Por Eduardo García Aguilar
Foto @ Lourdes Almeida*
Varios amigos y conocidos de mi generación con quienes compartí lustros
de actividad literaria y periodística en México durante un espléndido
momento cultural de ese país, han sido impactados recientemente por la
pandemia y desparecido, causando conmoción entre quienes los conocimos.
El novelista Luis Zapata, el pintor Arturo Rivera, los poetas y
ensayistas Arturo Trejo Villafuerte y José Fracisco Conde Ortega, son
apenas algunos de los nombres que se han despedido en estas semanas.
El jueves de nuevo la enfermedad se llevó a mi amigo el estadounidense
Sandro Cohen, poeta y editor, a quien conocí poco después de desembarcar
en la enorme Ciudad de México. La vida es una novela llena de sorpresas
y argumentos que tienen desenlaces imprevistos, como si todos fuésemos
criaturas de una ficción inagotable poblada de caleidoscopios de dolor y
afecto, sorpresa y abatimiento, locura, creación y silencio.
Cohen era un caso muy especial. Nacido en septiembre de 1953 en Nueva
Jersey, había llegado a los 19 años a México para proseguir sus estudios
de letras hispanas en la UNAM y se enamoró tanto de México que se quedó
y se convirtió en uno de los mejores conocedores de una lengua que no
era la materna, como lo prueba su exitoso libro Redacción sin dolor.
Poeta talentoso, fue director en las editoriales Planeta y Nueva Imagen y
creó la bella editorial Colibrí, donde me publicó Tequila coxis.
Lo vi crecer como poeta en sus primeras lecturas bajo la mirada cómplice
de Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes y fui testigo de su
encuentro con la bella y jovencísima Josefina Estrada, animadora de las
actividades literarias del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). En
ese contexto compartí con Cohen muchas aventuras, que incluían sus
felices pasos y caminatas inagotables por París. Lo venció
prematuramente la covid-19 como a tantos otros en México, en estos
tiempos extraños, pero su huella quedará para siempre como una estela de
alegría, amistad panamericana, generosidad y pasión por las palabras.
Todas esos amigos y otros muchos como Guillermo Samperio y Daniel Sada,
para mencionar solo a dos excelentes narradores cercanos que se
anticiparon a la pandemia, hacen parte de una generación muy rica de
amantes mexicanos de la literatura, la edición, el vino, y la
publicación de libros y revistas como ejercicio de apertura de caminos.
Quiso el destino que recién llegado a la Ciudad de México ganara un
concurso de cuento convocado por Los otros editores y la editorial El
Tucán de Virginia, dirigida entonces por Samperio y que en la fiesta de
la premiación, celebrada un día de diciembre en una galería de la
Glorieta insurgentes, estuvieran presentes todos esos jóvenes que desde
entonces frecuenté y se convirtieron en amigos y hermanos y cómplices de
aventuras periodísticas, vitales y editoriales.
En una de aquellas noches vi como el joven “gringo” Sandro Cohen quedaba
flechado por Josefina, quien mucho después escribió después una vasta obra narrativa e incluso un libro sobre la vida de
las cárceles de mujeres en Colombia. La literatura de México vivía
entonces en la década de los 80 uno de sus momentos más fructíferos.
Estaban vivas aun todas las glorias del país, encabezadas por Juan
Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro y Carlos Fuentes. García Márquez estaba a
punto de ganar el Premio Nobel, Álvaro Mutis escribía la saga de
Maqroll el Gaviero. Otros latinoamericanos como Augusto Monterroso,
Manuel Puig, Ida Vitale, Hugo Gola, Noé Jitrik y decenas de
sudamericanos exiliados, ensayistas, cineastas, filósofos, científicos,
participaban en el intenso fragor cultural de la ciudad.
Los periódicos tenían amplios suplementos literarios y páginas
culturales. Proliferaban los festivales internacionales de poesía que
reunían cada año a figuras del continente y el mundo. Las editoriales
promovidas por el Estado publicaban millones de libros en colecciones de
todo tipo y se otorgaban becas y premios generosos en todos los
géneros. Se ampliaban los museos y se descubrían nuevas pirámides.
Y en ese ambiente incesante de prosperidad coincidíamos en
presentaciones de libros, redacciones de periódicos, cócteles de
exposiciones, congresos en provincia y en homenajes a Juan Rulfo,
Octavio Paz o recepciones multitudinarias a Jorge Luis Borges, así como
en los más agitados sitios de salsa, mambo, danzón o en los antros de
rock que daban energía a la vida de las artes, las letras y el
pensamiento de México. Sandro y los amigos se van poco a poco, se
anticipan, pero gracias a la literatura se quedan aquí como los
colibríes que pueblan los jardines del mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de noviembre de 2020.
* Excelente toma de la gran fotógrafa mexicana Lourdes Almeida, contemporánea de Sandro Cohen y conocida en el mundo entero a través de más de un centenar de exposiciones. Esta foto la publicó este lunes 11 de nociembre de 2020 en una entrada en Facebook para referirse a la partida de Sandro. No sé la fecha de la foto, pero debe ser tomada a comienzos o a mediados de los años 80 del siglo pasado. Es una de las mejores instantáneas que he visto de Sandro y es normal, conociendo el lente, el ojo, el talento de Lourdes Almeida.
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