Por Eduardo García Aguilar
No hay un sólo día del año en que no aparezca por televisión, en revistas, radio, publicidad o en periódicos alguna noticia o imagen sobre un miembro de la familia del mítico cantante francés Serge Gainsbourg (1928-1991) y el último año el incremento de su omnipresencia ha llegado a límites insospechados e inéditos con la mitificación de su hija Charlotte.
Este hombre narizón, orejón, cumbabón y grotesco como una marioneta, que terminó sus días sumido en una profunda depresión, devastado por el alcohol y el cigarrillo, se impuso a lo largo de cuatro décadas y dos más después de su muerte como un símbolo sexual y su sex appeal se ha extendido a su descendencia y a los amigos o allegados de sus herederos.
Era lo que se llama un típico « tití » o camaján parisino que tras sobrevivir a la caza nazi antisemita de los años cuarenta se impuso desde muy temprano como compositor y cantante de extrañas canciones como El obturador de Lilas y Je t’aime moi non plus, que compuso para su amante Brigitte Bardot, pero se hizo famosa mundialmente interpretada al lado de su esposa la lúbrica y virginal inglesa Jane Birkin.
En todo el mundo desde fines de los años 60 suena esa extraña canción con los gemidos de dos amantes que hacen furiosamente el amor a lo largo de tres minutos de coito y nos introducen a la cama de su pasión sin contemplaciones, lo que en su momento provocó reacciones de las iglesias y la moral pública.
El horrendo camaján que debutó en la televisión en blanco y negro cantando sus extrañas y modernas canciones caracterizadas por un sincopado original y letras de poesía contemporánea, coleccionó entre muchas de sus conquistas a tres grandes divas : la existencialista leyenda Juliette Greco, la insuperable sex symbol Brigitte Bardot y la musa pre-ecologista de jeans, sandalias y camiseta Jane Birkin, una de las adolescentes que se hace fotografiar en la película Blow Up de Michelangelo Antonioni, inspirada en un cuento de Julio Cortázar.
Las canciones Je t’aime moi non plus y Bonnie and Clyde fueron compuestas por este poeta, que aspirada a ser tan inmortal como Baudelaire, en dos meses de intensa pasión vivida con la joven Brigitte Bardot en lo máximo de su devastadora influencia erótica mundial, pero tras la separación la reemplazó por Jane Birkin y su largo amor fue seguido día a día durante tres lustros en las revistas de corazón y la televisión.
El mito de la bella y la bestia sigue siendo un atractivo en la modernidad, por lo que ver a este hombre fumador con la barba semicrecida y ojos brotados de sapo, trajeado de jeans deslavados y camisas arrugadas y sucias, con la preciosa Birkin, significó una fantasía sexual para hombres y mujeres de varias generaciones.
Luego vino el fruto de sus amores, una niña casi afásica y supertímida, tan narizona y cumbambona como su padre, a la que lanzó con escándalo a los 13 años con la canción Lemon incest, que sugería relaciones insugeribles entre padre e hija. Luego la fea Charlotte, traumatizada porque en las escuelas sus compañeros consideraban a su padre un drogadicto y a su madre una putica, pidió ser internada en una escuela suiza, desde donde los directores amigos de la familia la sacaban para filmar películas que todo el mundo celebraba porque era la única heredera de la dinastía erótica del momento.
Después vino la separación. La divina Jane Birkin, harta de cuidar borracheras y escándalos de su pigmalión lo dejó por el cineasta Jacques Doillon y desde entonces el ídolo underground se hundió en una depresión alcohólica de la que nunca se recuperó ni siquiera viviendo al lado de la lolita Bambou, muchacha asiática abandonada que creció en orfanatos, a quien se ligó en un bar de mala muerte.
Gainsbourg multiplicó los escándalos en los programas de televisión en los tiempos de libertad surgidos tras el triunfo en 1981 de los socialistas y los aires de « movida » libertaria reinantes fugazmente en esos años, cuando todo era permitido en la pantalla chica. Quemó billetes de 500 francos, rodó frente a las cámaras, escandalizó pidiéndoselo en público a estrellas norteamericanas, convirtiéndose en una figura adorada por la población, tanto que circulaban y se vendían muñecos con su imagen semibarbada de clochard de lujo y el Museo de Cera Grevin lo incluyó entre sus figuras.
Y un día amaneció muerto en su casa de la calle de Verneuil, junto al Saint Germain des Prés de Sartre y Beauvoir, saltando a la fama póstuma que sigue tan viva como nunca. La casa fantasmal es lugar de peregrinación y las paredes que la protegen están cubiertas de inscripciones coloridas que dejan sus admiradores. Una nueva película que relata su historia acaba de estrenarse en enero signada por nuevas leyendas : la bella actriz inglesa que hizo el papel de la Birkin se suicidó inexplicablemente antes del estreno en Cannes el año pasado y el papel de Brigitte Bardot fue encarnado por otra diva erótica, la modelo corsa Laetitia Casta.
Pero el triunfo de los Gainsbourg no llega sólo a través del viejo verde, sucio como un Charles Bukowski parisino, sino además con la gloria reinante de su hija Charlotte. La habíamos dejado arriba como una adolescente fea y acomplejada en un pensionado de ricos en Suiza. Desde entonces su carrera ha sido fulgurante y se ha vuelto el símbolo sexual de su generación, superando a su madre, la ya anciana e hiperactiva Jane Birkin, hija a su vez de la actriz que desempeñó el papel de mujer de Tarzán.
Charlotte es todo lo contario a los cánones de la belleza occidental a lo Kate Moss o Scarlett Johanson, pues es totalmente plana, sin senos, altísima, desgarbada y semijorobada, pero a lo largo de varios discos experimentales, campañas exitosas de publicidad para moda, veinte películas y el premio a la mejor actriz en Cannes por su actuación en Anticristo en 2009, se ha convertido en un poderoso ícono de la contracultura. Como su padre, no hay día que no aparezca semidesnuda en alguna revista, o en los afiches publicitarios del metro extendiendo su largo cuerpo de erotismo deforme, cubierto de prendas sadomasoquistas que invitan a la rebelión y al disturbio como hacía en vida su impresentable padre, quien desde el cielo controla todo ahogado en whiskie y humo de cigarrillos negros marca Gitanes.
No hay un sólo día del año en que no aparezca por televisión, en revistas, radio, publicidad o en periódicos alguna noticia o imagen sobre un miembro de la familia del mítico cantante francés Serge Gainsbourg (1928-1991) y el último año el incremento de su omnipresencia ha llegado a límites insospechados e inéditos con la mitificación de su hija Charlotte.
Este hombre narizón, orejón, cumbabón y grotesco como una marioneta, que terminó sus días sumido en una profunda depresión, devastado por el alcohol y el cigarrillo, se impuso a lo largo de cuatro décadas y dos más después de su muerte como un símbolo sexual y su sex appeal se ha extendido a su descendencia y a los amigos o allegados de sus herederos.
Era lo que se llama un típico « tití » o camaján parisino que tras sobrevivir a la caza nazi antisemita de los años cuarenta se impuso desde muy temprano como compositor y cantante de extrañas canciones como El obturador de Lilas y Je t’aime moi non plus, que compuso para su amante Brigitte Bardot, pero se hizo famosa mundialmente interpretada al lado de su esposa la lúbrica y virginal inglesa Jane Birkin.
En todo el mundo desde fines de los años 60 suena esa extraña canción con los gemidos de dos amantes que hacen furiosamente el amor a lo largo de tres minutos de coito y nos introducen a la cama de su pasión sin contemplaciones, lo que en su momento provocó reacciones de las iglesias y la moral pública.
El horrendo camaján que debutó en la televisión en blanco y negro cantando sus extrañas y modernas canciones caracterizadas por un sincopado original y letras de poesía contemporánea, coleccionó entre muchas de sus conquistas a tres grandes divas : la existencialista leyenda Juliette Greco, la insuperable sex symbol Brigitte Bardot y la musa pre-ecologista de jeans, sandalias y camiseta Jane Birkin, una de las adolescentes que se hace fotografiar en la película Blow Up de Michelangelo Antonioni, inspirada en un cuento de Julio Cortázar.
Las canciones Je t’aime moi non plus y Bonnie and Clyde fueron compuestas por este poeta, que aspirada a ser tan inmortal como Baudelaire, en dos meses de intensa pasión vivida con la joven Brigitte Bardot en lo máximo de su devastadora influencia erótica mundial, pero tras la separación la reemplazó por Jane Birkin y su largo amor fue seguido día a día durante tres lustros en las revistas de corazón y la televisión.
El mito de la bella y la bestia sigue siendo un atractivo en la modernidad, por lo que ver a este hombre fumador con la barba semicrecida y ojos brotados de sapo, trajeado de jeans deslavados y camisas arrugadas y sucias, con la preciosa Birkin, significó una fantasía sexual para hombres y mujeres de varias generaciones.
Luego vino el fruto de sus amores, una niña casi afásica y supertímida, tan narizona y cumbambona como su padre, a la que lanzó con escándalo a los 13 años con la canción Lemon incest, que sugería relaciones insugeribles entre padre e hija. Luego la fea Charlotte, traumatizada porque en las escuelas sus compañeros consideraban a su padre un drogadicto y a su madre una putica, pidió ser internada en una escuela suiza, desde donde los directores amigos de la familia la sacaban para filmar películas que todo el mundo celebraba porque era la única heredera de la dinastía erótica del momento.
Después vino la separación. La divina Jane Birkin, harta de cuidar borracheras y escándalos de su pigmalión lo dejó por el cineasta Jacques Doillon y desde entonces el ídolo underground se hundió en una depresión alcohólica de la que nunca se recuperó ni siquiera viviendo al lado de la lolita Bambou, muchacha asiática abandonada que creció en orfanatos, a quien se ligó en un bar de mala muerte.
Gainsbourg multiplicó los escándalos en los programas de televisión en los tiempos de libertad surgidos tras el triunfo en 1981 de los socialistas y los aires de « movida » libertaria reinantes fugazmente en esos años, cuando todo era permitido en la pantalla chica. Quemó billetes de 500 francos, rodó frente a las cámaras, escandalizó pidiéndoselo en público a estrellas norteamericanas, convirtiéndose en una figura adorada por la población, tanto que circulaban y se vendían muñecos con su imagen semibarbada de clochard de lujo y el Museo de Cera Grevin lo incluyó entre sus figuras.
Y un día amaneció muerto en su casa de la calle de Verneuil, junto al Saint Germain des Prés de Sartre y Beauvoir, saltando a la fama póstuma que sigue tan viva como nunca. La casa fantasmal es lugar de peregrinación y las paredes que la protegen están cubiertas de inscripciones coloridas que dejan sus admiradores. Una nueva película que relata su historia acaba de estrenarse en enero signada por nuevas leyendas : la bella actriz inglesa que hizo el papel de la Birkin se suicidó inexplicablemente antes del estreno en Cannes el año pasado y el papel de Brigitte Bardot fue encarnado por otra diva erótica, la modelo corsa Laetitia Casta.
Pero el triunfo de los Gainsbourg no llega sólo a través del viejo verde, sucio como un Charles Bukowski parisino, sino además con la gloria reinante de su hija Charlotte. La habíamos dejado arriba como una adolescente fea y acomplejada en un pensionado de ricos en Suiza. Desde entonces su carrera ha sido fulgurante y se ha vuelto el símbolo sexual de su generación, superando a su madre, la ya anciana e hiperactiva Jane Birkin, hija a su vez de la actriz que desempeñó el papel de mujer de Tarzán.
Charlotte es todo lo contario a los cánones de la belleza occidental a lo Kate Moss o Scarlett Johanson, pues es totalmente plana, sin senos, altísima, desgarbada y semijorobada, pero a lo largo de varios discos experimentales, campañas exitosas de publicidad para moda, veinte películas y el premio a la mejor actriz en Cannes por su actuación en Anticristo en 2009, se ha convertido en un poderoso ícono de la contracultura. Como su padre, no hay día que no aparezca semidesnuda en alguna revista, o en los afiches publicitarios del metro extendiendo su largo cuerpo de erotismo deforme, cubierto de prendas sadomasoquistas que invitan a la rebelión y al disturbio como hacía en vida su impresentable padre, quien desde el cielo controla todo ahogado en whiskie y humo de cigarrillos negros marca Gitanes.