Por Eduardo García Aguilar
Durante siglos y desde el Antiguo Régimen la Biblioteca Nacional de Francia (BNF) o sus nobles antecesoras en los palacios reales, guardaron con celo en un gabinete secreto llamado «El infierno» todos los libros « obscenos, escandalosos e inmorales» que circulaban de mano en mano entre aristócratas, prelados, potentados y libertinos europeos y del mundo entero.
Ahora todos esos incunables y sus imágenes se pueden ver en la gigantesca nueva sede posmoderna de la biblioteca situada junto al río, frente a la Pasarela Simone de Beauvoir: cuatro altísimas torres de vidrio en forma de libros, en una de las cuales titila la enorme equis violeta de prohibición que se ve desde las autopistas.
Las colas de visitantes son enormes y poetas, editores e historiadores septuagenarios comparten la emoción con bellas muchachas neolibertinas de 25, estrellas porno y profesoras de 30, ex modelos de 40 y elegantes cincuentones y cincuentonas avorazados como adolescentes iniciáticos o sexagenarios aturdidos de nostalgia. Es la única posibilidad feliz de ver de cerca los manuscritos del Marqués de Sade, Pierre Louys, Apollinaire, Jean Genet y George Bataille, así como las imágenes más sugestivas de la fotografía iluminada del siglo XIX o los primeros filmes pornos de la Bella Época.
No es un secreto para nadie que en las ociosas cortes y palacios lejanos las ediciones eróticas ilustradas contribuían a encender la imaginación de marqueses y marquesas licenciosos, mientras en las barriadas el pueblo se divertía a su vez con poemas y canciones picarescos tras siglos de miseria, pestes, venéreas, guerras y control casi total de la religión sobre la vida cotidiana.
Milenios atrás, en todas las civilizaciones antiguas, las imágenes de la vida sexual fueron mucho más libres y gozosas, como lo atestigua la visita de cualquier gran museo actual, donde se ven imágenes sexuales, penes, vulvas, príapos, falos, y senos en vasijas, copas, platos, camafeos y frescos murales de grandes mansiones señoriales como las de Pompeya, o en el templo fabuloso de Kajuraho en la India, donde todas las posiciones sexuales están ilustradas en miles de imágenes esculpidas que pueblan desde hace siglos sus paredes sagradas. Entre griegos y romanos se hizo culto al cuerpo y fueron celebrados en arte y poesía el deseo, la cópula y las caricias orgiásticas sáficas, homosexuales y heterosexuales, que se practicaban en los interminables festines de la imaginación clásica. Los dioses y los personajes mitológicos mismos fueron mostrados en sus ajetreos venéreos con lujo de detalles : Marte y Venus, ninfas y sátiros, Hércules y Deyanira, Príapo, Antonio y Cleopatra, Baco y Ariana, Eneas y Dido, Aquiles, Pandora, Alcibiades y otros aparecían en las más comprometedoras y posiciones.
Pero otra cosa ocurría en ese mundo cerrado del Antiguo Régimen donde, al menos de puertas para afuera, tales muestras de placer eran sinónimo de cercanía con el Infierno y Satanás en persona. Tuvieron que llegar los discípulos perversos de Gutemberg y las impresiones clandestinas para que empezaran a proliferar bellos libros eróticos y pornograficos ilustrados con excelencia por artistas ocultos, para uso de altos dignatarios, así como la llegada de estampas baratas a los mercados de la plebe.
Al principio, en el siglo XVII el « Infierno » contó con unas 50 obras de esa índole, y más tarde, a partir del pornográfico relato « Teresa Filósofa » del Marqués de Argens y las obras de Aretino, se nutrió con el « Decamerón » de Bocaccio y las obras del terrible Marqués de Sade y de Restif de la Bretonne, entre otros. Con la Revolución y la Ilustración la apertura fue mucho mayor y aunque las obras eran decomisadas o perseguidas, el « Infierno » creció y en 1830 subió a 130 ejemplares prohibidos, veinte años después, en el Segundo Imperio subió a 300 y en 1876 a 620 libros.
Con la aparición de la fotografía el acervo obsceno creció y en 1899 se creó un catálogo razonado y completo de todas estas joyas, que ahora se exponen en la sede moderna de la biblioteca, en una de las más exitosas exposiciones de los últimos tiempos. Se debe al poeta Apollinaire, autor secreto de obras pornográficas como « Los once mil falos », la organización definitiva del primer catálogo y la sistematización de este rico tesoro bibliográfico que con la revuelta de mayo de 1968 logró salir fin de esa « cárcel de la obscenidad » y dejó de ser estigmatizado.
En esta visita podemos ir de « La escuela de las muchachas » (1655), a « La Academia de las Damas » (1680), pasando por « Teresa filósofa » (1748), las dieciochescas obras del Marqués de Sade o « La Religiosa » de Diderot (1796) hasta las obras de Pierre Louys, Apollinaire, George Bataille Jean Genet, Pierre Guyotat y Catherine Millet, con lo que la muestra nos lleva hasta la nueva pornografía literaria de los siglos XX y XXI.
Guyotat, el excelente autor contemporáneo, hasta hace poco prohibido, de la novela « Edén, Edén, Edén » concluye la muestra con la exposición de sus manuscritos, mientras Catherine Millet, autora de « La vida sexual de Catherine M. » nos habla en un video de lo que significó para ella el éxito de su interesante libro. Las colas son enormes y un aire de azufre reina en la BNF en este febrero de invierno, pero el mayor placer del bibliomaníaco es ver cómo los otros y las otras miran lo prohibido, pues el erotismo inunda los cuerpos de quienes circulan por estos espacios magníficamente organizados para ver, oír, desear y mirar sin sonrojarse.
Ahora todos esos incunables y sus imágenes se pueden ver en la gigantesca nueva sede posmoderna de la biblioteca situada junto al río, frente a la Pasarela Simone de Beauvoir: cuatro altísimas torres de vidrio en forma de libros, en una de las cuales titila la enorme equis violeta de prohibición que se ve desde las autopistas.
Las colas de visitantes son enormes y poetas, editores e historiadores septuagenarios comparten la emoción con bellas muchachas neolibertinas de 25, estrellas porno y profesoras de 30, ex modelos de 40 y elegantes cincuentones y cincuentonas avorazados como adolescentes iniciáticos o sexagenarios aturdidos de nostalgia. Es la única posibilidad feliz de ver de cerca los manuscritos del Marqués de Sade, Pierre Louys, Apollinaire, Jean Genet y George Bataille, así como las imágenes más sugestivas de la fotografía iluminada del siglo XIX o los primeros filmes pornos de la Bella Época.
No es un secreto para nadie que en las ociosas cortes y palacios lejanos las ediciones eróticas ilustradas contribuían a encender la imaginación de marqueses y marquesas licenciosos, mientras en las barriadas el pueblo se divertía a su vez con poemas y canciones picarescos tras siglos de miseria, pestes, venéreas, guerras y control casi total de la religión sobre la vida cotidiana.
Milenios atrás, en todas las civilizaciones antiguas, las imágenes de la vida sexual fueron mucho más libres y gozosas, como lo atestigua la visita de cualquier gran museo actual, donde se ven imágenes sexuales, penes, vulvas, príapos, falos, y senos en vasijas, copas, platos, camafeos y frescos murales de grandes mansiones señoriales como las de Pompeya, o en el templo fabuloso de Kajuraho en la India, donde todas las posiciones sexuales están ilustradas en miles de imágenes esculpidas que pueblan desde hace siglos sus paredes sagradas. Entre griegos y romanos se hizo culto al cuerpo y fueron celebrados en arte y poesía el deseo, la cópula y las caricias orgiásticas sáficas, homosexuales y heterosexuales, que se practicaban en los interminables festines de la imaginación clásica. Los dioses y los personajes mitológicos mismos fueron mostrados en sus ajetreos venéreos con lujo de detalles : Marte y Venus, ninfas y sátiros, Hércules y Deyanira, Príapo, Antonio y Cleopatra, Baco y Ariana, Eneas y Dido, Aquiles, Pandora, Alcibiades y otros aparecían en las más comprometedoras y posiciones.
Pero otra cosa ocurría en ese mundo cerrado del Antiguo Régimen donde, al menos de puertas para afuera, tales muestras de placer eran sinónimo de cercanía con el Infierno y Satanás en persona. Tuvieron que llegar los discípulos perversos de Gutemberg y las impresiones clandestinas para que empezaran a proliferar bellos libros eróticos y pornograficos ilustrados con excelencia por artistas ocultos, para uso de altos dignatarios, así como la llegada de estampas baratas a los mercados de la plebe.
Al principio, en el siglo XVII el « Infierno » contó con unas 50 obras de esa índole, y más tarde, a partir del pornográfico relato « Teresa Filósofa » del Marqués de Argens y las obras de Aretino, se nutrió con el « Decamerón » de Bocaccio y las obras del terrible Marqués de Sade y de Restif de la Bretonne, entre otros. Con la Revolución y la Ilustración la apertura fue mucho mayor y aunque las obras eran decomisadas o perseguidas, el « Infierno » creció y en 1830 subió a 130 ejemplares prohibidos, veinte años después, en el Segundo Imperio subió a 300 y en 1876 a 620 libros.
Con la aparición de la fotografía el acervo obsceno creció y en 1899 se creó un catálogo razonado y completo de todas estas joyas, que ahora se exponen en la sede moderna de la biblioteca, en una de las más exitosas exposiciones de los últimos tiempos. Se debe al poeta Apollinaire, autor secreto de obras pornográficas como « Los once mil falos », la organización definitiva del primer catálogo y la sistematización de este rico tesoro bibliográfico que con la revuelta de mayo de 1968 logró salir fin de esa « cárcel de la obscenidad » y dejó de ser estigmatizado.
En esta visita podemos ir de « La escuela de las muchachas » (1655), a « La Academia de las Damas » (1680), pasando por « Teresa filósofa » (1748), las dieciochescas obras del Marqués de Sade o « La Religiosa » de Diderot (1796) hasta las obras de Pierre Louys, Apollinaire, George Bataille Jean Genet, Pierre Guyotat y Catherine Millet, con lo que la muestra nos lleva hasta la nueva pornografía literaria de los siglos XX y XXI.
Guyotat, el excelente autor contemporáneo, hasta hace poco prohibido, de la novela « Edén, Edén, Edén » concluye la muestra con la exposición de sus manuscritos, mientras Catherine Millet, autora de « La vida sexual de Catherine M. » nos habla en un video de lo que significó para ella el éxito de su interesante libro. Las colas son enormes y un aire de azufre reina en la BNF en este febrero de invierno, pero el mayor placer del bibliomaníaco es ver cómo los otros y las otras miran lo prohibido, pues el erotismo inunda los cuerpos de quienes circulan por estos espacios magníficamente organizados para ver, oír, desear y mirar sin sonrojarse.