva ahora para que la FIL abra con mesas redondas y debates una ventana a esta excelente generación colombiana posterior al boom, relegada por los éxitos arrasadores de sus mayores, pero que aunque solitaria, derrotada y dispersa, es de una solidez y variedad tales, que entre ellos hay varios autores merecedores del Premio Cervantes.
Con Linda Berg, Hernán Lara Zavala y Fernando Vallejo (1942), que es santo y gran estratega, logramos en 1994 traer a casi todos los miembros de esa generación a México para que leyeran y debatieran durante una semana en la Universidad Nacional Autónoma de México, Tlaxcala y otros sitios sobre los destinos de la literatura colombiana, memoria de lo cual es el libro Veinte ante el Milenio (Difusión cultural UNAM, 1994).
Todos estos autores, que ahora fluctúan entre los 60 y 70 años de edad, como Ramón Illán Bacca (1940), Oscar Collazos (1942), Fernando Cruz Kronfly (1943), Gustavo Alvarez Gardeázabal (1945), Luis Fayad (1945), Fanny Buitrago (1945), el finado R. H. Moreno Durán (1946), Ricardo Cano Gaviria (1946), Roberto Burgos Cantor (1948) y Marco Tulio Aguilera (1949), entre otros*, despuntaron a la vida y a la literatura cuando el país vivía en carne propia los estragos del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
Colombia era entonces decimonónica y cesáreo-papista, dominada gracias al Concordato con el Vaticano por la jerarquía eclesiástica y las viejas castas conservadoras de orientación franquista, que en pugna violenta con el derrotado liberalismo de corte anglosajón, estaban empeñadas, en el contexto de la guerra fría, en conservar el poder y salvar el país para la Iglesia, Cristo Rey y el Sagrado Corazón de Jesús.
Buscaban además impedir a toda costa el advenimiento de la pecaminosa modernidad anglosajona o, peor aún, de la temible amenaza del comunismo soviético. O sea que por esas fechas, en el pobre país de Vallejo y en especial en la zona de donde es oriundo, Antioquia, se esgrimía como nunca la cruz contra la hoz y el martillo y se azuzaba al ignaro pueblo a matarse en los campos por esa hipotética amenaza.
En ese entonces se vivían las consecuencias del genocido practicado por tres gobiernos sucesivos conservadores, los del « zorro plateado » Mariano Ospina Pérez (1946-1950), el tribuno filo-falangista Laureano Gómez (1950-1953) y el dictador Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), quienes para eliminar al rival electoral liberal y el crecimiento de la supuesta amenaza bolchevique, practicaron el exterminio en el campo con la policía política « chulavita » y los « pájaros », lo que causó el nacimiento de violentas autodefensas campesinas y guerrillas, que retaliaron con pistola, machete, desolación y muerte, tema este muy bien tratado por el gran narrador Gustavo Alvarez Gardeazábal en su clásico Cóndores no entierran todos los días.
Todos estos autores de sólida fomación intelectual empezaron a publicar y a debatir en los 60, cuando reinaba el Frente Nacional, que repartió el poder entre las dos fuerzas políticas enemigas y surgía un nuevo país urbanizado que disolvía los viejos moldes parroquiales y se abría hacia las corrientes culturales provenientes de Estados Unidos y Europa. Los escritores mayores que empezaron el desorden literario fueron los hasta ahora insuperables Alvaro Mutis (1923) y Gabriel García Márquez (1928), pertenecientes a la generación de la revista Mito, dirigida por Jorge Gaitán Durán.
A Colombia llegaron nuevos vientos estéticos a través de la emblemática librería Buchholz, las galerías de arte y las salas de cine. El existencialismo, la nueva novela, el cine de autor, el pop art, la contracultura de Beatniks y hippies y el movimiento de Peace and Love estadounidense contra la guerra de Vietnam, así como la rebelión de mayo del 68 trajeron al país una ola de liberación sexual y literaria, con el surgimiento del movimiento feminista, la reivindicación homosexual, el fin del traje y la corbata y el surgimiento de nuevas generaciones poéticas irreverentes que dejaron atrás para siempre el arte rimbombante del modernismo rezagado.
La mayoría de esos autores de la generación de Vallejo tenían como destino ser curas, abogados, proxenetas o guerrilleros izquierdistas, pero la explosión cultural y la desagregación social y sexual del país los llevaron por los caminos del arte, mientras por las calles predicaban los poetas nadaístas de Gonzalo Arango, X 504 y Jotamario, también nacidos en los años 40, quienes irrumpieron a partir de 1958 en las iglesias para pisotear hostias y escandalizar monjas, como hace Vallejo, que es sin duda el último nadaísta.
En esta generación, además de los nadaístas --- discípulos como Vallejo del iconoclasta ensayista antioqueño Fernando González---, figuran autores que optaron por asumir los retos de la experimentación y un trabajo profundo del lenguaje, las temáticas y las voces, a los que se agregan historiadores, sociólogos y filósofos que renovaron las ciencias sociales en las universidades y enseñaron a pensar con rigor y sin odios heredados. El premio de la FIL 2011 a Vallejo, puede ser una buena ocasión para que desempolvemos todos los libros de esos autores y tengamos así una visión más amplia y rigurosa de la literatura colombiana, más allá de Macondo y los sicarios.
Publicado en Excélsior. México D.F. Domingo 4 de septiembre 2011.
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* Otros narradores notables de esta generación son Darío Ruiz Gómez (1936), Rodrigo Parra Sandoval (1937), Nicolás Suescún (1937), y el fallecido Germán Espinosa (1939), así como otros nombres nacidos en los 40 como Jaime Echeverry, Francisco Sánchez Jiménez, Alonso Aristizábal, Albalucía Angel, el fallecido Alberto Duque López, Néstor Gustavo Díaz, Gabriel Uribe Carreño, Adalberto Agudelo, Milciades Arévalo, Héctor Sánchez, Carlos Perozzo, Umberto Valverde, Miguel de Francisco, Jaime Manrique Ardila, entre otros.