sábado, 19 de diciembre de 2020

BELLEVILLE, LA VIDA Y EDITH PIAF


Por Eduardo García Aguilar


Siempre sueño con la calle de Belleville cuando me alejo de esta ciudad donde he vivido el mayor tiempo de mi vida. Es un sueño recurrente en el que regreso y encuentro el viejo apartamento donde viví cuando estudiante y en las aceras donde venden objetos usados hallo las cosas que alguna vez fueron mías, como una vieja cafetera italiana florida, cuadros, libros, cartas, cuadernos, fotografías y las prendas que usaba en aquellos tiempos felices.

Tal vez porque es una calle empinada que sube y baja como las de mi ciudad natal Manizales, siempre me ha gustado deambular por allí para fortalecer mis pantorrillas y de paso celebrar la alegría que se se siente en cada una de sus esquinas y rincones, donde desembocan otras calles y callejuelas tan exóticas y populares como la arteria principal que da nombre al barrio de Belleville. En el número 72 de esta calle nació en la miseria el 19 de diciembre de 1915 la grandiosa Edith Piaf.

Tres cuadras más arriba, cuando íbamos rumbo al Bistrot literario Les Cascades, le dije una vez a mi coterránea Beatriz Gómez que la iglesia junto al metro Jourdain me evocaba la de los Los Agustinos de mi ciudad natal, y que bajando y subiendo por callejones y escalinatas, entre árboles iluminados, queserías, panaderías, vinaterías, librerías, carnicerías, creperías y bares llenos de vida, vuelvo a sentirme como el niño que alguna vez fui y suelo ser.

Belleville es la parte más alta de la ciudad y arriba, en la cumbre de la Place de Fêtes, Telegraph, o la Porte de Lilas, suele cruzar un viento frío que a veces se desprende por las callejuelas como el soplo de un dragón desconocido. La cumbre rivaliza con las de Montmartre, Santa Genoveva y la Place D'Italie, colinas más bajas que se dominan desde estas alturas que en otros siglos albergaron a un pueblecito de la periferia de París.

En una de las novelas de Balzac, el joven héroe provinciano Rastignac observa desde el famoso cementerio Père Lachaise la ciudad cruzada por el Sena y la reta gritándole desde las alturas "a nosotros dos ahora" deseando vencerla y conquistarla a toda costa, como ocurrió en la ficción. El cementerio es uno de los más famosos del mundo y en él reposan Jim Morrison y Balzac, Chopin y Oscar Wilde, Rufino J. Cuervo y Miguel Angel Asturias, Proust y Colette, entre otras mil celebridades que suelen visitar los turistas. Allí en sus intrincadas calzadas el filósofo Hernando Salazar Patiño, quien vino en 2019 antes de la pandemia, perdió una bufanda de seda florentina que tal vez recuperó esa misma noche el fantasma de Oscar Wilde.

La de Belleville es una calle llena de vida. El miércoles, cuando al fin nos desconfinaron, lo primero que hice fue recorrerla como en los sueños, aunque todos los bares y restaurantes están cerrados hasta nueva orden. Las tristes cortinas metálicas pintadas de grafittis es lo que resta de El Zorba, visitado en los buenos tiempos por noctámbulos excéntricos hasta altas horas de la madrugada. Inspirado en el personaje de la novela de Nikos Kazantzakis, El Zorba acoge acoge artistas, poetas, músicos y pensadores perdidos que alzan la copa a la hora de cerrar mientras suena la campana del fin y se agota la última melodía de The Doors, Riders on the stone, con la voz de Jim Morrison, quien duerme para siempre no lejos de ahí.

Están cerrados también a medida que subo por la calle el Folies, el Cabaret Populaire, el Relais de Belleville, el Bariolé, Le Metro y tantos otros bares donde hasta 2019 departían hasta el delirio centenares de jóvenes ataviados de todas las formas posibles, según la estación del momento, entre los que se cuelan mujeres y hombres mayores, canosos muchos de ellos, que se resisten a dejar atrás la adolescencia y cuentan con la copa en alto que han vivido en Belleville la mayor parte de sus vidas.


En la esquina del Cabaret Populaire, asociaciones de benévolos del barrio instalaron un intrincado laberinto de casetas ecológicas de madera adornadas de flores, donde puede llegar cualquiera a tomar gratis una sopa caliente o comer alguna delicia preparada por manos amorosas. Tanta gente se ha quedado sin empleo y sufre de soledad en estos días terribles, que proliferan sitios como estos donde hay buena música de rock y comida gratis. Me emociono. Así ha sido siempre la calle de Belleville: popular, humana, cosmopolita y solidaria.

Todos sabemos que aquí al lado vino al mundo la inovidable Edith Piaf, quien de niña cantaba en estas calles junto a un padre alcohólico y viudo que tocaba el acordeón. La grandiosa Piaf protegía a los amantes de Belleville antes de la pandemia y está lista a protegerlos con sus bondades cuando termine la pesadilla y la vida retome la normalidad. Llego a la puerta y me inclino ante la placa que dice: "En las escaleras de esta casa nació el 19 de diciembre de 1915 en la mayor pobreza Edith Piaf, cuya voz, más tarde, conmovería al mundo entero".
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 20 de diciembre de 2020.

lunes, 14 de diciembre de 2020

EL ACUERDO DE PARÍS SOBRE EL CLIMA


Por Eduardo García Aguilar


Hace cinco años 195 países participantes lograron llegar a los Acuerdos de París y ahora, como soñar no cuesta nada, se reúnen en medio de la pandemia y en plena virtualidad planetaria buscando ratificar los objetivos planteados para reducir el calentamiento de la tierra, expresado en huracanes y ciclones devastadores, incendios forestales, inundaciones sucesivas, desaparición de las cumbres nevadas y humedales y la reducción dramática de los casquetes polares ártico y antártico.

Después del avance de aquella reunión, muchas esperanzas se vinieron al suelo, pues lo primero que hizo Donald Trump al llegar al poder en Estados Unidos, fue salirse del acuerdo y sabotearlo a lo largo de su mandato, que culmina en enero, pues según él no existe tal cambio climático y el mundo puede seguir destruyendo bosques y contaminando el planeta.

Y como no hay mal que por bien no venga, la llegada de la pandemia que sacudió al mundo en este largo año excepcional de 2020, mostró con total claridad que el planeta necesita reducir la velocidad y la naturaleza de sus objetivos productivos y tecnológicos. Trump y su comparsas en el mundo fueron desmentidos por la realidad de la peste, que reveló al orbe la necesidad de que los humanos cesen su delirio depredador.

De repente todos vimos como nuestros cielos se quedaron libres del desenfrenado tráfico de la aviación mundial y del turismo enloquecido que histerizaba a los habitantes del planeta, ávidos de viajar y gastar sin sentido. También vimos como lucían las grandes y las pequeñas ciudades en los momentos más drásticos del confinamiento aplicado en todas partes ante la devastación mortífera provocada por la peste del siglo XXI.

Calles vacías de vehículos y contaminación, baja en el índice de accidentes, recuperación de espacios por parte de los animales que antes huían de la locura humana, fueron algunos de los efectos benéficos de la crisis. Muchos vieron los cielos libres de esas líneas contaminadoras expulsadas por los enormes aviones y también los mares descansaron al observar a los paquebotes del turismo de masa que invadían sitios de sueño, playas, bellas ciudades como Venecia, a los cargos petroleros y químicos y a las minas contaminadoras, paralizados todos por el cese súbito de las actividades económicas.

Por el avance terrorífico de la peste en Brasil, cuyo gobierno hacía coro con el de Trump negando el virus y el cambio climático mientras se incendiaban las selvas amazónicas, las actividades depredadoras contra la naturaleza impulsadas por los ávidos de la ganancia tuvieron cierto reposo obligado, dejando en paz a los habitantes originarios y a los animales que morían bajo el fuego provocado por quienes arrasan los bosques, afectando al pulmón amazónico del planeta.

Los activistas y los países y líderes mundiales comprometidos con el Acuerdo de París se preparan ahora para la nueva reunión COP 26, que se llevará a cabo el año entrante en Glasgow, en Escocia. Los expertos y los científicos siguen publicando informes donde explican en detalle que los objetivos deben cumplirse para que el planeta se salve de la autodestrucción, que lo convirtiría en un globo desierto, una inmensa roca fría cubierta de óxido como en los libros o las películas de ciencia ficción.

Las nuevas generaciones trabajan par proponer alternativas: reducir el uso de energías fósiles, el uso de los vehículos o al menos convertirlos en aparatos ecológicos no contaminadores, cambiar los hábitos y proponer el reciclaje de electrodomésticos, ropas y muchos elementos de la vida cotidiana, reducir el turismo masivo que invade y destruye, avanzar hacia la construcción de edificios y habitaciones ecológicas, proteger el agua, cuidar la naturaleza, promocionar el trueque, dejar de vivir arrodillados ante el dios automóvil.

Muchos adolescentes y jóvenes de este siglo XXI han tomado conciencia de esas necesidades y se mueven en la India, Suecia, Estados Unidos, América Latina, África, Asia, para hacer posible esos cambios, pero las fuerzas retardatarias hacen todo para impedir el cambio, lo que se traduce en el asesinato en muchas partes mundo de  activistas ecológicos que luchan contra la construcción de aeropuertos absurdos en lugares paradisíacos, represas megalómanas, avenidas locas que matan ciudades y se oponen a la minería de las grandes multinacionales, que tras extraer las riquezas solo dejan miseria y desiertos.

Esos jóvenes que ahora alzan la voz muestran el rumbo que los viejos sátrapas vampiros del poder y el dinero como Donald Trump y sus admiradores quieren frustrar en un baño de sangre y destrucción. No todo el mundo está loco. La humanidad puede cambiar de rumbo y aun está a tiempo. El éxito no está en enriquecerse, robar, matar, arribar, gritar, odiar, hacer la guerra, sino en luchar por un mundo más justo y más leal con la naturaleza. La poesía está a la vuelta de la esquina. El sueño se puede tocar con nuestros corazones. Solo basta mirar las flores, los ríos, el mar, los volcanes y escuchar el canto de los pájaros.   
 
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Publicado el domingo 13 de diciembre de 2020 en La Patria. Manizales. Colombia. (Incluye pequeños ajustes en los párrafos 1 y 7).  
                    

sábado, 5 de diciembre de 2020

EL VIAJE FINAL DE GISCARD D'ESTAING

Por Eduardo García Aguilar

Este miércoles murió a los 94 años de edad y a causa del coronavirus el ex presidente francés Valéry Giscard d'Estaing (1926-2020), brillante economista que durante su gobierno de siete años entre 1974 y 1981 modernizó en muchos aspectos al país y se ajustó a una feliz ola de renovación cultural iniciada un lustro antes con el movimiento de mayo de 1968.

Al morir Giscard d'Estaing, un año después de Jacques Chirac (1932-2019), desparece para siempre una generación de grandes presidentes ilustrados, amantes todos del arte y la literatura, elocuentes y con sentido de la historia y el Estado, individuos de diálogo y elegancia en el debate civilizado. Aunque solo duró un periodo en el poder, su larga jubilación de medio siglo lo vio tener protagonismo en la construcción de la Europa comunitaria y hasta hace poco era un placer verlo exponer en entrevistas sus lúcidas reflexiones geopolíticas sobre este complejo siglo XXI.

Quiso el destino que cuando llegué muy joven a Francia a estudiar, acababa de morir en plena primavera de 1974 el presidente Georges Pompidou y el país se encontraba en un ambiente eléctrico de funerales internacionales, con la presencia de líderes mundiales, entre ellos Richard Nixon, y abocado a unas súbitas y cruciales elecciones presidenciales anticipadas. Como todos los de mi generación, los asuntos sociopolíticos del mundo nos apasionaban desde el bachillerato y no había mejor momento para llegar a Francia que en medio de un acontecimiento histórico del cual se podía aprender día a día leyendo la magnífica prensa, pletórica de excelentes revistas y diarios y cuando la juventud irrumpía desmoronando las viejas tradiciones y se rebelaba contra el legado del general Charles de Gaulle (1890-1970).

Medios como Le Monde, Le Figaro, Le Nouvel Observateur, L'Express, los debates televisivos con su amplio y riguroso despliegue, se volvieron profesores de este súbito cambio cuando aun estaban vivos Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y André Malraux, entre otras muchas eminentes figuras. La política se anclaba en una larga tradición, llena de personajes de leyenda, cuyas ideas y palabras seguían presentes y vivas y se utilizaban en debates y forcejeos electorales.  

Georges Pompidou, quien había sido Primer ministro del general que liberó a Francia de los nazis y creó la Quinta República, ya había sentado las bases para la modernización continuada después por Giscard. Como casi todos los líderes de su tiempo, el fallecido mandatario que en abril de 1974 ingresaba a la catedral de Notre Dame en su catafalco, en medio de honores y ceremonias civiles y militares, tenía una gran cultura y amaba las artes, hasta el punto de que su celebrada antología de la poesía francesa es una de las más conocidas y leídas en el país y aun sigue vigente.

A él se debe la creación de el Centro Pompidou, un espectacular museo futurista de arte contemporáneo, inaugurado con carácter póstumo en 1977 y que es visitado cada año por millones de entusiastas amantes del arte de los siglos XX y XXI. El país había vivido en los últimos meses las visibles huellas de la enfermedad del mandatario, cuyo rostro se veía hinchado por los efectos de la cortisona y a quien se le reconocía por su lucidez y los esfuerzos por hacer avanzar al país en medio de una ola de espectacular progreso económico y renovación de la sociedad y las costumbres añejas.

Planeaba sin embargo sobre todos la sombra del general De Gaulle, cuyas memorias también son un clásico de la líteratura y quien se había convertido en un anciano padre de la patria, monarca autoritario de dos metros de estaura que vivía de la gloria de su protagonismo histórico en la Liberación de junio 1944 y quien al final fue derrotado por la revolución juvenil, que lo obligó a renunciar y a retirarse de la vida politica en su refugio de Colombey-les-deux-eglises.

Vivir las elecciones en directo era asistir a una gran cátedra de ciencia política. En unas cuantas semanas los observadores experimentaron el desplome y la derrota en primera vuelta de quien se suponía sería el sucesor natural de Pompidou, el carismático Jacques Chaban-Delmas y la irrupción como candidato de Giscard, joven ex ministro de Economia de solo 48 años, un liberal que peleó en segunda vuelta con el gran socialista François Mitterrand (1916-1996), derrotado de nuevo por estrechísimo margen, pero quien llegaría finalmente al poder siete años después para convertirse en otra referencia histórica.
 
Sus opositores le reconocen a Giscard el impulso modernizador, aunque muchos de burlaban de su acento aristocrático, su altiva elegancia, sus veleidades literarias y eróticas en la senectud, pues sugería en una malísima novela que había enamorado a la bella princesa Lady Di.  En 2003 ingresó a la Academia Francesa, uno de sus sueños.

Algunos analistas, incluso de izquierda, recordaron con nostalgia estos días su paso por el poder, ya que desde la moderación que era la suya se abrió a los cambios y no retrocedió al promover a través de su ministra Simone Veil cambios fundamentales para la condición de la mujer, entre otras medidas de progreso.     

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de diciembre de 2020.
 

sábado, 28 de noviembre de 2020

LOS PASOS DE MARGUERITE YOURCENAR



Por Eduardo García Aguilar

Volver a recorrer los pasos de Marguerite Yourcenar a través de la biografía escrita por Josyane Savigneau es una verdadera delicia, ya que en estos tiempos de permenente e insulsa algarabía planetaria, conectarse con ella ayuda al lector a confirmar que no está equivocado y que los libros, la literatura, la historia, el pensamiento son los mejores remedios contra el descreimiento o la fatiga que prodiga el caótico mundo contemporáneo. No está nada mal viajar a los tiempos de Alejandro Magno, Julio César o al Imperio Romano de Adriano o Nerón para constatar que el mundo cambia poco.

Yourcenar (1903-1987) es un ejemplo de lo que significa ejercer contra viento y marea la pasión de leer, pensar y escribir. Era un roble humano y una inteligencia deslumbrante. Tuvo la fortuna de ser confortada desde temprano en esos placeres por el padre viudo, viajero aristócrata que le puso maestros privados y la llevaba con él a lugares exquisitos de la costa Mediterránea, Italia y Suiza, donde solía ir a divertirse y a desahogar su pasión por el juego en lujosos casinos.

Huérfana de madre, la escritora creció al cuidado de ayas y se adecuó a la soledad y el rigor de los internados donde la única diversión posible era el estudio y la lectura. Su padre le financió la publicación de sus primeros libros cuando aun era adolescente y tras su muerte le quedó una fortuna que le posibilitó viajar durante una década a sus lugares más preciados, donde siguó los rastros de las culturas helenística y latina y vivió pasiones con hombres de cultura que nunca olvidó.

Hedonista, amante de la vida y el placer, atenta a los destinos humanos y los sucesos del mundo, Yourcenar se conectó desde temprano con los medios literarios de París y publicó en revistas ensayos y ficciones que le servirían luego como embriones para sus obras mayores, entre ellas las Memorias de Adriano, que le dieron la fama mundial y al final la gloria en vida, como una de las grandes autoras del siglo XX, al lado de Virginia Woolf y Hannah Arendt, entre otras.

Agotada la fortuna, se ganó la vida traduciendo para grandes editoriales francesas obras como Las Olas, de la Woolf, a quien visitó para ese efecto y después, cuando ya muchos huían del avance nazi y se avizoraba la conflagración, se trasladó a Estados Unidos. Allí fue contratada por un colegio para chicas ricas de la costa este donde impartió clases de literatura durante una década. Quienes la conocieron en aquellos sombríos años la describen como una mujer altiva, excéntrica, elegante, que impresionaba por su inteligencia y erudición y su fuerza de carácter.

Vivía entonces en un modesto apartamento de Hartford con su pareja, la también profesora Grace Frick, y luego se trasladó con ella a una casa campestre en la isla de Mount Desert, situada en el frío noreste norteamericano. Recuperó una maleta olvidada antes de la guerra que le envió desde Suiza un fiel amigo y allí, entre viejos objetos personales y documentos, encuentra el embrión de las Memorias de Adriano, cuya escritura emprende con pasión cuando viajaba en tren hacia el sur de Estados Unidos, saliendo de un letargo de más de una década.

Mount Desert se convierte en un refugio literario y con la ayuda y lealtad de Grace Frick reanuda los contactos con el mundo literario parisino, que recobra fuerza en tiempos de posguerra. De esa casa salen una tras otras sus nuevas obras y poco a poco se convierte en una leyenda de la lengua francesa, orgullo nacional, y en la primera mujer en acceder a la más que centenaria Academia Francesa, solo compuesta por varones a través de los siglos.

Su ingreso a la institución la proyecta a la cima de su fama y periodistas, lectores, académicos, admiradores, acuden a verla en su retiro, convirtiéndola en una pop star, cuya elocuencia asombrosa y gracia seduce en los máximos programas televisivos, entre ellos los dirigidos por Bernard Pivot, Jacques Chancel y otras estrellas del periodismo cultural, cuando un escritor podía aun atraer masivamente a los televidentes, cosa hoy impensable.

Fallecida su pareja, Yourcenar inicia una relación con el joven Jerry Wilson, con quien decide viajar durante un lustro a los países más exóticos de Asia y Oriente Medio, y visita las ciudades europeas, asiáticas, magrebíes o egipcias donde está anclada su obra. A donde llega, es recibida casi con honores de Estado y en Ginebra se entrevista con Jorge Luis Borges, su contemporáneo y congénere en la genialidad literaria. Wilson, con quien sostenía en la ancianidad una relación conflictiva y apasionada, muere en París y ella retorna ya solitaria a Mount Desert, donde fallece después de un derrame cerebral. Durante sus últimos días, esa gran máquina de pensar permaneció en el delirio.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 29 de noviembre de 2020.

viernes, 27 de noviembre de 2020

EDGAR MORIN Y LOS RETOS DEL SIGLO


Por Eduardo García Aguilar
 

Este fin de semana el diario francés Le Monde publica una extensa entrevista de Nicolas Truong con el filósofo Edgar Morin, quien a unos meses de cumplir cien años de edad en julio próximo sigue tan lúcido y ágil como siempre, tratando de comprender los problemas de nuestro tiempo y en especial los de este año excepcional marcado por la pandemia y una crisis mundial generalizada que alberga incertidumbres y peligros. 

"Estamos efectivamente en una crisis planetaria gigante, a la vez biológica, económica, civilizacional y antropológica, que afecta a todas las naciones y a toda la humanidad", afirma Morin, quien advierte sobre la posibilidad de que se desencadenen "guerras de nuevo tipo" en el marco de una "regresión" caracterizada por "sistemas posdemocráticos con múltiples medios de control de los individuos". 

Morin habla con la solidez que le da la experiencia de haber experimentado muy joven las angustias de los años 30 y 40 del siglo pasado, cuando el mundo entró en una espiral caótica de nacionalismos, xenofobia, fanatismo, intolerancia, que nutrieron a los leviatanes de los totalitarismos de izquierda y derecha vislumbrados por el gran George Orwell en su obra 1984 y otros autores de ese tiempo.

Como todos los de su generación, Morin se vio involucrado en los movimientos políticos de la época y experimentó como muchos crisis existenciales y de pensamiento, ilusiones y desilusiones, momentos de militancia durante la ocupación alemana y también episodios de liberación e insurrección personal, pero siempre estuvo alerta a la crítica y a la autocrítica, elementos básicos de su vasta obra metodológica y pedagógica.  

"Desde hace décadas yo trato de resistir a dos barbaries aparentemente opuestas: la barbarie que viene del fondo de los tiempos históricos, la del odio, la dominación y el desprecio y la barbarie fría y helada de nuestra civilización, la de la hegemonía del beneficio desenfrenado y el cálculo", añade en esta charla donde se refiere a la coyuntura actual en Estados Unidos, el auge del fanatismo religioso yihadista y el surgimiento en los países democráticos de hombres providenciales que se benefician en estos tiempos de ríos revueltos, frustración económica, velocidad informativa en las redes sociales y auge de las postverdades.

La lucidez de Morin es admirable y da gusto saber que los 99 años, desde su nueva casa en la soleada de Montpellier, cerca del Mediterráneo, sigue brindándonos con su elocuencia elementos para tratar de entender es
tos tiempos confusos donde algunos filósofos, analistas y opinadores de todo pelambre generan con su histeria maniquea aun más tensiones en sociedades divididas y encarnizadas entre posiciones emocionales que no admiten matices ni exposición serena de las ideas.
 
Cuando lo visité en su casa de Normandía en agosto de 2007 tuve la alegría de constatar su admirable lucidez. Recorrimos el pueblo donde tenía entonces su casa de campo. Fue por mí y me llevó de regreso a la estación en su pequeño vehículo. Me contó su relación con André Breton y los surrealistas, sus tentaciones poéticas, y hablamos largo de sus tiempos de California, cuando fue testigo de aquellos magníficos cambios culturales de postguerra que auguraban el advenimiento de tiempos más prósperos, tolerantes y modernos.
 
También hubo tiempo para abordar con Morin en el amplio salón y biblioteca de esa casa, al calor de unos tequilas, los asuntos latinoamericananos, ya que conoce muy bien la región y la ha visitado muchas veces. Se refirió a ese choque brutal entre dos mundos que significó la conquista y la colonia española, temas que lo fascinan y lo llevan a reflexionar sobre el significado de aquellas grandes civilizaciones prehispánicas desaparecidas y los retos políticos y sociales de ese gran continente en permanente ebullición.
 
No hay duda alguna de que quienes dedican la vida al arte y el pensamiento, a las letras y a la reflexión permanente, parecen nutridos e impulsados por una energía increíble que los convierte en jóvenes permanentes y los lleva muchas veces a la longevidad, como ocurre con tantos artistas plásticos, filósofos, poetas. Aquella charla en su casa la menciona en su Diario (1992-2010), publicado en dos volúmenes, donde me califica de "escritor mexicano", lo que es cierto, pues soy también mexicano de corazón, pero también manizaleño, parisino y sobre todo terrícola, de la bella galaxia Vía Láctea.
 
Ahora me entusiasma leer esta larga charla con motivo de la aparición de su último libro, Cambiemos de vida. Las lecciones del coronavirus, donde trata de pensar lo que vendrá después de este extraño año 2020. Leer a Morin, al borde de convertirse en centenario, es un estímulo para seguir pensando con entusiasmo y optimismo sobre los arcanos de la vida individual y la aventura de la humanidad que seguirá poblando este planeta. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 22 de noviembre de 2020


sábado, 14 de noviembre de 2020

LOS MILAGROS DE ORFEO NEGRO



Por Eduardo García Aguilar

Tuve la fortuna de que a mi madre Cleo le encantara el cine y me llevara con frecuencia a acompañarla a ver películas inolvidables, entre ellas Orfeo Negro, de Marcel Camus, basada en una pieza teatral de Vinicius de Moraes, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1959, se ha convertido en un mito cinematográfico sobre el Carnaval de Río y contribuyó a la difusión mundial de la bossa nova, ya que la música estaba compuesta en parte por el gran Antonio Carlos Jobim.  

Aquella película, a la que asistimos con una amiga suya y su hijo, se proyectaba en el famoso Teatro Olympia, una de las más importantes joyas arquitectónicas de Manizales, que fue demolida después. Tal fue la impresión de comunicarme a tan temprana edad con ese exótico mundo onírico y trágico acompañado por la pegajosa samba popular brasilera, que durante mucho tiempo me acordé de algunas escenas de la película, sus melodías y la atmósfera que reinaba en aquel majestuoso teatro de amplia platea y varios pisos circulares donde se proyectaron los clásicos de aquellas décadas.

En esa enorme pantalla los jóvenes de varias generaciones locales vieron películas donde actuaban estrellas de los tiempos de Marlene Dietrich, Bette Davis y Rita Hayworth, pasando por los de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, hasta los de Sofia Loren, Raquel Welch, Marcelo Mastroiani, Gina Lollobrigida y Monica Vitti. En esos tiempos la ciudad estaba dotada de grandes teatros como el Olympia, Caldas, Colombia, Cumanday, Manizales y el recién construido y fabuloso Teatro Fundadores, donde vi con ella Gran Prix, protagonizada por Yves Montand.
 
Cada sala de cine dejó una marca indeleble. En el Cumanday vi adolescente la magnífica Blow Up de Michelangelo Antonioni, basada en un cuento de Julio Cortázar, que significaría un parteaguas vital y literario. En el Cine Colombia asistí a películas de Elvis Presley, del cómico genial Jerry Lewis y una serie de filmes de viajes espaciales que estaban de moda en los tiempos de la llegada del hombre a la luna y  proyectaban en las matinés y las largas tardes de los sábados. En el Caldas me marcó Ayer hoy y mañana con Sofía Loren y en el Manizales, mucho antes, El ladrón de Bagdad.
 
Pero Orfeo negro se convirtió en una especie de "magdalena" proustiana personal y muchas veces me crucé con las melodías centrales de aquel filme, por lo que he sido siempre seguidor incondicioanl de Jobim, ya sea solo o acompañado por Joao Gilberto, Vinicius de Moraes, Toquinho o Elis Regina. El culmen de esa afición por la bossa nova llegó cuando a lso 23 años viví un semestre de otoño e invierno en un apartamento amoblado de la calle Pigalle, que me había dejado mi amigo Philippe Martellet con una colección discográfica de bossa nova que escuchaba sin cesar y me convirtió casi en experto.
  
Antes de la irrupción del Covid 19 en el mundo volví a reencontrarme con Orfeo Negro en el cine Champollion de la rue des Ecoles, donde se presentan películas clásicas restauradas y acuden estudiantes del barrio latino que hacen largas colas bajo la llovizna cuando la ciudad no está confinada o bajo toque de queda por el virus. Esta vez obsequiaban un pequeño afiche orginal de la película y la sala estaba llena a reventar. Los meandros de las favelas de Rio de Janeiro, el clímax carnavalesco de la tarde, la oscuridad de la noche, la pasión, el amor y la muerte volvían entre las luces agónicas de la fiesta.

Orfeo negro no solo es la película mítica, un clásico que cuenta la tragedia de Orfeo y Eurídice, sino que en ella, en un instante mágico, confluyen como por milagro todos los futuros protagonistas de esa ola musical que se adueñó del mundo y hoy sigue viva. Vinicius de Moraes, quien con Jobim hizo La chica de Ipanema, fue un diplomático de talento y poeta moderno que figura ya en el canon de la poesía latinoamericana del siglo XX. Retirado de su actividad diplomática, terminó convirténdose en un cantante de moda, acompañado por los más talentosos músicos de su tiempo.

Como todo instante iniciático, ir con la madre al no menos mítico Teatro Olympia a ver esta película fue como abrir una serie de ventanas al arte, al teatro griego, a la música popular, a la noche, al deseo, a la fiesta y al amor contrariado que alimenta todas las tragedias literarias y reales de la existencia. Producida con dificultades, la película de Camus nunca dejó de dar sorpresas e hizo milagros. Cuando descubrieron que Breno Mello, el actor que interpretó a Orfeo, vivía pobre y olvidado en Porto Alegre, lo invitaron a Cannes, medio siglo después, para celebrar la gloria del filme. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de noviembre de 2020.    

lunes, 9 de noviembre de 2020

SANDRO COHEN Y LOS COLIBRÍES

 Por Eduardo García Aguilar

Foto @ Lourdes Almeida*

Varios amigos y conocidos de mi generación con quienes compartí lustros de actividad literaria y periodística en México durante un espléndido momento cultural de ese país, han sido impactados recientemente por la pandemia y desparecido, causando conmoción entre quienes los conocimos. El novelista Luis Zapata, el pintor Arturo Rivera, los poetas y ensayistas Arturo Trejo Villafuerte y José Fracisco Conde Ortega, son apenas algunos de los nombres que se han despedido en estas semanas.
El jueves de nuevo la enfermedad se llevó a mi amigo el estadounidense Sandro Cohen, poeta y editor, a quien conocí poco después de desembarcar en la enorme Ciudad de México. La vida es una novela llena de sorpresas y argumentos que tienen desenlaces imprevistos, como si todos fuésemos criaturas de una ficción inagotable poblada de caleidoscopios de dolor y afecto, sorpresa y abatimiento, locura, creación y silencio.
Cohen era un caso muy especial. Nacido en septiembre de 1953 en Nueva Jersey, había llegado a los 19 años a México para proseguir sus estudios de letras hispanas en la UNAM y se enamoró tanto de México que se quedó y se convirtió en uno de los mejores conocedores de una lengua que no era la materna, como lo prueba su exitoso libro Redacción sin dolor. Poeta talentoso, fue director en las editoriales Planeta y Nueva Imagen y creó la bella editorial Colibrí, donde me publicó Tequila coxis.
Lo vi crecer como poeta en sus primeras lecturas bajo la mirada cómplice de Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes y fui testigo de su encuentro con la bella y jovencísima Josefina Estrada, animadora de las actividades literarias del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). En ese contexto compartí con Cohen muchas aventuras, que incluían sus felices pasos y caminatas inagotables por París. Lo venció prematuramente la covid-19 como a tantos otros en México, en estos tiempos extraños, pero su huella quedará para siempre como una estela de alegría, amistad panamericana, generosidad y pasión por las palabras. 
Todas esos amigos y otros muchos como Guillermo Samperio y Daniel Sada, para mencionar solo a dos excelentes narradores cercanos que se anticiparon a la pandemia, hacen parte de una generación muy rica de amantes mexicanos de la literatura, la edición, el vino, y la publicación de libros y revistas como ejercicio de apertura de caminos.
Quiso el destino que recién llegado a la Ciudad de México ganara un concurso de cuento convocado por Los otros editores y la editorial El Tucán de Virginia, dirigida entonces por Samperio y que en la fiesta de la premiación, celebrada un día de diciembre en una galería de la Glorieta insurgentes, estuvieran presentes todos esos jóvenes que desde entonces frecuenté y se convirtieron en amigos y hermanos y cómplices de aventuras periodísticas, vitales y editoriales. 
En una de aquellas noches vi como el joven “gringo” Sandro Cohen quedaba flechado por Josefina, quien mucho después escribió después una vasta obra narrativa e incluso un libro sobre la vida de las cárceles de mujeres en Colombia. La literatura de México vivía entonces en la década de los 80 uno de sus momentos más fructíferos. Estaban vivas aun todas las glorias del país, encabezadas por Juan Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro y Carlos Fuentes. García Márquez estaba a punto de ganar el Premio Nobel, Álvaro Mutis escribía la saga de Maqroll el Gaviero. Otros latinoamericanos como Augusto Monterroso, Manuel Puig, Ida Vitale, Hugo Gola, Noé Jitrik y decenas de sudamericanos exiliados, ensayistas, cineastas, filósofos, científicos, participaban en el intenso fragor cultural de la ciudad. 
Los periódicos tenían amplios suplementos literarios y páginas culturales. Proliferaban los festivales internacionales de poesía que reunían cada año a figuras del continente y el mundo. Las editoriales promovidas por el Estado publicaban millones de libros en colecciones de todo tipo y se otorgaban becas y premios generosos en todos los géneros. Se ampliaban los museos y se descubrían nuevas pirámides.
Y en ese ambiente incesante de prosperidad coincidíamos en presentaciones de libros, redacciones de periódicos, cócteles de exposiciones, congresos en provincia y en homenajes a Juan Rulfo, Octavio Paz o recepciones multitudinarias a Jorge Luis Borges, así como en los más agitados sitios de salsa, mambo, danzón o en los antros de rock que daban energía a la vida de las artes, las letras y el pensamiento de México. Sandro y los amigos se van poco a poco, se anticipan, pero gracias a la literatura se quedan aquí como los colibríes que pueblan los jardines del mundo. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de noviembre de 2020. 

* Excelente toma de la gran fotógrafa mexicana Lourdes Almeida, contemporánea de Sandro Cohen y conocida en el mundo entero a través de más de un centenar de exposiciones. Esta foto la publicó este lunes 11 de nociembre de 2020 en una entrada en Facebook para referirse a la partida de Sandro. No sé la fecha de la foto, pero debe ser tomada a comienzos o a mediados de los años 80 del siglo pasado. Es una de las mejores instantáneas que he visto de Sandro y es normal, conociendo el lente, el ojo, el talento de Lourdes Almeida.   

domingo, 1 de noviembre de 2020

EL HALLOWEEN PLANETARIO

 


Por Eduardo García Aguilar

A la población mundial ya no le queda más remedio que celebrar de manera lúdica y feliz esta semana las fiestas de Halloween o de los muertos en sus diversos estilos y versiones culturales, como representaciones metafóricas que conjuran los miedos que acechan a la humanidad entera. Guerras terribles por allá, pandemia por aquí, crímenes y asesinatos acullá, terremotos lejanos, hambre y miseria en la mitad del planeta, contaminación, deudas, déficits, enfermedades, odio político e ideológico, convierten a estos tiempos en un verdadero Halloween planetario.
   
Al concluir la segunda década del siglo XXI ya queda muy claro para todos que el mundo va de mal en peor. En Europa muchos huyen en sus carros hacia la provincia por carreteras atestadas antes de que se impongan nuevos confinamientos en las metrópolis que pueden extenderse por meses y otros aceptan con resignación encerrarse en sus apartamentos frente avenidas y calles vacías, a escuchar los noticieros de televisión con su rosario de payasadas y desgracias.  

Pero para consuelo de todos los contemporáneos, hay que reconocer que desde que apareció en este planeta la humanidad ha estado siempre en crisis y tal vez en otros tiempos las atrocidades cometidas por el Homo Sapiens fueron aun peores que las de la actualidad, solo que en aquellos tiempos no existía prensa, televisión, redes sociales y teléfonos celulares que difunden al instante los sucesos, desencadenando reacciones rápidas de histeria planetaria.

Nadie se enteró en su tiempo y al instante de los crímenes de Vlad el empalador o la Condesa Bathor, ni supo de las masacres ocurridas en las guerras practicadas por todas las civilizaciones que, a nombre ídolos, reyes, emperadores, sultanes, príncipes, banderas, han sembrado la muerte en Medio Oriente, Asia, África, América y llenado la tierra de fosas comunes que mucho tiempo después descubren arqueólogos y comentan historiadores. Esos hechos tardaron siglos en difundirse como mitos o libros clásicos como la Ilíada de Homero o la Guerra y la paz de Tolstoi.

En su afán por controlar territorios y riquezas y despojar a los otros, los ejércitos de los sátrapas han desplazado en todas partes a sangre y fuego a la población inerme para imponer la ley de sus amos y ampliar su dominio. Así los líderes terrenales usaron al Islam y a otras religiones para extenderse rápidamente por el mundo a nombre de guerras santas, reemplazadas luego por ideologías, brujos y caudillos que prometen siempre la felicidad futura de la humanidad.   

En el siglo XX hubo la esperanza de que el fanatismo ideológico y religioso disminuiría, pero el siglo XXI ha probado lo contrario. Desde las guerras de Irak y Afganistán y la caída de las Torres gemelas de Nueva York, el globo visto desde lejos se ve salpicado de incendios y conflagraciones. Por donde se mire hay países devastados por las guerras o agitados por los culebreros de la política y las sectas.

Ni siquiera las capitales occidentales se salvan de ese escozor permanente. Aquí en la patria de los derechos humanos y de la estable democracia, un joven yihadista checheno manipulado por las redes y utilizado por iluminados de su confesión degolló a un amable maestro por hablar en clase de educación cívica sobre la libertad de expresión y mostrar las caricaturas de Mahoma publicadas por la revista satírica Charlie Hebdo. 

Durante el homenaje al joven maestro asesinado, celebrado en la sede de la milenaria Universidad de la Sorbona, el presidente de Francia defendió la libertad de expresión, la laicidad y el trabajo de los caricaturistas y de inmediato irresponsables líderes incendiaron el mundo musulmán acusándolo de todos los males e incitando a la venganza contra Francia. Desde entonces la pulsión de matar a cuchillo en las iglesias y calles de Occidente extendió como pólvora.

Esta semana en Niza un muchacho magrebí degolló a una anciana, mató a una adorable brasileña ex danzarina de samba y a un sacristán benévolo que rezaban en una iglesia. No es la primera vez que ocurre este tipo de crímenes yihadistas, pero la conmoción fue mayor. En el metro, en cualquier esquina, en un parque, puede uno ser degollado ahora de repente por un desconocido.

La historia viene ya de largo con las condenas de muerte declaradas hace décadas por los ayatolás contra el escritor Salman Rushdie y caricaturistas de varios países europeos y los sucesivos atentados sangrientos en París ocurridos desde 2015 y que ya son incontables, con saldo de centenares de muertos.

¿Además de la pandemia nos acercamos a una nueva guerra santa como las de la Edad Media? Por favor, que los líderes religiosos, económicos, militares y políticos del mundo se reúnan con urgencia en una cumbre y traten de conjurar esta deriva terrible del Halloween planetario provocada por ellos, bajando el tono a sus diatribas delirantes antes de que sea tarde.
 
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La Patria. Manizales. Colombia. 1 de noviembre de 2020.

domingo, 25 de octubre de 2020

EL GRITO MILENARIO DE LOS OLMECAS


Por Eduardo García Aguilar

Muchas sombras y oscuridad hay aun sobre las grandes civilizaciones amerindias que poblaron el continente durante largos milenios y solo una ínfima parte de sus huellas han llegado hasta nosotros, rescatadas por el trabajo infatigable, paciente y lento de exploradores y arqueólogos en territorios hostiles cubiertos por la jungla.

Por eso los Olmecas del Golfo de México comienzan apenas a emerger después de un siglo de exploraciones como una de las más antiguas y fascinantes aventuras humanas, cuyo inicio se da 1.700 años antes de nuestra era, lo que los hace contemporáneos de Egipto y otras grandes culturas de Oriente Medio y Asia. 
 
Hicieron las primeras pirámides en la parte norte del continente, tuvieron astronomía y escritura jeroglífica, dejaron estelas y grandes monolitos, colocaron los cimientos de otras civilizaciones como toltecas y mayas, e irradiaron su arte e ideología en toda Mesoamérica. Antes que ellos, la civilización peruana Caral construyó pirámides más de un milenio antes en la parte sur del continente.

En varios viajes de enormes aviones de carga, México y Francia lograron trasladar centenares de figuras y objetos, de unas 20 toneladas de peso, que nunca habían cruzado el Atlántico, para la exposición Los Olmecas y las culturas del Golfo de México que acaba de ser inaugurada este octubre en el Museo del Quai Branly-Jacques Chirac, especializado en las civilizaciones de América, Oceanía, Africa y Asia y que ha producido a lo largo de estas dos décadas exposiciones claves sobre Teotihuacán en 2009, los Mayas en 2014 y el Perú antes de los Incas en 2017.

La exposición nos recibe con una de esas cabezas olmecas monumentales y varias pesadas figuras de felinos y guerreros que adornaban templos, así como estilizadas esculturas de jade, sigue con estelas pobladas de signos que apenas se descifran, pasa por una serie de representaciones antropomorfas en piedra de gran calidad estética, se detiene en las ofrendas, vuela hacia otras culturas periféricas y se cierra con una Venus pétrea sacrificada, cuyo cuerpo torturado nos impresiona.

Como ocurre cuando visitamos el esplendoroso Museo del Oro de Bogotá, solo nos llegan los destellos áureos de aquellos hombres que a lo largo de milenios habitaron en nuestras laderas, pero hay un gran vacío sobre la vida cotidiana, fiestas, música, diálogos, risas, viajes, guerras, conflictos sociales y religiosos, vida sexual, costumbres familiares, ritos de magia y chamanismo. Muchos de esos aspectos son solo incógnitas que tal vez nunca logremos responder.

Después de permanecer sepultados por siglos durante la Colonia española, poco a poco fueron surgiendo en Mesoamérica monumentos y objetos que se descubrían por azar en entierros o eran visitados a veces de manera secreta para depositar ofrendas por los descendientes de aquellas poblaciones indígenas. Monolitos gigantescos como el de la diosa Coatlicue, el dios de la lluvia Tláloc, el Calendario Azteca y otros fueron descubiertos por las autoridades coloniales, pero rápidamente enterrados de nuevo para evitar que las poblaciones originarias los vieran y decidieran adorarlos.

Tras la independencia, exploradores locales, europeos y norteamericanos del siglo XIX y comienzos del XX emprendieron la tarea de rastrear las huellas de ciudades, pirámides, templos ceremoniales, calzadas. La mayor atención inicial de los investigadores y aventureros se centró en los aztecas, la última civilización en dominar el México prehispánico, derrotada por Hernán Cortés, así como los más antiguos mayas y los Incas en el sur del continente.

Los mayas fascinaron a los europeos a medida que aparecían las pirámides esparcidas en amplios territorios y se descubría su arte, astronomía, ciencia y escritura jeroglífica. Palenque, Chichen Itzá, Uxmal y centenares de sitios alimentaron la imaginación y en la actualidad nuevas tecnologías a base de radar revelan secretas cartografías de urbes impensadas. Sus códices en papel, papiros de la época, fueron por desgracia en su mayoría quemados por los colonizadores, privándonos de su literatura y memoria escrita. En el siglo XX emergieron de las sombras ciudades mucho más antiguas, como Teotihuacán, lugar que desde los años 20 de ese siglo ha sido sitio de peregrinación turística. De igual forma otras civilizaciones mucho más antiguas que los Incas empezaron a ser exploradas y estudiadas, ampliando el espectro de la cultura humana que pobló las cordilleras y los valles suramericanos.

Todas aquellas poblaciones tuvieron contactos entre sí, como lo atestigua el descubrimiento de materiales, vasijas y elementos localizados a miles de kilómetros de sus lugares de origen. Había comercio y miles de  viajeros que iban y venían a pie o por canoa y relataban lo visto. Recientes indicios genéticos han mostrado que poblaciones indígenas de lo que hoy es Colombia llegaron hace unos 800 años a viajar hasta las Islas marquesas en Polinesia y dejaron huellas de su cruce con aquellas poblaciones, que al parecer habían llegado antes de 1150 hasta nuestras costas.

Al viajar casi cuatro milenios atrás a través de estas piedras y estas magníficas y soberbias obras de arte olmecas, sentimos una emoción que los jaguares labrados en jade parecen percibir desde el milagro de su sobrevivencia en los estratos de la tierra amasada por los cataclismos y que llegan hoy intactos como cartas envueltas en botellas a través del océano.       
                                     

sábado, 17 de octubre de 2020

DIARIO DE UN OBSERVADOR POLÍTICO


Por Eduardo García Aguilar

Francia, el más antiguo Estado nación de Europa, tuvo desde tiempos inmemoriales una sólida burocracia gubernamental con tradiciones ancladas, ritos inamovibles y sistemas como la monarquía por derecho divino, la monarquía constitucional, las repúblicas parlamentarias y el presidencialismo vigente desde 1958 en la Quinta República fundada por el general Charles de Gaullle. Por lo tanto carga una larga historia cortesana de intrigas palaciegas, nobleza, aristocracia, revoluciones, escuelas para élites, auges y caídas, guerras, amores contrariados, bodas fastuosas, travesías del desierto, ostracismos, masacres, defenestraciones.

Y con tanto movimiento de película en los palacios y las élites del poder, posee entre sus tradiciones más acendradas la de los grandes memorialistas que desde su cercanía al palacio y a la corte cuentan en la vejez los detalles de esa gran telenovela del poder, como lo hicieron en su tiempo Saint Simon, el Cardenal de Retz, Casanova, Fouché, Chateaubriand y el General de Gaulle, cuyas memorias tienen rango de clásico al lado de sus antecesores.

Los memorialistas nos introducen en los secretos del poder al interior de los inaccesibles palacios de aquel tiempo -- o en los actuales -- donde la corte hervía o hierve entre privilegios y abusos, lejos de la para ellos sucia e infame turba de los pobres. Vemos así a reyes, duques, marqueses, condes, princesas, cortesanas, en los salones más fastuosos, dedicados al ocio, la música, el baile, el lujo, el vino, la gastronomía, cubiertos por elegantes vestimentas, pelucas, máscaras, haciendo la venia, coqueteando, cabalgando, cazando y a veces dedicados a matar, violar o traicionar.

Aunque ahora reinan los presidentes elegidos cada cinco años por sufragio universal, muchas de esas tradiciones siguen vigentes y suceden en los mismos palacios de antaño como el del Elíseo y las sedes ministeriales. Alrededor de los presidentes gira una corte elegante y perfumada de funcionarios formados en altas escuelas, que son equiparables a la vieja nobleza y se odian e intrigan como en los tiempos de Fouché. Acceden a esos estamentos merced a una compleja red de relaciones familiares que se ancla en genealogías centenarias y en privilegios de casta.

Pienso todo esto al leer el Diario de un observador, libro del analista y cronista televisivo Alain Duhamel (1940), quien al acercarse a la venerable edad de 80 años en perfecta salud y lucidez, decide contar sus aventuras cerca del poder a lo largo de 60 años dentro de la V República, desde su inicio con De Gaulle hasta el joven Emmanuel Macron. Duhamel, estudiante de la escuela de Ciencias Políticas de París, se inició en 1963 en el diario Le Monde como colaborador del director Jacques Fauvet y luego saltó con un grupo de condiscípulos de ambos sexos a la naciente televisión, que se volvió desde entonces sector decisivo para cimentar las carreras políticas y conquistar el poder.

Colaborador e inspirador de las principales emisiones políticas televisivas y radiales, pero además excelente articulista y analista diario en los principales periódicos y revistas, su visión ponderada y serena, centrista, obtuvo prestigio y reconocimiento en casi todos los sectores políticos, que lo solicitan y escuchan con atención desde hace más de medio siglo, aunque otros lo acusan de ser un cortesano. Dedicó toda su vida a comentar el día a día de la lucha por el poder en este país, lo que es tratar de atrapar el viento con las manos.

Mitterrand leía sus artículos y con frecuencia lo llamaba a palacio o lo invitaba a hacer con él paseos históricos por la provincia, mucho antes de internet y las redes sociales que hoy lo acusarían de connivencia con el príncipe. Chirac le regaló un soldado de plomo para su colección por sus buenos servicios en una entrevista crucial. Líderes comunistas, socialistas, centristas lo consultaban. Políticos en desgracia lo llamaban desesperados a pedir consuelo como el suicida Primer ministro Beregovoy.

Los magnates trataron de convertirlo en patrón de las grandes cadenas mediáticas. Un político astuto le ofreció la alcaldía de Rouen. Pero él siempre prefirió cierta independencia y la modesta tarea de observador de la vida política. Duhamel fue interlocutor cercano de los presidentes y los primeros ministros, pero ahora es feliz dedicado a las sesiones de la vieja y rancia Academia de ciencias morales y políticas, a donde fue recibido por sus pares hace poco.

Lejos de la batalla del opinar diario, vuelve a sus libros y a veces en momentos de crisis, como la pandemia actual, acepta pasar a los estudios de la televisión BFMTV donde alterna con una nueva generación de comentaristas. Es bajo, de ojos azules, usa gasné y sacos de tweed, suéteres de cachemir, ama el tenis, la historia y la literatura. Es un perfecto fruto de la posguerra y la Quinta República y su libro resume 60 años de vida y política francesas que se fueron tan rápido como un vals vienés.
       
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de octubre de 2020.
 



   

lunes, 12 de octubre de 2020

LA POESÍA DE FIESTA CON LA NOBEL GLÜCK

Por Eduardo García Aguilar

Por fin después de muchos años y tras experimentar una grave crisis, la Academia Sueca volvió a enderezar su camino inclinándose esta vez por la literatura no comercial o mediática y otorgar su galardón de 2020 a una poeta neoyorquina de 77 años poco conocida en el mundo, aunque ha obtenido en Estados Unidos las principales distinciones y el reconocimiento crítico de sus pares.
Louise Glück (1943), la mayoría de cuyos libros han sido publicados en español por la editorial Pre-textos, y ha sido estudiada y traducida por la gran poeta mexicana Pura López Colomé, solo vendió a lo máximo 200 ejemplares el año pasado en el ámbito hispanoamericano, según relata el editor hispano Manuel Borrás, quien está de plácemes por la sorpresiva e inesperada noticia que premia la fidelidad de esa casa a la obra de la estadounidense. Entre sus libros figuran El iris salvaje, Averno, Ararat y Las siete edades, todos ellos traducidos por nuevos poetas hispanoamericanos.
La profesora de literatura en Yale New Haven, que aborda temas personales y autobiográficos en sus poemas escritos con un lenguaje sencillo y accesible, se une a la lista de autores que saltan de súbito a la fama mundial gracias al Nobel, después de ejercer su oficio literario a lo largo de muchas décadas. Pertenece a una generación marcada por la posguerra y la revolución cultural estadounidense caracterizada por la lucha antirracial y pacifista de los años 60 y 70 y el posterior auge del movimiento feminista. 
Fue conmovedor hace 16 años descubrir a la antecesora de Glück, la poeta polaca Wislawa Szymborska (1923-2012), quien al parecer se enteró de que había sido premiada mientras lavaba sus platos en la cocina de su modesta vivienda y apareció ante la prensa con la candorosa modestia de los sabios poetas que nunca han esperado nada. También fue el caso de Tomas Transtörmer (1931-2015), el poeta sueco afásico que permanecía desde hacía décadas en una silla de ruedas, pero seguía escribiendo sus poemas con las señales de humo de su mirada.  
Los escritores, especialmente los poetas, no escriben para buscar fama, premios, dinero y honores sino porque sienten la necesidad instintiva de expresarse a través de las palabras desde temprano, cuando descubren el misterio de la existencia. Muchas veces la infección literaria llega por un libro que cae por casualidad en las manos, depositado allí por un familiar, amigo o maestro o por las circunstancias, cuando la soledad se ilumina con las páginas leídas, dotando de sentido a la vida hasta entonces gris.
Dedicarse a la literatura es uno de los caminos más azarosos y quien cruza el umbral sabe que ese ejercicio es un nutrimento personal y secreto que interesa a muy pocas personas en el mundo. Vivir entre libros y lograr escribir una obra es ya de por si un premio maravilloso. Cada libro es una botella al mar y esta vez los escritos y publicados por Louise Glück inician un nuevo camino y viajarán hacia nuevos lectores en todo el mundo. Algo inesperado para ella.
El premio a Glück es un símbolo, pues en muchas partes del mundo hay poetas que pueden merecer la máxima distinción literaria mundial y esta noticia es un reconocimiento para todos los que buscan expresar con palabras sensaciones originales, estados de ánimo cambiantes, revelaciones e iluminaciones súbitas frente al estupor y misterio de ser y estar en el mundo, girando alrededor del sol y en una esquina de la galaxia.
Los poetas del mundo son antenas alertas de la vida y la existencia, escrutadores del milagro, rastreadores de las comunicaciones que los humanos establecemos con animales, ríos y árboles, mares, huracanes y cascadas en los acantilados. También, como Glück, los poetas tratan de explicarse o comunicar el misterio del deseo, el amor, la separación, la amistad, el odio, la locura y descifrar los códigos de comunicación o los silencios del extraño animal Homo sapiens. 
Alguna vez el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (1901-1992) dijo que la “poesía es la única prueba de la existencia del hombre” y el poeta francés Joë Bousquet (1897-1950), que pasó casi toda su vida paralítico después de resultar herido en la Primera guerra mundial, definió con claridad que la “poesía es el testimonio de lo que somos sin saberlo”. Ninguno de los dos obtuvo el Nobel mereciéndolo, pero cuando un poeta o una poetisa como Glück lo recibe de vez en cuando, el premio se vuelve para todos al unísono y es una fiesta.

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Artículo publicado en el diario La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de octubre de 2020

domingo, 27 de septiembre de 2020

POMPEYA EN TERCERA DIMENSIÓN


Por Eduardo García Aguilar

Viajando en el túnel del tiempo se puede ahora visitar Pompeya como era hace dos milenios, cuando fue sepultada por la erupción piroclástica del Vesubio, gracias a la magnífica exposición virtual presentada en el Grand Palais de París, donde estará hasta noviembre y que ha congregado desde el 1 de julio a decenas de miles de visitantes después del levantamiento del confinamiento causado por la pandemia.
Gracias a los milagros de la tercera dimensión y a las nuevas tecnologías virtuales y digitales del multimedia, accedemos a un espacio donde nos vemos inmersos en la vida cotidiana de aquella ciudad cuyos restos empezaron a ser develados desde el siglo XVIII y que no termina nunca de dar sorpresas y nuevos hallazgos bajo la piedra y la arena que la mantuvo enterrada durante milenios. Los arqueólogos avanzan abriendo nuevos barrios, descubriendo frescos muy bien conservados y rescatando objetos de la vida cotidiana, vasos, jarras, bastones, mesas de bronce, sillas, collares, armas. Lupanares alternan con negocios de comida rápida, tiendas de abarrotes florecen al lado de bares a donde acudían los alegres y agitados latinos pompeyanos a conversar sobre lo divino y lo humano.
Al llegar, bajo la oscuridad, el espectador se sienta en una especie de teatrino escalonado desde donde se observa el interior de una casa señorial típica del Imperio romano, con techos de teja, cuya distribución alrededor de un patio de aguas lleno de materos y plantas florecidas, fue replicada siglo tras siglo por todas las culturas. Al fondo se ve el imponente Vesubio que domina la ciudad desde todos los puntos y en el aire se percibe el viaje apacible de las nubes. La virtualidad nos hace vivir durante emocionantes minutos el amanecer, la aparición lenta y majestuosa del sol insinuada por las sombras que proyecta en los muros y así nos vamos acostumbrando al paso permanente de las horas, los días y las noches.
Uno se va acostumbrando entonces a la sucesión de albas y crepúsculos, a la intensidad del mediodía soleado de las bahías del sur de la bota italiana, frente al Mediterráneo. En el enorme espacio de la exposición virtual se ven las calles y las casas señoriales con sus balcones y techos, e incluso deambulan por ahí las sombras de los habitantes aplicados a sus actividades cotidianas. Allí va un hombre con una carretilla halada por burros, allá pintores de brocha gorda pintan muros de color blanco y ocre, acullá unos militantes pintan el nombre de un candidato político aspirante al cargo de edil.
Se ve caminar por las calles a patricios cuyos pajes los protegen con sombrillas del sol o la lluvia. Vemos a matronas, vestales, jóvenes, niños que brincan y corretean en las aceras. Y al interior de los salones de las mansiones, en tamaño natural, vemos paredes de intenso color rojo, verde y azul y los frescos de mitos greco-latinos que solían adornarlas, allí Leda y el Cisne, más allá el sacrificio de Ifigenia, la carrera de Aquiles, la proeza de Hércules, la belleza de Venus, cuando no imágenes eróticas o reproducciones de fiestas dedicadas al dios Baco rodeado de racimos de vid y toneles de vino.
Uno se siente viviendo en alguna de esas residencias, escucha el canto nocturno de grillos y cigarras, el sonido de la lluvia, los cuchicheos de los transeúntes, las melodías y cánticos de los músicos. La magia nos hace revivir aquellos tiempos, o sea que se trata de una experiencia distinta a la de visitar las ruinas que nos recuerdan paso a paso la tragedia, la fragilidad del ser humano individual y de la sociedad en su conjunto. Dos milenios se borran en un instante. Por milagro virtual estamos al mismo tiempo en el año 79 de nuestra era y en este trágico 2020 marcado por la peste.
De repente hay inquietud entre la asistencia, los niños visitantes se asustan, sus padres voltean la cabeza e interrogan. El tremor del volcán empieza a escucharse con toda su fuerza gracias al potente sistema de sonido y se percibe el pavoroso sismo que sacude la ciudad. El estallido no se deja esperar y una fabulosa fumarola empenachada color ceniza irrumpe hacia las alturas y percibimos luego sobre nuestras cabezas la lluvia de piedras y polvo. Las faldas del volcán se llenan de materia terráquea que desciende veloz y llega al valle donde estamos y nos cubre, dejándonos a todos sepultados en un abrir y cerrar de ojos para siempre, en la oscuridad infinita del tiempo.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 27 de septiembre de 2020.

domingo, 20 de septiembre de 2020

CON CHARRY LARA EN BOGOTÁ: CENTENARIO


 

Por Eduardo García Aguilar

Varias veces caminé con Fernando Charry Lara (1920-2004) por las calles céntricas de Bogotá, donde tenía su oficina de abogado en un viejo y enorme edificio de la carrera séptima con calle 18, cerca de las cafeterías y librerías que abundaban entonces en esa zona de la urbe que fue el centro de la actividad del país a lo largo del siglo XX. Por esas calles caminaron todas las glorias colombianas del siglo pasado cuando eran jóvenes, en busca de algun café como el Automático y otros similares, donde se reunían a tomar tinto, beber, arreglar el mundo y hablar de literatura.
 En la primera mitad del siglo la élite del país solía residir en esta zona donde se encontraban las sedes de los grandes diarios, además de los ministerios, en amplios apartamentos de estilo art-deco que ahora se han vuelto en algunos casos espléndidas librerías de ocasión como la llamada Merlín, situada en la carrera octava, no lejos de la Avenida Jiménez. Por esos rumbos podía el transeúnte toparse de repente con expresidentes, políticos famosos o leyendas literarias como los poetas Aurelio Arturo, Luis Vidales o León de Greiff.
 Conocí a Charry porque el poeta guatemalteco y mundial Luis Cardoza y Aragón, que había sido amigo y maestro suyo y de Alvaro Mutis cuando fue diplomático en Bogotá en los tiempos de asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, me encargó entregarle el libro André Breton atisbado en la silla parlante, que recién había publicado la Universidad Nacional Autónoma de México. Con semejante recomendación de quien a los 18 años había sido en París uno de los más jóvenes poetas dadaístas y el hecho de que Charry hubiese vivido de joven en México, donde yo residía entonces, hacía que tuviéramos mucho tema de conversación. 
 Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, vuelve la imagen de uno de los más exquisitos poetas colombianos del siglo XX, cuya obra concisa y profunda, llena de luz, cobra cada vez mayor fuerza porque bien sabemos con Gracián que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sus poemas, como los de Aurelio Arturo, son ya obras clásicas de la poesía hispanoamericana y sus ensayos, de claridad y lucidez impecables, nos adentran en el ejercicio y los misterios de la poesía y en la obra de los grandes poetas españoles y latinoamericanos del siglo XX. 
 Este bogotano de carta cabal era de baja estatura, delgado, vestía de traje y corbata, lucía una gabardina para enfrentar los chaparrones capitalinos y con frecuencia llevaba una boina negra que lo hacía semejar a Fernando Pessoa cuando caminaba por las calles lisboetas. Charry era de una sencillez especial y un interlocutor amistoso con los poetas jóvenes, a quienes escribía cartas comentando sus primeros libros, que leía con atención y afecto.
 Varias veces recorrimos las librerías del centro, como la vieja Lerner o la Nacional, que en ese entonces estaba por esos rumbos, y caminando por esas calles y carreras capitalinas, la séptima, la décima, la trece, la Caracas, la Jiménez, solía contarme recuerdos de su infancia y juventud. Así supe de viva voz suya del sepelio de José Eustasio Rivera, al que asistió de niño llevado por su padre y al que dedicó un poema que es uno de los mejores de la poesía colombiana, o de una primera aventura amorosa que tuvo con una enfermera en alguna de aquellas esquinas por donde pasábamos.
 La última vez nos vimos en 2001 en el Segundo Congreso de poesía en lengua española desde la perspectiva del siglo XXI, organizado por el Instituto Caro y Cuervo en tiempos de su director Ignacio Chávez, al que asistieron el peruano Carlos Germán Belli, la uruguaya Ida Vitale, y los chilenos Pedro Lastra y Oscar Hahn, entre otros.  Charry falleció de manera sorpresiva tres años después en Washington, a donde había ido a visitar a su hija. El destino quiso que viera su última luz en Estados Unidos, no lejos de donde José Eustasio Rivera se apagó fulminado por las fiebres contraídas en las selvas que inspiraron La Vorágine. El rigor de su crítica literaria y la lucidez, erotismo y luminosidad de su poesía seguirán iluminando a los lectores afortunados.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 20 de septiembre de 2020.