Por Eduardo García Aguilar
En estos tiempos dominados por el desenfrenado flujo de noticias, el hombre ha perdido toda posibilidad de comprender las líneas y los ejes constitutivos de su época y su ser y ha quedado sumergido, asfixiado, aplastado por un tsunami de acontecimientos informativos que lo ahogan día a día y está conformado por una gama de basura que va desde catástrofes mundiales a chismes de farándula.
La humanidad entera se ha vuelto un rebaño de zombies hipnotizados que van al despeñadero como las pobres ratas del flautista de Hamelin. Miles de millones de humanos viven intoxicados por la información, el uso del celular y la publicidad consumista que le genera perspectivas virtuales de éxito y apariencia totalmente ajenas a su propia miseria. Los dioses milenarios han sido trocados por deidades paganas ante las que el ciudadano ora en trance mientras los magnates les succionan sus magros ingresos salariales.
Se trabaja hoy para consumir basura. Padres e hijos viven encadenados en una esclavitud planetaria que ni el más perverso pirata hubiese imaginado jamás y viven angustiados por la necesidad patológica de aparentar lo que no son y vivir de prestado. La famosa máxima « pienso, luego existo », ha pasado de moda y se ha cambiado por « tengo tarjeta de crédito, luego existo » o « tengo celular, luego existo », « estoy en Facebook, luego existo » o « tengo carro, luego existo ».
Nadie puede escapar hoy a la noticia, pues en todos los lugares públicos hay pantallas televisivas que transmiten noticieros permanentes con imágenes en directo de guerras y catástrofes, mientras en los transportes públicos suena la radio con la chismografía política local o los avatares sexuales de las estrellas de la farándula. Además de las noticias de guerras y catástrofes que sacuden al mundo con frecuencia y producen la misma letanía desde Haití a Japón y desde Australia a Chile, pasando por Africa, Asia y Oriente Medio, el hombre moderno está informado en permanencia de la vida de estrellas, príncipes y deportistas, y escruta en directo sus historias de cama, divorcios, ruinas, enfermedades.
El ciudadano contemporáneo es bombardeado a diario por la chismografia política de sus países respectivos, en una sucesión sucia de escándalos y declaraciones vacías con que los pillos intoxican a la población. Los gobiernos saben muy bien tapar un escándalo con otro o mantener a la gente adicta a esas riñas diarias entre políticos, que en su mayoría sólo son bandidos que se enrostran unos a otros su condición.
Leyendo a los columnistas de los diarios uno se asombra de ver como pueden perder toda una vida entera siguiendo día a día esa sucesión inútil de noticias políticas locales que no conducen a nada. Salvo algunas excepciones caracterizadas por el buen escribir o la investigación y la denuncia riesgosa de la corrupción a riesgo de morir, todos los escribidores de los periódicos pierden el tiempo con análisis intonsos sobre el devenir de esos politicastros.
El ciudadano de todos los países es llevado así de la brida a merced de los intereses de esas cadenas radiales, televisivas o de la gran prensa multimedia que llena sus cerebros de basura noticiosa 24 horas diarias.
George Orwel en su libro 1984 imaginó al famoso big brother que todo lo controlaba, pero su fantasía paranoica se quedó corta, pues cada uno de nuestros pasos y gestos es seguido, archivado y controlado a través de nuestros teléfonos, computadores o tarjetas de crédito. La humanidad en vez de estudiar y formarse, aprender del pasado y reflexionar sobre el futuro, vive manipulada por esas informaciones que llenan el cerebro de detritus infectos. Rumbo a su trabajo el hombre vive inmerso en la noticia y al regresar a casa tras la jornada laboral vuelve otra vez a vegetar frente al televisor. Nadie habla con el otro. Todos estamos pegados a las pantallas, a nuestros celulares u ordenadores. Somos sombras los unos de los otros. No vivimos, no existimos por cuenta propia, sino en función de ese alud incesante de datos, declaraciones, partes, que se suceden hasta que el pobre ser humano cae rendido, dormido, para volver el día siguente a repetir la rutina de ser sólo el escucha o el visor de un mundo virtual dominado por los poderosos y sus escándalos financieros mundiales.
Con la telefonía móvil el hombre no se liberó sino que terminó por ser presa también de sus noticias domésticas. No es extraño pues que la revista económica Forbes nos informe ahora que el hombre más rico del mundo sea Carlos Slim, el capo mexicano de la telefonía celular en América Latina. Y todos celebran orgullosos ahora a ese vampiro que ha logrado esclavizar a cientos de millones de miserables latinoamericanos que no comen para tener celular y engrosar así las cuentas de este magnate apocalíptico que llegó en la impunidad total a la suma astronómica de 70.000 millones de dólares sacados del bolsillo del pobre. Siente uno nostalgia de Bill Gates, el Marconi contemporáneo que al menos inventó la era del computador personal e internet. Porque la fortuna impensable de este gran pillo es la prueba contundente de que vivimos en un mundo de zombies noticiosos encadenados al celular como una prótesis de su vana existencia.