El pasado domingo, temprano en la mañana, se realizó en el Museo del Louvre uno de los más espectaculares robos a la luz del día con el uso de un montacargas, por donde los bandidos accedieron a las ventanas con vista al río Sena, las rompieron, e ingresaron al salón donde estaban las joyas de la corona del Segundo imperio napoleónico, especialmente las de la Emperatriz Eugenia, de origen español, popular esposa de Luis Napoleón Bonaparte.
Los salones dedicados al Segundo Imperio (1852-1870) son esplendorosos y al visitarlos uno viaja a la opulencia de aquella época en que Francia vivió uno de sus momentos más poderosos durante tres décadas de progreso e influencia política y económica mundial, a lo que se aunaba la efervescencia cultural vivida bajo la impronta de Baudelaire, Victor Hugo, Emile Zola, Manet, la Condesa Castiglione, Cézane, Degas, Nadar, Chopin, entre otros muchos de los grandes artistas y músicos y el auge de la fotografía y otras técnicas modernas.
Trabajo desde hace tiempo a tres cuadras del museo y casi todos los días cruzo el Puente de las Artes sobre al Sena a pie para dirigirme al trabajo, pasando por el Patio cuadrado, obra maravillosa del siglo XVII, en una de cuyas alas se encuentran los salones donde ocurrió el atraco.
Cuantas veces estuve ahí me asombré porque todos los muebles, objetos y salones reproducen el ambiente donde gobernó Luis Napoléón, personaje muy interesante, sobrino del gran Napoleón, quien llegó al poder por elecciones republicanas en 1851 y fue el primer presidente francés, antes de dar al año siguiente un golpe de Estado para restaurar el imperio napoleónico en 1852.
Durante su reino se desarrollaron los ferrocarriles y múltiples obras públicas de modernización, pero en especial se impulsó la fiesta y las celebraciones se sucedían todo el año en una París radiante, florecida por el auge del teatro o la construcción de la Opera Garnier.
A un lado la insaciable élite aristocrática napoleónica y la burguesía ascendente y todopoderosa y al otro el pueblo, los obreros, los campesinos y la plebe explotada hasta el cansancio, lo que dio lugar a un proceso de rebelión ascendente que culminó con la famosa revolución de la Comuna de París, el incendio de un ala del Louvre por los rebeldes, la masacre generalizada de los comuneros y después la derrota ante Prusia y el exilio del odiado Emperador, pues durante su mandato reprimió de manera implacable a la oposición mientras se hacía la fiesta en los salones y los palacios. Después de su derrota terminó para siempre la monarquía y empezó a reinar la República.
De todas maneras en esas tres décadcas el país se modernizó y avanzó en tecnología, ciencias, arte y pensamiento, y se dio en ese periodo un gran auge editorial y periodístico. También progresaron las múltiples ciudades de provincia. Todo ese mundo se puede cotejar en las grandes novelas y obras teatrales de ese tiempo y verse en las fotografías.
El robo de las joyas de la corona nos recuerda los grandes relatos sobre bandidos célebres y la leyenda en torno a obras de arte y joyas robadas con astucia y osadía. El hecho causó conmoción en un país que vive una grave crisis política y económica, donde muchos se preocupan por la decadencia de su cultura y la debilidad nacional ante el caos europeo y las agresiones del imperio estadounidense y otras potencias, que quisieran dominar a un continente donde los fantasmas de la guerra son recurrentes.
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Publicado en La Patria.Manizales. Colombia. Domingo 26 de octu
bre de 2025.
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