sábado, 14 de noviembre de 2020

LOS MILAGROS DE ORFEO NEGRO



Por Eduardo García Aguilar

Tuve la fortuna de que a mi madre Cleo le encantara el cine y me llevara con frecuencia a acompañarla a ver películas inolvidables, entre ellas Orfeo Negro, de Marcel Camus, basada en una pieza teatral de Vinicius de Moraes, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1959, se ha convertido en un mito cinematográfico sobre el Carnaval de Río y contribuyó a la difusión mundial de la bossa nova, ya que la música estaba compuesta en parte por el gran Antonio Carlos Jobim.  

Aquella película, a la que asistimos con una amiga suya y su hijo, se proyectaba en el famoso Teatro Olympia, una de las más importantes joyas arquitectónicas de Manizales, que fue demolida después. Tal fue la impresión de comunicarme a tan temprana edad con ese exótico mundo onírico y trágico acompañado por la pegajosa samba popular brasilera, que durante mucho tiempo me acordé de algunas escenas de la película, sus melodías y la atmósfera que reinaba en aquel majestuoso teatro de amplia platea y varios pisos circulares donde se proyectaron los clásicos de aquellas décadas.

En esa enorme pantalla los jóvenes de varias generaciones locales vieron películas donde actuaban estrellas de los tiempos de Marlene Dietrich, Bette Davis y Rita Hayworth, pasando por los de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, hasta los de Sofia Loren, Raquel Welch, Marcelo Mastroiani, Gina Lollobrigida y Monica Vitti. En esos tiempos la ciudad estaba dotada de grandes teatros como el Olympia, Caldas, Colombia, Cumanday, Manizales y el recién construido y fabuloso Teatro Fundadores, donde vi con ella Gran Prix, protagonizada por Yves Montand.
 
Cada sala de cine dejó una marca indeleble. En el Cumanday vi adolescente la magnífica Blow Up de Michelangelo Antonioni, basada en un cuento de Julio Cortázar, que significaría un parteaguas vital y literario. En el Cine Colombia asistí a películas de Elvis Presley, del cómico genial Jerry Lewis y una serie de filmes de viajes espaciales que estaban de moda en los tiempos de la llegada del hombre a la luna y  proyectaban en las matinés y las largas tardes de los sábados. En el Caldas me marcó Ayer hoy y mañana con Sofía Loren y en el Manizales, mucho antes, El ladrón de Bagdad.
 
Pero Orfeo negro se convirtió en una especie de "magdalena" proustiana personal y muchas veces me crucé con las melodías centrales de aquel filme, por lo que he sido siempre seguidor incondicioanl de Jobim, ya sea solo o acompañado por Joao Gilberto, Vinicius de Moraes, Toquinho o Elis Regina. El culmen de esa afición por la bossa nova llegó cuando a lso 23 años viví un semestre de otoño e invierno en un apartamento amoblado de la calle Pigalle, que me había dejado mi amigo Philippe Martellet con una colección discográfica de bossa nova que escuchaba sin cesar y me convirtió casi en experto.
  
Antes de la irrupción del Covid 19 en el mundo volví a reencontrarme con Orfeo Negro en el cine Champollion de la rue des Ecoles, donde se presentan películas clásicas restauradas y acuden estudiantes del barrio latino que hacen largas colas bajo la llovizna cuando la ciudad no está confinada o bajo toque de queda por el virus. Esta vez obsequiaban un pequeño afiche orginal de la película y la sala estaba llena a reventar. Los meandros de las favelas de Rio de Janeiro, el clímax carnavalesco de la tarde, la oscuridad de la noche, la pasión, el amor y la muerte volvían entre las luces agónicas de la fiesta.

Orfeo negro no solo es la película mítica, un clásico que cuenta la tragedia de Orfeo y Eurídice, sino que en ella, en un instante mágico, confluyen como por milagro todos los futuros protagonistas de esa ola musical que se adueñó del mundo y hoy sigue viva. Vinicius de Moraes, quien con Jobim hizo La chica de Ipanema, fue un diplomático de talento y poeta moderno que figura ya en el canon de la poesía latinoamericana del siglo XX. Retirado de su actividad diplomática, terminó convirténdose en un cantante de moda, acompañado por los más talentosos músicos de su tiempo.

Como todo instante iniciático, ir con la madre al no menos mítico Teatro Olympia a ver esta película fue como abrir una serie de ventanas al arte, al teatro griego, a la música popular, a la noche, al deseo, a la fiesta y al amor contrariado que alimenta todas las tragedias literarias y reales de la existencia. Producida con dificultades, la película de Camus nunca dejó de dar sorpresas e hizo milagros. Cuando descubrieron que Breno Mello, el actor que interpretó a Orfeo, vivía pobre y olvidado en Porto Alegre, lo invitaron a Cannes, medio siglo después, para celebrar la gloria del filme. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de noviembre de 2020.    

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